Autor: Murray Rothbard
Al principio del siglo XVII, prácticamente todo el comercio exportador de Inglaterra consistía en telas de lana sin acabar, que se enviaban a Holanda para su acabado y teñido y eran reexportadas al norte a cambio de grano. En la década que siguió a la paz con España en 1604, floreció el comercio de la lana, y por tanto la economía inglesa. Pero el rechazo parlamentario a aprobar más impuestos en protesta contra la creciente presión fiscal, así como la persecución del clero puritano, llevó en 1614 a la disolución del Parlamento por la Corona.
En busca de ingresos, la Corona decidió entonces crear nuevos monopolios, y esta intromisión en el vital comercio de la lana tuvo resultados desastrosos. A partir de la propuesta de Alderman Cockayne, de la Eastland Company,el gobierno suspendió la concesión a los Merchant Adventurers (un intento de monopolio en la exportación de telas sin acabar) y prohibió completamente la exportación de telas sin acabar sobre la que se basaba la prosperidad de Inglaterra. En su lugar, se otorgó una nueva concesión a una asociación de los mercaderes de la Eastland Company y la Levant Company en una nueva compañía, los King’s Merchant Adventurers, que tuvieron un monopolio legal de la exportación de telas acabadas y teñidas, del que la mitad de los beneficios iban a pagarse a la Corona.
El gobierno inglés no se dio cuenta de que los ingleses no estaban equipados técnicamente para acabar y teñir las telas: los altos costes de acabar los productos laneros en Inglaterra dejaban un campo abierto a la aparición de una nueva industria competitiva de telas en el continente. Por consiguiente, las exportaciones laneras inglesas cayeron a un catastrófico un tercio en dos años y la abolición de la prohibición en 1616 no podía conseguir reavivar el comercio de telas. La industria inglesa abrumada a impuestos no solo tenía que competir con la industria de bajo coste del continente, sino que el estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618 produjo un envilecimiento de las monedas en todo el continente, un envilecimiento que ayudaba a las exportaciones de los países que la envilecían a costa de otros países como Inglaterra. La renovación de la guerra en Holanda en 1622 afectó aún más a este vital mercado y la consecuencia fue una continua gran depresión en Inglaterra en la década de 1620, depresión y desempleo concentrados particularmente en los centros pañeros de East Anglia y el West Country.
Temeroso de levantar la oposición desencadenada por la depresión, el gobierno intentó desesperadamente aliviar a las víctimas de la depresión manteniendo los niveles salariales a un nivel alto e impidiendo que cayeran las compañías en operación. El resultado fue solo prolongar e intensificar la depresión que el gobierno trataba de curar: los salarios artificialmente altos agudizaron el desempleo en los centros pañeros e impusieron mayores costes en un sector ya con costes altos, soportar productores ineficientes desperdició más capital y arruinó a los acreedores y el dominio de las ineficientes empresas monopolísticas se reforzaba al mismo tiempo en que la salvación del sector solo podía lograrse con una competencia más libre y el escape de los impuestos y la regulación del gobierno. Las compañías monopolísticas sobrecapitalizadas se vieron especialmente golpeadas por la depresión: Las compañías de la Indias Orientales y de Moscovia dejaron de pagar a sus acreedores y las dificultades de la Compañía de Virginia resultantes del monopolio público del tabaco le llevaron a su disolución. De ahí la asunción real del poder sobre la colonia de Virginia.
Una luz creciente en el horizonte económico fue la exportación de “nueva mercería” ligera fabricada libre del control del gobierno y sobre la que no había recaído ninguna empresa monopolística. La exportación de esta nueva mercería se estaba desarrollando en el sur de Europa en la década de 1620. El contraste de fortunas de las dos ramas del comercio de telas era demasiado grande como para ser ignorada: la conexión entre libre comercio y crecimiento económico y entre privilegios y declive se estaba haciendo evidente para los contemporáneos.
En parlamentos sucesivos, los representantes del pueblo reclamaron libertad en asuntos económicos y políticos y acabar con restricciones, monopolios e impuestos públicos que habían producido la depresión que asolaba el país. El gobierno respondió como suele hacerlo, encarcelando a los líderes de la oposición, como Sir Edwin Sandys y Lord Saye and Sele, por defender el libre comercio, radicalismo e interferencia en la recaudación de impuestos.
El Parlamento de 1624 presentó una lista de agravios en protesta contra la moratoria emitida a deudores frente a sus acreedores, contra los aumentos en funcionarios y gastos públicos, contra aranceles e impuestos extraordinarios, contra el uso de informadores del gobierno y la aplicación de regulaciones y controles y contra las compañías comerciales monopolísticas, que eran consideradas popularmente sencillamente como bandas de ladrones, de la Compañía de las Indias Orientales al Consejo de Nueva Inglaterra.
El Parlamento terminó aprobando la Ley Contra Monopolios, mediante la cual se prohibían todos los monopolios y todas las proclamaciones que los impulsaran. Al contrario que en la depresión de la década de 1550, que había llevado a la indiscutida creación de monumentales controles del gobierno sobre la economía, la depresión de la década de 1620 fue testigo de un intento de liberalización al eliminar las regulaciones que habían causado la crisis. El movimiento para la abolición de monopolios y regulaciones públicas se convirtió en una pelea constitucional durante la mayor parte del siglo XVII en Inglaterra y tuvo una importante influencia en los colonos americanos, cuya migración fue fruto de los controles del gobierno.
Por muy claros que hubieran quedado los principios del liberalismo, la lucha por su aplicación en el siglo XVII apenas acababa de empezar.
[Conceived in Liberty (1975)]
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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