Por Antonio Mascaró Rotger
Las políticas keynesianas hicieron estragos en la década de los setenta al sorprender a propios y extraños con la dolorosa estanflación. Las promesas de la “nueva economía” del listillo británico se habían vuelto pesadillas. A principios de la década siguiente, los liberales despertaron de su letargo y Libertad de elegir fue una de las puntas de lanza de ese resurgimiento liberal.
A diferencia de obras anteriores del mismo autor, como Capitalismo y libertad, este volumen no presenta una gran complejidad analítica. No se trata de un denso manual de abstracta teoría económica atiborrado de sesudas ecuaciones matemáticas y jeroglíficos cartesianos, como cabría esperar de uno de los más destacados miembros de la Escuela de Chicago. Muy al contrario, es un libro muy asequible destinado al gran público.
El primer capítulo analiza la importancia del mercado y el sistema de precios. Empieza comentando el conocido relato Yo, el lápiz de Leonard R. Read. Hasta un producto tan simple y común como el lápiz de grafito requiere un enorme esfuerzo de coordinación entre múltiples agentes económicos. Se requiere un elevadísimo conocimiento. Este conocimiento está disperso entre millares de profesionales de los más distintos sectores: los taladores de la Costa Oeste, los fabricantes de las sierras que usan esos taladores, los obreros de los altos hornos donde se hace el acero para fabricar esas sierras, los transportistas, los mineros de las minas de grafito, y un larguísimo etcétera. Nadie ha recopilado nunca todo ese vasto saber que es necesario para fabricar el lápiz. Y, sin embargo; mediante el mercado, se consiguen fabricar muchísimos lápices de grafito que se venden por todo el mundo a precios bajísimos.
Esto es posible gracias al mecanismo de precios, que permite transmitir información relevante por todo el mercado, sirve también de estímulo al incentivar la producción de aquello más demandado y, finalmente, sirve para determinar quien se queda lo producido.
Pero el sistema de precios no está asegurado. Muchos peligros acechan y este complejo sistema puede venirse abajo o, al menos, resultar gravemente dañado. En gran medida, los capítulos siguientes se dedican a analizar los nocivos efectos que la intervención estatal tiene sobre este utilísimo mecanismo. Muestra los destrozos que han provocado un sinnúmero de regulaciones en mercados tan diversos como el transporte ferroviario, la energía, el sector financiero, el mercado laboral o la educación.
Así, en el tercer capítulo, Friedman analiza la crisis de 1929, de la que culpa al Sistema de la Reserva Federal. Lamentablemente, pasa de puntillas sobre la cuestión del patrón oro y su análisis queda cojo. Ante otras crisis, observa Friedman, la reacción habitual de los bancos comerciales había sido restringir los pagos hasta que se recuperaba la confianza en el sistema. Esto causaba dificultades a muchas personas pero evitaba el agravamiento de la crisis. Pero hacía poco que se había creado la “Fed”, que actuaba de garante último de todo el sistema financiero. Y, comprensiblemente, al haber un garante último, los bancos no redujeron en lo necesario los pagos. Tampoco lo hizo la “Fed”, así que un gran número de bancos fue quebrando y la crisis empeoró.
Y tras la crisis vino el “New Deal” de Roosevelt y el Estado del Bienestar. El gasto publicó creció y se diversificó en innumerables programas sociales. El resultado ha sido dudoso en el mejor de los casos; por un lado, este enorme gasto ha restado recursos a los sectores productivos de la economía y, por otro, estos programas no han traído el bienestar prometido.
De entre estos programas fallidos destaca el sistema educativo. Aquí, Friedman hace una pequeña concesión al no reclamar la total privatización del sistema. Él se contentaría con el sistema de vales por el cual los padres pueden elegir a qué escuela mandar a sus hijos. Es, en su opinión, un pequeño paso hacia una mayor libertad de elegir.
Finalmente, en el último capítulo, Friedman comenta los cambios que ya se aprecian en esos momentos. En 1979, el mismo año en que escribió el libro, Margaret Thatcher ganó las elecciones en el Reino Unido tras una dura campaña de crítica constante a las políticas derrochadoras keynesianas. Poco después le seguiría Ronald Reagan en Estados Unidos. Aprovechando este cambio de opinión, Friedman acaba el libro con algunas propuestas concretas de reforma constitucional para limitar el gasto público y la regulación de los sectores económicos.
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