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jueves, 25 de febrero de 2016

Nozick contra el estado




La muerte prematura de Robert Nozick me trae recuerdos. Era 1979 y yo estaba acudiendo a un curso en la Universidad de Buffalo sobre pensamiento político moderno impartido por Paul Kurtz, fundador de Prometheus Books. (El teórico libertario y compañero de Buffalo, Roy Childs, me dijo posteriormente que había asistido al mismo curso años antes). Entra las lecturas obligatorias estaba el primer libro de Nozick, Anarquía, estado y utopía: una sensación. El libro rebatía el pesado tratado del estado del bienestar de John Rawls, Una teoría de la justicia.

En ese momento, yo era un jeffersoniano ingenuo, lo que significa que no me daba cuenta de lo que era un jeffersoniano radical (menuda diferencia había entre la visión jeffersoniana y el mundo de psadilla de la administración Carter). No entendía completamente el segundo párrafo de la Declaración, pero me gustaba de todas formas. Había leído Capitalismo y libertad, de Milton Friedman y eso me mantuvo moviéndome en la dirección correcta. Había leído a Locke y me gustaba porque sonaba como Jefferson. Sí, sí, ya sé que Locke fue anterior, pero Jefferson fue anterior para mí. Había leído ensayos de Ayn Rand y me intrigaban.

Luego llegó Nozick. Este escribe: “La cuestión fundamental de la filosofía política, una que precede a preguntas sobre cómo debería organizarse el estado, es si debería haber algún estado en absoluto. ¿Por qué no tener anarquía?” ¿Por qué no, realmente? Nadie me ha dado una respuesta satisfactoria a esa pregunta, ni siquiera Nozick. Entiendo que, psicológicamente, la gente no está dispuesta a ser libre, pero ¿cuál es la razón por la que deberíamos quedarnos con el asesino estado moderno? En un mundo que no contiene ningún obstáculo metafísico para la libertad y la paz entre los hombres, ¿no podemos hacerlo mejor? ¿Qué tiene de bueno una sábana de seguridad inundada de sangre?

Nozick decía que solo estaba justificado un estado mínimo liberal clásico, una conclusión que sacudía un mundo filosófico previamente preocupado por el debate entre el estalinismo y el trotskismo. Su “refutación” del anarcocapitalismo fue refutada posteriormente por Roy Chinds y por un oscuro economista a quien mencionaré un poco más tarde. El ataque de Nozick al utilitarismo tuvo más éxito que su ataque al “estado de naturaleza” y constituye uno de los grandes pasajes de la historia de la literatura libertaria:
No hay ninguna entidad social con un bien que padezca cierto sacrificio por su propio bien. Solo hay gente individual, distintas personas individuales, con sus propias vidas individuales. Utilizar a una de estas personas para beneficio de otros, la utiliza y beneficia a otros. Nada más. Lo que pasa es que se le hace algo por el bien de otros. El hablar de un bien social general oculta esto (¿Intencionadamente?). usar así a una persona no respeta suficientemente ni tiene en cuenta el hecho de que es una persona independiente, de que su vida es la única vida que tiene. No obtiene algún bien desequilibrante de su sacrificio y nadie tiene derecho a obligarle y mucho menos un estado o gobierno que afirma su lealtad (como no hacen otros individuos) y que por tanto debe ser  escrupulosamente neutral con sus ciudadanos.
Posteriormente, Nozick presta un gran servicio desenmascarando la idea adolescente de la redistribución (robo) de la riqueza. Defiende el derecho de los propietarios privados a dar a quienes quieran:
Esto no significa necesariamente que todos merezcan lo que reciban. Solo significa que hay un propósito o razón para que alguien entregue algo a una persona en lugar de a otra, que normalmente podemos ver lo que quien entrega piensa que gana, qué causa cree estar sirviendo, qué objetivo piensa que está ayudando a lograr y así sucesivamente. (…) El sistema de derechos es defendible cuando está constituido por los objetivos individuales de las transacciones individuales. No hace falta ningún objetivo superior, no se necesita ningún patrón redistributivo.
Nozick continúa, de una forma que te hace preguntarte por qué se han discutido estos conceptos:
Quien hace algo, habiendo comprado o contratado todos los demás recursos usados en el proceso (…) tiene derecho a ello. La situación no es que se haga algo y que quede una cuestión abierta sobre quién se lo va a quedar. Las cosas llegan al mundo ya asociadas a personas que tienen derechos sobre ellas.
Las teorías de los derechos finales del estado requieren una interferencia continua en las vidas de la gente. Por ejemplo, si la gente decide dar su dinero a Wilt Chamberlain (tío, nos estamos citando) y Chamberlain se hace rico, entonces el estado redistribuye su riqueza por el bien de la igualdad y el año siguiente, cuando vamos al partido de los Lakers y demos más dinero a Wilt, estado tendrá que venir y apropiarse de este de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, para siempre. ¡Podéis dejar en paz, ladrones, a Wilt y sus pobres seguidores! (Y también a Jerry West).

Por muy grande que sea Anarquía, estado y utopía (llenos de estas ideas sublimes y otras), quizá la parte más importante del libro sea ¡la bibliografía! Aquí Nozick mostraba gran juicio y valor (recordar que estaba en el Harvard carmesí de 1974) listando tres libros (El hombre, la economía y el estado, Poder y mercado y  Por una nueva libertad) todos de un oscuro economista del que yo nunca había oído hablar entonces: Murray Rothbard. Era la única mención del gran Rothbard que había oído en siete años de universidad y facultad de derecho. Fue Rothbard en realidad, quien había influido en la escritura de Anarquía para empezar.

Nozick, Childs y Rothbard ya no están entre nosotros, pero nos dejaron sus ideas irresistibles, que ahora necesitamos más que nunca.

Publicado originalmente el 25 de enero de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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