Banco Central Europeo, a la desesperada
30 de marzo de 2016
Las últimas decisiones del Banco Central Europeo ahondan en unapolítica monetaria equivocada, que además parece poco menos que imposible corregir. Una expansión del gasto públicoresultaba contraproducente, pues había que alimentarlo con másimpuestos y, sobre todo, con aún más deuda. Se imponían los recortes. Mas por desgracia, la opinión pública de las grandes democracias se resiste a continuar con la política tildada de ‘austeridad’ y con las reformas ‘estructurales’ que necesariamente la acompañan, única manera de volver a la senda de un crecimiento sostenido. Por eso, y a la desesperada, los bancos centrales de Japón, Reino Unido, EE.UU. y la zona euro han venido actuando en los últimos cinco años como si fuera posible relanzar sosteniblemente el crecimiento económico de sus desmayadas economías anegándolas con ríos de dinero. El resultado, como era de esperar, es decepcionante.
La vuelta a la tendencia de crecimiento anterior a la crisis de 2007 a 2009 está siendo mucho más lenta que las ocho anteriores examinadas por el profesor John Taylor en una reciente publicación del Institute of Economic Affairs de Londres. Empezando por la de 1882 y acabando por la de 1990, todas las recuperaciones tras cada crisis financiera fueron más vivas que la actual, incluida la de 1929 a 1931. Sorprenderá que hablemos de rápida recuperación en el primer año y medio de la Gran Depresión. De hecho fue así, aunque luego la abortaron los desgraciados errores del presidente Herbert Hoover y del Sistema de la Reserva Federal: el uno, imponiendo una política de intervención en la economía, que el presidente Roosevelt, al asumir el poder en 1932, empeoró con el New Deal; la Fed, permitiendo que quebraran cientos de bancos pequeños y grandes en las dos crisis bancarias de 1929 y 1931, como bien relataron Milton Friedman y Anna Schwartz en su Historia monetaria de EE.UU.(1965). La tormenta financiera, mal gestionada por la Reserva Federal, vino a multiplicar los efectos de la precedente contracción de la economía real, señalada por el desplome de la Bolsa durante la “semana negra” iniciada el lunes 28 de octubre de 1929.
Tres lecciones pueden sacarse de la historia de las crisis financieras de los siglos XIX y XX. Una es que, en un sistema de reserva fraccionaria como el nuestro, es necesario que alguien actúe como prestamista de última instancia. Cuando la liquidez bancaria se desploma repentinamente y la gente atesora dinero físico (cae la velocidad, que decimos los economistas), es necesario prestar a los bancos con buen balance pero con dificultades de liquidez, sin bien cargándoles intereses punitivos, no negativos. Eso ocurrió en 1907 por acuerdo privado de los grandes bancos en el despacho de J. P. Mogan y no ocurrió en 1931 por falta de la necesaria intervención del banco central. Otra lección es que, pasada la tormenta financiera, puede retirarse liquidez inmediatamente confiando en la reacción espontánea de la economía real. La tercera es que la prolongación de una política de abundante liquidez monetaria, junto con una generosa política fiscal, no consigue los resultados de reanimación deseados. También sorprenderá esta afirmación, a la vista del relativo crecimiento de la economía estadounidense y su baja tasa de paro. Un examen detallado de la relación entre la renta disponible, expandida por la política fiscal, y el consumo privado en EE.UU. contradice esa suposición, como se ve en el librito de Taylor (disponible gratis en la red).
Tristeza económica
La pregunta crucial es cómo se explica la actual tristeza de nuestras economías (por emplear una expresión vitivinícola). Las causas son dos: una, que la política monetaria antes de 2008 y después de 2010 se conduce a capricho y no regladamente; otra, que el aumento de la regulación e intervención de los mercados, ya de por sí excesivas, frena la productividadnatural del sistema capitalista. Otra vez quedarán sorprendidos por lo que voy a decir de la austeridad y las reformas. Los economistas Alberto Alesina y Silvia Ardagna, entre otros muchos, han mostrado que grandes recortes del gasto público acompañados de rebajas de impuestos tienen un efecto de recuperación de la senda secular del crecimiento que ni la política monetaria ni la expansión pública consiguen.
En resumen, en la crisis de 2008 a 2010 fue acertada la decisión de los banco centrales de actuar como prestamistas de última instancia para salvar a los bancos con dificultades de liquidez. Es lo que se negó a hacer el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, en el caso de Northern Rock, por lo que el Gobierno tuvo que nacionalizar esa caja de ahorros, lo que al final resultó un buen negocio para los contribuyentes. El caso de Lehman Brothers es el contrario: no merecía salvarse, pero sí era necesario acudir en ayuda de los bancos que su quiebra dejó sin liquidez. Y los estímulos fiscales sobraban, pues sólo consiguieron crear un lago de liquidez que ahora no se sabe cómo drenar.
Lo muy peligroso de la actual política de intereses nulos o negativos es el daño que suponen para el libre funcionamiento de los mercados. Desincentivan gravemente el ahorro, sobre todo el canalizado a través de los fondos de pensiones y los seguros de vida. Incentivan el endeudamiento de los Estados, autonomías y ayuntamientos, con grave peligro de impago. Reducen los márgenes de operación de la banca, ya maltrecha por las nuevas regulaciones que la fuerzan a recapitalizarse en el peor momento. Y fomentan las burbujas en los mercados de la vivienda y la Bolsa, porque el valor de los activos a largo plazo y los tipos de interés están inversamente relacionados. ¿No lo sabían? Pues otra sorpresa.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 24 de marzo de 2016
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