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Ni Nueva York ni Londres ni Fráncfort. Tampoco Moscú o Tokio. En estos momentos, ninguna ciudad era más propicia que Shanghai para acoger la reunión de ministros de Finanzas y banqueros centrales del G20. El cónclave, que comenzó este viernes y se prolonga durante el sábado, tiene lugar en China precisamente cuando muchos de los cientos de millones de ojos que todos los días escrutan los mercados llevan meses centrando su vista en el gigante asiático. Y muy en concreto, en su divisa, el yuan, que se ha convertido en una referencia clave para los inversores de todo el planeta. Por eso el debate entre los que más mandan en la economía mundial girará en torno al delicado alambre cambiario por el que camina el mundo, ya que la amenaza de que la guerra de divisas se recrudezca es cada vez más real... salvo que el G20 lo impida con su comunicado.
El país más impaciente es Japón. Pese a que su banco central, gobernado por Haruhiko Kuroda, sorprendió a finales de enero al situar los tipos de interés en terreno negativo, las autoridades se han encontrado con que el yen, lejos de bajar, ha seguido fortalaciéndose. Con casi dos meses consumidos, la divisa nipona es la más fuerte del mundo en este 2016. No se le resiste ninguna. Ni desarrollada ni emergente. Se aprecia un 5% contra el euro, un 5,5% contra el dólar estadounidense, un 6,5% contra el real brasileño y cerca de un 7% contra el yuan chino.
Otro dato: en febrero acumula una apreciación superior al 6% contra el dólar, su mayor subida mensual desde octubre de 2008. Es decir, desde justo después de la quiebra de Lehman Brothers Y en un mundo cuyo crecimiento se está frenando y cuya actividad comercial se está ralentizando, una divisa fuerte representa un lujo del que nadie quiere presumir.
Por eso Japón ha expresado lo que espera del cónclave de Shanghai: "políticas de colaboración" entre las principales potencias, tal como ha manifestado su ministro de Finanzas. De lo contrario, se reserva el derecho para volver a actuar, bien retorciendo aún más las decisiones de su banco central, bien interviniendo directamente en el mercado para vender yenes. Con la sensibilidad existente en el mercado, esta respuesta abonaría otra ronda de inestabilidad y de posibles reacciones en cadena.
Y el yuan... ¿cuándo caerá? ¿Y cuánto?
Pero en el tablero de Shanghai no solo está el yen. De hecho, el lugar más destacado no es el suyo. Ese sitio corresponde al yuan chino. Y no tanto por lo ocurrido en los últimos meses, después de que Pekín decidiera devaluarlo en agosto y luego se haya esforzado en detener su caída consumiendo una porción considerable de sus reservas, sino por lo que se espera que pueda ocurrir en un futuro próximo. O mejor dicho, por lo que se teme que puede ocurrir.
"Creemos que nuestra hipótesis de guerra de divisas (en la que China devaluaría un 20% su moneda, desencadenando reacciones en los demás países) es cada vez más probable", avisan desde Schroders. Otras voces, como la del famoso inversor George Soros, esperan incluso una devaluación mayor, aunque más dilatada en el tiempo, que llegaría al 40%.
En cualquier caso, un movimiento brusco del yuan supondría un auténtico terremoto para la economía mundial. De hecho, en los mercados está claro que lo que preocupa de China no es la caída de su bolsa, que ha corregido un 45% desde junio, sino el comportamiento de su divisa. "El mayor riesgo que plantea China para el resto del mundo actualmente es la debilidad de su divisa en vista de la deflación que ello exporta", afirman desde Schroders. En un mundo ya preocupado por la baja inflación, una tendencia vinculada con el abaratamiento del petróleo y la debilidad del crecimiento, la devaluación del yuan sería una palanca deflacionista de primera magnitud y provocaría réplicas sucesivas por parte de los países que no quisieran perder capacidad competitiva con respecto a China.
Y aún hay más. La certeza de que el Banco Central Europeo (BCE) actuará en marzo, entre otras cosas para debilitar al euro, las intenciones de la Reserva Federal estadounidense con respecto a los tipos de interés y el 'Brexit', con el impacto que está teniendo en la libra, también se colarán en la reunión del G20. Los precedentes indican que la reunión se saldará con buenas intenciones y palabras amables, pero sin decisiones claras ni concretas. Y volverán a resonar los ecos de Bretton Woods, el Hotel Plaza o el Louvre.
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