Si contemplamos la mesa de billar y nos fijamos en el tamaño y velocidad de las distintas bolas, la resultante de su choque es clara: la economía mundial se va a desacelerar, no a detener
ÁLVARO ANCHUELO
Una inversora observa una pantalla con información bursátil en una compañía de corretaje en Shanghái. (EFE)
Desde hace años han sido China y los países emergentes quienes, gracias a sus espectaculares tasas de crecimiento, han impulsado la economía mundial. Desde finales de agosto ese panorama, que dábamos por supuesto, se ha transformado radicalmente. En esas fechas, los problemas que se venían gestando en China salieron a la luz al hundirse la bolsa de Shanghái, que ha perdido casi la mitad de su valor.
Esos problemas financieros no son más que la manifestación de problemas reales más profundos. Las tasas de crecimiento chinas con dos dígitos se han terminado. Las autoridades afirman que el crecimiento sigue siendo fuerte, del 7%. Nadie lo cree. La tasa verdadera es difícil de saber, debido a la escasa fiabilidad de las estadísticas chinas, lo que ha exacerbado los temores. Los analistas sitúan el crecimiento en, como mucho, el 5% (probablemente menos), basándose en la evolución de variables como el transporte de mercancías o el consumo de electricidad.
China se enfrenta a una difícil transición, desde un modelo de crecimiento basado en la exportación y las manufacturas, a otro en el que el consumo interno y los servicios tomen el relevo. La necesidad simultánea de otra transición, la política hacia la democracia, influye en la situación económica (y viceversa). El país cuenta para ello con cierto colchón de seguridad, pero no debería confiarse. El banco central chino posee una enorme cantidad de reservas exteriores. Sin embargo, pese a las restricciones legales a la salida de capitales, éstos salen de China en estampida. De ahí la dificultad de combatir el enfriamiento económico bajando los tipos de interés (aunque estén en niveles relativamente altos) o permitiendo la devaluación de la moneda. Tales medidas acelerarían la fuga de capitales. El mayor margen de actuación lo tiene la política fiscal, e incluso éste resulta engañoso, porque las administraciones localesacumulan importantes deudas como resultado de un mal diseñado plan de estímulo aplicado en 2009 y, si acaba siendo necesario nacionalizar bancos o grandes empresas para no dejarlos caer, la deuda estatal puede crecer rápidamente, como bien sabemos por experiencia en España.
Las tasas de crecimiento chinas con dos dígitos se han terminado. Las autoridades afirman que el crecimiento sigue siendo fuerte, del 7%. Nadie lo cree
Como China se ha convertido por tamaño, aunque no en términos cualitativos, en la primera economía mundial (produce el 17% del PIB global, frente al 16% de Estados Unidos) lo que allí sucede nos concierne a todos. Si China se resfría, la economía mundial tiene que estornudar. Eso es exactamente lo que está sucediendo.
La producción china tiene un gran componente industrial y es intensiva en el uso de materias primas. El gigante asiático ha importado masivamente petróleo, aluminio, níquel, cobre, hierro, carbón… convirtiéndose en el primer consumidor mundial, o en uno de los primeros, de toda esa gama de bienes. Esta insaciable propensión a importar materias primas ha sido la vía por la que el espectacular crecimiento chino se ha contagiado a muchos otros países, que las exportan. El contagio continúa, solo que ahora actuando en sentido contrario. Los problemas chinos han derrumbado como un castillo de naipes los precios de las materias primas. Esto ha afectado a numerosos países emergentes alrededor del mundo. La lista es larga: Brasil, Rusia, Indonesia, Turquía, Angola, Argentina… Incluso economías avanzadas, como Australia o Canadá, se han resentido.
Es cierto que muchos de países emergentes afrontan las dificultades con una situación de partida mejor que en crisis anteriores: tienen más reservas internacionales, menos deuda externa y tipos de cambio flotantes en vez de fijos. Los problemas, no obstante, existen: caída de las exportaciones, desaceleración del PIB, fuga de capitales, depreciación de sus monedas, entre otros.
Afortunadamente, el otro motor de la economía mundial, Estados Unidos, ha retomado la senda del crecimiento. Su economía equivale en tamaño real a la china y sigue superándola ampliamente en términos cualitativos. El PIB norteamericano aumenta a un respetable 3,7%. No es una cifra comparable a las antiguas tasas chinas, pero sí un ritmo alto para una economía avanzada. En 2014 se crearon 3 millones de empleos y este año se esperan otros 2.5 millones. La tasa de paro está en un nivel reducido (5,1%), aunque enmascare fenómenos de subempleo, pues existen 6 millones de trabajadores a tiempo parcial que preferirían trabajar a tiempo completo.
En medio de este convulso panorama económico mundial, la reciente decisión de la Reserva Federal de no subir el tipo de interés ha supuesto un rayo de esperanza. Es necesario que las grandes economías actúen con un mínimo de coordinación para suavizar los ajustes. Aparentemente, Estados Unidos podría desentenderse de China, pues lo que exporta allí equivale únicamente al 0,7% de su PIB. Algunas voces, basándose solo en la situación interna estadounidense, pedían una subida de tipos, que habría sido la primera desde 2006. Desde el punto de vista de la economía mundial, habría sido un grave error. Una subida intensificaría la salida de capitales de China y de los emergentes, atraídos por esas rentabilidades más altas. Otros datos internos de Estados Unidos, como una inflación casi cero (provocada por la caída del precio de las materias primas y la fortaleza del dólar) o el debilitamiento de la creación de empleo, desaconsejaban asimismo la subida.
Japón tampoco aportará mucho al crecimiento mundial, pero también ha dejado de restar. El PIB crece de nuevo, aunque sea a un raquítico 0,8%
En cuanto al resto de las economías avanzadas, por completar el panorama, aunque no aportarán mucho al crecimiento, tampoco restarán como en el pasado. En la Unión Europea, la modesta recuperación se consolida. El PIB está creciendo un 1,4% en la zona del euro. La política monetaria, por fin, ha respondido adecuadamente a la situación gracias al programa de compra de activos, que probablemente deba ser prorrogado. La política fiscal, dividida entre soberanías nacionales, atada por normas supranacionales, con diferencias radicales entre los países del norte y del sur, sigue siendo un instrumento sacrificado a los prejuicios ideológicos de los actuales dirigentes alemanes.
Japón tampoco aportará mucho al crecimiento, pero también ha dejado de restar. El PIB crece de nuevo, aunque sea a un raquítico 0,8%. En vista del envejecimiento de su población y de las secuelas de su eterna crisis (como una deuda pública bruta del 245% del PIB) poco más cabía esperar.
En resumen, si contemplamos la mesa de billar y nos fijamos en el tamaño y velocidad de las distintas bolas, la resultante de su choque es clara (al menos, en la medida en que la ciencia económica es capaz de hacer predicciones): la economía mundial se va a desacelerar, no a detener; perderá fuelle, sin estancarse. Los países avanzados toman, con menos bríos, el relevo de los emergentes.
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