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miércoles, 24 de febrero de 2016

Pobreza y Desigualdad Social

desigualdad


Podemos encontrar hoy 1.280.000 dominios de internet, y en castellano, en los que aparecen las palabras Pobreza y Desigualdad (PD). Si suponemos, tímidamente, que cada sitio nos ofrece un documento de 5 páginas (recordemos que los que más escriben sobre esos temas son los sociólogos, antropólogos, politólogos, economistas…etc, quienes son de escritura prolija y repetitiva) tendríamos 6.400.000 paginas de tamaño carta en las que el tema PD es motivo de reflexiones. Si suponemos que un libro completo puede componerse, en promedio, de 250 páginas, llegamos a que las publicaciones en internet, y en castellano, sobre PD pueden conformar 25.600 libros. Si contáramos, además, los documentos que sobre PD están escritos en otros idiomas, no dudo que la literatura sobre el tema llegaría a más de diez veces de lo que hemos estimado, ésto es: 281.600 libros. Como la proliferación de documentos alojados en portales de internet crece a mayor velocidad que los documentos impresos (supongamos que el doble), podemos pensar, con base en cálculos muy burdos, que sobre PD se han escrito 422.400 libros. Y tiene que ser muchos más. Si todo aquel material estuviese impreso, estaríamos ante la más respetable biblioteca en la que se ventila el problema más publicitado de los últimos dos siglos: La pobreza y la desigualdad Social. ¿Y por qué de los últimos dos siglos? Porque desde el inicio del siglo XIX hacia atrás todas las sociedades eran iguales: eran desesperadamente pobres y no hay nada que empareje más a una población que la pobreza.

Las personas que laboran en organismos no gubernamentales (ONG), institutos sin ánimo de lucro, fundaciones, universidades, partidos políticos, movimientos indigenistas, grupos marginados…etc, que se ocupan exclusivamente de la pobreza y la desigualdad y que reciben financiación de organismos nacionales y extranjeros, se cuentan en cientos de miles, si no millones. Esto nos indica que el tema PD constituye una inagotable y creciente fuente de empleo que, aunque con tantos documentos existentes podemos pensar que el tema está agotado, su desaparición nos traería a millones de personas a las filas de los desempleados.

No existen criterios uniformes sobre lo que debemos entender por pobreza y desigualdad. Todos creemos tener claridad de su significado y con ello nos aventuramos a establecer las relaciones entre los dos conceptos, convirtiendo el tema de la pobreza y la desigualdad en una auténtica torre de Babel. Las estadísticas que se ofrecen sobre el tema son tan variadas y contradictorias que siempre termina uno preguntándose a quién creerle.

Aunque la pobreza admite características objetivas que todos podemos compartir, también tiene un aspecto relativista que exige un manejo más cuidadoso en su tratamiento. Por ejemplo: una persona que en Estados Unidos de América es considerada pobre, puede pasar por persona rica en Haití. Un informe reciente de la Oficina del Censo en aquel país nos dice que el 38% de los pobres poseen vivienda propia, el 62% posee un automóvil, 97% posee un televisor a color y 49% poseen aire acondicionado en su vivienda. Difícilmente esos “pobres” norteamericanos serán vistos como pobres en un país subdesarrollado.

Los analistas de la pobreza y desigualdad social gustan de asignarle grados a la pobreza. Aunque nos resistamos a creerlo, existen para aquéllos unidades de pobreza con los respectivos múltiplos y submúltiplos. Muchos economistas neoclásicos se aventuran a definir funciones de pobreza en las que se establecen correspondencias entre personas, o países, con el conjunto de los números reales, asignándoles propiedades de continuidad, derivabilidad e integrabilidad. Para muchos de ellos, la solución al problema de la pobreza está expresada en la solución de una ecuación diferencial, y el comportamiento cualitativo de ella es un trasunto del comportamiento macroeconómico de su país y el mundo en general. Ellos sienten que su ciencia adquiere aires de respetabilidad con la matematización de sus conceptos, aunque ello los lleve a conclusiones disparatadas.

Veamos algunas definiciones de pobreza:

En [1] encontramos la siguiente definición: “Pobreza, circunstancia económica en la que una persona carece de los ingresos suficientes para acceder a los niveles mínimos de atención médica, alimento, vivienda, vestido y educación”. Aunque la anterior definición de pobreza parece ser objetiva, tiene imprecisiones: ¿Qué significa nivel mínimo, significa que por debajo de ese nivel está la muerte? Si, hipotéticamente, pudiésemos trasladar a esa persona a épocas muy anteriores en las que no había atención médica, la vivienda era una cueva y de educación no se conocía ni siquiera la palabra, dicha persona no sería considerada objetivamente pobre, así sus condiciones de vida fuesen de enorme escasez. Por lo tanto la pobreza es un concepto que tiene sentido sólo en términos de una comparación. Es esta comparación la que los ingenieros sociales de hoy la expresan con la palabra desigualdad. Y lo que es más grave, la igualan con la pobreza o la escasez.

Con los deseos de precisar y cuantificar la pobreza, el Banco Mundial ha establecido como definición de extrema pobreza como aquella persona que vive con menos de un dólar diario. Esta definición fue adoptada como un promedio de las diez naciones más pobres de las que el banco tiene información estadística. Esta definición está lejos de ser objetiva en virtud de que, por ejemplo, un dólar en Nepal no significa lo mismo que un dólar en España o Francia. En muchas comunidades campesinas de países muy pobres, el mercado se realiza ya sea con una moneda altamente devaluada o con un sistema de trueque. Por ejemplo: para un campesino de una vereda de la selva chocoana en Colombia, un plátano no se compra simplemente se coge de la planta o se cambia por una yuca que se da silvestre. Un dólar en esa comunidad o su equivalente en pesos puede no tener significado alguno.

El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) también tiene su definición de pobreza en términos de comparación, así: Una persona es pobre si gana menos del 50% del salario promedio del país en que habita. Esta definición, aparte de contrastar con las dos anteriores, es usada como un arma de lucha política. En España, algunos analistas del PSOE cuando estaban en la oposición al gobierno del PP, decidieron cambiar el anterior 50% por el 60%, concluyendo con ello que los del PP eran un gobierno empobrecedor. Y de hecho lo es, pero por otras razones.

La pobreza es la mayor preocupación de la humanidad, todos los gobiernos se ocupan de ella y son las ideologías de muchos de ellos las que no permiten entender el fenómeno. La pobreza es un fenómeno natural a la vida misma. Suena duro pero así es. Si observamos los anímales y sus grupos, vemos que viven en estados de sobre vivencia, lo natural en ellos es la pobreza. Thomas Hobbes (1588-1679), en su obra El Leviatán decía que “la vida en ese estado (estado de naturaleza) es solitaria, pobre, brutal y breve” y que sólo es la raza humana la que está en condiciones de alcanzar estados de desarrollo y riqueza. Es por ello que Peter Bauer (1915-2002), economista húngaro, nacionalizado inglés, nos decía que el fenómeno a estudiar no es la pobreza sino la riqueza. Cuál es el mecanismo para que una nación se enriquezca es la pregunta que debemos hacernos. Y lo más importante es que tenemos numerosos ejemplos de naciones ricas.

Ligado a la pobreza, los economistas utilizan el concepto de desigualdad; este concepto, que aparece en los análisis macroeconómicos de hoy lo utilizan como sinónimo de pobreza, cometiendo con ello un grave error. Ello lo comprobamos cuando en un informe del BID [2] leemos:

El crecimiento económico durante el decenio no surtió mayor efecto sobre la pobreza en razón de la mayor desigualdad de salarios e ingresos.

Y más adelante en el informe dicen que

La Unidad del Banco sobre Pobreza y Desigualdad ha preparado un plan de acción en ámbitos prioritarios para reducir la pobreza y aumentar la igualdad.

No sólo estas instituciones de crédito internacional están erróneamente convencidas, y han convencido a los gobiernos del tercer mundo, que desigualdad, pobreza y escasez son la misma cosa, sino que sus préstamos crediticios han de traer desarrollo y bienestar a los desvalidos del mundo.

El concepto de desigualdad social, como lo manejan los ingenieros sociales de hoy, es equívoco. Por ejemplo: una nación en la cual todos son pobres es, evidentemente, una sociedad totalmente igualitaria, también lo es si todos son ricos. Es más, si el 5% de la población es rica y el 95% es pobre, esa sociedad debe tratarse como injusta, anómala o disfuncional, pero nunca como desigual. Esa sería una sociedad igualitaria. El mayor grado de desigualdad que puede tener una sociedad es cuando el 50% son “pobres” y el otro 50% “ricos”. En otra circunstancia la desigualdad disminuye.

Con el afán de disminuir la desigualdad, la mayoría de los gobiernos, en países subdesarrollados y no subdesarrollados también, se esfuerzan en la distribución del ingreso. Y estas políticas no sólo son populistas, puesto que garantizan votantes en las urnas, sino que son empobrecedoras. Para que los humanos se liberen de las grandes penurias es necesario que emprendan grandes proyectos en muchísimos frentes y a muy alto costo, pensemos por ejemplo en nuevos medicamentos, innovaciones tecnológicas, programas educativos, obras de infraestructura…etc. Estos proyectos necesariamente implican enormes concentraciones de bienes de capital que, por el contrario, si fuesen distribuidos entre toda la población no podrían realizarse. El progreso de la humanidad, entonces, está atado a la desigualdad. No cabe duda que la desigualdad no sólo es inevitable sino necesaria. Otra cosa muy distinta es la pobreza, o mejor, la penuria. Es obvio que la única enemiga de la pobreza es la riqueza y no la desigualdad, como nos lo quieren decir los economistas del BID. Existen muchísimas estadísticas que nos indican mejoras sustanciales del bienestar humano en países pobres. Por ejemplo en Colombia, de acuerdo a cifras de planeación nacional el 87% de la población dispone de agua potable y servicio de alcantarillado. No más en Bogotá la cobertura de agua potable es del 100%, lo mismo en Medellín y otras ciudades. Se espera que en pocos años la cobertura en salud y educación básica será del 100%. No obstante Colombia es un país pobre cuando lo comparamos con otras naciones.

Los economistas liberales coinciden en culpar a los gobiernos intervencionistas y reguladores como los causantes del poco crecimiento económico y de la pobreza. Los gobiernos de los países del tercer mundo sólo conocen dos caminos para combatir el desempleo y generar crecimiento económico: inflación, devaluación de su moneda y monopolios u oligopolios. Lo que han conseguido con ello es empobrecimiento y atraso. El libre comercio, la libre competencia, la des-regulación, los bajos impuestos, la ausencia de aranceles son los enemigos de los gobernantes pues les quita poder político y generan, según ellos, desigualdad.

El concepto de desigualdad les llega a los economistas de hoy por los caminos de la ideología marxista. En la obra de K. Marx, Trabajo asalariado y Capital [3] vemos cómo el rechazo a la desigualdad trae como fundamento la envidia: Así dice:

Sea grande o pequeña una casa, mientras las que la rodean son también pequeñas cumple todas las exigencias sociales de una vivienda, pero, si junto a una casa pequeña surge un palacio, la que hasta entonces era casa se encoge hasta quedar convertida en una choza. La casa pequeña indica ahora que su morador no tiene exigencias, o las tiene muy reducidas; y, por mucho que, en el transcurso de la civilización, su casa gane en altura, si el palacio vecino sigue creciendo en la misma o incluso en mayor proporción, el habitante de la casa relativamente pequeña se irá sintiendo cada vez más desazonado, más descontento, más agobiado entre sus cuatro paredes. (La negrilla es mía)

Es evidente que lo que el marxismo propone, no es la eliminación de la pobreza o la penuria sino la abolición de la desigualdad. Y no es la anterior cita en la que Marx insiste en el aspecto “odioso” de la desigualdad. Más adelante dice:

Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero, y con el nivel de desarrollo de la sociedad en general

Si el goce es un concepto benthamiano difícil de medir en economía, para el marxismo no lo es: mientras más unidades dispongas de un bien, más disfrutas de él, ha de ser su conclusión. Marx ignoraba la ley de utilidad marginal decreciente. En una supuesta escala de goces, para la economía marxista no existen topes. Esto no es más que un dislate que eleva a la envidia a las categorías de la economía política.

Referencias
[1] Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation.
[2] Reducción de la pobreza y la desigualdad social en América Latina y el Caribe: El BID en acción. Banco Interamericano de Desarrollo, Washington, D.C. Noviembre 2001
[3] Trabajo asalariado y Capital. C. Marx, http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/47tac/2.htm

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