La retórica anti sector público de la derecha no es compatible con los burócratas de la Reserva Federal
No es demasiado difícil entender la razón por la que todos los que aspiran a la candidatura republicana a la presidencia proponen enormes rebajas fiscales para los ricos. Tan solo hay que seguir el rastro del dinero: los candidatos de las primarias republicanas obtienen el grueso de su apoyo financiero de unas pocas familias extremadamente adineradas. Además, las décadas de adoctrinamiento han convertido la fe casi religiosa en las virtudes de las rebajas fiscales a los tramos de renta más altos —una fe inmune a la evidencia— en una parte fundamental de la identidad republicana.
Pero lo que vimos en el debate presidencial del martes fue algo relativamente nuevo en el frente político: una demanda republicana cada vez más unificada de políticas de restricción monetaria, incluso en el contexto de una economía deprimida. Ted Cruz exige la vuelta al patrón oro. Jeb Bush dice que no está seguro de ello, pero está abierto a la idea. Marco Rubio quiere que la Reserva Federal se centre únicamente en la estabilidad de los precios, y deje de preocuparse por el paro. Donald Trump y Ben Carson ven una conspiración a favor de Obama tras la política de tipos de interés bajos de la Reserva Federal.
Y no olvidemos que Paul Ryan, el nuevo presidente de la Cámara de Representantes, lleva años reprendiendo a la Reserva por unas políticas que, insiste, "degradarían" el dólar y provocarían un aumento de la inflación. Ah, y también ha coqueteado con teorías conspirativas como las de Carson y Trump, y ha dado a entender que, desde la crisis financiera, los esfuerzos de la Reserva no se han centrado en tratar de impulsar la economía, sino que han ido encaminados a "rescatar la política fiscal", es decir, dejar que el presidente Obama salga impune por su gasto deficitario.
Como he dicho, esta ortodoxia de la restricción monetaria es relativamente nueva. Los republicanos solían basar sus recomendaciones monetarias en las ideas de Milton Friedman, que se oponía a las políticas keynesianas para combatir la depresión, pero solo porque pensaba que la flexibilidad crediticia podría funcionar mejor, y que instaba a Japón a adoptar la misma estrategia de "expansión cuantitativa" que denuncian los republicanos actuales.
Los economistas de George W. Bush elogiaban la "política monetaria enérgica" que, según afirmaban, había contribuido a que la economía se recuperase de la recesión de 2001. Y Bush nombró a Ben Bernanke, quien solía considerarse republicano, para que dirigiese la Reserva Federal.
Pero ahora todo es restricción monetaria. Los republicanos le han dado la espalda a Friedman, lo sepan o no, y extraen su doctrina monetaria de economistas "austriacos" como Friedrich Hayek —cuyas ideas describía Friedman como una "caricatura rígida y atrofiada"—, cuando no recurren directamente a Ayn Rand.
Este giro no tiene su origen en la experiencia. La nueva ortodoxia monetaria republicana ya ha fracasado estrepitosamente cuando la realidad la ha puesto a prueba: ese dólar "degradado" ha subido un 30% respecto a otras monedas importantes desde 2011, mientras que la inflación ha seguido baja. De hecho, el fracaso de las predicciones monetarias conservadoras ha sido tan lamentable que los medios de comunicación, siempre buscando "los dos lados de la historia", tienden a encubrirla fingiendo que los republicanos que critican a la Fed no han dicho lo que han dicho. Pero los años de predicciones fallidas no han impedido que las garras de la ortodoxia se cierren con más fuerza alrededor del partido. ¿Qué está pasando?
Mi principal respuesta sería que la solución de compromiso de Friedman —vituperar el activismo del Gobierno en general, pero afirmar que la política monetaria es diferente— se ha vuelto políticamente insostenible. A largo plazo, no se puede seguir diciéndoles a las bases que los burócratas del Gobierno siempre actúan de forma incompetente, malvada o ambas, y luego afirmar que la Reserva Federal, que a fin de cuentas es un organismo gubernamental dirigido por burócratas, debería tener libertad para imprimir tanto dinero como considere adecuado.
“Los republicanos le han dado la espalda a Friedman, lo sepan o no, y extraen su doctrina de economistas como Friedrich Hayek, cuando no directamente de Ayn Rand”
Los políticos que lo meten todo en el mismo saco, que advierten en tono sombrío de que la Reserva está devaluando el dinero que tanto nos cuesta ganar y regalándoselo a Esa Gente, siempre van a tener ventaja en las luchas dentro del partido.
Se podría pensar que las aplastantes pruebas empíricas en contra de la doctrina de la restricción monetaria deberían servir de algo. Pero solo lo pensaríamos si no estuviésemos prestando ninguna atención a ningún otro debate político.
Hay figuras políticas destacadas que insisten en que el cambio climático es un gigantesco engaño urdido por un enorme grupo internacional de conspiradores científicos. ¿De verdad creen que su partido se sentirá empujado a cambiar de opinión económica por unos datos macroeconómicos molestos?
La pregunta interesante es qué pasará con la política monetaria si un republicano gana las elecciones del año que viene. Por lo que yo sé, la mayoría de los economistas creen que todo eso no es más que cháchara, que una vez que estuviese en la Casa Blanca, alguien como Rubio o Cruz volvería al pragmatismo monetario de Bush. Los mercados financieros parecen creer lo mismo. De todas formas, los actuales precios de los activos no muestran ningún indicio de que los inversores crean que existe una probabilidad significativa de que ocurra la catástrofe que se produciría si se volviese al patrón oro.
Pero yo no estaría tan seguro. Es cierto que un nuevo presidente que observase las pruebas y escuchase a los expertos no seguiría ese camino. Pero todos sabemos que las pruebas y la experiencia tienen un sesgo progresista.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2015.
Traducción de News Clips.
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