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miércoles, 19 de agosto de 2015

Liberalismo (y no democracia) es proteger al individuo de la ignorancia y capricho de la mayoría

por Juan Ramón Rallo

 
 
Después de María Blanco, Almudena Negro (I y II) y Santiago Navajas, se suma al debate sobre liberalismo y democracia Jorge Vilches. Voy a resumir esquemáticamente los argumentos empleados por Vilches para luego responder:
  1. De acuerdo con la lectura que efectúa Jorge Vilches sobre mi artículo “Podemos y el fracaso de la democracia participativa” podría resumirse en que la única salida de la democracia es el “voto racional fundado en el cálculo económico”. Para ello, me basaría en el “anticuado” libro de Anthony Downs que describe al elector como un egoísta ilustrado que usa la calculadora para votar y donde la democracia queda reducida a una “fórmula de convivencia económica global”.
  2. Me reprocha Vilches que considere democracia a la democracia participativa porque ésta, tal como yo mismo digo, está condenada a fracasar por ser contraria a las elecciones plurales, libres y periódicas que son la base de los regímenes políticos occidentales.
  3. La teoría del votante racional de Downs no es válida porque el ciudadano no es una máquina calculadora y existen multitud de motivaciones distintas. A su entender, la teoría económica no explica elementos clave de la política como la volatilidad del voto, la importancia de la comunicación, el peso de la imagen del líder, o aspectos culturales y emocionales de los votantes. En este sentido, Vilches añade otras dos teorías, aparte de la de Downs, para explicar el comportamiento del votante: la conductista, que presenta al ciudadano como muy influenciable durante la campaña electoral; y la motivación cultural, que explica el voto por elementos históricos, culturales o familiares.
  4. El problema de fondo de mi tesis es que no utilizo un concepto adecuado de democracia que, como ya pusiera de manifiesto Tocqueville, no consiste sólo en votar. La democracia, para Vilches, no es sólo convertir un conjunto de voluntades individuales en una sola orgánica, sino derechos individuales, checks and balances o seguridad jurídica. La historia, de hecho, ha probado que democracia y liberalismo son inseparables.
  5. Oponerse a la extensión de la democracia es economicismo y “hacerle el juego a la izquierda”. Si el sistema no funciona bien, debe reformarse, no reemplazarse.
Resumido, espero que fielmente, el artículo de Jorge, procedo a replicar cada uno de estos puntos:
 
1) La tesis de mi artículo no es que la única salida a la democracia sea el voto racional fundado en el “cálculo económico”. Mi argumento no es —tampoco el de Downs— que el votante sólo deba votar con consideraciones económicas en la cabeza y que, si no se comporta así, estará votando erróneamente. No: mi artículo pretende mostrar las debilidades fundamentales de toda organización democrática como mecanismo coactivamente centralizador de la toma de decisiones frente a las interrelaciones bilaterales y consentidas en sociedad (debilidades en materia de: a) incentivos, b) información, c) agregabilidad de preferencias, d) sesgos de decisión). Y son debilidades no sólo con respecto a la economía, sino con respecto a cualquier otro ámbito donde se diluyan las preferencias, las ideas o los valores de las minorías en un mecanismo de toma colectiva de decisiones sobre el cual no hayan mostrado su consentimiento… por mucho que ese mecanismo de toma colectiva de decisiones adopte una forma democrática.
 
Uno de los múltiples problemas de la democracia (no el mayor, conste) es el problema de la ignorancia racional de los votantes: a saber, que los votantes no tienen incentivos a participar informadamente a los comicios electorales. Y este problema quedaba perfectamente ilustrado en las primarias de Podemos: coste de participar informadamente alto; provecho de participar informadamente cuasi inexistente. No hay que confundir el análisis económico del comportamiento de las personas (en este caso, cuál es su estructura de incentivos) ni con que el comportamiento de las personas sólo deba analizarse desde una perspectiva económica (no sólo los incentivos importan), ni, sobre todo, con la proposición de que los agentes son tanto más racionales cuanto más se centran en lo económico y se despreocupan del resto de consideraciones humanas y divinas. Me temo que Vilches ha confundido la tesis de mi artículo con estas dos últimas proposiciones que son claramente equivocadas (sobre todo la última).
 
2) El siguiente reproche que me efectúa Vilches es que confunda la democracia con la democracia Sí, con la democracia participativa. Uno entendería que se reprochara la confusión de la democracia liberal, occidental o representativa con la democracia participativa, pero no entre el género (democracia) con la especie (democracia participativa). Por supuesto que la democracia participativa lesiona las libertades individuales y constituye un absoluto fracaso: pero eso no demuestra que no sea un tipo de democracia. En realidad, prueba justo lo contrario: esto es, que existen democracias que anulan las libertades de las personas justamente por la concurrencia de defectos que se apuntaban más arriba. Intentar blindar el sacrosanto término de “democracia” excluyendo del género a aquellas especies que resultan incómodas no prueba que la democracia, como gobierno del pueblo, sea sacrosanta, sino que vamos redefiniendo el término según el caso que queramos probar.
 
3) Sobre Downs: mucho me temo que Jorge está malinterpretando totalmente el libro del economista estadounidense. Downs no dice que los votantes, antes de votar, saquen la calculadora cuales contables para estudiar si les sale a cuenta hacerlo o no, y que se mantengan aislados del entorno o de la campaña. Downs simplemente constata una evidencia: informarse para votar es costoso (mucho que leer, que escuchar, que aprender, que procesar, que comparar…) y un voto individual no tiene influencia alguna sobre el resultado total: por consiguiente, los incentivos electorales para votar informadamente son nulos. Que no haya incentivos para votar informadamente ni significa que no se vaya a votar (sólo que no se va a votar informadamente) ni, por supuesto, que el votante —justamente porque está desinformado— no sea altamente influenciable por el entorno o la propaganda. Por ejemplo, según Downs: “Tan pronto como consideramos que el votante es ignorante, el camino desde las preferencias hacia el voto se oscurece. Aunque algunos votantes prefieran que gane aquel partido que sea más beneficioso para ellos, otros no tienen claro a cuál prefieren. No tienen claro qué les sucederá si gana un partido o el otro. Necesitan más información para formarse una preferencia clara. Y al proporcionar esta información, los persuasores pueden ser muy eficaces. Los persuasores no están interesados en ayudar a la gente indecisa: intentan que la gente tome aquella decisión que les favorezca a ellos. Por consiguiente, los persuasores proporcionan sólo aquella información que rema en favor de su causa”. ¿Dónde dice Downs que los votantes sean insensibles al entorno, a la campaña o a la manipulación? En ningún lado: justamente son altamente sensibles a ello porque no poseen toda la información relevante (dado que es costoso adquirirla). De este presupuesto, de hecho, se deriva toda la teoría de Downs sobre la acción de los lobbies para orientar la agenda pública (con la connivencia del votante racionalmente ignorante) hacia su agenda privada.
 
Asimismo, Downs tampoco predice que ningún votante vaya a informarse a menos que pueda sacar algún tipo de rédito económico: él mismo señala que la obligación cívica o el deseo de influir sobre otros (no necesariamente por motivos crematísticos) pueden llevar a algunas personas a informarse (la lógica de la democracia deliberativa es precisamente esa: las personas mejor informadas convencerán a los poco informados y se alcanzará una decisión correcta mediante semejante deliberación). Sólo pronostica que esos casos serán minoritarios y asimétricos, de manera que nada asegura que el resultado electoral se corresponda con la información disponible al respecto.
 
Acaso a Jorge le parezca que el libro de Downs está anticuado por ser de 1957. Puede estarlo, pues en medio siglo la ciencia política ha avanzado mucho. Pero eso no prueba que su tesis central sea errónea, sino en todo caso que requiere de una actualización y sofisticación. Por ejemplo, la de Ilya Somin en Democracy and Political Ignorance, que en 2013 defendía exactamente la misma tesis de fondo que Downs pero con mejores argumentos, con mucho mayor respaldo empírico y llegando a conclusiones mucho más liberales que Downs.
 
De hecho, en el fondo Vilches sólo está validando la tesis de Downs: cuando reconoce que el votante puede votar o movido por la propaganda de la campaña electoral o influido por su entorno familiar-cultural, lo que está admitiendo es que el votante no vota de manera informada y ponderada, sino movido por prejuicios, embustes, emociones e intereses creados. ¿De tal maraña de motivaciones no razonables va a emerger una decisión política razonable? Mucho me temo que no, lo que sólo hace que reforzar la crítica a la democracia.
 
4) Pero, al respecto, Vilches también me reprocha que reduzca el concepto de democracia a transformar un conjunto de voluntades individuales en una sola orgánica. Bueno, como ya he indicado en otras ocasiones, ésta no es una definición personal, sino coincidente con la que ofrece la Universidad de Stanford. Las características que Jorge añade a su definición de democracia (derechos individuales, checks and balances o seguridad jurídica) no son principios democráticos, sino liberales. El único derecho individual que lleva implícita la democracia, qua democracia, es el de participar en la toma de decisiones colectivas (y acaso, podría argumentarse, aquellos otros que sean instrumentalmente necesarios para ejercer éste): pero nada más. Si el pueblo es soberano y el pueblo gobierna, el pueblo es la fuente última de legitimidad… incluso para socavar los derechos de las personas. La filosofía política que reivindica los derechos de los individuos frente al poder organizado no es la democracia, sino el liberalismo: y por eso algunos reivindicamos la filosofía política liberal frente al imperialismo democrático. Porque en sociedad debe primar en tantos ámbitos como sea posible (sin duda, en muchísimos más que los actuales), la libertad de cada individuo para decidir sobre su vida y, consensualmente, sobre la vida de los demás. Y debe primar incluso frente a la decisión democrática de anular tales ámbitos de decisión, como sucede hoy en día en España, en toda Europa y también en EEUU: la mayoría no debe doblegar las libertades individuales por muy mayoría que sea. Y si algo prueba la historia es que la hiperlegitimidad democrática —frente a la hiperlegitimidad de las libertades individuales— ha permitido justificar la conculcación de numerosísimas libertades (baste echarle un ojo a cualquier constitución occidental actual: del gobierno limitado hemos pasado al gobierno ilimitado).
 
Con ello no quiero negar que el democratismo no haya podido reforzar algunas libertades básicas como la libertad de asociación, de expresión o de conciencia. Como digo, está implícito en la democracia la defensa instrumental de aquellos derechos que sean necesarios para ejercer el auténtico derecho democrático, que es el de votar. Por tanto, si socialmente otorgamos una hiperlegitimidad a la democracia, de refilón también lo haremos a aquellas libertades instrumentales para la democracia. En este sentido, bienvenida sea la feliz coincidencia: se defiende lo correcto por los motivos incorrectos, pero bien está. Ahora, todas aquellas libertades que no son instrumentales para la democracia se hallan bajo la amenaza potencial de ser totalmente conculcadas por la asamblea democrática (sin que la Constitución, que emana del pueblo, sea un límite efectivo a una voluntad mayoritaria por abolirlas): no sólo las libertades económicas, sino también la educativa, la sexual, la de disponer del propio cuerpo, etc. Diría incluso más: hoy en día, el uso de aquellas libertades instrumentales para la democracia (la de expresión o conciencia, por ejemplo) en una forma que ponga en peligro la democracia también se está poniendo cada vez más en tela de juicio justamente apelando a la legitimidad democrática (por ejemplo, la censura de aquellos textos “satánicos” que pongan en peligro la democracia o prohibición de asociaciones políticas consideradas antidemocráticas; o la necesidad de adoctrinar a los ciudadanos con valores “cívicos”).
 
A este respecto, me sorprende que Vilches me remita a Tocqueville para ilustrar que la democracia no es sólo votar, sino también un entramado institucional respetuoso con las libertades. Justamente Tocqueville describía la democracia del siguiente modo: “Todas las veces que el gobierno de un pueblo es la expresión sincera y permanente de las voluntades de la mayoría, ese gobierno, cualesquiera que sean sus formas, es democrático (…) Si la mayoría de los ciudadanos se revuelve contra los instintos de igualdad que le son naturales en favor del orden y de la estabilidad del gobierno y consiente en revestir de todas las atribuciones del poder ejecutivo a una familia o a un hombre que dirigiéndola dependa de ella, no hay nada en ello que choque con la razón. De esa manera, se puede ver a la vez el reino de todos y el gobierno de uno solo. (…) La constitución política de los EEUU me parece una de las formas que la democracia puede dar a su gobierno, pero no considero las instituciones americanas como las única, ni siquiera las mejores, que un pueblo democrático deba adoptar”. No sólo eso, según Tocqueville: “Pertenece a la esencia misma de los gobiernos democráticos el hecho de que el imperio de la mayoría sea en ellos absoluto; pues en las democracias, fuera de la mayoría, no hay nada que resista”. Y precisamente por eso, Tocqueville defiende que la justicia (las libertades personales) deban primar sobre el derecho del pueblo a mandar: “La justicia forma el límite del derecho a mandar de cada pueblo”. Es más, en línea con el argumento central de mi artículo original, Tocqueville propugna limitar los ámbitos de decisión de la democracia para evitar la tiranía de la mayoría: “En todas las repúblicas americanas, el gobierno central se ha ocupado siempre únicamente de un pequeño número de fines cuya importancia atraía sus miradas. No ha intentado regular las cosas de la sociedad. Nada indica que haya concebido siquiera el deseo de hacerlo. La mayoría, al volverse más y más absoluta, no ha acrecentado las atribuciones del poder central; solamente lo ha hecho todopoderoso en su esfera. Así, el despotismo puede ser muy pesado en un punto, pero no puede extenderse a todos”. Lo dicho: más libertades individuales y menos estatismo, por muy democrático que éste sea.
 
5) No sé qué tiene de economicista defender las libertades individuales en todos los ámbitos (no sólo el económico, aunque también el económico) frente al diktat de la mayoría. No sé qué tiene de economista apuntar a que la democracia, como mecanismo de toma colectiva de decisiones, es mucho más imperfecta que los tratos multilaterales de carácter voluntario. No sé qué tiene de economicista señalar que no existe tal cosa como “voluntad del pueblo”, pues toda presunta voluntad orgánica es un conjunto de preferencias de una parte de la sociedad agregadas de manera arbitraria. No sé qué tiene de economicista pedir más sociedad y menos Estado. Y precisamente por ello tampoco sé por qué motivo hay que reformar lo irreformable en lugar de reclamar que las libertades individuales ganen preponderancia frente al Estado, democrático o no democrático. Si, por ejemplo, lo injusto y lo disfuncional es que la asamblea democrática decida la educación de mis hijos, la forma de “reformar” esa injusticia y disfuncionalidad no es mejorando los procesos democráticos para que la asamblea decida mejor la educación de mis hijos: la forma de reformarlo es que la asamblea deje de decidirlo, esto es, que ese ámbito de nuestras vidas se reconozca fuera del ámbito de decisión democrática y regrese a la sociedad. De nuevo, no veo nada de economicismo ahí. Veo liberalismo puro y duro: a saber, la defensa radical de que el poder coactivo debe limitarse al máximo (tanto en contenido como en extensión), aun cuando venga refrendado por una democracia.
 
Sólo una reflexión final que va más allá del artículo de Vilches. Me sorprende que tantos liberales estén mostrando su sorpresa o reacción airada a un artículo que simplemente refleja consensos bastante amplios en la academia: la ignorancia racional del votante, el teorema de la imposibilidad de Arrow, o los sesgos decisorios de los votantes. Parecería que existe un tabú a la hora de criticar la democracia o un intento de apropiarse y colonizar el término en favor el liberalismo. Si se trata de esto último (“dado que la democracia tiene buena prensa, asociemos liberalismo con democracia para ganar predicamento”), pues allá cada cual. Ahora bien, si se trata de un tema verdaderamente doctrinal —democracia y liberalismo son indistinguibles— ya me parece más preocupante. Sólo definiendo democracia de una forma tan particular que sea indistinguible del liberalismo, semejante operación puede tener algún viso de coherencia. Pero me parece un grave error intelectual proceder de este modo: ni el significado histórico de democracia ha sido ése; ni su sentido etimológico es ése; ni el debate filosófico ha girado en torno a ese concepto; ni, por mucho que fusionemos democracia y liberalismo, los defectos estructurales de la democracia (que no los comparte en su mayor parte el liberalismo) se resuelven. A mi juicio, democracia y liberalismo han de estar claramente separados (aun reconociendo que pueden compatibilizarse en una democracia liberal, esto es, una democracia que reconozca la libre adscripción de cada persona a la comunidad política democrática): y han de estar claramente separados porque el liberalismo, como decía Tocqueville, ha de constituir el límite a la democracia.
 
Por resumirlo: si la democracia responde a la pregunta de cómo debe organizarse el poder, el liberalismo se plantea cuáles son los límites del poder. Y lo único que estoy señalando desde hace muchos artículos es que la organización democrática del poder no debe colonizar parcelas de vida que, para los liberales, son propias de la sociedad. Es decir, que la democracia no posee ninguna hiperlegitimidad para conculcar las libertades individuales. No sé, sinceramente, qué puede tener todo esto de controvertido para un liberal.

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