Se ha roto el patrón tradicional de relación entre rendimiento y posibilidad de pérdida asociado al mismo. Una alteración sustancial que ha llegado para quedarse
Uno de los temas en los que más ha insistido mi querido Daniel de Fernando desde que se incorporó al Roundtable de Cotizalia-M&G (la cobertura del último, de los más interesantes que hemos tenido por las circunstancias del momento actual, lo pueden encontrar aquí y aquí) ha sido en que los inversores se deberían ir acostumbrando a un entorno de menos rentabilidad y mayor riesgo, que habría venido para quedarse.
Se trata de una ruptura con el patrón tradicional de relaciones entre rendimiento y potencial de pérdida asociado al mismo. Tradicionalmente, la correlación era directa: a más retorno objetivo, más posibilidades de salir escaldado. Ya no es así.
Y se debe a varios factores.
A bote pronto, se nos ocurren los siguientes, dudas macro y micro aparte:
Por una parte, a los elevados precios a los que cotizan muchos de los activos más seguros, lo que hace que cualquier variación mínima de los mismos tenga importantes consecuencias en términos de ‘performance’.
Influye también, en segundo término, la falta de profundidad en una parte sustancial del mercado de renta fija privada, derivada, al menos parcialmente, de la pérdida de la condición de originadores y 'market makers' de la banca.
Se deriva, en tercer lugar, de un tema de flujos. En momentos como el actual, de elevada incertidumbre, todo el dinero tiende a moverse hacia el mismo lado, provocando rupturas de resistencias y soportes constantes que exacerban los movimientos.
Y, por último, 'last but not least', está la influencia que el ‘wording’ y la acción de los bancos centrales tienen sobre el conjunto de la economía financiera, en una intervención tan recurrente que se ha convertido en estructural.
Seguro que a muchos de ustedes se les ocurren otras muchas razones, pero, en esencia y de manera sucinta, estas pueden ser las principales. Como ven, no son precisamente coyunturales. Y revelan la importancia del tercer gran elemento que ha entrado en juego siempre en la construcción de la frontera eficiente de cualquier cartera: la liquidez, que, al calor de lo anterior, explica por sí sola, en buena medida, la anomalía a la que hemos hecho referencia en el arranque de este 'post'.
Bien.
Lo que imagino que no podía imaginar el bueno de Daniel ni en sus peores sueños es hasta qué punto su ‘profecía’ se iba a convertir en realidad en el arranque de 2016.
En su ‘Resumen semanal de mercados’ de esta semana, J.P. Morgan ha puesto negro sobre blanco la magnitud de lo que está sucediendo. Según el banco de inversión estadounidense, los datos son los datos, en las primeras seis semanas de 2016, el S&P500 había vivido 20 días con movimientos al alza o a la baja superiores al 1%, más que en todo 1993 o 1995. Toca a más o menos tres por semana, o 180 en el año, extrapolación que, de cumplirse, superaría los máximos de la crisis de Lehman de 2008 o de la de Grecia/euro del 12. La media desde 1990, como pueden comprobar en el siguiente gráfico, está en 69.
¡Toma Jeroma, pastillas de goma!
No debe ser muy distinta la realidad en otros activos financieros como las materias primas o la deuda. Y su efecto es demoledor, no solo para el rendimiento absoluto de los patrimonios bajo gestión, sino para determinados productos de perfil teóricamente conservador, como los construidos sobre modelos VaR, o 'Value at Risk', que establecen umbrales de confianza y de pérdida esperada con base en unas series históricas que están saltando por los aires. Las pérdidas acumuladas por la activación de 'stop losses' han llegado para quedarse, salvo vuelta sostenida a la normalidad, que no se aventura a día de hoy.
De seguir así el año, va a ser un ejercicio para recordar que permitirá distinguir churras de merinas, lo cual no está del todo mal. Porque, ya saben, cuando el viento sopla de cola, hasta los pavos vuelan.
Pues eso.
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