Publicado el 03 octubre 2015 por Juan Ramón Rallo
Evan Spiegel (25 años), Bobby Murphy (27), Julio Mario Santo Domingo III (30), Mark Zuckerberg (31), Dustin Moskovitz (31), Elizabeth Holmes (31), Scott Duncan (31), Nathan Blecharczyk (32), Brian Chesky (34) y Joe Gebbia (34). Probablemente no haya oído hablar nunca de ellos o, al menos, no de todos ellos, pero son los diez jóvenes más ricos del mundo. El patrimonio medio de cada uno asciende a 3.700 millones de dólares (si excluimos a Zuckerberg, quien por sí solo posee 39.000 millones de dólares).
Normalmente suele criticarse al capitalismo por su carácter dinástico: los ricos de hoy son los herederos de los ricos de ayer, de modo que las desigualdades se consolidan y exacerban con el paso del tiempo. Sin embargo, de la lista de arriba sólo dos de esos diez jóvenes milmillonarios han heredado su fortuna: Julio Mario Santo Domingo III (quien recibió de su abuelo el grupo Bavaria) y Scott Duncan (quien obtuvo de su padre la compañía de transporte de gas y petróleo Enterprise Products).
Todos los demás son precoces milmillonarios hechos a sí mismos: Evan Spiegel y Bobby Murphy han creado Snapchat (una aplicación de telefonía que manda mensajes que se autodestruyen en un máximo de 10 segundos y que alcanza una valoración de 15.000 millones de dólares); Mark Zuckerberg y Dustin Moskovitz fundaron Facebook (empresa valorada en 260.000 millones de dólares); Elizabeth Holmes es la promotora de Theranos (compañía con un valor de 10.000 millones de dólares, dedicada a efectuar los análisis de sangre extrayéndola de los capilares en lugar de mediante las tradicionales agujas); y Nathan Blecharczyk, Brian Chesky y Joe Gebbia han creado Airbnb (empresa que intermedia en el mercado de alquileres de apartamentos o habitaciones, y cuyo valor se estima en 20.000 millones de euros).
La riqueza actual de todos ellos es consecuencia del bienestar que han generado —y que se espera que sigan generando— para millones de personas: en cuanto dejen de generarlo, esa riqueza se esfumará tan rápido cómo vino sin necesidad de que ningún burócrata la confisque. Por desgracia, cada vez más políticos y economistas promueven el mito de un capitalismo dinástico con el propósito de espolear el resentimiento social y de justificar su rapiña sobre los generadores de riqueza, incluidos empresarios y ahorradores medianos. No deberíamos caer en la trampa estatista: la forma de reducir la pobreza no es destruir la riqueza, sino suprimir las barreras que impiden que cada vez más personas accedan a ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario