Basta con que la troika se mantenga firme para que la
población helena pruebe en sus carnes las verdaderas mieles del programa de
Tsipras.
El populismo, al igual que las mentiras, tiene las patas muy
cortas. Basta que los salvapatrias de nuevo cuño empiecen a
poner en macha su particular recetario estatista para que la
población, tarde o temprano, acabe despertando de ese nefasto hechizo político,
tras descubrir, entre una mezcla de horror y desesperanza, que las promesas
utópicas de su amado líder se traducen en más ruina y caos
social, así como una flagrante violación de derechos y libertades
fundamentales.
El reciente ascenso de Syriza al poder en Grecia no escapa a esta trágica
realidad. Tras siete largos años de profunda crisis, la sociedad helena
presentaba el caldo de cultivo idóneo para el auge del
populismo, tal y como ha sucedido en otros países de la periferia
europea, aunque en menor medida, como es el caso de Podemos en España,
Movimiento Cinco Estrellas en Italia o el Frente Nacional en Francia.
El ejemplo griego, sin embargo, es el más grave, ya que el extremismo
político campa a sus anchas en su arco parlamentario, con nazis, comunistas y
todo un elenco de formaciones ubicadas en la izquierda radical bajo el paraguas
de Syriza. Los principales culpables de esta situación son, sin
duda, los partidos tradicionales, Pasok y Nueva Democracia,
puesto que, debido a su desidia y necedad, han retrasado y dificultado hasta el
extremo la aplicación de las reformas y ajustes que precisaba el país para
garantizar la solvencia estatal y salir de su profunda crisis económica. No en
vano, Irlanda y las economías bálticas superaron su particular situación de
quiebra técnica mediante un drástico y firme plan de austeridad pública y
flexibilidad económica, cuyo resultado está siendo todo un éxito en materia de
crecimiento, creación de empleo y equilibrio presupuestario.
La irresponsable inacción que,
por el contrario, mostró el tradicional bipartidismo
griego desde el estallido de la crisis hasta 2012 apuntaló la insolvencia
estatal y prolongó la agonía económica,
exacerbando así una indignación popular que, por desgracia,
abrió de par en par las puertas del poder al nuevo
salvador, Alexis Tsipras.
El líder de Syriza supo aprovechar muy hábilmente la desesperación de
los griegos para prometer un futuro de vino y rosas a base de repetir hasta la
saciedad los mismos errores que causaron la completa ruina del
país durante la pasada década: más gasto público, más intervencionismo estatal y
más impuestos. Su proyecto consiste, básicamente, en
reinflar la insostenible burbuja estatal que asoló Grecia en el pasado,
solo que ahora, ante la imposibilidad de financiarse en los mercados, Atenas
pretende engordar su elefantiásico sector público a costa del resto de
contribuyentes europeos, impagando lo que debe, logrando un tercer rescate y
abandonando por completo todo atisbo de austeridad pública y flexibilidad
económica.
Por ello, el lema electoral de Syriza se centró en
decir "no" al pago de la deuda, "no" a las condiciones del rescate y "no" a la
supervisión exterior de la troika. Desde que llegó al poder, toda su estrategia
ha consistido en suavizar al máximo o, directamente, incumplir los
ajustes acordados con los socios europeos, mientras ganaba tiempo para
negociar un nuevo plan de asistencia que le garantizara financiación extra para
poder gastar e invertir a raudales con el ilusorio fin de impulsar
el crecimiento del PIB.
El chantaje de Tsipras
Pero, ¿cómo convencer a la troika de ese disparatado plan? Muy
sencillo. Blandiendo la amenaza de la ruptura del euro. El
mensaje de Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis,
al resto de socios europeos ha sido el siguiente: "O cedéis a mis exigencias o
impago y abandono la Unión... Vosotros veréis. Si Grecia sale del euro, otros
países vendrán detrás".
Efectivamente, Syriza es muy consciente de que, una vez
fuera, el mito de que el euro es
irreversible estallaría en pedazos, desatando con ello una
nueva tormenta financiera en la que los inversores comenzarían
a barajar el próximo país en salir. Atenas piensa que, ante ese riesgo, tanto la
eurozona como el BCE acabarán tragando, de una u otra forma.
Sin embargo, existe un factor muy importante que la actual cúpula de
Syriza no ha tenido en cuenta: el tiempo. Cuanto más se prolongue la negociación
sobre el rescate, más se deteriora el Gobierno de Tsipras. Y Alemania lo sabe,
cosa distinta es si aguantará el embate hasta el final, con todas las
consecuencias. Por el momento, lo único que se ha acordado es la
extensión del programa de asistencia hasta junio, pero sin desembolsar el último
tramo previsto (unos 7.200 millones de euros), ya que Tsipras se niega a
cumplir los ajustes pactados.
Como resultado, Grecia avanza de nuevo hacia la recesión y la
destrucción de empleo, al tiempo que sufre una gravísima crisis de liquidez
bancaria y estatal que, en última instancia, amenaza con desatar un corralito e
impagar sueldos y pensiones públicas. ¿A quién perjudica esta situación? Desde
luego, no a la troika. El apoyo de los griegos a la estrategia negociadora de
Syriza se ha desplomado a la mitad, desde el 72% obtenido en febrero a tan sólo
el 35% actual.
"La ausencia de una alternativa creíble mantiene a Syriza a la cabeza de las
encuestas en intención de voto, pero es probable que ese apoyo se desmorone"
conforme se prolongue la actual situación, tal y como indican los analistas de la entidad germana Berenberg. Y, puesto que la
mayoría de griegos está a favor de mantenerse en el euro, dicha firma considera,
con una probabilidad del 70%, que "Grecia hará, finalmente, lo que sea
necesario para permanecer en la moneda única". Es decir, Syriza acabará
cediendo.
Pero para que este escenario se produzca, se necesitan dos requisitos: en
primer lugar, que la troika, con Berlín a la cabeza, se mantenga firme y no
desembolse ni un solo euro hasta que Atenas cumpla todas las condiciones del
memorando; y, en segundo término, que el BCE desenchufe por completo a la banca helena,
tal y como reclama el Bundesbank, suspendiendo el mecanismo de financiación
extraordinaria (ELA) del que depende su supervivencia, con el consiguiente
corralito bancario.
La clave aquí es que Tsipras y Varufakis tan sólo contemplan dos
alternativas: o rescate indiscriminado o salida del euro. Pero, en realidad,
existe una tercera opción: quiebra y corralito, sí, pero dentro del euro.
Si el Eurogrupo no desbloquea el rescate y el BCE desenchufa a los
bancos helenos, Tsipras no podrá pagar a funcionarios, pensionistas ni
proveedores, y los griegos tampoco podrán retirar sus depósitos en
euros.
Atenas tendrá que emitir pagarés devaluados, una especie de moneda paralela, para evitar el colapso total del
país. La recesión y la caída de la recaudación se están traduciendo en un menor
superávit fiscal primario (descontando el pago de intereses), lo cual deja al
Estado griego sin margen para poder cubrir su elevado gasto público. ¿Resultado?
Tsipras se vería obligado a aplicar drásticos recortes de gasto y
fuertes subidas de impuestos que, junto con la circulación de moneda
devaluada (alta inflación), configuraría un cóctel explosivo a nivel
político.
Al no existir mecanismos legales para expulsar a un estado miembro del euro,
ésa decisión quedaría en manos de los griegos y, puesto que éstos no quieren
abandonar la Unión, Syriza se encontraría entre la espada y la
pared: o cede ante la troika o cae su Gobierno, o ambas cosas a la vez.
"En vez de forzar la salida de Grecia, la UE podría dejarla atrapada dentro de
la zona del euro y privarla de dinero, para luego sentarse a esperar y ver cómo
se desploma el apoyo político interno al gobierno de Tsipras [...] En cuanto
Tsipras se dé cuenta de que las reglas del juego entre Grecia y Europa han
cambiado, su rendición será simplemente una cuestión de tiempo", tal y como
advierte el analista Anatole Kaletsky.
Acabar con el populismo que gobierna hoy Grecia es muy sencillo, basta con
que los acreedores se mantenga firmes en su posición para que la población
helena pruebe en sus carnes las verdaderas mieles del programa de
Tsipras y descubra, con sorpresa, que bajo la troika se vivía mejor. La única
duda al respecto es si Bruselas, BCE y FMI tendrán la valentía y responsabilidad
suficientes para hacerlo. Varufakis cree firmemente que no...
Veremos.
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