Mauricio Rojas
Nadie hubiese imaginado a mediados de 1990 que en 25 años
Perú sería uno de los países más exitosos de América Latina.
Nadie hubiese imaginado a mediados de 1990 que en 25 años Perú
sería uno de los países más exitosos de América
Latina, tras triplicar su PIB y reducir drásticamente la pobreza. En
1990 se encontraba en una situación caótica, producto de una dilatada crisis
económica que había adquirido proporciones gigantescas bajo el gobierno
populista de Alan García y una escalada de violencia política sin precedentes.
El ingreso per cápita cayó un 30% de 1987 a 1990 y la inflación pasó el 7.000%
en ese último año. Más de la mitad de los peruanos vivía en la pobreza en zonas
rurales o inmensas barriadas al margen de las instituciones. Además, extensas
regiones del altiplano estaban controladas por la brutal guerrilla maoísta
Sendero Luminoso.
Para muchos, Perú estaba a las puertas de una revolución
comunista, pero ocurrió justamente lo contrario: desde la marginalidad,
el pueblo desencadenó una revolución capitalista sin precedentes. Para ello fue
necesario el genio de Mario Vargas Llosa, la inescrupulosidad de Alberto Fujimori y el talento emprendedor de millones de peruanos.
La revolución liberal de Vargas Llosa
El aporte de Vargas Llosa fue de primer orden, señalando el
camino que el país finalmente transitaría para salir de la crisis. En 1990 fue
candidato a presidente proponiendo algo tan insólito en Perú como una revolución
liberal que abriera su economía al potencial emprendedor del pueblo. Era la
alternativa del "capitalismo de los pobres", como la llamó, en vez del
capitalismo cerrado y oligárquico del pasado.
Además, la crisis peruana era de tal gravedad que no permitía medias tintas
ni gradualidad. Ello implicaría un alto costo inicial, y sobre ello Vargas Llosa
fue absolutamente transparente. Quería ganar la elección como el hombre honesto
que es y, por supuesto, perdió.
Las sorpresas de Fujimori
Alberto Fujimori derrotó a Vargas Llosa en la segunda vuelta
de la elección presidencial de junio de 1990. De él poco se sabía, y su mayor
capital político era no pertenecer a las desprestigiadas elites del país. No
tenía un programa concreto de gobierno, sino sólo declaraciones muy vagas y,
sobre todo, la promesa de no someter el Perú a un cambio radical como el que
proponía Vargas Llosa. Pero fue justamente lo que hizo con el programa de
estabilización económica, que anunció diez días después de haber asumido el
poder. Se lo conoce como Fujishock, y luego fue completado por nuevas
medidas que lo profundizaron.
Su propósito era frenar la inflación mediante una drástica reducción del
déficit fiscal, abrir la economía peruana y reinsertarla en el sistema
financiero internacional. Se redujeron los gastos corrientes del Estado en una
cuarta parte, se eliminaron las trabas a la importación, se liberalizaron los
mercados de bienes, servicios, capitales y trabajo y se privatizó gran parte de
las empresas públicas.
El impacto inicial de estas medidas fue duro, pero a partir de 1993 se inicia
una fase de fuerte recuperación que reflejó los logros más significativos de
Fujimori: el saneamiento de las cuentas fiscales, la derrota de la inflación y
la reinserción de Perú en los mercados internacionales de capitales. Junto a
ello se deben destacar dos hechos políticos decisivos: el autogolpe del 5 de
abril de 1992 y la derrota de los grupos terroristas a partir de la captura, en
septiembre de 1992, del Presidente Gonzalo (Abimael Guzmán), líder de
Sendero Luminoso. Tanto el autogolpe como los métodos adoptados para combatir al
terrorismo retratan de cuerpo entero a Alberto Fujimori como un hombre
sin escrúpulos, dispuesto a instaurar la dictadura, el terrorismo de
Estado y las prácticas más corruptas para alcanzar sus fines.
El capitalismo de los pobres
El crecimiento iniciado en 1993 fue interrumpido en 1998 por la crisis asiática, que dio origen a cuatro años de recesión. El régimen fujimorista caerá
en noviembre de 2000, dando paso al restablecimiento de la democracia.
Es en esas condiciones que, a partir de 2002, se inicia un largo período de
extraordinario crecimiento y reducción de la pobreza. El PIB se duplica
de 2001 a 2013 y la pobreza pasa del 54,7 al 23,9%. La pobreza extrema
se reduce aún más: del 24,4 al 4,7%.
Una fuente importante de este crecimiento es la fuerte demanda internacional
de material primas, pero ello no explica que el Perú haya crecido el doble que
América Latina entre 2001 y 2014. Para entenderlo hay que analizar los factores
internos que han dinamizado el crecimiento de la economía peruana. Entre ellos
destaca su altísima tasa de informalidad.
Esto no quiere decir que la informalidad por sí sola conduzca a un resultado
como el de Perú en los últimos decenios. Es la combinación de la estabilidad
macroeconómica y las reformas liberalizadoras, con la derrota del terrorismo, la
democratización y una coyuntura global favorable, lo que ha dado al capitalismo
de los pobres un contexto adecuado para poder desarrollar todo su potencial
creativo.
La informalidad, refugio y trampolín de los pobres
Según el Instituto Nacional de Estadística del Perú, en 2012 el 74%
de la fuerza laboral (unos 12 millones de personas) tenía un empleo
informal. Esta cifra es impactante, pero representa un descenso frente a las
registradas anteriormente. Esto implica que estamos frente a un fenómeno clave
para comprender la evolución de la pobreza en Perú.
El sector informal se ha expandido en momentos de retroceso económico y se ha
contraído cuando el país crece. Es decir, la informalidad ha sido tanto el gran
refugio como el trampolín fundamental del progreso de los pobres: los ha acogido
en los tiempos difíciles y les ha permitido ampliar sus actividades, así como
pasar al sector formal cuando las condiciones han mejorado.
Los efectos más notables del dinamismo del capitalismo
informal se reflejan en a la disminución de la pobreza y en una
distribución más igualitaria del ingreso. Si Perú tuviese hoy el porcentaje de
pobres de 2001, habría 10 millones de pobres más de los que realmente hay: 17 en
vez de 7 millones. A su vez, la distribución del ingreso ha evolucionado hacia
mayores niveles de igualdad. El coeficiente de Gini ha bajado de 0,54 a 0,44
entre 1999 y 2013, y la relación entre los ingresos del 10% más acomodado y el
10% más pobre ha disminuido de 26 a 14 veces.
El Estado peruano no ha dado mucho a sus pobres, y su gran
aporte, fuera de derrotar al terrorismo, ha sido dejar de perturbar sus vidas y
obstaculizar su espíritu emprendedor. La lucha contra la pobreza la han dado y
ganado los pobres en el mercado, apoyados en sus propias redes sociales y al
margen de la legalidad oficial.
En resumen, en vez de ser un problema, como se planteaba tradicionalmente, la
informalidad ha sido la gran solución para los pobres. Esa es la gran revolución
que le está cambiando el rostro y el alma al Perú. El pueblo peruano no siguió a
Sendero Luminoso, sino el luminoso sendero del capitalismo de los
pobres.
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