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lunes, 18 de mayo de 2015

Defensa de un dólar 100% oro

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Prólogo
Cuando se publicó este ensayo, Estados Unidos estaba en el sistema de Bretton Woods, un sistema monetario internacional keynesiano que se había impuesto al mundo por los gobiernos estadounidense y británico en 1945. El sistema de Bretton Woods era un patrón dólar internacional disfrazado como un “patrón oro” para otorgar el merecido prestigio de la moneda más antigua y estable del mundo, el oro, al cada vez más hinchado y depreciado dólar. Pero este sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial era solo una grotesca parodia de un patrón oro. En el patrón oro “clásico” anterior a la Primera Guerra Mundial, toda unidad monetaria, ya fuera dólar, libra, franco o marco, estaba definido como cierta unidad de peso en oro. Así, el “dólar” se definía como aproximadamente 1/20 de una onza de oro, mientras que la libra esterlina se definía como poco menos de ¼ de una onza de oro, fijando así el tipo de cambio entre ambas (y entre todas las demás divisas) en proporción a sus pesos.
 
Como cada divisa nacional se definía como una cierto peso en oro, los francos o dólares en papel o los depósitos bancarios se eran redimibles por el emisor, ya fuera el gobierno o un banco, en ese peso en oro. En concreto, ese dinero público o bancario era redimible a voluntad en monedas de oro, así que la gente en general podía utilizar el oro en las transacciones diarias, lo que suponía un serio control ante cualquier tentación de emitir en exceso. Por tanto, la acumulación del papel o crédito bancario sobre el oro estaba sujeta a límites severos: la capacidad de los tenedores de títulos de redimirlos en oro a voluntad, ya fueran ciudadanos del país o extranjeros. Si, por ejemplo, en ese sistema, Francia inflara la oferta de francos franceses (ya fuera en papel o en crédito bancario) acumulando más francos encima del oro, la oferta monetaria aumentada y las rentas en francos elevarían los precios de los bienes franceses, haciéndolos menos competitivos y términos de bienes extranjeros, aumentando las importaciones y disminuyendo las exportaciones francesas, fluyendo el oro fuera de Francia para pagar estos déficits en la balanza de pagos. Pero el flujo de oro al exterior pondría una mayor presión sobre el ya sobrecargado sistema bancario francés, ahora aún más sobrecargado, ya que la decreciente base de oro de la pirámide invertida monetaria se vería obligada a soportar y respaldar una mayor cantidad de francos en papel. Inevitablemente, ante la bancarrota, el sistema bancario francés tendría de contraerse repentinamente, rebajando los precios franceses e invirtiendo el flujo del oro.
 
De esta manera, aunque con el patrón oro clásico no se impedía los ciclos de auge y declive causados por la inflación de la moneda y el crédito bancario, al menos mantenía bastante controlados esa inflación y esos ciclos.
 
El sistema de Bretton Woods, una evolución de “patrón intercambio oro” inducido por los británicos en la década de 1920, era muy diferente. El dólar se definía como 1/35 de una onza de oro; sin embargo el oro solo era redimible en grandes barras de oro por parte de gobiernos extranjeros y bancos centrales. No había ninguna redención en moneda de oro; en realidad, ninguna persona o empresa privada podía redimir ni en moneda ni en lingotes. De hecho, a los ciudadanos estadounidenses se les prohibió poseer ningún oro en absoluto, en el interior o el exterior, más allá de muy pequeñas cantidades toleradas a coleccionistas de monedas, dentistas y fines industriales. Ninguna de las demás divisas nacionales tras la Segunda Guerra Mundial se definieron o fueron redimibles en oro; por el contrario, se definieron en términos de dólares, constituyendo los dólares las reservas monetarias que había detrás de francos, libras y marcos y estas ofertas monetarias nacionales a su vez se acumulaban encima de dólares.
 
El resultado de este sistema fue una aparente bonanza, durante las décadas de 1940 y 1950, para los políticos estadounidenses. Estados Unidos fue capaz de emitir más dólares en papel y a crédito, experimentando solo pequeños aumentos en los precios. Pues a medida que aumentaba la oferta de dólares y Estados Unidos experimentaba los habituales déficits de la balanza de pagos de los países que hinchan, otros países, acumulando balances en dólares, no los canjearían por oro, como hicieron en 1914. Por el contrario, cada país acumularía balances en dólares y sobre ellos acumularían más francos, liras, etc. Así que en lugar de inflar su propia moneda sobre el oro y al estar severamente limitados por otros países que demandaban ese oro, estos otros países también inflaron más sobre su aumentada oferta de dólares. Así que Estados Unidos era capaz de “exportar inflación” a otros países, limitando sus propios aumentos de precios al imponérselos a los extranjeros.
 
El sistema de Bretton Woods fue alabado por “macroeconomistas” del establishment y expertos financieros como sensato, noble y destinado a ser eterno. El puñado de verdaderos defensores del oro fue despreciado calificándolos de “maniáticos del oro”, excéntricos y neandertales. Incluso el pequeño grupo del oro estaba dividido en dos partes: la mayoría, el grupo de Spahr, que se explica en este ensayo, insistía en que el sistema de Bretton Woods era correcto en un aspecto crucial: el oro valía realmente 35$ la onza y por tanto Estados Unidos debería volver al oro a esa cotización. Equivocado por la importancia de mantener definiciones fijas, el grupo de Spahr insistía en ignorar el hecho de que el mundo monetario había cambiado drásticamente desde 1933 y que por tanto, la definición de dólar como 1/35 de una onza de oro ya no era aplicable a una nación que no había estado en un patrón oro genuino desde aquel año.
 
La minoría de los defensores del patrón oro durante la década de 1960 eran casi todos amigos y seguidores del gran economista de la Escuela Austriaca Ludwig von Mises. El propio Mises, y hombres como Henry Hazlitt, el asesor económico principal de DeGaulle, Jacques Rueff, y Michael Angelo Heilperin, apuntaban que, al continuar inflando el dólar, habría resultado absurdamente infravalorado a 35$ la onza. El oro valí mucho más en términos de dólares y otras divisas y Estados Unidos, declaraban los misesianos, debería volver a un genuino patrón oro a un tipo más realista y muy superior. Estos economistas austriacos fueron ridiculizados por otras escuelas de economistas y escritores financieros por siquiera mencionar que el oro incluso podría valer el absurdo alto precio de 70$ la onza. Los misesianos predijeron que el sistema de Bretton Woods colapsaría, ya que los países con monedas relativamente más fuertes, al descubrir la continua depreciación del dólar, empezarían a incumplir las normas informales entre caballeros de Bretton Woods y reclamarían insistentemente la redención en un oro que Estados Unidos no poseía.
 
Los únicos otros críticos de Bretton Woods fueron la rama creciente de economistas del establishment, los monetaristas friedmanitas. Aunque los monetaristas también consideraban las crisis monterías que conllevarían los tipos fijos en un mundo de grados variables de inflación de monedas, eran aún más desdeñosos con el oro que sus rivales, los keynesianos. Ambos grupos preferían un patrón papel fiduciario, pero mientras que los keynesianos querían un patrón dólar disfrazado con la hoja de parra del oro, los monetaristas querían descartar ese camuflaje, abandonar cualquier moneda internacional y sencillamente tener papeles moneda fiduciarios fluctuando y relacionándose entre sí. En resumen, los friedmanitas se inclinaban por abandonar todas las virtudes de una moneda mundial y volver al trueque internacional.
 
Tanto keynesianos como friedmanitas mantenían que los maniáticos del oro eran dinosaurios. Mientras que Mises y sus seguidores sostenían que el oro respaldaba al papel moneda, tanto la rama keynesiana como la friedmanita del establishment mantenían precisamente lo contrario: que eran los dólares sólidos los que estaban dando valor al oro. El oro, afirmaban ambos grupos, ahora no tenía valor como metal monetario. Desliga el dólar de su conexión artificial con el oro, decían a coro, y veremos como el oro caerá a su valor no monetario, estimado entonces en aproximadamente 6$ la onza.
 
No puede haber verdaderos experimentos de laboratorio en asuntos humanos, pero estuvimos más cerca que nunca en 1968 y aún más definitivamente en 1917. He aquí dos grupos y predicciones opuestas: los misesianos, que decían que si el dólar y el oro se desligaban, el precio del oro en dólares cada vez más inflados se dispararía al alza, y el masificados establishment económico, de Friedman a Samuelson, e incluso incluyendo a exmisesianos como Fritz Machlup, manteniendo que el precio del oro, si queda libre, se desplomaría de 35$ a 6$ la onza.
 
El sistema supuestamente eterno de Bretton Woods colapsó en 1968. El precio del oro siguió rondando moviéndose por encima de los 35$ la onza en los mercados libres de oro de Londres y Zurich, mientras que el tesoro, comprometido a mantener el precio del oro a 35$, se veía cada vez más escaso de oro para mantener bajo el precio de éste. Los europeos y otros extranjeros se dieron cuenta de que a causa de este compromiso del Tesoro, el dólar era, para ellos, en esencia redimible en lingotes de oro a 35$ la onza. Como veían que los dólares realmente valían mucho menos y el oro mucho más que eso, estos extranjeros siguieron acelerando esa redención. Finalmente, en 1968, Estados Unidos y otros países acordaron echar por tierra buena parte de Bretton Woods y establecer un sistema de oro de “dos niveles”: los gobiernos y sus bancos centrales mantendrían la redención a 35$ entre ellos igual que antes, pero se aislarían herméticamente del molesto mercado libre de oro, permitiendo que ese precio subiera o bajara como quisiera. Sin embargo, en 1971 colapsó el resto del sistema de Bretton Woods. Cada vez más países con moneda fuerte como Alemania occidental, Francia y Suiza, cada vez más preocupados por el depreciado dólar, empezaron a incumplir las normas entre caballeros e insistieron en redimir sus dólares en oro, como tenían derecho. Pero tan pronto como un número sustancial de países europeos dejaron de contentarse con inflar sobre los dólares depreciados y demandaron en su lugar el oro, todo el sistema colapsó inevitablemente. Declarando en la práctica la bancarrota nacional el 15 de agosto de 1971, el Presidente Nixon quitó de Estados Unidos el último resto de un patrón oro y puso fin a Bretton Woods.
 
Así que el oro y el dólar se separaron en dos etapas. De 1968 a 1971, los gobiernos y sus bancos centrales mantuvieron entre ellos el tipo de 35$, permitiendo un mercado privado del oro fluctuando libremente. A partir de 1971, se abandonó incluso la ficción de los 35$.
 
¿Cuál fue entonces el experimento de laboratorio? Incumpliendo todas las predicciones del establishment económico, no hubo disputa entre ellos y los misesianos: nunca el precio del oro en el libre mercado bajó de los 35$. De hecho, siguió aumentando constantemente y después de 1971 hizo un arco al alza, muy por encima del una vez aparentemente absurdo alto precio de 70$ la onza. He aquí un caso evidente en que las predicciones misesianas resultaron ser gloriosa y espectacularmente correctas, mientras que las predicciones keynesianas y friedmanitas resultaron ser espectacularmente incorrectas: Podríamos preguntarnos cuál fue la reacción del establishment, todos ellos supuestamente devotos de la opinión de que “la ciencia es predicción” y de Milton Friedman, al que le gusta denunciar a los austriacos por supuestamente fracasar en las pruebas empíricas. ¿Reconocieron caballerosamente su error y alabaron a Mises y a sus seguidores por tener razón? Hacer esa pregunta es responderla. Parafraseando a Mencken, ese tipo de cosas ocurren el sábado antes de martes antes del Día del Juicio.
 
Después de un experimento dramáticamente fracasado y de corta duración en tipos de cambio fijos sin nonguna moneda internacional, el mundo ha subsistido en un paraíso monetarista de divisas fiduciarias nacionales desde la primavera de 1973. La combinación de casi dos décadas de volatilidad en el tipo de cambio, altas tasas de inflación sin precedentes en tiempo de paz y la pérdida de una moneda internacional han desengañado al establishmente económico y creado una nostalgia por el entonces reconocido fracaso de Bretton Woods. Uno pensaría que el mundo se cansaría de moverse atrás y adelante entre las distintas desventajas de de los tipos fijos de cambio con papel moneda y los tipos fluctuantes con papel moneda y volvería a un patrón oro clásico, o mejor aún, 100% oro: Sin embargo, hasta ahora no hay señales de un clamor a favor del oro. La única esperanza para el oro en el horizonte monetario, a falta de una inflación desbocada en Estados Unidos, es la búsqueda de una divisa convertible para la arruinada Unión Soviética. Puede que a los rusos se les ocurra que su rublo hoy casi sin valor pudiera rescatarse volviendo a un genuino patrón oro, respaldado sólidamente por la gran existencia rusa de metal monetario. Si fuera así, Rusia, en el campo monetario, podría acabar, paradójicamente, apuntando a Occidente el camino a un genuino sistema monetario de libre mercado.
Todo el establishmente económico había aceptado en 1962 dos artículos incuestionables de fe. Uno era el compromiso con el papel y el desdén por cualquier mención a un patrón oro. El otro era la convicción acrítica de que el sistema bancario estadounidense, salvado y potenciado por la estructura de garantía de depósito impuesta por el gobierno federal durante el New Deal, era tan firme como el peñón de Gibraltar. Cualquier insinuación de que el sistema bancario estadounidense de reserva fraccionaria pudiera no ser sólido y incluso estar en peligro, se consideraba incluso más descabellado y más neandertal que una demanda de vuelta al patrón oro. Repito que tanto la rama keynesiana como la friedmanita del establishment eran igualmente entusiastas a la hora de defender la garantía federal de los depósitos y la FDIC (Federal Deposit Insurance Corporation), a pesar de la adhesión firedmanita supuestamente ferviente a la economía de mercado, libre de controles, subvenciones o garantías. Lo que lanzamos la voz de alarma contra los peligros de la banca de reserva fraccionaria estábamos sencillamente gritando al viento.
 
Aquí también el paisaje ha cambiado radicalmente en las décadas intermedias. Al principio, a mediados de la década de 1980, los bancos de ahorro y préstamo de reserva fraccionaria “garantizados” por aseguradoras privadas de depósitos, en Ohio y Maryland, se desplomaron por corridas bancarias masivas. Pero luego, al final de la década, todo el sistema de S&L se vino abajo, necesitando un rescate de cientos de miles de millones de dólares. El problema no eran simplemente unos pocos bancos que hubieran otorgado préstamos temerarios, sino corridas sobre una buena parte del sistema de S&L. El resultado se reconoció como una bancarrota y una liquidación de la FSLIC (Federal Savings and Loan Insurance Corporation), dirigida federalmente. La FSLIC era precisamente para los bancos de ahorro y préstamo lo que la FDIC al sistema bancario comercial y si la “garantía de depósito” de la FSLIC podía mostrarse como una quimera sin solución, lo mismo podía pasar con la tan pregonada FDIC. De hecho, la prensa financiera está llena de historias de que la FDIC bien podría estar quebrada sin una nueva infusión de fondos del contribuyente. Mientras que el nivel “seguro” de las reservas del FDIC para los depósitos que “garantiza” se supone que sería del 1,5%, éste está disminuyendo ahora hasta aproximadamente un 0,2% y esto ha de ser causa de preocupación.
 
Aquí lo importante es un cambio importante que se ha producido en la psicología del mercado y del público. Frente a la ingenua e incuestionada fe del pasado, hoy todos se dan cuenta de al menos la posibilidad de colapso de la FDIC. En algún punto en un posible futuro cercano, tal vez en la próxima recesión y el próximo aluvión de malos préstamos bancarios, podría el público caer en la cuenta de que el 1,5% tampoco es seguro y que ese nivel no puede protegernos del irresistible holocausto de la corrida bancaria. En ese momento, ignorando las habituales mendaces garantías y bálsamo de Fierabrás del establishment, los bancos comerciales podrían caer en su crisis definitiva. Las autoridades de Estados Unidos afrontarían entonces dos duras alternativas. Una sería permitir colapsar a todo el sistema bancario, junto con prácticamente todos los depósitos y depositantes en ese sistema. Dadas las ideas de los políticos estadounidenses y su evidente filosofía del “demasiado grande para caer”, es seguro que se verán obligados a adoptar la segunda alternativa: impresión masiva e hiperinflacionista de suficiente efectivo como para pagar todos los pasivos bancarios. El redepósito de dicho dinero en el sistema bancario produciría una inmediata inflación desbocada y una huida masiva del dólar.
 
Un futuro escenario así, antes aparentemente impensable, está hoy definitivamente a la vista. Tal vez la consecución de esta situación llevará a un mayor interés, no solo por el oro, sino también por un sistema bancario del 100% basado en unas existencias revaluadas de oro.
 
En cierto sentido, la banca 100% es ahora más fácil de establecer de lo que lo era en 1962. En mi ensayo original, pedía que los bancos empezaran a emitir obligaciones de distintos vencimiento, que podría comprar el público y servir como canales productivos para ahorros genuinos que no serían ni fraudulentos ni inflacionistas. En lugar de que los depositantes creyeran que tienen un total de, digamos, mil millones de dólares en depósitos, mientras que están estableciendo pasivos de solo 100 millones en reservas, el dinero sería ahorrado y prestado a un plazo definido, volviendo luego el banco a prestar esos ahorros a un interés diferencial y pagando el préstamo cuando venza. Es lo que la mayoría de la gente cree erróneamente que hacen ahora los bancos comerciales.
 
Sin embargo, desde la década de 1960, precisamente este sistema se ha extendido con la venta de certificados de depósito (CD). Todos están ahora familiarizados con la compra de CD y los depósitos a la vista pueden transformarse mucho más fácilmente en CD que hace tres décadas. Además, el aumento en los fondos mutuos del mercado monetario (FMMM) a finales de la década de 1970 ha creado otro mercado disponible y ampliamente utilizado para ahorros, fuera del sistema de banca comercial. También éste es un medio por el cual los ahorros se están convirtiendo en créditos a corto plazo a empresas, también sin crear dinero o generar un ciclo de auge y declive. Institucionalmente ahora sería más sencillo pasar de la banca de reserva fraccionaria al 100% que nunca antes.
 
Por desgracia, ahora que las condiciones están más maduras que en varias décadas para un 100% oro, ha habido una deserción en las filas de muchos antiguos misesianos. En una curiosa huida del oro característica de demasiados economistas en el siglo XX, han proliferado y obtenido crédito algunos planes extravagantes: que cada uno emita su propio “dinero estándar”, que se diferencia el dinero como unidad de cuenta de como medio de intercambio, de un índice de productos definido por el gobierno y muchos más. Es particularmente extraño que economistas que profesan ser defensores de una economía de libre mercado, deban usar estos giros para evitar afrontar el hecho evidente: que el oro, ese metal escaso y valioso producido por el mercado, siempre haya sido, y continuará siendo, con mucho la mejor moneda para la sociedad humana.
Murray N. Rothbard
Las Vegas, Nevada
Septiembre de 1991

Defensa de un dólar 100% oro

Defender el patrón oro completo sin inhibiciones te hace en estos tiempos correr el riesgo de ser clasificado como un pájaro dodo. Cuando la administración Roosevelt nos sacó del patrón oro en 1933, la mayoría de los economistas de la nación se opuso al movimiento y defendió su rápida restauración. Hoy el oro se considera un anacronismo absurdo, una reliquia de un fetiche tribal. Aún así el oro mantiene una indudable respetabilidad en el comercio internacional; como dinero internacional preeminente, el oro como medio de intercambio puede recibir apoyo. Pero aunque el comercio internacional sea importante, yo más bien elegiría el mucho más difícil campo de batalla nacional y defendería un genuino patrón oro tanto en casa como en el extranjero. Aún así no me uniré a la robusta banda de defensores actuales del patrón oro, que piden una restauración virtual del estado de cosas antes de 1933. Aunque ése fue un sistema monetario mucho mejor que el que tenemos hoy, no era, espero demostrar, ni mucho menos suficientemente bueno. En 1932 el patrón oro se había alejado tanto de la pureza, tan lejos de lo que podía y debería haber sido, que su debilidad contribuyó significativamente a su caída final en 1933.

Dinero y libertad

 
La economía no puede por sí misma establecer un sistema ético, aunque proporcione una gran cantidad de datos para cualquiera que construya un sistema así (y, todos, de cierto modo, lo hacen al tomar decisiones políticas). Por tanto, los economistas tienen una responsabilidad, cuando defienden una política, de advertir al lector u oyente de su posición ética. Yo no vacilo en decir que mi propio objetivo político es el establecimiento del libre mercado, de lo que solía llamarse el laissez faire, tan amplia y puramente como sea posible. Para esto tengo muchas razones, tanto económicas como no económicas, que evidentemente no puedo explicar aquí. Pero creo que es importante destacar que un gran desiderátum en crear una política monetaria es encontrar una que sea verdaderamente compatible con el libre mercado en su sentida más amplio y completo. No es una idea solo ética, sino asimismo económica, pues, como mínimo, el economista que vea que el libre mercado funciona espléndidamente en todos los demás campos debería vacilar durante mucho tiempo antes de rechazarlo en la esfera monetaria.

Me doy cuenta de que no es una postura popular a adoptar, ni siquiera en los círculos económicos más conservadores. Así, casi en su primera frase, las series de la Cámara de Comercio de Estados Unidos sobre “La economía competitiva de empresa estadounidense” anunciaba: “El dinero es lo que el gobierno dice que es”. Se cree casi universalmente que el dinero, como mínimo, no puede ser libre, que debe estar controlado, regulado, manipulado y creado por el gobierno. Aparte de las críticas más estrictamente económicas que haré de esta opinión, deberíamos tener en cuenta que el dinero, en cualquier economía avanzada más allá de la etapa del trueque primitivo, es la espina dorsal del sistema económico. Por tanto, si el estado es capaz de conseguir un control indiscutido sobre la unidad de todas las cuentas, éste estará por tanto en disposición de dominar todo el sistema económico y toda la sociedad. También será capaz de acrecentar silenciosa y eficazmente a su propia riqueza y a la de sus grupos favoritos, sin incurrir rn la ira que producen a menudo los impuestos. El estado ha entendido esta lección desde que los reyes de la antigüedad empezaran a devaluar repetidamente la moneda acuñada.

El dólar: ¿Nombre independiente o unidad de peso?

 
“Si estás a favor de un mercado libre, ¿por qué dices que el gobierno debería fijar el precio del oro” Y “Si quieres ligar el oro a un producto, ¿por qué no a una mera cesta de productos en lugar de solo al oro?” Estas preguntas se hacen a menudo a un libertario que defienda el patrón oro, pero la misma forma de hacer las preguntas revela una concepción errónea de base de la naturaleza del dinero y el patrón oro. Pues la asunción crucial e implícita de dichas preguntas (y de casi todo el pensamiento actual sobre el tema del dinero) es que los “dólares” son una entidad independiente. Si los dólares son en realidad algo en sí mismo, a comprar, vender y evaluar en el mercado, entonces indudablemente es cierto que “fijar el precio del oro” en términos de dólares se convierte sencillamente en un acto de intervención del gobierno.

Por supuesto, no se cuestiona el hecho de que, en el mundo de hoy, los dólares son una entidad independiente, como las libras esterlinas, francos, marcos y escudos. Si esto fuera todo y si sencillamente aceptáramos el hecho de dicha independencia y no investigáramos más, me encantaría unirme a los profesores Milton Friedman, Leland Yeager y otros de la Escuela de Chicago y reclamar separar esas monedas nacionales independientes de los tipos de cambio arbitrarios fijados por el gobierno y permitir un mercado libremente fluctuante en el mercado de divisas. Pero de lo que se trata es de que no pienso que estas monedas nacionales deban ser entidades independientes. El porqué no deriva de la misma naturaleza y esencia del dinero y la economía de mercado.

La economía de mercado y el sistema del mundo moderno de división del trabajo funcionan así: un productor suministra un bien o servicio, vendiéndolo por dinero, luego usa el dinero para comprar otros bienes o servicios que necesite. Consideremos un mundo hipotético de laissez faire puro, donde el mercado funciona libremente y el gobierno no se ha inmiscuido en absoluto en la esfera monetaria. Este sistema de vender bienes por dinero sería así la única forma por la que una persona podría adquirir el dinero que necesitara para obtener bienes y servicios. El proceso sería: producción a “compra” de dinero a “venta” de dinero por bienes.

A esos defensores del papel moneda independiente que también defienden el libre mercado, las haría esta sencilla pregunta: “¿Por qué no defendéosla libertad ilimitada de cada individuo para fabricar dólares?” Si los dólares son real y adecuadamente cosas en sí mismas, ¿por qué no dejar que todos los fabriquen, igual que se produce trigo o comida infantil? Es evidente que hay en realidad algo peculiar acerca de ese dinero. Pues si todos tuvieran el derecho de imprimir dólares en papel, todos los imprimirían en cantidades ilimitadas, siendo minúsculo el coste comparado con los valores faciales casi infinitamente grandes que podrían imprimirse en los billetes. Está claro que todo el sistema monetario quebraría completamente. Si los dólares en papel han de ser el dinero “patrón”, entonces casi todos admitirían que el gobierno debe intervenir y adquirir el monopolio obligatorio de creación del dinero para controlar su crecimiento ilimitado. Hay otros cosa incorrecta más en que todos imprimieran sus propios dólares: entonces, se rompería la cadena de producción de los vienes mediante la “compra” de dinero a la “venta” de dinero por bienes y cualquiera podría crear dinero sin tener que ser antes productor. Podría consumir sin producir y por tanto apropiarse del producto de la economía de los productores genuinos.

Sin embargo, el monopolio público obligatorio de creación de dólares no resuelve todos estos problemas e incluso crea algunos nuevos. ¿Pues qué hay que impida al gobierno crear dinero al ritmo que desee y por tanto beneficiarse él y sus ciudadanos favoritos? Repito que los no productores pueden crear dinero sin producir y obtener recursos a costa de los productores. Además, el historial de los gobiernos no puede dar ninguna confianza en no hagan precisamente eso (incluso hasta el grado de la hiperinflación y la quiebra caótica de la divisa).

¿Por qué históricamente el mercado relativamente libre nunca tuvo que preocuparse acerca de gente creando desbocadamente fábricas de dinero e imprimiendo cantidades ilimitadas? Si “dinero” significa realmente dólares y libras y francos, sin duda esto habría sido un problema. Pero el quid de la cuestión es éste: En el libre mercado inmaculado, el dinero no significa ni puede significar los nombres de billetes en papel. El dinero significa cierto material, previamente útil para otros fines del mercado, elegido con los años por ese mercado como un producto especialmente útil y comercializable para servir como medio para los intercambios. Nadie imprime dólares en el mercado puramente libre por que de hecho, no son dólares, solo son productos, como trigo, automóviles y oro. En el trueque, los productos se intercambian entre sí y luego, gradualmente, un producto particularmente comercializable se usa cada vez más como medio de intercambio. Finalmente alcanza un uso general como medio y se convierte en un “dinero”.

No tengo que explicar la historia familiar, aunque fascinante, de por qué el oro y la plata fueron elegidos por el mercado después de que éste descartara como moneda productos como vacas, anzuelos y azadas de hierro. Y no tengo tampoco que extenderme sobre las cualidades únicas que poseen oro y plata que hicieron que el mercado los seleccionara, esas cualidades encantadoramente enunciadas en todos los antiguos libros de texto sobre dinero: alta comerciabilidad, durabilidad, portabilidad, reconocibilidad y homogeneidad. Como en cualquier otro producto, el “precio” del oro en términos productos que pueda comprar varia de acuerdo con su oferta y demanda. Como la demanda de oro y plata era alta, y como su oferta era siempre baja en relación con la demanda, el valor de cada unidad en términos de otros bienes era alto (uno de los atributos más útiles del dinero). Esta escasez, combinada con una gran durabilidad, significaba que las fluctuaciones anuales de la oferta eran necesariamente pequeñas (otra característica útil de un producto dinero).

Los materiales en el mercado se intercambian por sus unidades de peso y el oro y la plata son eran excepciones. Cuando alguien vendía cobre para comprar oro y luego para comprar mantequilla, vendía libras de cobre por onzas o gramos de oro para comprar libras de mantequilla. Por tanto, en el mercado libre, la unidad monetaria (la unidad de cuenta de la nación) aparece naturalmente como la unidad de peso del material moneda, por ejemplo, la onza de plata o el gramo de oro.

En este sistema monetario que aparece en el libre mercado, nadie puede crear dinero de la nada para adquirir recursos de los productores. El dinero solo puede obtenerse comprándolo con los bienes y servicios de uno. La única excepción a esta regla son los mineros del oro, que puedan producir nuevo dinero. Pero deben invertir recursos en encontrar, excavar y transportar un producto especialmente escaso. Además, los mineros del oro también están aumentando productivamente las existencias de oro del mundo para usos no monetarios.

Supongamos entonces que el oro se ha seleccionado como medio general de intercambio por el mercado y que la unidad de cuenta es el gramo de oro. ¿Cuáles serían las consecuencias de una completa libertad monetaria para cada individuo? ¿Qué pasa con la libertad del individuo de imprimir su propio dinero, que hemos visto que es tan desastrosa en nuestra época de papel fiduciario? Primero, recordemos que el gramo de oro es la unidad monetaria y que nombres devaluadotes como “dólar”, “franco” y “marco” no existen y no han existido nunca. Supongamos que decido abandonar el proceso lento y difícil de producir servicios a cambio de dinero, o de excavar en busca de dinero y decido imprimir el mío? ¿Qué imprimiría? Podría fabricar billetes de papel y poner en ellos “10 rothbards”. Podría luego proclamar que el billete es “dinero” y entrar en una tienda a hacer la compra como mis rothbards en relieve. En el mercado puramente libre que defiendo, yo o cualquier otro tendría perfecto derecho a hacer esto. ¿Y cuál sería la consecuencia inevitable? Evidentemente, que nadie prestaría atención a los rothbards, que serían lógicamente considerados como una broma arrogante. Lo mismo pasaría como los “joneses” o los “browns” o los billetes impresos por cualquier oro. Y debería estar claro que el problema no es simplemente que poca gente haya oído hablar de mí. Si General Motors tratara de pagar a sus trabajadores con billetes por valor de “50 GM”, tendría poca acogida. Ninguno de esos billetes sería dinero y no serían considerados más que algo sin valor, excepto tal vez para unos pocos coleccionistas de curiosidades. Y por esto la libertad total para todos de imprimir dinero sería completamente inocua en un merado puramente libre: nadie aceptaría estos presuntuosos billetes.

¿Por qué no dejar tipos de intercambio fluctuando libremente? Bueno, tengamos tipos de intercambio fluctuando libremente en nuestro mercado completamente libre, dejemos que los rothbards y los browns y los GM fluctúen a cualquier tipo en que se intercambien por oro o entre sí. El problema es que nunca llegarían a este estado de exaltación porque nunca obtendrían la aceptación en el intercambio como dinero en absoluto y por tanto el problema de los tipos de intercambio nunca aparecería.

Así que en un mercado verdaderamente libre, habría tipos de cambio libremente fluctuantes, pero solo entre verdaderos dineros materiales, ya que los dineros en papel nunca conseguirían suficiente aceptación como para entrar en juego. En concreto, como el oro y la plata han sido históricamente los principales dineros materiales, probablemente serían ambos dinero y se intercambiarían a tipos libremente fluctuantes. Diferentes grupos y comunidades elegirían un dinero u otro como su unidad de cuenta.

Por tanto, los nombres, cualesquiera que sean, “rothbard”, “Jones” o incluso “dólar”, no podrían haber aparecido como dinero en el mercado libre. ¿Entonces cómo se originaron y aparecieron nombres como “dólar” o “peso” por sí mismos como monedas independientes? La respuesta es que estos nombres se originaron invariablemente como nombres de unidades de peso de un producto monetario, oro o plata. En resumen, no empezaron siendo nombres puros, sino nombres de unidades de peso de un producto monetario concreto. Tenemos en la libre esterlina británica un ejemplo particularmente chocante de un derivado de un peso, pues la libra británica era originalmente solo eso: una libra de moneda de plata. El “dólar” empezó como el nombre generalmente aplicado a una onza de plata acuñada en el siglo XVI por un bohemio, el Conde Schlick, que vivía en Joachimsthal, y el nombre de sus muy prestigiosas monedas se convirtió en “joachimsthalers” o simplemente “táleros” o “dólares”. E incluso después de un largo proceso de envilecimiento, alteración y manipulación de estos pesos hasta que se convirtieron en nombre distintos, siguieron siendo nombres de unidades de peso de metales preciosos en Estados Unidos hasta que, en 1933, abandonamos el patrón oro. En resumen, es incorrecto decir que, antes de 1933, el precio del oro estuviera fijado en términos de dólares.

Por el contrario, lo que ocurría era que el dólar se definía como una unidad de peso, aproximadamente 1/20 de una onza de oro. No es que el dólar se fijara igual a cierto peso de oro: era ese peso, igual que cualquier unidad de peso, como, por ejemplo, un libra de cobre son 16 onzas de cobres y no se “hace igual” sencilla y arbitrariamente por algún individuo o agencia. Por tanto, la unidad monetaria era siempre una unidad de peso de un producto monetario y los nombres que hoy conocemos como monedas independientes eran los nombres de estas unidades de peso.

Por supuesto, los economistas admiten que nuestras modernas monedas nacionales derivaron originalmente del oro y la plata, pero se inclinan por olvidar este proceso considerándolo un accidente histórico del que hoy no hemos emancipado felizmente. Pero Ludwig von Mises ha demostrado, en su teorema de la regresión, que lógicamente el dinero solo puede originarse en un producto no monetario, elegido gradualmente por el mercado para ser un medio de intercambio aún más general. El dinero no puede originarse como un nuevo nombre fiduciario, ya sea por edicto del gobierno o por alguna forma de contrato social. La razón básica es que la demanda de dinero en cualquier “día” X, que junto con la oferta monetaria determina el poder adquisitivo de la unidad monetaria ese “día”, depende ella misma de la misma existencia de un poder adquisitivo en el “día” anterior X-1. Pues mientras que todos los demás productos en el mercado son útiles por sí mismos, el dinero (o un producto monetario que se considere en su uso estrictamente monetario) solo es útil para intercambiarlo por otros bienes y servicios. Por tanto, único entre los bienes, el dinero depende para su uso y demanda de tener un poder adquisitivo preexistente. Como esto es verdad para cualquier “día” en que exista dinero, podemos llevar hacia atrás esta regresión lógica, para ver que en definitiva el producto monetario debía haber tenido un uso en los “días” anteriores al dinero, es decir, en el mundo del trueque.

Quiero dejar claro lo que no estoy diciendo. No estoy diciendo que el dinero fiduciario, una vez establecido sobre las ruinas del oro, no pueda continuar indefinidamente por sí mismo. Por desgracia, ultrametalistas como J. Laurence Laughlin se equivocaban: en realidad, si el dinero fiduciario no pudiera continuar indefinidamente, no habría llegado hasta aquí para reclamar su abolición.

La decadencia del peso al nombre: Monopolización de la acuñación

 
La debacle de 1931-1933, cuando el mundo abandonó el patrón oro, no fue un cambio repentino del peso en oro al nombre en papel: no fue sino el último paso en una proceso largo y complejo. Es importante, no solo por razones históricas, sino por enmarcar la política pública actual, analizar los pasos lógicos en esta transformación, Cada etapa de este proceso fue causada por otro acto de intervención del gobierno.

En el mercado, los productos toman distintas formas para distintos usuraos, y en el libre mercado así ocurriría con el oro y la plata. La forma básica del oro procesado con los lingotes y éstos se usarían para transacciones muy grandes. Para transacciones más pequeñas, diarias, el oro se dividiría en piezas más pequeñas, monedas, endurecidas por una ligera aleación para impedir la abrasión (que afectaría al peso final). Debe entenderse que todas las formas del oro sería realmente dinero, ya que el oro se intercambia al peso. Una joya de oro es en sí misma dinero, además de joya: podría usarse para intercambio, pero sencillamente no tiene una forma cómoda para ello y probablemente se fundiría antes de utilizarse como dinero. Incluso los sacos de oro el polvo podrían usarse para intercambio en los pueblos mineros. Por supuesto, cuesta recursos pasar el oro de una forma a otra y por tanto las monedas en el mercado tienden a tener una prima sobre el peso equivalente en bruto, ya que por lo general cuesta más fabricar una moneda a partir del metal en bruto que fundir monedas.

El primer y más crucial acto de intervención pública en el dinero del mercado fue su asunción del monopolio obligatorio de acuñación (el proceso de transformar el metal en monedas). El pretexto para la socialización de la acuñación (que ha sido curiosamente aceptado por casi todos los economistas) es que los acuñadores privados defraudarían a la gente en el peso y ley de las monedas. Este argumento suena particularmente falso cuando consideramos el largo historial de envilecimiento público de la acuñación y del patrón monetario. Pero aparte de esto, sabemos indudablemente que las empresas privadas han sido capaces de proporcionar un número casi infinito de bienes que requieren altos patrones de precisión y nadie defiende la nacionalización del sector de la máquina herramienta o el electrónico para salvaguardar esos patrones. Y nadie quiere derogar todos los contratos porque algunos puedan cometer un fraude al realizarlos. Sin duda, el mejor remedio para cualquier fraude es la ley general de defensa de los derechos de propiedad.

El argumento habitual contra la acuñación privada es que el negocio de la acuñación opera bajo una misteriosa ley propia (la Ley de Gresham) en la que “la moneda mala desplaza a la buena”, frente a otras áreas de competencia, en las que el producto bueno desplaza al malo. Pero Mises ha demostrado brillantemente que esta formulación de la Ley de Gresham es una mala interpretación y que la ley es una subdivisión de los efectos habituales del control de precios por el gobierno: en este caso, la fijación artificial del gobierno de un tipo de cambio entre dos o más monedas crea una escasez del dinero artificialmente infravalorado y un exceso del dinero sobrevalorado. Por tanto, la Ley de Gresham es una ley de la intervención del gobierno en lugar de una ley del libre mercado.

La nacionalización del estado del negocio de la acuñación dañó al libre mercado y al sistema monetario en múltiples maneras. Un punto olvidado es que la acuñación pública está sujeta a los mismos defectos, ineficiencias y tiranía sobre el consumidor que cualquier otra operación del gobierno. Como las monedas tienen una forma monetaria cómoda para las transacciones diarias, el decreto del estado de que solo se acuñarán las denominaciones X, Y y Z impone una pérdida de utilidad a los consumidores y sustituye la diversidad por la uniformidad en el mercado. También empieza la larga y desastrosa deriva de un énfasis en el peso a un énfasis en el nombre. En resumen, bajo la acuñación privada habría diversas denominaciones, estrictamente de acuerdo con la variedad de deseos de los consumidores. El sello privado probablemente garantizaría la calidad más que el peso y las monedas circularían al peso. Pero si el gobierno decreto solo unas pocas denominaciones, el peso empieza a no tenerse en cuenta y el nombre de la moneda se considera cada vez más. Por ejemplo, persistió en Europa durante siglos el problema de qué hacer con las monedas viejas y desgastadas. Si una moneda de 30 gramos se había desgastado hasta pesar 25 gramos, lo más sencillo habría sido que l moneda vieja circulara no a los viejos y ahora equívocos 30 gramos, sino a los nuevos y correctos 25 gramos. Sin embargo, el hecho de que le propio estado hubiera estampado 30 gramos en la nueva moneda se consideraba por alguna razón una barrera insuperable para una solución así de sencilla. Y además, tuvo lugar una gran devaluación monetaria a través del decreto del estado de que las monedas nuevas y viejas fueran tratadas por igual, haciendo la Ley de Gresham que las nuevas monedas se atesoraran y solo circularan las viejas.

El sello real en las monedas también cambió gradualmente el énfasis del peso al nombre al incluir la acuñación en la trampa de la mística de la “soberanía” del estado. Durante muchos siglos, no se consideró ninguna desgracia que monedas extranjeras de oro y plata circularan en cualquier área: el nacionalismo monetario estaba aún en su infancia. Estados Unidos usaba casi exclusivamente monedas extranjeras a lo largo del primer cuarto del siglo XIX. Pero gradualmente se fueron prohibieron las monedas extranjeras y el nombre de la unidad nacional del estado se hizo mucho más importante.

El envilecimiento a lo largo de los siglos estimuló mucho una pérdida de confianza en el dinero como unidad de peso. Solo hay una razón para cualquier patrón de peso: que se fije eternamente. El metro internacional debe ser siempre el metro internacional. Pero utilizando su monopolio acuñador, los gobernantes del estado jugaron con los patrones de peso monetario en su favor económico. Era como si el estado fuera un enorme depósito que hubiera aceptado muchas libras de cobre u otro producto de sus clientes y luego, cuando los clientes llegaran a recuperarlo, el depositario anunciara repentinamente que a partir de entonces una libra equivaldría a 12 onzas en lugar de a 16 y pagara solo tres cuartos del cobre embolsándose el otro cuarto para su uso personal. Tal vez sea superfluo apuntar que cualquier agencia privada que hiciera esto sería inmediatamente calificada como delincuente.

La decadencia del peso al nombre: Estímulo de la inflación bancaria

 
La tendencia natural del estado es la inflación. Esta declaración chocará a los acostumbrados a ver al estado como un comité de toda la nación dispensando fervientemente el bienestar general, pero creo no obstante que es verdad. La razón parece ser evidente. Como he mencionado antes, el dinero se adquiere en el mercado produciendo bienes y servicios y luego comprando dinero a cambio de estos bienes. Pero hay otra forma de obtener dinero: creándolo uno mismo sin producir, mediante falsificación. La creación de dinero es un método mucho menos costoso que la producción, por lo que el estado, con su cada vez más férreo monopolio de la creación de dinero, tiene una vía sencilla que puede tomar para beneficiar a sus propios miembros y seguidores. Y es una vía más atractiva y menos perturbadora que los impuestos, que podrían provocar una abierta oposición. Por el contrario, crear dinero proporciona beneficios abiertos y evidentes a quienes lo crean y lo reciben primero: las pérdidas que impone al resto de la sociedad permanecen ocultan para el observador medio. Esta tendencia del estado debería por sí sola excluir todos los planes de economistas y otros escritores de que el gobierno emita y estabilizar la oferta de papel moneda.

Mientras los países estaban aún en un patrón metálico, los billetes de banco y del gobierno se emitían como redimibles en metálico. Había sustitutivos del dinero, esencialmente recibos de depósito de oro, que podían redimirse por su valor facial a la vista. Sin embargo, pronto la emisión de recibos fue más allá del 100% de la reserva para una creación abierta de dinero. Los gobiernos han tratado persistentemente de hacer todo lo posible para promover, estimular y expandir la circulación de papel bancario y gubernamental y a desanimar el uso de la gente del propio oro. Cualquier banco individual tiene dos grandes controles en su creación de dinero: una reclamación de redención de no clientes (es decir, por clientes de otros bancos o por lo que quieran utilizar el dinero patrón) y una crisis de confianza en el banco por parte de sus clientes, causando una “corrida”. Los gobiernos han operado constantemente para ampliar estos límites, que serían estrechos en un sistema de “banca libre”, un sistema en que los bancos son libres de hacer lo que quieran, mientras rediman inmediatamente sus obligaciones de pago en metálico. Han creado un banco central para ampliar los límites a todo el país al permitir a los bancos inflar juntos (bajo la tutela del gobierno). Y han tratado de garantizar a los bancos que el gobierno no los dejará quebrar, ya sea acuñando la conveniente doctrina de que el banco central debe ser un “prestamista de último recurso” o reserva de los bancos o, como en Estados Unidos, sencillamente “suspendiendo los pagos en metálico”, es decir, permitiendo a los bancos continuar operando mientras rechazan redimir sus obligaciones contractuales para pagar en metálico.
Otro dispositivo utilizado a lo largo de los años por los gobiernos era persuadir a la gente para que usara el oro en sus transacciones diarias: hacerlo se consideraba como un anacronismo impropio del mundo moderno. El paleto que no confiara en los bancos se convertía en objeto común de burlas. De esta manera, el oro se confinaba cada vez más a los bancos y a su uso en transacciones de grandes importes, lo que hizo mucho más sencillo abandonar el patrón oro durante la Gran Depresión, pues así se convencía a la gente de que los únicos que iban a sufrir eran unos pocos atesoradores de oro egoístas, antisociales y sutilmente antipatriotas. De hecho, ya en el pánico de 1819, se había extendido la idea de que quien tratara de redimir su billete de banco en metálico, es decir, redimir su propia propiedad, era un ciudadano subversivo que trataba de hacer naufragar a los bancos y a toda la economía y en la década de 1930 fue así sencillo denunciar a los atesoradores de oro como virtuales traidores.

Así que imponiendo la banca centralizada, suspendiendo los pagos en metálico y estimulando en cambio entre la gente del oro al papel o los depósitos bancarios en las transacciones diarias, el gobierno organizó la inflación y así una proporción cada vez mayor de sustitutivos monetarios para el oro (una creciente proporción de pasivos redimibles en oro a la vista, por el propio oro). Pero en resumen en la década de 1930, el patrón oro (una tambaleante base de oro soportando una pirámide cada vez mayor de derechos monetarios) estaba lista para derrumbarse ante la primera depresión grave u ola de corridas bancarias.

Banca 100% oro

 
Así hemos llegado a la diferencia esencial entre la mayoría de esos economistas que siguen defendiendo una vuelta al patrón oro y yo. Estos economistas, representador el Dr. Walter E. Spahr y sus asociados en el Economists’ National Committee on Monetary Policy, creen esencialmente que el antiguo patrón oro previo a 1933 era una institución adecuada y viable en todos sus aspectos y que abandonar el oro en 1933 fue solo un acto perverso de voluntad que solo necesita derogarse para restablecer nuestro sistema monetario sobre una base sólida. Por el contrario, yo considero a 1933 como solo el último eslabón de toda una cadena de acciones desafortunadas: me parece claro que el patrón oro de la década de 1920 era tan defectuoso como para estar al borde del colapso. Una vuelta a un patrón oro como ése, aunque superior al sistema presente, solo abriría el paso a otro colapso (y esta vez, me temo, el oro no tendría otra oportunidad). Aunque el periodo de transición sería más difícil, sería más amable con el patrón oro, así como mejor para la salud económica del país a largo plazo, para volver a un patrón oro más fuerte y viable que el que hemos perdido.

Me atrevo a decir que mis lectores han estado demasiado expuestos a las enseñanzas de la Escuela de Chicago como para sorprenderse ante la idea de una banca de reserva 100%. Por supuesto, este tema merece mucho más espacio del que puedo darle aquí. Solo puedo decir que mi postura de una banca al 100% difiere considerablemente en énfasis de la Escuela de Chicago. El grupo de Chicago básicamente considera el dinero al 100% como una técnica (como una herramienta útil y eficaz para la manipulación pública de la oferta monetaria, sin las cargas de las demoras o fricciones en el sistema bancario). Mis razones para defender una banca al 100% están mucho más cerca de centro de todo nuestro sistema de libre mercado y derechos de propiedad. En mi opinión, emitir títulos de pago a la vista por encima de la cantidad de bienes poseídos es sencillamente un fraude y debería considerarse así por el sistema legal. Pues esto significa que un banco emite recibos de depósito “falsos” (por ejemplo, recibos de depósito por onzas de oro que no existan realmente en sus arcas). Esto es una falsificación legalizada, es la creación de dinero sin necesidad de producción, es competir por recursos contra los que han producido. En resumen, creo que la banca de reserva fraccionaria es desastrosa tanto para la moralidad como para las bases e instituciones fundamentales de la economía de mercado.

Estoy familiarizado con los muchos argumentos a favor de la banca de reserva fraccionaria. Esta la opinión de que esto es simplemente económico: Los bancos empezaron con reservas al 100%, pero luego vieron sagaz y agudamente que solo una cierta porción de estos títulos de demanda se redimían, así que parecía seguro o bien prestar el oro para obtener un beneficio o emitir pseudo-recibos de depósito (ya sea como billetes de banco o como depósitos bancarios) por el oro y prestar éstos. Los bancos adoptan aquí el papel de sagaces emprendedores. Pero también lo adopta el sagaz malversador cuando toma dinero de la caja de la empresa para hacer sus propias inversiones. Igual que el banquero, ve una oportunidad para obtener un beneficio sobre los activos de otro. El malversador sabe, digamos, que el auditor llegará el 1 de junio a inspeccionar las cuentas e intenta devolver antes el “préstamo”. Supongamos que lo hace: ¿es verdad que nadie ha perdido y todos han ganado? Lo dudo: se ha producido un robo y ese robo debería ser perseguido y no perdonado. Advirtamos que el defensor de la banca supone que algo ha ido mal si todos decidieran redimir su propiedad, solo para descubrir que no está allí. Pero sostengo que lo malo (el robo) se produce en el momento en que el malversador toma el dinero, no en el momento posterior cuando este “empréstito” se descubre.

Otro argumento sostiene que el hecho de que billetes y depósitos sean redimibles a la vista solo es una especie de accidente, que son meramente transacciones de crédito. Los depositantes o tenedores de billetes están sencillamente prestando dinero a los bancos, que a su vez actúan con sus agentes para canalizar el dinero a las empresas. ¿Y por qué reprimir el crédito productivo? Sin embargo, Mises ha demostrado la diferencia crucial entre una transacción de crédito y una transacción de derechos: el crédito implica siempre la compra de un bien futuro por el acreedor a cambio de un bien presente (el dinero). El acreedor entrega un bien presente a cambio de un pagaré por un bien que le llegará en el futuro. Pero un derecho (y los billetes o depósitos bancarios son derechos sobre dinero) no implica la entrega del acreedor de nada del bien actual. Por el contrario, el tenedor del billete o el depósito sigue reteniendo su dinero (el bien presente) porque tiene un derecho sobre él, un recibo de depósito, que puede redimir en el momento en que lo desee. Éste es el meollo de la cuestión y por esto la banca de reserva fraccionaria crea nuevo dinero, mientras que otras agencias de crédito no lo hacen (pues los recibos o derechos de depósito de dinero funcionan en el mercado como equivalentes al propio dinero estándar.

Para quienes persisten en creer que la mayoría de los depósitos bancarios son en realidad fondos ahorrador dejados voluntariamente a los bancos para que inviertan en nombre de los ahorradores y no para mantenerlos solo como efectivo de moneda en los balances, me gustaría plantear este reto: Si lo que decís es cierto, ¿por qué no aceptar alterar la estructura bancaria para cambiar estos depósitos a obligaciones de vencimiento variable? Un cambio de depósitos no cubiertos a obligaciones por supuestos significaría una enorme caída en la oferta de dinero, pero si estos depósitos son simplemente otra forma de crédito, entonces los depositantes no deberían protestar y los teóricos del 100% estaríamos satisfechos. Además, la compra de una obligación sería un verdadero ahorro e inversión del dinero existente, en lugar de un aumento precario en la oferta monetaria.

En resumen, estoy defendiendo que deben cambiarse las leyes para tratar los billetes y depósitos bancarios como lo que son en la realidad económica y social: recibos de depósitos de dinero estándar; en resumen, que los tenedores de billetes y depósitos se reconozcan como legítimos propietarios del oro (o, bajo el patrón fiduciario, del papel) en las arcas del banco. Tratados ahora como deuda, depósitos y billetes deberían ser considerados como evidencias de depósitos. En relación con los principios legales generales, esto no sería un cambio radical, ya que los recibos de depósito se tratan ahora como depósitos. Los bancos simplemente serían tratados como depósitos de dinero en relación con sus billetes y depósitos.

El Profesor Spahr utiliza a menudo la analogía de un puente para justificar la moneda de reserva fraccionaria. El constructor de un puente estima aproximadamente cuánta gente lo usará diariamente. Construye el puente sobre esta base y no intenta atender a toda la gente en la ciudad, aunque puedan decidir todos cruzar el puente simultáneamente. Pero la falacia más importante de esta analogía es que los habitantes no tienen por tanto un derecho legal a cruzar el puente en cualquier momento. (Esto sería aún más evidente si el puente fue propiedad de una empresa privada). Por otro lado, los tenedores de sustitutivos del dinero sí tienen más categóricamente un derecho legal a su propiedad en cualquier momento en que elijan redimirla. Los derechos deben por tanto ser fraudulentos, ya que el banco no podría atenderlos todos.

Para quienes quieren que el dólar sea convertible en oro, pero se contentan con el patrón anterior a 1933, podríamos citar el análisis de Amasa Walker, uno de los grandes economistas estadounidenses de hace un siglo: “Mientras el metálico se mantenga para el pago de estos billetes [respaldados por reserva fraccionaria], este tipo de moneda es realmente convertible y equivalente a dinero, pero en la medida en que el elemento del crédito exceda al metálico, es solo una promesa de pagar dinero y es inconvertible. Por tanto, una moneda mixta [fraccionaria-reserva] solo puede considerarse como parcialmente convertible, dependiendo el grado de convertibilidad de la proporción de metálico que muestren los billetes emitidos y los depósitos”.

Para quien crea en la libre empresa, un sistema de “banca libre” sin duda tiene muchos atractivos. No solo parece más coherente con la institución general de la libre empresa, sino que Mises y otros han demostrado que la banca libre no llevaría a la oferta infinita de dinero que preveían defensores utópicos de la banca libre como Proudhoun, Spooner, Greene y Meulen, sino más bien a un dinero mucho más “fuerte” y sólido que el que existe cuando los bancos están controlados por un banco central. Por tanto, en la práctica, la banca libre se acercaría mucho más al ideal del 100% que el sistema que tenemos ahora. Y aún así, si “el libre comercio en banca es libre comercio en estafa”, entonces indudablemente lo más sensato sería eliminar de raíz las estafas en la banca. El único argumento de Mises en contra de una banca 100% oro es que esto admitiría el desafortunado precedente del control público del sistema bancario. Pero si la banca de reserva fraccionaria es fraudulenta, podría prohibirse no como una forma de intervención pública administrativa en el sistema monetario, sino más bien como parte de la prohibición legal general de uso de fuerza y fraude. Dentro de esta prohibición general del fraude, mi propuesta de reforma bancaria dejaría a los bancos privados en completa libertad.

Objeciones al 100% oro

 
Se han aportado ciertas objeciones estándar contra la banca al 100% y en particular contra la moneda 100% oro. Encuentro particular y sorprendentemente curioso un argumento generalmente aceptado contra cualquier forma de banca al 100%: que bajo reservas al 100%, los bancos no serían capaces de continuar en el negocio de forma rentable. No veo razón por la que los bancos no fueran capaces de cobrar a sus clientes por sus servicios, como hacen todos los demás negocios útiles. Este argumento apunta a los supuestamente enormes beneficios de la banca: si estos beneficios fueran realmente tan poderosos, entonces indudablemente los consumidores estarían dispuestos a pagar el servicio que se les cobre, igual que pagan hoy por los cheques de viaje. Si no están dispuestos a pagar los costes del negocio bancario como pagan los costes de otros sectores que les son útiles, eso demostraría que las ventajas de la banca se han exagerado mucho. En cualquier caso, no hay razón por la que la banca no deba tener su oportunidad en el mercado libre con cualquier otro sector.

La principal objeción contra el 100% oro es la de que supuestamente dejaría a la economía sin una oferta monetaria adecuada. Algunos economistas defienden un aumento secular de la oferta monetaria de acuerdo con algún criterio: crecimiento de la población, crecimiento del volumen del comercio y similares; otros desean que la oferta monetaria se ajuste para proporcionar un nivel de precios estable y fijo. En ambos casos, por supuesto, el ajuste y la manipulación solo puede hacerlo el gobierno. Estos economistas no han asimilado del todo la gran lección monetaria de la economía clásica: que la oferta de dinero esencialmente no importa. El dinero realiza su función de ser un medio de intercambio, por lo que cualquier cambio en su oferta sencillamente se ajustaría en el poder adquisitivo de la unidad monetaria, es decir, en la cantidad de otros bienes que el dinero será capaz de comprar. Un aumento en la oferta monetaria significa solamente que más unidades monetarias están haciendo la función social de intercambio y que por tanto el poder adquisitivo de cada unidad está disminuyendo. A causa de este ajuste, el dinero, frente a los demás productos útiles empleados en la producción o el consumo, no confiere un beneficio social cuando aumenta su oferta. La única razón por la que es útil un aumento en la minería del oro es en realidad que la mayor oferta de oro satisfará más usos no monetarios del producto oro.

Por tanto no hay nunca ninguna necesidad de una mayor oferta monetaria (aparte de los usos no monetarios del oro y la plata). Un aumento en la oferta monetaria solo puede beneficiar a un grupo de gente a costa de otro y, como hemos visto, eso es precisamente lo que pasa cuando el gobierno o los bancos inflan la oferta monetaria. Y para eso es precisamente para lo que está pensada mi propuesta de reforma. Por cierto, que nunca puede haber una “escasez” real de dinero, ya que el mismo hecho de que el mercado haya establecido y continúe utilizando al oro y la plata como productos monetarios demuestra que existen los suficientes como para ser útiles como medios de intercambio.

El número de personas, el volumen de comercio y todos los demás criterios alegados son por tanto meramente arbitrarios e irrelevantes con respecto a la oferta monetaria. Y respecto del ideal del nivel estable de precios, aparte de los serios defectos de decidir acerca de un índice apropiado, hay dos puntos que generalmente se olvidan. En primer lugar, el mismo ideal de un nivel estable de precios está abierto a críticas. Se ataca siempre el atesoramiento, como hemos indicado y sin embargo es la acción libremente expresada y deseada en el mercado. La gente quiere a menudo aumentar el valor real de sus balances de efectivo o aumentar el poder de compra de cada dólar. Hay muchas razones por las que podrían quererlo. ¿Por qué no deberían tener este derecho, como tienen otros en el libre mercado? Y aún así solo por llevar a cabo su “atesoramiento” a través de precios más bajos puede llegarse a este resultado. Solo reclamando más balances de efectivo y rebajando así los precios pueden los dólares asumir un valor realmente más alto. No veo ninguna razón por la que el gobierno deba poder privar de este derecho al público consumidor. Segundo, si la gente realmente tuviera un deseo abrumador de un nivel estable de precios, negociaría todos sus contratos con algún índice de precios acordado. El hecho de que tal “patrón de tabulación” voluntario apenas se haya adoptado es un comentario suficientemente apropiado para esos entusiastas del nivel estable de precios que impondrían sus ambiciones mediante coacción del gobierno.

Se dice a menudo que el dinero debería funcionar como una vara de medir y por tanto su valor debería estabilizarse y fijarse. Sin embargo no es su valor, sino su peso lo que debería fijarse eternamente, como cualquier otro peso. Su valor, como todos los demás valores, debería dejarse al juicio, estimación decisión última de toda persona consumidora.

El Profesor Yeager y el oro al 100%

 
Una de las más importantes explicaciones del patrón 100% oro en años recientes es la del Profesor Leland Yeager. El Profesor Yeager, aunque realmente en el polo opuesto como defensor de las monedas fiduciarias de libre fluctuación, reconoce la gran superioridad del oro 100% por encima del tipo habitual previo a 1933 del patrón oro. Las principales objeciones al patrón oro son su vulnerabilidad a grandes y súbitas deflaciones y las dificultades que afrontan las autoridades nacionales cuando una absorción del metálico en el extranjero amenaza las reservas bancarias nacionales y obliga a la contracción. Con un oro al 100%, reconoce Yeager, no existiría ninguno de estos problemas.
Bajo un patrón oro internacional de moneda fuerte, la divisa de cada país consistiría exclusivamente en oro (u oro más recibos de depósito de oro completamente respaldados en forma de papel moneda y monedas representativas). El gobierno y sus agencias no tendrían que preocuparse acerca de ninguna absorción de sus reservas. Los almacenes de oro nunca se verían molestados por solicitudes de redimir el papel moneda en oro, ya que cada dólar de papel moneda en circulación representaría un dólar de oro realmente existente en un almacén. No existirían políticas monetarias nacionales independientes, el volumen de dinero en cada país estaría determinado por las fuerzas del mercado. La oferta mundial de oro estaría distribuida entre los diversos países de acuerdo con las demandas de efectivo de las personas de los distintos países. No habría peligro de que el oro abandonara algunos países y se acumulara en exceso en otros pues cada individuo se preocuparía de no dejar que su balance de efectivo encogiera o se expandiera hasta un tamaño que considere inapropiado a la vista de su propia renta y riqueza.

Bajo un patrón 100% oro, lo distintos países tendrían un sistema monetario común, igual que los distintos estados de Estados Unidos tienen hoy un sistema monetario común. No habría más razones para preocuparse acerca del desequilibrio en la balanza de pagos de Nueva York. Si cada individuo (e institución) se preocupara por evitar un desequilibrio persistente en su balanza personal de pagos, sería bastante. Las acciones de los individuos al mantener los balances de efectivo a niveles apropiados “automáticamente” se ocuparían de la adecuación de la oferta monetaria de cada país.
Los problemas de las reservas nacionales, la deflación y otros, apunta Yeager, se deben a la naturaleza de reserva fraccionaria del patrón oro, no al propio oro. “Los sistemas de reserva fraccionaria nacional son el origen real de la mayoría de las dificultades para las que se echa la culpa al patrón oro”, Con reservas fraccionarias, las acciones individuales ya no bastan para asegurar automáticamente la distribución adecuada de la oferta de oro. “Las dificultades aparecen porque las divisas nacionales mixtas (divisas que son en buena parte papel y solo parcialmente oro) son insuficientemente internacionales. El principal defecto del patrón oro histórico es la necesidad de ‘proteger’ las reservas nacionales de oro”. La banca centralizada y su gestión solo empeoran las cosas: “En resumen, si un Banco Central amplifica los efectos de los flujos de oro, permanece pasivo ante dichos flujos o los ‘compensa’, su comportamiento en incompatible con los principios de verdadero patrón oro. En realidad, cualquier tipo de gestión monetaria va en contra de los principios del patrón oro puro”.

A la vista de esta elocuente descripción del patrón 100% oro, ¿por qué lo rechaza Yeager de plano y reclama por el contrario dinero fiduciario fluctuando libremente? En buena medida porque solo con dinero fiduciario puede cada unidad gubernamental estabilizar el nivel de precios en su propia área en tiempos de depresión. Ahora no puedo detenerme a explicar más la política de estabilización, que creo que es al tiempo falaz y desastrosa. Solo puedo apuntar que, al contrario de lo que dice el Profesor Yeager, las bajadas de precios y la depreciación del tipo de cambio no son alternativas sencillas. Creer esto es sucumbir a un holismo metodológico fatal y abandonar el camino sensato del individualismo metodológico. Si por ejemplo, un sindicato metalúrgico en cierta área está causando paro en el sector al insistir en mantener altos sus salarios aunque hayan caído los precios, considero al mismo tiempo injusto, una causa de malas asignaciones y distorsiones en la producción y positivamente inútil tratar de arreglar el problema obligando a todos los consumidores del área a pagar precios más altos por sus importaciones (mediante una bajado en el tipo de cambio del área).
Un problema que ningún estatista y nacionalista monetario ha afrontado es el límite geográfico de cada moneda. Si debe haber moneda fiduciaria nacional fluctuante, ¿cuáles deberían ser los límites de la “nación”? Indudablemente las fronteras políticas tienen poco o ningún significado económico. El Profesor Yeager tiene el coraje suficiente como para reconocerlo y llevar al dinero fiduciario casi hasta la reducción al absurdo al defender, o al menos considerar, monedas completamente independientes para cada región o incluso localidad en una nación.

Sin embargo Yeager no ha llevado lo bastante lejos su reducción al absurdo. Lógicamente, lo definitivo en las monedas fiduciarias fluctuando libremente es un dinero distinto emitido por todas y cada una de las personas. Hemos visto que esto no se produciría en el mercado libre. Pero supongamos que esto se produce por evolución del sistema actual o por cualquier otro método. ¿Qué pasa entonces? Tendríamos realmente un caos mundial, con “rothbards”, “yeagers”, “joneses” y miles de millones de otras divisas individuales fluctuando libremente en el mercado. Pienso que sería instructivo si algún economista se dedicara a un análisis intensivo de cómo sería un mundo así. Creo seguro decir que el mundo volvería a una forma de trueque enormemente compleja y caótica y que el comercio se reduciría a una paralización virtual. Pues ya no habría ningún tipo de medio monetario para intercambios. Cada intercambio independiente requeriría un “dinero” diferente. De hecho, como dinero significa un medio general de intercambios, es dudoso que el mismo concepto de dinero pudiera seguir aplicándose. Indudablemente el indispensable cálculo económico proporcionado por el dinero y el sistema de precios tendría que cesar, ya que no habría una unidad común de cuenta. Es una crítica sería y no inverosímil de las propuestas de moneda fiduciaria, porque todas ellas introducen algo de este elemento caótico en la economía mundial. En resumen, las monedas financieras fluctuantes son desintegradoras de la misma función del propio dinero. Si todo individuo tuviera su propio dinero, la desintegración de la misma existencia de dinero estaría completa, pero las monedas fiduciarias nacionales (y aún más las regionales y locales) ya desintegran parcialmente el medio monetario. Contradicen la esencia de la función monetaria.

Finalmente, el Profesor Yeager se preguntaba por qué debían haber insistido en el “internacionalismo monetario” del patrón oro “liberales ortodoxos” como Mises, Hayek y Robbins. Sin pretender hablar en su nombre, creo que la respuesta puede hacerse en dos partes: (1) porque estaban a favor de la libertad monetaria en lugar de la dirección y manipulación pública del dinero y (2) porque estaban a favor de la existencia del dinero frente al trueque, porque creían que el dinero es una de las mayores y más significativas características de la economía moderna de mercado y de hecho de la propia civilización. Cuanto más general sea el dinero, mayor el ámbito de división del trabajo y del intercambio interregional de bienes y servicios que deriva de la economía de mercado. Un medio de intercambio es por tanto crítico para el libre mercado y cuanto más amplio sea el uso de este dinero, más extenso será el mercado y mejor podrá funcionar. En resumen, la verdadera libertad de comercio requiere un dinero producto internacional (como ha demostrado la historia de la economía de mercado de siglos recientes) oro y plata. Cualquier división de ese medio internacional por papel fiduciario estatista inevitablemente dificulta y desintegra el libre mercado y priva al mundo de los frutos de ese mercado. En definitiva, el asunto es claro: podemos volver al oro o podemos seguir la vía fiduciaria y volver al trueque. Tal vez no sea una exageración decir que la propia civilización está en juego en nuestra decisión.

La tradición del 100% oro

 
Por tanto defiendo como sistema monetario más sensato y único compatible completamente con el libre mercado y la ausencia de fuerza o fraude de cualquier tipo el patrón 100% oro. Es el único sistema compatible con la completa preservación de los derechos de propiedad. Es el único sistema que asegura el fin de la inflación y, con ella, del ciclo económico. Y s la única forma de patrón oro que cumple completamente con el siguiente argumento del subcomité Douglas contra el retorno al oro: “Una razón primordial contra hacer libremente disponibles las monedas de oro es que ningún gobierno [¿o banco?] debería hacer promesas que no fuera capaz de mantener si la demanda debiera amentar. Los sistemas monetarios durante más de un siglo se han expandido más rápidamente de lo que se permitiría por adiciones de oro”.

Aunque éste sea indudablemente un programa “radical” para este tiempo y lugar, es importante señalar brevemente que se encuadra dentro de una gran tradición: no solo en la tradición económica de los economistas clásicos y la escuela de la moneda, sino asimismo en la tradición política estadounidense de jeffersonianos y jacksonianos. En esencia, éste era su programa. De paso debería señalarse que casi todos los historiadores, con la notable excepción de William Graham Sumner y Joseph Dorfman, ha malinterpretado a los jeffersonianos y jacksonianos como ignorantes económicamente y pueblerinos anticapitalistas reaccionando airadamente ante un sistema crediticio que no conseguían entender. Este uno de acuerdo o no con sus posturas, escribieron con un conocimiento completo y complejo sobre economía clásica y estaban completamente comprometidos con el capitalismo y el libre mercado, que creían que se verían perjudicados y no ayudados por la institución de la banca de reserva fraccionaria. De hecho, podría incluso decirse que estos estadounidenses era miembros no aterrorizados de la escuela de la moneda, sin la devoción casi ciega por el Banco de Inglaterra de sus más pragmáticos primos británicos. De hecho, el principio de la moneda se enunció en Estados Unidos varios años antes de que hiciera su aparición en Inglaterra. Y esos fundadores del principio de la moneda en Estados Unidos como Condy Raguet se dieron cuenta de lo que los más eminentes británicos trágicamente no vieron: que los depósitos bancarios son tan completamente sustitutivos del dinero como los billetes del banco y por tanto son parte de la oferta monetaria amplia.

Después de la Guerra de Secesión, los economistas de la moneda fuerte estaban preocupados batallando contra los problemas del nuevo greenback y la plata libre y la idea de un oro 100% prácticamente se perdió de vista. Sin embargo, el general Amasa Walker escribió en la década de 1860 e incluso fue sobrepasado en perspicacia por las obras brillantes y olvidadas del comerciante de Boston, Charles H. Carroll, que defendía reservas 100% oro frente a depósitos bancarios e incluso billetes y también reclamaba reemplazar el nombre “dólar” por la onza o el gramo de oro. Y un funcionario de la Oficina de Estudios de Estados Unidos, Isaiah W. Sylvester, completamente olvidado por los historiadores, defendía un dólar al 100% y patrones paralelos. En el siglo actual, el único economista que defiende el patrón 100% oro, hasta donde yo sé, ha sido el Dr. Elgin Groseclose.

El camino a recorrer

 
Habiendo decidido volver a un dólar 100% oro, afrontamos el problema de cómo llegar a él. No cabe duda de la dificultad del periodo de transición requeridos para llegar a nuestro objetivo. Pero una vez que se concluya el periodo de transición, tendremos la satisfacción de tener el mejor sistema monetario conocido por el hombre y de eliminar la inflación, los ciclos económicos y la práctica antieconómica e inmoral de la gente adquiriendo dinero a costa de los productores. Como tenemos muchas veces el número de dólares respecto de los dólares oro fijados al peso fijo actual del mismo, tenemos esencialmente dos rutas alternativas y opuestas hacia el 100% oro: o forzar una deflación de la oferta de dólares hasta las existencias de oro actualmente valoradas o “aumentar el precio del oro” (rebajar la definición del peso del oro) para hacer que las existencias totales de dólares 100% oro iguales a la oferta total de dólares en la sociedad. O podemos elegir alguna combinación de ambas rutas.

El Profesor Spahr y sus socios desean volver al patrón oro (aunque no a un 100% oro) al “precio” actual de 35$ la onza, destacando la importancia de la fijeza en el paso del dólar. Si estuviéramos antes de 1933 y aun siguiéramos en el patrón oro, aunque fuera en uno defectuoso, yo estaría de acuerdo sin vacilar. El principio de un peso fijo para el dólar, y sobre todo el principio de la santidad del contrato, son esenciales para todo nuestro sistema de propiedad privada y por tanto bien merecerían la pena las dificultades de una deflación severa. Aparte de eso, hemos convertido a la deflación en un ogro absurdo y hemos desdeñado las sanas consecuencias de una purga deflacionista de las malas inversiones del auge, así como la impagable ayuda que los grupos con rentas fijas, golpeados por décadas de erosión inflacionista, acabarían obteniendo de una caída considerable en los precios. Una deflación aguda también ayudaría a acabar con las poderosas asociaciones de sindicatos monopolistas, que son potencialmente tan destructivas para la economía de mercado. En cualquier caso, aunque la deflación fuera nominalmente aguda, en la medida en que la gente quisiera ahorrar muchas de sus existencias actuales en efectivo, aumentarían voluntariamente sus ahorros comprando obligaciones bancarias en lugar de sus depósitos, potenciando así el “crecimiento económico” y mitigando los rigores de la deflación.

Por otro lado, no hay razón particular para respetar la cifra de 35$ en el momento actual, ya que el “patrón oro” y la definición del dólar existentes son solo aplicables a gobiernos y bancos centrales extranjeros: en lo que respecta a la gente, estamos ahora en un patrón virtualmente fiduciario. Por tanto, podemos cambiar la definición del dólar como paso preliminar a una vuelta a un patrón oro completo y no estaríamos realmente alterando el principio de fijeza. Como en el caso de cualquier definición de peso, la definición inicial es puramente arbitraria y estamos ahora tan cerca de un patrón fiduciario que podemos considerar cualquier dólar en el nuevo patrón como definición inicial.
Dependiendo de cómo definamos la oferta monetaria (y yo la definiría muy ampliamente como todos los derechos en dólares a un valor fijado a la par), un aumento en el precio del oro suficiente para conseguir que las existencias de oro se iguales al 100% de los dólares totales requeriría un aumento multiplicado por 10 o 20. Por supuesto, esto generaría una enorme ganancia extraordinaria para la minería del oro, pero eso no nos importa. No creo que debamos rechazar una oferta de una entrada masiva en el paraíso simplemente porque los fabricantes de arpas y alas de ángel obtengan una ganancia extraordinaria. Pero indudablemente serían un tema de verdadera preocupación los enormes impulsos que tal cambio producirían durante muchos años a la minería del oro, así como las turbulencias que causaría en los patrones del comercio internacional.

Qué vía seguiríamos, o qué mezcla concreta de ambas, es asunto de un estudio detallado por parte de los economistas. Evidentemente, se ha llevado a cabo poco o nada de este necesario estudio. Por tanto, no propongo aquí un proyecto completo. Me gustaría ver que todos los que hayan quedado convencidos de la necesidad de un patrón 100% oro se unieran a dicho estudio de la mejor vía a seguir hacia ese objetivo bajo las condiciones actuales. En general, el programa deseado puede resumirse así:
  1. Llegar a un dólar 100% oro , ya sea mediante deflación de los dólares a unas existencias de oro valoradas en 35$ la onza o mediante una revaluación del dólar a un “precio del oro” suficientemente alto como para hacer de las existencias del oro un 100% de la oferta actual de dólares, o una mezcla de ambas vías.
  2. Quitar las existencias de oro de manos del gobierno y ponerlas en las de los bancos y el pueblo, con la consiguiente eliminación del Sistema de Reserva Federal, y un requisito legal del 100% para todos los derechos.
  3. La transferencia de todas las funciones de emisión de billetes del Tesoro y la Reserva Federal a los bancos privados. En resumen, a todos los bancos se les permitiría emitir billetes o depósitos a voluntad de sus clientes.
  4. Liberar a los lingotes de plata y sus representaciones en certificados de plata (que ahora emitirían los bancos) de cualquier valor fijado en oro. En resumen, las onzas de plata y sus recibos de depósito fluctuarían, como hacen todos los productos, en el mercado en términos de oro o dólares, dándonos monedas “paralelas” en oro y plata, con los dólares de oro permaneciendo probablemente como dinero principal y unidad de cuenta.
  5. La eliminación final del término dólar” utilizando solo términos de peso, como “gramo de oro” u “onza de oro”. El objetivo final sería la vuelta al oro de todas las naciones, a un 100% de su divisa particular y la consiguiente mezcla de todas estas divisas nacionales en una unidad unificada de gramo oro mundial. Fue uno de los objetivos considerados en las fracasadas conferencias monetarias internacionales de finales del siglo XIX. En un mundo así, no habría tipos de cambio, excepto entre oro y plata, pues se abandonarían los nombres nacionales de las divisas por simples pesos de oro y todo el dinero del mundo se vería al final libre de la intervención del gobierno.
  6. Acuñación privada libre (aunque presumiblemente no gratuita) de oro y plata.
Debo aquí discrepar de la sugerencia del Profesor Mises y Henry Hazlitt de volver al patrón oro estableciendo primero y “libre mercado” en el oro dejando al dólar completamente desligado del oro y ver luego, después de varios años, qué precio del oro establecería el mercado. En primer lugar, esto eliminaría el último enlace tenue que aún tiene el oro y nos llevaría a un dinero totalmente fiduciario. Segundo, el mercado difícilmente sería “libre”, ya que casi todo el oro de la nación estaría secuestrado en manos del gobierno. Creo que es importante actuar en la dirección contraria. Después de todo, el gobierno federal se apropió del oro del pueblo en 1913, bajo la justificación de una emergencia temporal. Es importante, por razones morales y económicas, permitir al pueblo reclamar su oro tan rápidamente como sea posible. Y como el oro aún se encuentra como rehén para nuestros dólares, creo que el enlace y la convertibilidad oficial entre dólares y oro debería restablecerse tan pronto como el Congreso pueda ser convencido. Y finalmente, como el dólar es meramente un peso en oro, hablando con propiedad, no es en absoluto apropiado establecer un “mercado” entre dólares y oro, igual que no debería haber un “mercado” entre billetes de un dólar y de cinco dólares.

No se puede negar el hecho de que este programa sugerido chocará a la mayoría de la gente como imposiblemente “radical” y “no realista”: cualquier sugerencia de cambiar el status quo, por muy ligera que sea, pede siempre considerarse por alguien como demasiado radical, así que la única salida cabal de la acusación de impractibilidad nunca es defender cualquier cambio en las condiciones existentes. Pero seguir esta aproximación es abandonar la razón humana y seguir la marea de los acontecimientos como si fuéramos animales o plantas. Como apuntaba el Profesor Philbrook en un brillante artículo hace algunos años, debemos ubicar nuestras convicciones políticas en lo que creemos que es la mejor vía para hacerlo y luego tratar de convencer a otros de este objetivo, y no incluir en nuestra política estimaciones de conclusiones de los otra gente pueda considerar aceptable. Pues alguien debe propagar la verdad en la sociedad, frente a lo que es conveniente políticamente. Si investigadores e intelectuales no lo hacen, si no exponen sus convicciones de lo que creen que debe ser el discurrir correcto, están abandonando la verdad y por tanto abandonando toda su razón de ser. Así que se perdería toda esperanza de progreso social, puede nunca se aportarían nuevas ideas, ni se trabajaría para convencer a otros acerca de su validez.

[Historia de su publicación: Leland Yeager (ed.), In Search of a Monetary Constitution. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1962, pp. 94-136. Reimpreso en The Case For a 100 Percent Gold Dollar. Washington, DC: Libertarian Review Press, 1974, y Auburn, Ala: Mises Institute, 1991, 2005.]
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.


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