6 de Noviembre de 2015
Este libro del premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz es un compendio de consignas del pensamiento antiliberal hegemónico. Por ejemplo, asegura que a los ricos les conviene el socialismo, no vaya a ser que los pobres hagan la revolución comunista y les quiten todo. Nada avala semejante patraña: los pobres jamás han establecido el comunismo, del que son siempre sus principales víctimas, y el Estado no se expandió fuera del comunismo porque era capitalista: es absurdo sostener, como hacen Joseph E. Stiglitz y muchos otros, que F. D. Roosevelt y John Maynard Keynes salvaron el capitalismo, cuando lo despreciaban e hicieron todo lo posible para que el Estado creciera a expensas de los capitalistas.
Hablando de crecimiento del Estado, afirma que nuestros problemas se derivan de una libertad excesiva por culpa de los "fundamentalistas del mercado". Dice, en serio, que hemos vivido una "época dominada por el mercado", cuando el Estado no ha dejado de crecer. Podría el Nobel haberle preguntado a cualquier contribuyente. Otra falsedad: "Tras el colonialismo, Occidente había conseguido promover el fundamentalismo de libre mercado en los países en vías de desarrollo". Es decir, lo contrario de lo que sucedió. Y otra: "El gobierno debería tener cierta influencia sobre los bancos". Vamos, que no tiene ninguna, los bancos centrales no existen, y es pura casualidad que haya expolíticos y burócratas en nuestros bancos.
Viejo error es pensar que la desigualdad es mala porque reduce la demanda agregada, como si no hubiéramos padecido crisis económicas con un auge de la demanda agregada. Un bulo derivado es el keynesianismo cañí conforme al cual es malo bajar los impuestos y el déficit, y lo bueno es siempre gastar más "para invertir en el futuro del país". La clave del crecimiento es desdeñada con una tradicional falacia: "El dinero que se ahorra es un dinero que no se gasta". Es tan bobo el odio al ahorro que intenta arreglarlo en plan "in the long run we are all dead" (a largo plazo todos estaremos muertos": el ahorro es bueno, pero sólo a largo plazo.
También tiene la osadía de criticar el liberalismo porque hay empresarios que se acercan al Estado en busca de prebendas que termina pagando el pueblo, que es exactamente lo que vienen denunciando los liberales desde Adam Smith. Otra ficción es asociar la economía neoclásica con el liberalismo, para dar la impresión de que si uno defiende la libertad, entonces uno debe ser un delirante que cree que las contrataciones de las personas en los mercados se ajustan a una necia utopía denominada "competencia perfecta". Relacionado con esto, y también vinculado con el neoclasicismo, es centrarse únicamente en los fallos del sector privado. La fantasía paralela a la demonización del capitalismo es la divinización del socialismo, porque "al socialismo le preocupan las personas corrientes".
Stiglitz distorsiona el pensamiento económico y político: lo hace con Tocqueville, presentando su doctrina del interés común "bien entendido" como si equivaliese al sometimiento del individuo a la colectividad, cuando es justo lo contrario, y con Adam Smith, identificando el propio interés con el egoísmo, que el pensador escocés jamás equiparó.
Es también un invento el que no haya ninguna mejora en el bienestar de nadie salvo para los multimillonarios. "Todo el crecimiento de las últimas décadas —y más— ha beneficiado a los de arriba". ¡Todo! El retrato de EE.UU. que pinta Joseph Stiglitz es increíble, desde la inexistencia del Estado de bienestar hasta la imposibilidad de oportunidades para que los pobres dejen de serlo.
Da por sentado que desigualdad es igual a injusticia, y que el mercado crea inestabilidad, como si la intervención no lo hiciera. No termina de aclarar por qué es mala la desigualdad, que en realidad respalda salvo que sea "extrema", lo que nunca define. Así como odia a los bancos (no tanto a los centrales, claro), ama a los países nórdicos, donde los ciudadanos pueden llegar al tipo marginal máximo del IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) ganando 55.000 dólares, y todavía nos dicen que la progresividad fiscal es para atacar a los ricos...
Incluso reprocha al comunismo el que deje parcialmente de serlo: "Muchos de los problemas actuales de China radican en que hay demasiado mercado e insuficiente Estado". Por momentos parece que se opone al proteccionismo en la agricultura, pero sospecho que es sólo en EE.UU. En cambio, llega a la locura de proclamar que el proteccionismo cultural francés "beneficia al mundo entero".
Este artículo fue publicado originalmente en El Mundo (España) el 6 de noviembre de 2015.
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