Entre las muchas causas que se mezclaron para detonar el inicio de la Gran Recesión en 2008, de la que el mundo no se ha recuperado cabalmente, el endeudamiento excesivo de gobiernos y/o particulares jugó un papel estelar, sobre todo en las naciones desarrolladas.
De ese desastre financiero hay muchos culpables, sobre todo el banco central de EE.UU. —el Sistema de la Reserva Federal, el Fed— por su contribución a crear una burbuja crediticia gigantesca en bienes raíces, que se agravó con sus enormes déficit externos financiados con ahorros del resto del mundo, en especial de China.
Dos paradojas marcaron esta debacle. La primera fue que no se extendió a los mercados emergentes que asimilaron la lección de sus reiteradas crisis de los años noventa, todas ellas con un componente importante de deuda excesiva, por lo que desde entonces evitaron endeudarse y acumularon crecidas reservas internacionales.
La segunda fue que la Gran Recesión se combatió con aún mayor endeudamiento y con políticas monetarias súper laxas que continúan hasta nuestros días, sobre todo en Europa y Japón, pues la incipiente pero continua recuperación de la economía de EE.UU. hizo que el Fed suspendiera sus compras de pasivos el año pasado, y se apreste a iniciar la elevación de tasas de interés el mes próximo, según varios analistas.
El desendeudamiento, factor indispensable para normalizar una situación como la descrita, se ha dado en algunos segmentos —el sector privado de EE.UU.— y países —Argentina, porque no le prestan y Arabia Saudita porque no necesita— pero en general ha seguido creciendo y en muchos casos, como el de China, de forma alarmante.
Para evitar que la Gran Recesión contagiara a los mercados emergentes, sus gobiernos emprendieron políticas de gasto deficitario anticíclico sustentadas en más deuda y creación de dinero con el fin de estimular la demanda doméstica y remplazar las exportaciones como el principal motor para lograr rápido crecimiento económico.
La fórmula funcionó para China, pero trajo consecuencias no previstas de gravedad pues su alucinante crecimiento disparó su demanda por materias primas, lo que creó una bonanza en los países productores, como Brasil y Venezuela, que sintiéndose ricos se gastaron ese maná del cielo pero además se endeudaron.
El crecimiento hacia adentro en China estimulado por una deuda pública y privada que creció de casi 80% del PIB desde 2007 para alcanzar un nivel de 240% del PIB, se invirtió en infraestructura y vivienda, que muchos consideran desperdiciosa, y donde la productividad de la mano de obra fue menor que en el sector exportador.
El resultado lo estamos viendo en una veloz desaceleración de la economía china y en el colapso en los precios de materias primas, con los consecuentes apuros en los países productores que hoy están en franca recesión pero con niveles de deuda elevados, lo que limita la posibilidad de adoptar políticas fiscales anticíclicas.
Los expertos no se ponen de acuerdo si China entrará en una recesión prolongada y profunda pero pienso que su actual situación es notablemente parecida a la de Japón antes que explotara la burbuja en bienes raíces en 1991, que lo ha tenido en un virtual estancamiento que dura casi cinco lustros, a pesar de enormes déficit públicos que hoy lo hacen el país con mayor deuda total: ¡400% del PIB!
¿Y cómo le va a México en este escenario? La caída en los precios de materias primas afectan negativamente a algunos sectores, como petróleo y cobre, al igual que a las finanzas públicas que siguen muy petrolizadas, pero por fortuna el país se halla en una situación macroeconómica sólida, con una deuda total a PIB menor al 90%.
Además, el Banco de México cuenta con reservas internacionales y posibles créditos de contingencia por 250 mil millones de dólares, una inflación controlada y un tipo de cambio consolidado, que en las últimas semanas fluctuó entre 16.35 y 16.69.
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