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martes, 10 de noviembre de 2015

Presidente Greenspan: Una mente fiduciaria para una época fiduciaria

 
 
4472[Este artículo se basa en un discurso realizado en la Conferencia del Instituto Ludwig von Mises “La economía austriaca y los mercados financieros”]
 
Alan Greenspan fue el presidente de la Reserva Federal apropiado para su tiempo. Su reputación fue una creación de inflación y éste fue un siglo de inflación. Su conocimiento fue superficial cuando Estados Unidos tendía a la superficialidad. Fue una creación de la publicidad en una época ansiaba celebridades. Fue inarticulado en una época en que las mentes cada vez estaban más confundidas. Tomó atajos hacia la cumbre cuando los estadounidenses estaban más dispuestos a seguir el camino fácil.
 
El dinero se ha degradado a lo largo del siglo pasado. Hacían falta al menos 20$ para comprar lo que costaba 1$ en 1913. La inflación monetaria se integró en la inflación de palabras, distracciones constantes y promociones mediáticas del siglo XX. De ahí la adoración de celebridades por el mero hecho de serlo y el éxito de político complaciente e inteligente oportunista: Alan Greenspan.
 
Los atajos tomados en la década de 1950 establecieron el rumbo hacia el presente. Negociamos salarios y prestaciones que no podían pagarse en dólares constantes. Los estadounidenses trabajaban menos horas. Comprábamos en el extranjero más de lo que vendíamos. En la década de 1960, el gobierno estaba gastando más de lo que ingresaba.
 
En 1971, dejamos de contar nuestros balances en oro. Los gobiernos (y esto ocurrió en todo el mundo) encontraron en la financiación en déficit un opio para las masas. Abundaban los programas públicos. Las masas crecían acostumbradas a la inflación y al préstamo en divisas que tendían a la depreciación. Así los deudores devolvían menos dinero real del que habían tomado prestado. Los banqueros podían prestar más después de que el enlace con el oro había desaparecido, ya que no existía ningún pago final de las reclamaciones.
 
Para este subterfugio, Estados Unidos contrató a economistas célebres que pudieran crear nuevas teorías sobre la marcha. Era algo poco honrado. Por lo que nuestros acuerdos en dólares se hicieron poco honrados. La corrupción del gobierno, y de los economistas que satisfacían sus intereses, se igualaba a la corrupción de los que traficaban con dinero. Como la honradez era enemiga de nuestros acuerdos, la falta de ella proporcionaba una ventaja. Al final el crédito y la política pública han gravitado hacia menos manos, las dispuestas a participar en un timo sobre los ahorros del público y su confianza.
 
En el centro está una institución, el Sistema de Reserva Federal, que ha estado dispuesta a ser cómplice. Da empleo a economistas poco honrados. En 1987, eligió como su presidente a un hombre que no tenía otro mérito que que se podía contar con él para recortar cualquier esquina que fuera necesaria para mantener la fachada de la solvencia nacional. Ese impostor era Alan Greenspan.

Alan Greenspan – La década de 1950

Cuando Alan Greenspan tenía 26 años, tomó una decisión de futuro y propi de él. Empezó a fumar en pipa.
 
Fue en 1950.
 
Acababa de entrar en la Universidad de Columbia, donde estaba estudiando para doctorarse en economía. Se apuntó a una clase del Profesor Arthur Burns. Burns era una persona muy conocida. Era el coautor de un libro muy bien valorado: Measuring Business Cycles.
 
Sea lo que sea lo que aprendió en la clase de Burns, Greenspan hizo lo importante: llevó la pipa. Era el distintivo de Burns: algunos recordarán cuando el Presidente de la Reserva Federal Arthur Burns se sentaba ante los comités del Senado y reinventaba la economía en la década de 1970.
 
Por ejemplo, cuando la inflación se disparó en la década de 1970, fue Burns el que eliminó la alimentación y la energía del Índice de Precios del Consumo.
 
En 1953, Burns dejó Columbia para encabezar el Consejo de Asesores económicos del Presidente Eisenhower. Greenspan dejó Columbia al mismo tiempo, sin terminar su doctorado.
 
En 1977, Greenspan recibiría su doctorado en economía en la NYU. Es una recopilación de artículos y algunas colaboraciones en revistas económicas grapados juntos. Alan Greenspan tenía la costumbre de elegir la ruta más fácil.
 
Los medios de comunicación se repiten acerca de la “ideología” de Greenspan. O a veces es su “libertarismo”. O podría ser sus “creencias en el libre mercado”. Sea cual sea el caso, son simples etiquetas y las simples etiquetas son prácticamente todo lo que conseguiremos de los medios de comunicación.
 
A Alan Greenspan siempre le ha preocupado una (y solo una) cosa. Toda terminal nerviosa de su cuerpo en cada momento de su vida se ha dedicado a la promoción de Alan Greenspan.
 
Greenspan nunca tuvo una ideología. Probablemente nunca entendió de qué hablaba Ayn Rand. Nathaniel Branden, el acólito número uno de Rand en la década de 1950 y asimismo el randianio más cercano a Greenspan escribía años más tarde: “Ahora, mirando a [Alan], me pregunto hasta dónde entendía las opiniones de Ayn”. Branden continuaba: “Alabando a Ayn sobre algún “escrito que había redactado ésta y leído al grupo], Greenspan podía decir: ‘Al leer esto… uno tiende a sentirse… alborozado’”.
 
Sus obviedades y aplomo también hipnotizaron a la nación 50 años después. Para entonces, esto era casi todo lo que podíamos obtener de alguna figura pública. Por supuesto, como nación, no pedíamos más.
 
Ayn Rand parece haber entendido por qué se agarró a sus faldones, si hubiera llevado faldones. Preguntó a Brenden: “¿Crees que Alan podría ser básicamente un arribista social?” Dio en el clavo.
Alan sabía lo que hacía. Por aquel entonces, un joven escritor preguntó a Gore Vidal si podía dar algún consejo. Vidal respondió: “Sí, sal en televisión tanto como puedas”.

Slichter-Martin

En este momento había un virulento debate en Washington acerca de la inflación. Algunos estaban a favor de ésta y otro en contra.
 
A mediados de la década de 1950, los economistas académicos buscaban estar presentes en los medios de comunicación. Uno era el profesor de la Universidad de Harvard, Sumner Slichter. La revista Fortune le dio el sobrenombre de “padre de la inflación”. Esto podría sonar a elogio, pero era publicidad.
 
Slichter dijo al Senado que la Fed tendría que aceptar la inflación para generar suficientes empleos. Argumentaba que los costes de los materiales y la mano de obra estaban aumentando porque “los sindicatos [estaban empujando al alza] los salarios y las prestaciones adicionales más rápido que las ganancias de la productividad del trabajo. El resultado es una continuación de la lenta subida de precios”.
 
Slichter tenía razón, pero ignoraba la solución tradicional de o bien trabajar más duro o bien reducir las prestaciones. Estados Unidos no estaba dispuesto a ninguna de ambas.
 
Slichter estaba al frente de una larga lista de economistas que decidieron que podían abandonar el sentido común en nuestro camino hacia la ruina. En mi libro citaba a Alfred Jay Nock: “Es un axioma económico que los bienes y servicios solo pueden pagarse con bienes y servicios”.
 
En el rincón opuesto al de Slichter estaba William McChesney Martin Jr. Fue presidente del consejo de la reserva Federal de 1951 a 1970.
 
Después de que Slichter diera a los senadores la buena nueva, Martin volvía atrás. Fue a principios de 1957. “Rechazo alzar la bandera del derrotismo en la batalla de la inflación. Si siguen la opinión [de Slichter], entonces indudablemente llegará otro declive”.
 
Al rechazar mostrar bandera blanca, Martin hizo uno de los mejores discursos nunca realizados por un banquero central. (Podría no tener mucha competencia). Fue el 3 de agosto de 1957 cuando habló ante el Comité de Finanzas del Senado de EEUU.
 
Decía a los reunidos: “No hay ninguna validez en la idea de que cualquier inflación, una vez aceptada, pueda confinarse a proporciones moderadas”. Martin respondía a “algunos sectores de la comunidad” (probablemente economistas) que estaban defendiendo “un aumento gradual en los precios (…) tal vez de un 2% anual”, Martin advertía que una perspectiva como esa generaría penurias incalculables. “Se infligiría pérdidas (…) a millones de personas”.
 
Éstas incluían “pensionistas (…) gente que tiene sus activos en cuentas de ahorro y bonos a largo plazo”.
 
El presidente Ben Bernanke ha declarado que la economía debería tener una tasa mínima de inflación del 2% anual. Aquí no hay necesariamente una contradicción. Simplemente a Ben no parece preocuparle si inflige penurias a cientos de millones, si es que sabe lo que está haciendo.
Martin creía que el miedo a la inflación “haría que la gente gastara más y más de sus rentas y ahorraría menos”.
 
Martin decía a los políticos que la composición de los ahorros cambiaría. “Tendería hacía actividades especulativas (…) y el patrón de inversiones y otro gasto (las decisiones sobre qué tipo de cosas comprar) cambiarían de una forma que amenazaría un crecimiento equilibrado”.
 
Martin advertía que “una espiral de precios y salario crecientes requiere cada vez más financiación” con un “considerable volumen de gasto (…) financiado en todo momento con fondos prestados”.
Martin no era un economista. Puede que esto sea evidente. Había estudiado latín en Yale.
 
“Finalmente”, dijo Martin, “no deberíamos desdeñar la forma en que la inflación podría dañar nuestra estructura política y social. (…) Los que acabarían teniendo ahorros en su vejez serían los mañosos y los listos en lugar de los que trabajan duro y los economizadores. La fe fundamental en la justicia de nuestras instituciones y nuestro Gobierno tendería a deteriorarse”.
 
Sabemos quién ganó esa batalla.

El ascenso de Greenspan

Hablando de mañosos y listos, en 1970 Alan Greenspan era millonario. Para entonces, poseía un piso en el United Nations Plaza, un edificio nuevo y elegante en el que también vivían Walter Cronkite, Truman Capote y Johnny Carson.
 
¿Pero qué había hecho (es decir, como economista) para vivir entre esa compañía? No está claro en realidad. Era un personaje menor. Los que le respetaban decían que era un mago de las cifras. Un grupo mucho mayor recuerda que sí, estaba lleno de cifras, pero siempre equivocadas.
 
En palabras del biógrafo Justin Martin: “La impresión general entre la gente que conocía a Greenspan es aquel entonces era que no estaba precisamente marcado por una verdadera grandeza. (…) Sus viejos amigos estaban destinados a ver desarrollarse su carrera (consejero de Nixon, consejero de Ford, jefe de la Fed durante [cinco] mandatos) con verdadero asombro”.
 
Otro testigo del curioso encumbramiento de Alan Greenspan fue Marc Faber, que se incorporó a la empresa de Wall Street, White, Weld & Co. en 1970. Poco después contrataron a Alan Greenspan como economista consultor.
 
Parte del trabajo de Faber era acudir a las presentaciones mensuales de Greenspan e interpretar sus comentarios para las oficinas en el extranjero.
Mirando atrás (…) no tenía ni idea de lo que estaba hablando Mr. Greenspan, pero puedo decir que no era una excepción. Cuando Mr. Greenspan entró por primera vez en el consejo de White, Weld como consultor, 30 o 40 personas de los distintos departamentos de la empresa acudían a las reuniones. Sin embargo, a los pocos meses, la audiencia había caído a solo un puñado. (…) Para entonces, yo también había aprendido que la mejor manera de comunicar los (para mí) incomprensibles comentarios (…) era sencillamente resumir las noticias del día anterior de la portada del Wall Street Journal.
Faber apuntaba que la mejor decisión de inversión nunca tomada por White, Weld fue “deshacerse de Mr. Greenspan a finales de 1972 y contratar en su puesto al economista Gary Shilling”.
 
Martin Mayer, que ha escrito varios libros sobre Wall Street, conoció a Alan Greenspan en la década de q960. El millonario economista estaba creando una especialidad de “espionaje estadístico” (ésa fue la descripción de Greenspan). Mayer escribió posteriormente: “de lo que se le acusó a este respecto fue de que podías pedir la opinión que necesitaras”.
 
La amiga de Greenspan, Barbara Walters, escribía en su reciente autobiografía: “El cómo Alan Greenspan, un hombre que creía en la filosofía de la poca interferencia del gobierno y en pocas normas o regulaciones, pudo acabar convirtiéndose en presidente de la mayor agencia reguladora del país es algo que no puedo entender”.
 
Fue ésta su vía hacia el éxito: haría cualquier cosa y diría cualquier cosa. Trabajaba sus relaciones con la prensa mucho más duramente de lo que lo hacia como economista para sus clientes. Fue un paso más adelante que otros consultores económicos de vía rápida: incluso se citaba con la prensa y acabó casándose con ella.
 
Aunque fuera un personaje menor durante la década de 1960, se hizo un nombre el New York Times, haciendo predicciones de mercado. Lo divertido es que era casi siempre la voz del mal agüero en aquel entonces. Eran los sesenta, así que siempre se equivocó. En los setenta también se equivocó siempre, ya que siempre era optimista.

Regreso a la década de 1950

La idea de William Marton de que “una espiral de precios y salario crecientes requiere cada vez más financiación” y un “considerable volumen de gasto (…) financiado en todo momento con fondos prestados” fue una característica de la década de 1960. Fue la década de los conglomerados.
 
Algunos de los que construyeron montañas a partir de colinas en las décadas de 1950 y 1960 fueron Meshulam Riklis, Carl Lindner y Saul Steinberg. Utilizaban papel en lugar de efectivo para comprar empresas.
 
Acabó en un torvo desecho de basura con absurdos como Mary Carter Paint [rebautizada como Resorts International] tratando de absorber Pan American Airways. (No lo consiguió).
No es coincidencia que los niveles de vida de los estadounidenses probablemente se amesetó en torno a 1970, ya que se manejó tan mal el capital.

La década de 1970

En 1974, la inflación de precios estaba en dobles dígitos: la “penuria incalculable” la sufrían millones de personas. El capital volvía a estar mal manejado, siendo una razón el que había demasiadas distracciones como para llevar una empresa. En 1973, la revista Time informaba de que los “empresarios [estadounidenses podían] conseguir mucho [mediante] ‘especulación’. Un ejecutivo de EEUU (…) puede adjuntar un cheque con su orden en lugar de esperar a que se le envíe el acero y el valor del dólar pueda haber caído”.
 
El 28 de junio de 1978, el miembro del Consejo de la Reserva Federal, Henry C. Wallich, se dirigía a la clase de graduación de la Universidad de Fordham. “La inflación”, informaba a los graduados, “es un medio por el que los fuertes pueden explotar más eficazmente a los débiles. Los posicionados estratégicamente y bien organizados pueden beneficiarse a costa de los desorganizados y ancianos”.
 
En ese momento todos los graduados de la clase del ’78 de Fordham salieron del estadio hacia la ventanilla de empleo de Goldman Sachs más cercana. Wallich hablaba por experiencia propia. Había nacido en Alemania en 1914, así que había vivido la hiperinflación de Weimar cuando era un niño.
 
Wallich explicaba que la inflación “es técnicamente un problema económico. Quiero decir, la quiebra de nuestros patrones de medición de valores económicos, como consecuencia de la inflación”. Los fuertes son suficientemente inteligentes como para entender que la inflación “introduce un elemento de engaño en nuestros negocios económicos”. Los contratos ya no se harían para “mantenerse en términos de valores constantes”, pero una parte entendería mejor esto que la otra.
 
Wallich continuaba destacando que “la creciente incertidumbre en mantenerse de forma privada en el futuro empuja hacia el gobierno a la gente que busca seguridad”.

La década de 1980

Saltando a la década de 1980, tenemos las cajas de ahorros gratuitas para todos. También estábamos añadiendo montañas de deuda que habrían sido inconcebibles cuando habló Martin en 1957.
 
En 1968, nosotros, Estados Unidos, pedimos prestado 1,40$ por cada 1$ que añadimos al PIB. En 1985, estábamos totalizando 4$ por cada incremento del 1$ en el PIB.
 
Las cajas de ahorros estaban perfectamente diseñadas para operadores listos. Los depósitos de las cajas estaban garantizados por el gobierno y se habían desregulado. En malas manos, las cajas eran esponjas para inversiones dudosas.
 
Meshulam Riklis, Carl Lindner, Saul Steinberg utilizaron las plataformas de sus conglomerados para cambiar papel.
 
Barrie Wigmore, entonces en Goldman Sachs, escribió un libro excelente: Securities Markets in the 1980s.Wigmore escribía, de Riklis, Lindner y Steinberg: “Es tentador concluir que (…) representaban una secta (…) Cooperaban e invertían unos en otros de forma constante y eran veteranos en el aspecto del mercado del ‘papel chino’ de la ola de fusiones de la década de 1960”. Sus “actividades ejemplifican la combinación de ingenio nativo y acceso al apalancamiento que les hizo eficaces”.
Wigmore escribía: “[Riklis, Lindner y Steinberg] tenían una relación común con el grupo de Michael Milken en Drexel Burnham que probablemente ayudó a crear suficiente liquidez para sus bonos basura”.
 
William Seidman, que encabezaba la Resolution Trust Corporation, la entidad que arregló todo el problema de las cajas de ahorro, escribió más tarde que Michael Milken había “amañado el mercado al operar una especie guirnalda de margaritas entre las cajas para mover los bonos de acá para allá a través de su famosa mesa de cambio en X en Los Ángeles. Al manipular el mercado, mantenía la fachada de que los bonos se comerciaban a precios genuinos de mercado. (…) Cuando (…) se hundió [Milken] y con él sus operaciones de comercio, lo mismo pasó con las cajas que dependían del valor de sus bonos para mantenerse a flote”.
 
En 1984, Alan Greenspan fue contratado por el delincuente más notorio en la trama de las cajas de ahorro: Charles Keating. Keating blanqueaba dinero a través de la Lincoln Savings and Loan. Necesitaba a alguien para escribir una carta a su regulador (el Federal Home Loan Bank de San Francisco) que dijera que las inversiones de la Lincoln Savings and Loan eran seguras.
 
En 1985, Greenspan escribió al Federal Home Bank que la dirección de la Lincoln “es experimentada y experta a la hora de seleccionar y hacer inversiones directas”. Para entonces, Lincoln no solo estaba cargada de acuerdos con Milken, sino que estaba negociándolos con ganancias a su empresa matriz, la American Continental Corporation. American Continental Corporation (y Charles Keating) se habían desgajado de la American Financial Corporation de Carl Lindner. Se sabía que Keating era el hombre de paja de Lindner. En 1978 Keating no había presentado ninguna defensa cuando la SEC le acusó (en palabras de Martin Mayer) de “otorgarse a sí mismo préstamos fraudulentos (…) desde un banco propiedad de su amigo y empleador Carl Lindner”.
 
Greenspan sin duda sabía con quién trataba. Había estado en Wall Street en la década de 1960. Traficaba en saber de quién debería cotillear. En la década de 1980, debe haber sabido que Lincoln era parte del grupo Riklis-Steinberg-Lindner-Boesky-Milken.
 
Lindner había estado en las noticias cuando realizó lo que se llamó “greenmail” a Combined Communications (1979) y Gannett (1981). “Greenmail” era un neologismo para cuando un cazador empresas adquiría participaciones en una compañía y éste luego recompraba éstas con una prima para librarse del cazador. El éxito más publicitado de Steinberg fue también el más rentable: consiguió 60 millones de dólares de Walt Disney en 1984.
 
Lindner utilizaba a Keating cuando los esfuerzos de greenmail no funcionaban y quería deshacerse de las participaciones. Un ejemplo fue Gulf Broadcast, la primera gran inversión de Keating, en 1984. Keating pagó 132 millones a la American Financial de Lindner. Era un 30% por encima del mercado de precio de entonces. Los 132 millones eran asimismo el doble del valor neto de Lincoln (una violación de las regulaciones de California). Todo esto fue antes de la gran alabanza de Greenspan de 1985 de la experiencia “a la hora de seleccionar y hacer inversiones directas” de Lincoln Savings and Loan.
 
Debería advertir que Riklis y compañía no habían introducido alguna fisura ética. Wall Street estaba financiando el greenmail y los cazadores de empresas: la banca de inversión lideraba ataques contra sus propios clientes. Esta conducta nació en la década de 1970 y floreció en 1980. El aumento en la financiación de deuda y el apalancamiento fue una razón.
Greenspan era el hombre apropiado para heredar la presidencia de la Reserva Federal en 1987. Cuatro años antes, en 1983, una encuesta entre ejecutivos de Wall Street indicaba que el 31% tendría una especial confianza en Alan Greenspan si fuera nombrado presidente. Era el segundo en esa encuesta, detrás de Paul Volcker.

Proxmire

La audiencia de Greenspan para la presidencia de la Reserva Federal fue en agosto de 1987. El senador William Proxmire, un demócrata de Wisconsin, era el presidente. No le gustaba Greenspan. Había votado contra la confirmación de Greenspan como presidente del Consejo de Asesores Económicos en 1974 porque pensaba que Greenspan pasaría información a las empresas de las que había sido consultor.
 
No sé por qué lo pensaba, pero era una sospecha extraña en un candidato a un puesto importante en el gobierno. Al menos lo era en 1974. Puede que conociera la reputación de Greenspan: “de lo que se le acusó a este respecto fue de que podías pedir la opinión que necesitaras”.
 
Proxmire empezó la audiencia regañando a Greenspan por su pésimo historial como pronosticador.
Más que la costumbre de Greenspan de equivocarse siempre (y por un amplio margen) probablemente a Proxmire le preocupara la “completa declaración” muy poco honrada de Greenspan que había enviado a la Casa Blanca y el Senado.
 
Greenspan no había incluido servicios prestado a Sears y Lincoln Savings & Loan. Greenspan las escondía echándolas a la bolsa de “proyectos de apoyo”.
 
Proxmire era enemigo de la desregulación bancaria. Temía que los grandes bancos aplastaran a los más pequeños. El senador advirtió al candidato a la presidencia de la Fed:
Como presidente de la Reserva Federal desempeña un papel clave en la aprobación o desaprobación de estas enormes fusiones bancarias. (…) Me sentiría mucho mejor acerca de este nombramiento si hubiera en su historial alguna señal de ser consciente de los peligros para nuestra economía de una excesiva concentración financiera.
Bueno, no existía esa señal y, lo que es raro en Greenspan, no trató de inventarse alguna absurda vía intermedia.

La presidencia de Greenspan

Después de convertirse en presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan no pudo hacer realidad los temores del Senador Proxmire más rápidamente. (Proxmire se había retirado).
 
En 1989, la Reserva Federal permitió a J.P. Morgan, de la que Greenspan había sido director antes de convertirse en presidente de la Fed, asegurar la deuda de Xerox. Fue la primera emisión de dicha deuda por parte de un banco comercial desde 1933, el año de la Ley Glass-Steagall.
 
En 1990, la Reserva Federal permitió a J.P. Morgan asegurar acciones. La revista Time calificó a esto como “la más amplia grieta hasta ahora en la Ley Glass-Steagall”.
 
Greenspan era tan permisivo con la impresión de dinero como con la megabanca. Tenía que serlo. Los estadounidenses estaban impacientes y Greenspan no quería decepcionar (le encantaba gustar). No esperaría a una recuperación apropiada tras la recesión de 1990. Redujo el tipo de los fondos federales de más del 9% en 1989 al 3% en 1992. Los bancos y los fondos de inversión se apalancaron y reflotaron la economía.
 
Fue la primera vez que un recuperación en Estados Unidos se produjo por las finanzas en lugar de por la producción. El dinero y el crédito se concentraron más y más en manos de “los mañosos y los listos”. Para entonces, la clase media estaba siendo derrotada.
 
A partir de ese momento, cada vez que tosía la economía, Greenspan recortaba tipos e inflaba una burbuja. El dinero fácil atrae a personajes que nunca deberían operan con dinero.
 
La economía se había desequilibrado peligrosamente. El gobernador de la Reserva Federal de, Larry Lindsey advertía al Comité de Mercados abiertos de la Reserva Federal (FOMC, por sus siglas en inglés) de la creciente disparidad de rentas, en todas sus reuniones de 1993 a 1996. Los otros gobernadores de la Fed no entendían de qué hablaba. Por ejemplo, Lindsey hablaba y Janet Yellen se preocupaba de que los estadounidenses estuvieran ahorrando mucho, lo que reduciría el PIB. No es solo que las clases más bajas se estuvieran viendo aplastadas, estaban pidiendo prestado en un intento desesperado de mantenerse a flote.
 
En lo que podría llamarse su discurso de despedida, Lindsey hablaba en la reunión del FOMC de septiembre de 1996
Mr. LINDSEY: Nuestra suerte está a punto de acabarse en los mercados financieros a causa de lo que yo consideraría la maldición del jugador: Hemos ganado hasta ahora, mantengamos el dinero sobre la mesa. (…) Pero los costes a largo plazo de una burbuja para la economía y la sociedad son potencialmente grandes. Incluyen una reducción en la tasa de ahorro a largo plazo, una distribución de la riqueza aparentemente al azar y el desvío del escaso capital financiero [y] humano de la adquisición de riqueza. (…) Creo que es mucho mejor que [hagamos estallar la burbuja bursátil] mientras parece espumear y antes de que lleve a la economía a alturas estratosféricas. Cuando lo hagamos, va a ser doloroso de todas maneras. (…) Si los optimistas se equivocan. Entonces de hecho no solo se habrá acabado nuestra suerte, sino también la de los mercados y de la economía. Gracias.
PRESIDENTE GREENSPAN: Dicho esto, podemos ir a tomar un café.
Greenspan se sentó y tomó café durante los siguientes 10 años. Reventó el mercado bursátil, luego los mercados hipotecario y del crédito, mientras el tipo de personajes que llegaban a la cumbre en Wall Street eran tales que no les comprarías un coche usado.
 
Los estándares empezaron a erosionarse.
 
En 2001, David Tice testificaba ante el Comité de Servicios Financieros de la Cámara: “Los gestores de fondos más imprudentes, los auditores más imprudentes, los banqueros inversores más imprudentes, los cargos corporativos más imprudentes ganaron la mayoría del dinero. Así que había incentivos cada vez mayores para promover a los tipos más imprudentes”. Entretanto, “los consejeros delegados más imprudentes contrataban a los directores financieros más imprudentes”.
 
Esto pasaba en 2001, una generación de CEO antes de que quienes fueron promocionados y llegaron a la cumbre nos echaran por el despeñadero, como cabría esperar de estos tipos.
 
Pero los peores mafiosos del país habían gravitado hacia el Consejo de la Reserva Federal. Para impedir que la economía se derrumbara, manipularon más mercados que el Politburó.
 
Se acaban de publicar las transcripciones de las reuniones de 2004 del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal (el FOMC).
 
En la reunión de marzo de 2004, el gobernador de la Reserva Federal, Donald Kohn indicaba la misión del FOMC: “La acomodación de la política (y la expectativa de que persista) está distorsionando los precios de los activos. La mayoría de la distorsión es deliberada y un efecto deseable de la postura de la política. Hemos intentado rebajar los tipos de interés por debajo de los tipos de equilibrio a impulsar los precios de los activos”.
 
En otras palabras, la política de la Reserva federal era distorsionar los precios de los activos. Kohn también decía que era algo deliberado y deseable. En otras palabras, los precios distorsionados de los activos no eran una consecuencia desafortunada de esta o esa política de la Fed. El objetivo de la Fed era distorsionar los precios de los activos.
 
Kohn continuaba: “Es difícil evitar la sospecha de que la menos en torno al margen algunos precios y relaciones entre precios han ido más allá de una respuesta económicamente a una política de facilitación. Los precios de las viviendas caen en esta categoría”.
 
Fíjense: la Fed estaba aumentando deliberadamente los precios de las viviendas.
 
La semana pasada escribí acerca de las transcripciones de 2004 en mi blog. Habiendo leído todas las transcripciones desde 1994, puedo decir que esta última remesa es distinta. La Fed tenía ahora (en 2004) tasas del Tesoro a largo plazo dentro de una banda estrecha, en beneficio del carry trade. La FOMC estaba entonces gestionando el tamaño del carry trade y Greenspan estaba entonces preguntándose si los gestores de fondos de inversión estaban equilibrando apropiadamente la extensión de la duración de las garantías hipotecarias debido a los cambios en los tipos de interés.
 
Era 2004 y ahora sabemos en cuánto fracasó este esfuerzo de planificación centralizada. Ahora en 2010, ¿qué demonios trata de gestionar el FOMC para impedir un golpe aún más duro? Quienes tengan acciones, que tomen nota.
 
Al jubilarse, Alan Greenspan afirmó que realmente no se dio cuenta de las viviendas subprime hasta finales de 2005. Puede ser un tipo particularmente poco curioso.
 
El centro del universo subprime era Irvine, California. Lincoln Savings and Loan estaba en Irvine, California. No era una coincidencia. Algunos de los mismos personajes que habían utilizado su “combinación de ingenio nativo y acceso al apalancamiento” en la década de 1980 habían vuelto.
En 2005, New Century (35.000 millones de dólares), Option One (29.000 millones) y Ameriquest (19.000 millones), todas de Irvine vendieron 83.000 millones en préstamos subprime en 2005. Solo subprime. En un solo año.
 
Todo Estados Unidos compró el equivalente a 161.000 millones en todo tipo de hipotecas en 1992.
¿Y cuál es hoy la política de la Fed? Lo decía Donald Kohn en el otoño de 2009:
Recientemente, la mejora, en apetito de riesgo y condiciones financieras, respondiendo en parte a acciones de la reserva Federal y otras autoridades, ha sido un factor crítico en permitir que la economía empiece a moverse más arriba después de una depresión muy profunda. (…) Los bajos tipos de interés del mercado deberían continuar para inducir a los ahorradores a diversificar en activos más arriesgados, lo que contribuiría a una mayor inversión en el vuelo de la liquidez y la seguridad que ha caracterizado los últimos años.
Así que ahí lo tenemos: una razón para la política de tipos de interés cero de la Fed, en palabras del antiguo miembro del Consejo de la Reserva Federal: “es [como] un medio por el que los fuertes pueden explotar más eficazmente a los débiles. Los posicionados estratégicamente y bien organizados pueden beneficiarse a costa de los desorganizados y ancianos”.
Los viejos no pueden vivir en el 0%, así que la Fed ha conseguido dirigirlos a activos más arriesgados.

Conclusión

El presidente Greenspan fue un presidente fiduciario para una época fiduciaria. Su historial se exageró para acceder a un cargo de responsabilidad donde Justificaría esa “especial confianza” que le habían mostrado en 1983.
 
Los estadounidenses se vieron seducidos por sus presencias en televisión, que le daban más credibilidad simplemente porque era el centro de atracción. Los estadounidenses también se vieron engañados por economistas corruptos, que se anunciaban como expertos. Crearon un sistema que necesitaba constantes inyecciones de propaganda, convenciendo a los estadounidenses de que se estaban enriqueciendo cuando se estaban empobreciendo. En 2001 los “mañosos y listos” tenían que ser “los auditores más imprudentes [y] los banqueros inversores más imprudentes”, ya que sus negocios eran ajenos a cualquier función económica real. Así que “la fe fundamental en la justicia de nuestras instituciones y nuestro Gobierno se ha deteriorado”.

Publicado el 15 de junio de 2010. Traducido del inglés por Mariano bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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