Cabe preguntarse hasta qué punto los primeros compases de la recuperación se están aprovechando para mejorar el patrón de crecimiento
La economía española está creciendo al ritmo más intenso desde el inicio de la crisis. En el primer trimestre de este año ha sido del 0,9% respecto al precedente: también la más elevada variación trimestral desde el abandono de la recesión, en el segundo trimestre de 2013. Si esa tasa se repitiera en cada trimestre, el crecimiento de la economía al término del año sería del 3,6%. El Programa de Estabilidad 2015-2018 que el Gobierno ha remitido a Bruselas asume que en esos cuatro años el crecimiento no cederá: mantendrá el 2,9% en los dos primeros y ascenderá al 3% en los finales. Pero hay razones para la duda, determinadas por la naturaleza excepcional de los factores que en mayor medida están empujando el crecimiento. El propio ministro de Economía así lo admitía en una entrevista a este diario el pasado 3 de mayo: “Cuando te alejas en el tiempo puede haber más dudas (sobre el crecimiento)”.
1. Tracción vulnerable
Las dudas emergen porque en la determinación del crecimiento de la economía española son factores externos y circunstanciales los que tienen mayor influencia. Superior a la que ejercen en el resto de las economías de la eurozona. El primero de ellos es la política monetaria excepcionalmente laxa del BCE. De su importante cambio de orientación, a partir de las declaraciones de su presidente el 26 de julio de 2012 y de las decisiones posteriores, la economía española ha sido una de las más beneficiadas. Quizás porque en la nuestra fue donde la severidad de las manifestaciones estrictamente financieras y bancarias de la crisis fueron más acusadas e influyentes en la recesión. Esa disposición de Mario Draghi a “hacer lo que haga falta” redujo los costes de la deuda pública y, lo que no es menos importante, rompió el círculo vicioso que existía entre los mercados de deuda pública y el deterioro de los balances bancarios. El casi simultáneo rescate bancario específico para España, la aportación de recursos financieros en condiciones de precio muy ventajosas, contribuyó igualmente a la necesaria normalización financiera.
Desde entonces, el BCE no ha dejado de favorecer la recuperación. La ampliación y complementación de sus operaciones regulares de refinanciación al sistema bancario, las más recientes destinadas específicamente a propiciar la financiación de los bancos al sector real de las economías, la reducción de los tipos de interés de las operaciones principales de financiación hasta nivel cercano a cero, la fijación de la facilidad de depósito en un nivel negativo, han favorecido una gradual reanimación del crédito y, en todo caso, la reducción de los costes de financiación. Pero ha sido la concreción a partir del pasado 9 de marzo de su programa de adquisición de bonos públicos, y en menor medida privados, lo que ha terminado de conformar un panorama excepcionalmente cómplice del crecimiento. El compromiso del BCE de mantener vivo ese programa hasta septiembre de 2016 constituye una señal fortalecedora de la confianza, de estímulo a la inversión y, en todo caso, favorecedora del proceso de desendeudamiento de las empresas y familias españolas.
Esa misma política monetaria explica, además de la apreciación de la deuda pública, el favorable comportamiento de los mercados de renta variable y el final de la depreciación de los activos inmobiliarios: de la mejora de la riqueza de las familias.
La depreciación del euro, muy especialmente frente al dólar, es el segundo factor propulsor de la recuperación. Su causa principal radica en las diferentes posiciones cíclicas de las economías y la más expansiva orientación monetaria del BCE frente a la que seguirá adoptando la Reserva Federal. La depreciación desde 1,60 dólares por euro al inicio de la crisis hasta niveles en torno a los 1,12 actuales está favoreciendo el aumento de las ventas de las empresas españolas fuera de la eurozona, en las que se había intensificado la diversificación de las exportaciones durante la crisis.
El tercer factor ha sido la significativa caída del precio del petróleo a partir de la segunda mitad del año pasado. España es la economía de la eurozona más dependiente de las importaciones de hidrocarburos, y un descenso desde los 100 dólares el barril de brent en septiembre hasta los 66 actuales constituye un ahorro muy significativo de transferencias de rentas al exterior, de efectos similares a una intensa reducción de impuestos.
Claro que esos tres factores son comunes a toda la eurozona, pero la razón del impacto más favorable en España se explica por las mayores dificultades de partida, en especial las financieras, y las ventajas diferenciales obtenidas por nuestro sistema bancario, tanto las derivadas del rescate como del mayor uso de la financiación del BCE. La excesiva dependencia de las importaciones de energía, muy superior a las demás economías europeas, completa esos efectos más favorables.
Junto a ellos, una política presupuestaria menos restrictiva favorecerá un ritmo de crecimiento de la economía muy probablemente en el entorno del 3%. Las previsiones de la Comisión Europea anticipan un 2,8%, que caerá al 2,6% en 2016. Esa tendencia coincide con la definida por el FMI: el 2,5% de 2015 lo reduce al 2,2% el año que viene para seguir moderándose en los siguientes.
2. Recesión y crisis
La diferenciación entre recesión y crisis no es siempre muy clarificadora, pero está sirviendo para subrayar el cada vez más acusado contraste entre lo que dicen los registros macroeconómicos y lo que percibe la mayoría de la gente. “Lo primero fue salir de la recesión, lo segundo tiene que ser salir de la crisis”, afirma el ministro en esa entrevista. Lo hace cuando Alejandro Bolaños le pregunta acerca del tipo de empleo que está creando la economía en estos meses, admitiendo que su calidad no es compatible con el fortalecimiento de la confianza de las familias.
Y es que el empleo asociado a la recuperación sigue siendo un reflejo del intenso ajuste salarial que ha tenido lugar durante la crisis. De la “devaluación interna” que ha propiciado la competitividad-precio de las exportaciones españolas. Un ajuste facilitado en gran medida por la sustitución de trabajadores por otros de salarios más bajos.
Pero al igual que los tres factores antes señalados como propulsores externos de la recuperación, no puede contarse con él indefinidamente. Es por eso que, lejos de echar las campanas al vuelo, la atención debería centrarse hoy en garantizar la gradual sustitución de esa efímera tracción, al tiempo que reforzar ventajas competitivas adicionales a una devaluación salarial que, además de no favorecer la continuidad de la demanda de los hogares y su desapalancamiento, tampoco contribuye a que la recuperación económica sea percibida de igual forma por todos los ciudadanos. Los parados que llevaban más de tres años sin empleo alcanzan ya a la cuarta parte del total, al tiempo que sigue aumentando el número de los que no reciben prestaciones.
Un aspecto de importancia no menor y estrechamente vinculado al anterior, sobre el que caben igualmente dudas, es hasta qué punto estos primeros compases de la recuperación económica se están aprovechando para aumentar el crecimiento potencial, para mejorar la calidad de la oferta de la economía, avanzar en la modernización del patrón de crecimiento y reducir las vulnerabilidades ante la próxima crisis.
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