Thomas Paine
[Este ensayo (un virulento ataque al papel moneda y una defensa del oro y la plata como dinero de una sociedad libre) es parte de una obra más grande sobre el gobierno escrita en 1786. Aparece en Complete Writings of Thomas Paine, editado por Philip Foner, Citadel Press, 1945, pp. 405 y ss.]
Recuerdo a un granjero alemán expresando tanto en tan pocas palabras como requiere todo el asunto: “dinero es dinero y papel es papel”.
Todo el ingenio humano no puede hacer que sean otra cosa. El alquimista puede cesar en su labor y el buscador de la piedra filosofal irse a descansar, si el papel puede metamorfosearse en oro y plata o responder al mismo propósito en todo momento.
Oro y plata son emisiones de la naturaleza: el papel es emisión del arte. El valor del oro y la plata se determina por la cantidad que la naturaleza ha fabricado en la tierra. No podemos hacer que esa cantidad sea mayor o menor que la que es y por tanto el valor depende de la cantidad, no depende del hombre. El hombre no participa en fabricar oro y plata, todo lo que su trabajo e ingenio pueden lograr es recogerlos de la mina, refinarlos para su uso y darles una impresión o acuñarlos como monedas.
El ser acuñados en monedas añade mucho a su comodidad pero nada a su valor. No tiene entonces más valor del que tenía antes. El valor con está en la acuñación sino en sí mismos. Eliminemos la acuñación y permanecerá el mismo valor. Alterémoslo a voluntad o expongámoslo a cualquier desgracia que pueda pasar y aun así su valor no disminuye. Tiene capacidad para resistir los accidentes que destruyen otras cosas. Por tanto tiene todas las cualidades requeridas que puede tener el dinero y es un material apropiado para servir como dinero (y nada que no tenga todas estas propiedades puede ser apropiado para ser dinero).
El papel, considerado como material del que hacer dinero, no tiene ninguna de las cualidades requeridas. Es demasiado abundante y demasiado fácil de conseguir. Puede obtenerse en cualquier lugar y por una minucia.
Hay dos formas en las que consideraré el papel.
El único uso apropiado del papel, en el ámbito del dinero, es para escribir pagarés y obligaciones de pago sobre metales preciosos. Un pedazo de papel, así escrito y firmado, vale la suma por la que se entregue, si la persona que lo entrega es capaz de pagarlo, porque, en este caso, la ley le obligará. Pero si no él vale nada, el billete de papel no vale nada. Por tanto el valor de tal billete no está en el propio billete, pues no es sino papel y promesas, sino en el hombre que está obligado a redimirlo con oro o plata.
El papel, circulando así y para este fin, apunta continuamente el lugar y persona donde y quien tiene que tener el dinero y acaba encontrando su hogar y, por decirlo así, abre el cofre del amo y paga al portador.
Pero cuando una asamblea decide emitir papel como moneda, se anula todo el sistema de seguridad y certidumbre y la propiedad queda flotando. Los billetes de papel dados y tomados entre individuos como promesa de pago es una cosa, pero el papel emitido por una asamblea como moneda es otra. Es como poner una aparición en lugar de un hombre: se desvanece al mirarla y no queda sino aire.
El dinero, cuando se considera el fruto de muchos años de industria, la recompensa del trabajo, el sudor y el esfuerzo, la dote de la viuda y la porción de los hijos y el medio de atender las necesidades y aliviar las aflicciones de la vida y hacer de la vejez un escenario de descanso, tiene en sí algo sagrado con lo que no se puede jugar o confiar a la burbuja de aire del papel moneda.
Es difícil decir por qué poder o autoridad puede una asamblea decidir hacer dinero al papel. No deriva de la Constitución, pues guarda silencio sobre el asunto. Es una de esas cosas que la gente no ha delegado y que, si se reunieran alguna vez en asamblea, no delegaría. Por tanto es una asunción de poder que no se ha concedido a la asamblea y que, un día u otro, puede ser el medio para castigar a algunos de ellos.
Enumeraré algunos de los males del papel moneda y concluiré ofreciendo medios para prevenirlos.
Uno de los males del papel moneda es que convierte a todo el país en corredores de bolsa. La precariedad de su valor y la incertidumbre de su destino operan constantemente, noche y día, para producir este efecto destructivo. Al no tener ningún valor real en sí mismo depende de su apoyo ante accidentes, caprichos y juergas y como a unos les interesa depreciarlo y a otros que aumente su valor, hay una continua invención en marcha que destruye la moral del país.
Fue horrible de ver y doloroso de reconocer lo laxos que fueron los principios de justicia debido a las emisiones de papel durante la guerra. Esa experiencia debería ser una advertencia a cualquier asamblea si se aventurara a abrir de nuevo esa peligrosa puerta.
Respecto del cuento romántico, si no hipócrita de que un pueblo virtuoso no necesita oro ni plata y de que el papel servirá igual de bien, no requiere otra respuesta que la experiencia que hemos visto. Aunque alguna gente bienintencionada puede inclinarse por verlo desde este punto de vista, es seguro que los más avispados siempre hablan este idioma.
Hay un grupo de hombres que se dedican a hacer compras a crédito y a comprar propiedades para las que no tienen recursos y, tras hacer esto, su siguiente paso es llenar los periódicos con párrafos sobre la escasez de dinero y la necesidad de emisión de papel, para así tener dinero de curso legal bajo la pretensión de apoyar su crédito y, cuando se hace, depreciarlo tan rápido como puedan, conseguir un trato a bajo precio y engañar a sus acreedores y esta es la historia concisa de los planes de papel moneda.
¿Pero por qué, si las costumbres universales del mundo han establecido el dinero como el medio de tráfico y comercio más cómodo, debería preferirse el papel al oro y la plata? Los productos de la naturaleza son indudablemente tan inocentes como las del arte, y en el caso del dinero lo son abundantemente, si no infinitamente más. El amor al oro y la plata pueden producir codicia, pero la codicia, cuando no se relaciona con el engaño, no es propiamente un vicio. Es frugalidad llevada al extremo. Pero los males del papel no tienen fin. Su valor incierto y fluctuante está continuamente despertando o creando nuevo planes de engaño. Todo principio de justicia queda en el alero y se disuelven los lazos sociales. Por tanto, la supresión del papel moneda podría muy apropiadamente haberse considerado como algo que previene el vicio y la inmoralidad.
La excusa del papel moneda ha sido que no había suficiente oro y plata. Esta, lejos de ser una razón para la emisión de papel, es una razón contra él.
Como el oro y la plata no son productos de Norteamérica, son, por tanto, artículos de importación y si creamos una fábrica de papel de moneda, equivale, en la medida de los posible a impedir la importación de moneda fuerte o a enviarla fuera de nuevo tan pronto como entra y al seguir esta práctica estaremos continuamente deportando metales preciosos, hasta que no nos quede nada y estemos quejándonos continuamente de la injusticia en lugar de remediar la causa.
Considerando al oro y la plata como artículos de importación, habrá con el tiempo, salvo que lo impidamos con emisiones de papel, tanto en el país como requiera la ocasión, por las mismas razones por las que hay tantos artículos importados. Pues como cada yarda de tela fabricada en el país hace que se importe una yarda menos, los mismo pasa con el dinero, con la diferencia de que en un caso fabricando la propia cosa y en el otro no. Tenemos tela por tela, pero solo tenemos dólares en papel por dólares en plata.
Respecto de la supuesta autoridad de cualquier asamblea para hacer al papel moneda o al papel de cualquier clase, dinero de curso legal o, en otras palabras, un pago obligatorio, es el intento más presuntuoso de poder arbitrario. No puede existir un poder así en un gobierno republicano: la gente no tiene libertad (ni la propiedad seguridad) cuando puede aprobarse esta práctica: y el comité que presente un informe para este fin o el miembro que actúe para ello y lo secunde merece la destitución y puede esperarla antes o después.
De todos los diversos tipos de base monetaria, el papel moneda es el peor. Tiene el menor valor intrínseco de algo que pueda ponerse en el lugar del oro y la plata. Un clavo o un abalorio lo superan con mucho. Y habría más justificación en hacer de estos artículos moneda de curso legal que en hacerlo con el papel.
Fue la acuñación de monedas envilecidas y su establecimiento como monedas de curso legal uno de los principales medios de la expulsión final del poder de la familia Estuardo en Irlanda. El artículo merece la pena recitarse, ya que muestra un gran parecido con el proceso realizado con el papel moneda.
Bronce y cobre de la peor calidad, viejos cañones, campanas rotas, utensilios domésticos se recogieron asiduamente y de cada libra de peso de esos viles materiales, valorada en cuatro peniques, se acuñaron y circularon piezas por la cantidad de cinco libra de valor normal. Pero la primera proclamación de que serían corrientes en todos los pagos a y desde el rey y los súbditos del reino, excepto en asuntos de importación de bienes extranjeros, dinero entregado en custodia o debido a hipotecas, letras o bonos y Jacobo prometió que si el dinero se denunciaba, lo aceptaría en todos los pagos o lo satisfaría por completo en oro y plata. El valor nominal aumentó en las posteriores proclamaciones, se eliminaron las restricciones originales y este dinero envilecido se ordenó que debía aceptarse en todo tipo de pagos. Como el bronce y el cobre se hicieron escasos, se hicieron de materiales aún más viles, de hojalata y peltre y las viejas deudas de miles de libras se pagaron con piezas de vil metal equivalentes a treinta chelines de valor intrínseco. (Leland, History of Ireland, vol. iv. p. 265.).
Si el rey Jacobo hubiera pensado en el papel, no hubiera tenido el problema ni el coste de recoger bronce y cobre, campanas rotas y utensilios domésticos.
Las leyes de un país tendrían que ser el patrón de equidad y estar calculadas para imprimir en las mentes del pueblo la moral, así como las obligaciones legales de justicia recíproca. Pero las leyes de curso legal de cualquier tipo funcionan destruyendo la moralidad y disolviendo, bajo supuesta legalidad, lo que tendría que ser el principio de legalidad a apoyar, de justicia recíproca entre los hombres y el castigo de un miembro que promueva esa ley tendría que ser la muerte.
Cuando la recomendación del Congreso, en el año de 1780, de abolir las leyes decurso legal se presentó ante la Asamblea de Pennsylvania, al emitir los votos, a favor y en contra de una propuesta para abolir esas leyes, los votos fueron iguales y el voto decisivo lo tenía el presidente, el coronal Bayard.
“Doy mi voto”, dijo, “a la derogación, desde una conciencia de justicia: las leyes de curso legal operan para establecer iniquidad por medio de la ley”. Pero cuando se presentó la propuesta, la Cámara lo rechazó y las leyes de curso legal continuaron siendo un medio para el fraude.
Si algo tuviera o pudiera tener un valor igual al oro y la plata, no necesitaría ninguna ley de curso legal y si no tuviera ese valor no tendría que existir esa ley y por tanto todas las leyes de curso legal con tiránicas e injustas y calculadas para apoyar el fraude y la opresión.
La mayoría de los defensores de las leyes de curso legal son quienes tienen deudas pendientes y se refugian en dichas leyes para violar sus contratos y engañar a sus acreedores. Pero como ninguna ley puede garantizar que se realice un acto ilegal, el modo apropiado por tanto de proceder, si dichas leyes fueran aprobadas en el futuro, sería desterrar y ejecutar a los miembros que actuaron y secundaron esa propuesta y poner al deudor y al acreedor en la misma situación en la que estaban, entre sí, antes de que se aprobara dicha ley.
Los hombres tendrían que temblar ante la idea de un acto tan descarado de injusticia. Es vano hablar de restaurar el crédito o quejarse de que el dinero no puede tomarse prestado con interés legal, hasta que toda idea de leyes de curso legal no sea reprobada y extirpada total y públicamente de entre nosotros.
Respecto del papel moneda, se mire como se mire, es en el mejor de los casos una burbuja. Considerado como propiedad, es incoherente suponer que el aliento de una asamblea, cuya autoridad expira en un año, pueda dar al papel el valor y duración del oro. No pueden ni siquiera asegurar que la próxima asamblea lo acepte como pago de impuestos. Y por el precedente (pues no hay autoridad) de que una asamblea fabrique papel moneda, otra puede hacer lo mismo, hasta que se expulsen completamente la confianza y el crédito y todos los males de la depreciación actúen de nuevo. Por tanto, la cantidad de papel moneda es esta, que es la descendencia ilegítima de las asambleas y cuando expira su año, deja un vagabundo a manos del público. (…)
El papel moneda es como la bebida, da durante un momento una sensación engañosa, pero disminuye gradualmente el calor natural y deja al cuerpo peor de lo que lo encontró. Si no fuera así y pudiera hacerse dinero a placer a partir del papel, todo soberano en Europa sería tan rico como gustara. Pero la verdad es que es una burbuja y su propósito es vano. La naturaleza ha proporcionado los materiales adecuados para ser dinero: oro y plata y cualquier intento que hagamos por rivalizar con ella es ridículo. (…)
El papel moneda aparece a primera vista como un gran ahorro o más bien como que no cuesta nada, pero es el dinero más reclamado. La facilidad con la que lo emite una asamblea sirve al principio como trampa para acabar atrapando a la gente. Funciona como anticipación de los impuestos del año siguiente. Si el dinero se deprecia, después de crearse, como ya he señalado, tiene el efecto de que hace fluctuar las acciones y la gente se convierte en corredores de bolsa para hacer recaer la pérdida en otros.
Si no se deprecia se recaudará entonces en impuestos al precio del dinero fuerte: porque la misma cantidad de producción o bienes que procuraría un dólar en papel para pagar impuestos, procuraría uno de plata para el mismo fin. Por tanto, en cualquier caso de papel moneda es más querido por el país que el dinero fuerte, por todo el coste del papel, impresión, firma y otros costes adicionales y que al final acaban en el fuego.
Supongamos que la asamblea emite cada año cien mil dólares en papel moneda y que la misma suma se recauda cada año en impuestos. No habría más de cien mil dólares en ningún momento. Si el gasto de papel e imprenta y de las personas que atienden la imprenta cuando se imprimen las hojas, firmantes, etc. fuera del 5%, es evidente que en el curso de veinte años de emisiones, los cien mil dólares costarán al país doscientos mil dólares. Debido a las facturas de los fabricantes de papel e impresores y el coste de supervisores y firmantes y otros cargos adicionales, en ese momento equivalen a tanto como equivale el dinero, pues las sucesivas emisiones no son sino una reacuñación de la misma suma.
Pero el oro y la plata solo tienen que acuñarse una vez y durarán cien años (mejor que el papel en un año) y al final de los tiempos seguirán siendo oro y plata. Por tanto, el ahorro para el gobierno, al combinar su utilidad y seguridad, con la del banco al proporcionar dinero fuerte, será una ventaja para ambos y para toda la comunidad.
El alegato contra esto, después de esto, será que el gobierno no toma prestado tanto del banco ni el banco entrega más billetes de los que pueda redimir y por tanto, si debe hacerse algo de este tipo, la mejor forma será empezar con una suma moderada y observar su efecto. El interés dado al banco opera como recompensa por la importación de dinero fuerte y puede no ser más que el dinero gastado en la emisión de papel moneda.
Publicado originalmente el 24 de abril de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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