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jueves, 12 de noviembre de 2015

Menos desigualdad a través de más riqueza

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
 
 
Esta semana se ha publicado el informe de riqueza mundial de 2015 elaborado por Credit Suisse. El dato más llamativo es que el 1% de la población mundial concentra el 50% de toda la riqueza, lo que parece dar respaldo a la idea de que los ricos son cada vez más ricos mientras que los pobres se hallan crecientemente pauperizados. Sin embargo, una lectura cuidadosa del informe y de su metodología debería llevarnos a alcanzar conclusiones bastantes distintas.
 
Los problemas de medir la riqueza
 
Cuando Credit Suisse habla de riqueza se está refiriendo al conjunto de activos reales y financieros con valor de mercado que posee un individuo después de deducir sus deudas: es decir, inmuebles, bonos o acciones. Deja fuera, por consiguiente, todo el patrimonio del Estado, el llamado capital humano (la formación de las personas que incrementa sus capacidades productivas) o las prestaciones que las personas tienen derecho a recibir del Estado (educación, sanidad o pensiones públicas).
 
Dicho de otro modo, para las mediciones de Credit Suisse, una persona de 70 años con 2.000 euros en Eritrea —sin derecho a recibir pensiones, a asistencia sanitaria o educación— es más rica que un jubilado español sin ahorros con una pensión mensual de 1.200 euros y con acceso gratuito a la sanidad o que un recién graduado por Harvard que se hubiera endeudado para pagarse la carrera. Vemos, por consiguiente, que una parte muy importante de la riqueza de los individuos —aquella vinculada en gran medida a las políticas redistributivas que promueven quienes critican la desigualdad de la riqueza— queda fuera de las estadísticas de Credit Suisse.
 
Pero las estadísticas sobre la riqueza no sólo son problemáticas por lo que no miden, sino también por la engañosa imagen que transmiten con lo que sí miden. Primero, la inmensa mayoría de personas jóvenes en cualquier sociedad carecerán de un patrimonio que, en cambio, irán adquiriendo conforme envejezcan: por ejemplo, una persona hipotecada carece a los 30 años de patrimonio inmobiliario pero, una vez termine de amortizar la hipoteca a los 70 años, sí contará con él. Por consiguiente, en parte la desigualdad de la riqueza es una cuestión generacional: los mismos que son pobres en un momento pasarán a ser ricos más adelante (como ya expuse en este ejemplo, incluso en la sociedad más igualitaria que podemos imaginar, por meras diferencias de edad, el 10% más rico de la población poseería seis veces más riqueza que el 20% más pobre).
 
Segundo, que el 1% de la sociedad posea el 50% de la riqueza no significa que siempre sea el mismo 1%. Por ejemplo, de las diez personas más ricas del mundo en 1987, ninguna de ellas conserva una posición ni remotamente similar. Asimismo, de entre las diez personas jóvenes más ricas del mundo, ocho no han heredado su patrimonio, sino que lo han construido prácticamente desde cero en apenas diez años.
 
Tercero, y siguiendo con lo anterior, gran parte de la concentración de riqueza únicamente expresa el hecho de que algunas personas han creado, y son propietarios, de una empresa que comenzó siendo diminuta y que se ha convertido en una megacompañía que satisface las necesidades de millones de personas. Es decir, que Amancio Ortega pueda tener más riqueza que el 20% de la población española sólo pone de manifiesto que Amancio Ortega es el dueño de Inditex (y lo es porque creó e hizo grande a Inditex) y que el 20% de los españoles no lo son.
 
Lo que también dice el informe de Credit Suisse
 
Pero, dejando de lado los problemas de medir la riqueza y las precipitadas conclusiones que podrían extraerse de una lectura parcial de algunos datos, conviene también extraer otra información del informe de Credit Suisse que suele pasar desapercibida para la prensa interesada en transmitir una imagen amarillista sobre la evolución de la distribución de la riqueza.
 
Primero, la riqueza en los últimos quince años ha aumentado más en los países emergentes que en los países desarrollados: entre el año 2000 y 2015, la riqueza neta por adulto ha crecido un 71% y un 109% en Norteamérica y Europa; en cambio, se ha expandido un 191% en India, un 194% en América Latina y un 198% en China. Así, en el año 2000, el estadounidense medio era 82 veces más rico que el africano medio y 30 veces más rico que el chino medio: en 2015, lo es 52 veces más que el africano medio y 17 veces más que el chino medio.
 
Segundo, pese a lo anterior, el índice Gini mundial de riqueza (de riqueza, no de ingresos) sigue ubicándose en 0,91 (1 expresa máxima desigualdad; 0 expresa máxima igualdad). Se trata de un dato que expresa una muy elevada desigualdad pero que, para ponerlo en su contexto, debemos tener en cuenta que se trata de una cifra muy parecida a la de Dinamarca (0,89). En otras palabras, a escala mundial, la estructura de la distribución de la riqueza es muy similar a la distribución de la riqueza que exhibe Dinamarca. Frente a ello, España emerge como uno de los países desarrollados con una distribución más igualitaria de la riqueza, ya que su índice Gini es de 0,67.
 
Tercero, es verdad que el 1% de la población mundial posee el 50% de toda la riqueza y que el 10% de la población mundial posee el 90% de toda la riqueza (repito: unas proporciones muy similares a la de Dinamarca). Pero lo que ilustran estas cifras no es que exista una élite ultrarrica que retiene para sí patrimonios excesivos a costa del resto de la población, sino que la inmensa mayoría de la población mundial es muy pobre. No en vano, el 40% de los españoles forma parte de esa “élite” del 10% de personas más ricas del mundo y no parece que casi la mitad de la población española sea extremadamente acaudalada. Si el 90% de la población mundial no posee prácticamente nada, por definición el otro 10% será el propietario de casi todo (aunque en términos absolutos tampoco posea demasiado).
 
Cuarto, de lo que se trata, por consiguiente, no es de empobrecer a los ricos, sino de enriquecer a los pobres: lograr que cuenten con un marco institucional (capitalismo de libre mercado) en el que puedan ahorrar y acumular un patrimonio productivo del que ahora carecen. Muchos consideran, sin embargo, que la riqueza es una tarta dada que ya no puede crecer más: para que los pobres se enriquezcan sólo cabe empobrecer a los ricos. El argumento no es válido, dado que la riqueza media de los estadounidenses se halla en un 70% en forma de activos financieros (casi la mitad de los cuales son acciones). Es decir, el grueso de la riqueza del país más rico del planeta depende de ser copropietario de empresas productivas: cuantas más empresas haya y más productivas sean, mayor será la riqueza de la que podrán apropiarse los ciudadanos.
 
Conclusión
 
Cuando se coloca el grito en el cielo por la extrema desigualdad mundial de la riqueza debemos tener presente que, primero, no estamos midiendo ni mucho menos toda la riqueza existente; segundo, que la naturaleza de los tenedores de esa riqueza es cambiante; tercero, que la causa esencial de esa desigualdad es la extrema pobreza de la mayor parte de la población mundial (ni el acaparamiento de extraordinarias riquezas en la minoría ahorradora); y cuarto, que afortunadamente el patrimonio de los más pobres está empezando a aumentar lenta pero sostenidamente.
Lejos de utilizar estas sesgadas mediciones para socavar las bases institucionales que permiten la creación y la acumulación de riqueza, deberíamos entender las estadísticas en su adecuado contexto para ser conscientes de por qué debemos reforzarlas y ampliarlas. No por casualidad, la desigualdad de la riqueza dentro de Occidente comenzó a reducirse cuando las clases medias comenzaron a convertirse en propietarias.
 
Este artículo fue publicado originalmente en Vozpópuli (España) el 16 de octubre de 2015.

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