Publicado el 23 septiembre 2015 por Juan Ramón Rallo
El liberalismo es un sistema político que resuelve el problema de la convivencia humana delimitando un marco normativo mínimo que habilita la coexistencia pacífica de los diversos proyectos vitales de las personas. Los principios que estructuran esa coexistencia humana dentro de la comunidad son la libertad de agencia, la propiedad privada y los contratos: reglas simples, universales e iguales para todos que permiten resolver no arbitrariamente las bases de los conflictos que emergen dentro de los grupos respetando la individualidad de las personas.
El capitalismo, a su vez, es uno de los sistemas económicos que pueden desarrollarse dentro de un marco político liberal; acaso sea, de entre todos los sistemas económicos posibles, el que posee una mayor capacidad de generar riqueza para el conjunto de la población. Por consiguiente, el capitalismo de libre mercado no es otra cosa que un sistema económico que, respetando las libertades básicas que permiten estructurar pacíficamente la convivencia entre las personas, coordina una amplísima cooperación voluntaria entre todas las partes para mejorar sus respectivos bienestares.
Viéndolo así, probablemente resulte chocante que, en una reciente entrevista, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, definiera al capitalismo como un “sistema ontológicamente abyecto”. ¿El respeto estructural a las libertades de las personas es abyecto? ¿La coexistencia y la convivencia pacífica son abyectas? ¿Las libertades de los individuos son abyectas? ¿La cooperación coordinada para la prosperidad mutua es abyecta? Difícil encontrar en la naturaleza —en la ontología— del sistema económica capitalista elementos que merezcan algún tipo de reprobación social salvo entre seres asociales y despreocupados por los derechos de los demás.
Y es que el capitalismo permite que cada persona persiga su propio proyecto vital de carácter económico bajo la restricción de respetar los derechos y libertades del resto de personas. Es más, los incentivos del capitalismo inducen a que los proyectos económicos de los distintos agentes se orienten a buscar la satisfacción ajena, favoreciendo que el enriquecimiento de unos individuos vaya de la mano de la prosperidad de otros individuos. No sólo eso, la organización económica del capitalismo —toma de decisiones descentralizadas y autónomas, en un contexto de propiedad múltiple donde se permiten las transacciones intertemporales— permite que se genere la información necesaria para que tales proyectos económicos se desarrollen sobre terreno firme y posean opciones de viabilidad.
Comparen al capitalismo con alguna de las múltiples variantes del socialismo. Bajo el socialismo, el proyecto económico de cada persona se halla subordinado al interés orgánico de la clase trabajadora: es ésta la que —expresándose a través del Estado autocrático, de los soviets, de los sindicatos o de las cooperativas— establece un plan general al que todo individuo, lo comparta o no lo comparta, debe someterse. El propósito de semejante plan general no es el de buscar la satisfacción ajena, sino la autosatisfacción: es la propia clase la que pretende medrar atendiendo las que considera que son sus necesidades orgánicas prioritarias (que, en realidad, sólo son las necesidades prioritarias de aquellas coaliciones de individuos que consiguen controlar el proceso de toma de decisiones colectivo). Por último, la centralización y burocratización coactiva de la toma de decisiones impide que se genere la información suficiente como para realimentar positiva o negativamente el plan económico colectivamente diseñado.
Dicho de otra manera, bajo el “ontológicamente abyecto” capitalismo, Pablo Iglesias disfrutaría de la libertad personal para iniciar la creación de una empresa cooperando en términos voluntarios con otras personas; tal empresa tendría enormes incentivos a orientarse a atender a otras personas; y, además, podría conocer cuándo lo está haciendo bien (beneficios) y cuándo lo está haciendo mal y por tanto debe rectificar (pérdidas). Es más, bajo el capitalismo, Pablo Iglesias no sólo podría iniciar la creación de una empresa capitalista, sino también de cooperativas, comunas socialistas, sindicatos u ONGs.
En cambio, bajo el “ontológicamente noble” socialismo, Pablo Iglesias carecería de la simétrica libertad personal para iniciar la creación de una empresa, debiendo someterse a la imposición colectiva del resto de trabajadores; la burocracia empresarial socialista no se orientaría a satisfacer necesidades ajenas, sino que sería capturada y exprimida por las propias élites extractivas internas (tal como sucede hoy con los Estados); y, además, carecería de toda realimentación externa para conocer cuán adecuadamente está gestionando los recursos económicos escasos con los que pretende dar respuesta a esas necesidades ajenas valiosas.
Capitalismo es libertad y eficiencia cooperativa. Socialismo es servidumbre y lucha intestina parasitaria. Abyección y nobleza.
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