Los presupuestos anticipados para 2016 (y II): algunas reflexiones sobre política económica
El pasado jueves 17 iniciábamos este artículo de reflexiones, que terminamos hoy, sobre la política económica en torno a los presupuestos para 2016. Y hacíamos una serie de referencias, sobre ingresos y gastos públicos, estableciendo las inevitables relaciones entre los gobiernos de Rodríguez Zapatero y Rajoy, sin olvidar al tándem Guindos/Montoro.
Al comenzar esta segunda parte del artículo, podríamos abordar el debate de si la mejora de la economía española entre 2012 y 2015 se ha debido a las medidas económicas adoptadas por el Gobierno durante los últimos casi cuatro años; o si, simplemente, es un resultado de los esfuerzos de los empresarios y los trabajadores, que han sabido encontrar fórmulas para vencer la adversidad de la Gran Recesión.
Una polémica así, podría ser muy larga, y al final bastante estéril. Y creo que puede superarse, observando que en Francia, Italia, y no digamos en la tragedia de Grecia, sus respectivas organizaciones empresariales y sindicales han tenido las mismas oportunidades que en España. Sin que se hayan conseguido los efectos de la recuperación que afortunadamente está vigentes por estos pagos, simplemente porque no ha habido decisiones políticas que se hayan cumplido con rigor: los helenos son el caso límite, pero Italia no le ha ido a la zaga, y en Francia se mantuvieron muchas dubitaciones.
Así pues, sin olvidar que, efectivamente, empresarios y trabajadores han llevado el peso de la economía española -como siempre, pero con mayor decisión de los primeros y mejor comprensión de los segundos-, en las fábricas, talleres, oficinas, centros de investigación, etc., las medidas adoptadas por el Gobierno para la austeridad y la reforma han desempeñado un papel importante en el teatro del cambio económico. Lo demás, diría un escéptico, son garambainas o músicas celestiales.
Y dentro de los cambios experimentados en este bendito país donde todavía hay seres irracionales que pretenden separarse para irse a no saben dónde, lo más importante de la nueva situación, se ha generado en el frente exterior. En cuatro años casi se han duplicado las exportaciones, que en 2015 podrían alcanzar la cifra realmente espectacular de 300.000 millones de euros, equivalentes casi al 30 por 100 del PIB. Un porcentaje que aplicado a China, significaría que ésta vendría a exportar 4,2 billones de dólares, cuando realmente está exportando la mitad.
Esos niveles exportadores, son resultado -en algún lugar lo he escrito también en los últimos meses- de lo que cabe llamar la ecuación de la competitividad. Que en su segundo término tiene dos monomios; uno referente al tipo de cambio, y el otro a la productividad.
En el tipo de cambio, desde luego, España no puede tener una influencia determinante. Pero no cabe duda de que la posición de nuestro país en el tema, ha estado claramente en pro de una depreciación de la moneda común, para hacer posible mayores exportaciones. En ese sentido, con un euro equivalente a 1,5 dólares (2008), era muy difícil sacar producciones al exterior fuera de la Eurozona. Pero con un euro en torno a 1,10 dólares, la situación es completamente distinta, y eso es lo que está sucediendo ahora, cuando estamos alcanzando marcas históricas en nuestras ventas al exterior.
Porque no cabe olvidar que en los servicios, está sucediendo lo mismo que con la venta afuera de bienes. Y no sólo por el siempre bendecible turismo, sino también en todas una larga serie de manifestaciones, desde la ingeniería hasta las patentes y licencias; pasando por prestación de servicios bancarios, de seguros, así como otras muchas facetas. Con la consecuencia la consecuencia, que hace pocos años sería casi increíble, de que las exportaciones de servicios representan casi el 50 por 100 de las de bienes, y bastante más de dos veces de lo que es turismo.
El segundo monomio de la parte derecha de la ecuación de la competitividad está en los rendimientos que permite el trabajo combinado con el capital. Es decir, la productividad. Y en esa dirección, cabe recordar que España puede haber aumentado sus rendimientos per cápita en no menos de un 30 por 100 desde que empezó la crisis. A lo cual algunos se refieren, críticamente, diciendo que eso se ha debido a la reducción de salarios, en lo cual no les falta una parte de razón.
Lo que sucede es que para exportar más, hay que vender más barato, o con mejor calidad al mismo precio. Y si eso no se consigue con los efectos puros y duros de la tecnología impulsada por el I+D, hay que lograr una mezcla de eso mismo y también de menor coste laboral unitario (CLU). Se lo dijo muy bien Paul Krugman en Sevilla a ZP en una mañana de debate: O Vds. exportan más, o se van al garete. Y para exportar más, o reducen los salarios en un 30 por 100, o aumentan la productividad en un porcentaje similar (la cita no es textual).
Y eso es lo que ha sucedido: ha aumentado algo la productividad por una mejor organización del trabajo, mayor nivel tecnológico, y logística más afinada; y también porque ha habido una reducción de los CLU.
Habría que hacer más consideraciones sobre la ecuación de la competitividad, porque dentro de ella hay muchas precisiones que convendría destacar. Empezando porque al comenzar la crisis, si tengo bien los datos ahora en la cabeza, teníamos 50.000 empresas habituales exportadoras, y ahora esa cifra se ha multiplicado por tres. Y es que para resistir, cuando el mercado inmediato que antes llamábamos nacional (y que ya no tiene ese nombre, no por razones políticas, sino porque nuestro mercado nacional ya es el del euro), entraba en declive, hay que conquistar otros mercados: un postulado tan perogrullesco que no será preciso remacharlo.
Pero en esas circunstancias, es cuando entran muchas fuerzas que actúan con decisión, con servicios de exportación que antes no existían en la mayoría de las empresas, con misiones al extranjero del ICEX, con el trabajo de las oficinas comerciales que regentan los Técnicos Comerciales del Estado y los Diplomados de Comercio Exterior, etc., etc.
Afortunadamente hemos dejado de ser un país en el que antes casi sólo se pensaba en los subsidios, en las primas a la exportación, en los precios casi garantizados por un mercado también casi cautivo, etc. Hoy lo difícil en un viaje fuera de nuestras fronteras, es no encontrarse españoles en cualquier lugar intentando vender algo, o fabricar algo in situ, o prestar servicios a las empresas locales, o contratar turistas para traerlos a España.
En definitiva, y para no alargarnos mucho más, y sin intentar entrar en la selva de números del presupuesto -en contra de lo que quizá muchos pensaban que yo iba a hacer-, diré, para terminar, que la idea schumpeteriana de la destrucción creadora está funcionando en España.
Es doloroso, en ese sentido, que tantas empresas hayan desaparecido, pero esa es la purga del sistema capitalista de competencia, de modo que en una fase difícil de la evolución (darwinismo puro, dirán algunos), caen inevitablemente los peor dotados, o aquellos que no han sabido prepararse para la crisis. De ahí que cuando la recuperación ya está en marcha, cabe pensar que España es hoy una economía mucho más sana, con empresas más competitivas, y también con trabajadores que han sabido ceder en sus reivindicaciones en muchos casos, para mantener su propio empleo; en una nueva situación económica en la que el motor del progreso ha sido precisamente la internacionalización.
NOTA BENE: A los catalanes que puedan leer estos artículos de Universo Infinito, les pido cordialmente que reflexionen sobre su voto. Os necesitamos, y vosotros nos necesitáis otro tanto: no queráis marcharos, sería un viaje a no se sabe dónde.
Los presupuestos anticipados para 2016 (I): algunas reflexiones sobre política económica
Los presupuestos del Estado, decía Gunnar Myrdal, Premio Nobel de Economía de 1974 -fue Director de la Comisión Económica para Europa, y realizó estudios de distribución de la renta nacional de gran interés, además de un trabajo señero sobre “El dilema americano” recomendando la integración de negros y blancos en EE.UU.-, al referirse a las cuentas públicas anuales, venía a decir que “el presupuesto es el plan general de la Hacienda pública para un año”. Y daba a su discusión una gran importancia, por ser el momento de la selección de las diversas prioridades de ingreso y gasto.
En el caso de las entradas, lo que se discute es cómo conseguir los diferentes recursos para la acción del Estado, por los medios tributarios disponibles; con mayor o menor prevalencia de los impuestos directos (en nuestro caso, IRPF, Sociedades, Donaciones y Sucesiones, etc.) e indirectos (actualmente, IVA, especiales sobre carburantes, tabacos, y alcoholes, Aduanas, etc.), aparte de algunos tributos menores. De modo que en la selección del mix resultante, cabe apreciar las características más o menos progresistas del gobierno, según defienda qué cuadro tributario para el país. Aunque ciertamente, en esto, también existe mucha polémica.
En cuanto a los gastos públicos, aparte de su reparto entre los correspondientes diversos ministerios, o aplicaciones territoriales de CC.AA. y entes locales, generalmente se clasifican por su finalidad retributiva de los funcionarios, y por el gasto social y otros menesteres. Incluyendo en lo social los servicios públicos que más afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos: educación, sanidad, pensiones, dependencia, etc. Sin olvidar otros gastos de servicio público, como los destinados a seguridad ciudadana (justicia, policía, instituciones penitenciarias), defensa (fuerzas armadas, presencia en organizaciones como la OTAN, etc.), política exterior, solidaridad internacional, etc. Y análogamente a lo expuesto sobre los ingresos, también a través del gasto es fácil apreciar las características más o menos sociales del presupuesto, así como las inevitables manifestaciones internacionales del Estado.
En tiempos, el debate presupuestario era largo, minucioso, y en ocasiones de gran interés por las opciones que se iban adoptando respecto a cada partida de gasto. Pero hoy, ese interés ha decaído grandemente, por los planteamientos políticos que influyen en ingresos y gastos, se incluyen, a lo largo de las legislaturas, en las nuevas leyes y sus reformas. Por eso, aunque el debate de las cuentas estatales se considera como el acto parlamentario más importante del año, puede decirse que en la práctica, salvo en la primera fase de presentación del conjunto y de discusión de las enmiendas a la totalidad, reclama muy poco la atención del público y de los propios parlamentarios.
Nuestra Constitución de 1978, en su artículo 134, establece que “corresponde al Gobierno la elaboración de los presupuestos… y a las Cortes Generales su examen, enmienda y aprobación”. E igualmente, se establece que “el Gobierno deberá presentar ante el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior”. Con lo cual resulta que, cabe presentarlos en cualquier momento del año anterior, con tal de que sea antes del 30 de septiembre. Una facultad que el Gobierno Rajoy ha utilizado este año para hacerlos presentes y discutirlos durante el verano; pensando tenerlos aprobados con carácter previo a la disolución de las Cortes de cara a las elecciones generales, que previsiblemente se convocarán para el 20 de diciembre del año en curso.
Esa decisión ha tenido un carácter, a mi juicio, altamente positivo. En especial, en una fase en la que la economía española se encuentra en recuperación, después de haber transcurrido durante un largo tiempo por la recesión, y por una recuperación leve en 2014. Lo que hacía aconsejable evitar incertidumbres sobre si la convocatoria de elecciones a Cortes para el otoño (por lo demás plenamente obligada) nos dejaría sin presupuestos para el año siguiente. Tal como sucedió, de manera absolutamente demencial, con la disolución de Cortes de Rodríguez Zapatero en 2011, al tirar la toalla de la defensa de su Gobierno frente a la crisis, dejando a nuestra economía sin presupuestos para el 2012, y con España al borde del rescate por la troika de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Esta vez, las cosas se han hecho bastante mejor, afortunadamente. Y podemos tener ya una guía presupuestaria para el año próximo, en la idea de que puede contribuir a fortalecer los indicios de mejora, que pueden ir alejándonos de la crisis de 2008. Aunque es cierto que entre el anuncio de los Presupuestos para 2016 y su aprobación final, el ambiente económico exterior se ha deteriorado de manera importante. Como es apreciable por el deterioro de las previsiones del FMI sobre crecimiento mundial, y marcadamente por la situación de los países emergentes -que durante la crisis siguieron pulsando con un crecimiento que pudo paliar los efectos del maremágnum 2007/2008-, que ahora se muestran todos ellos en situación difícil: Rusia en profunda recesión por las sanciones occidentales a causa de Crimea y Ucrania; China en una tendencia de desaceleración que seguramente no permitirá su objetivo de crecimiento del 7,5 por 100; influyendo negativamente en países emergentes como Brasil, Argentina, o México, y de manera muy intensa en otros más próximos como Australia, Nueva Zelanda y todo el Sudeste asiático.
En la sesión parlamentaria del 29 de agosto, el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro -que no es precisamente un Demóstenes ni un Castelar-, cuando se subió a la tribuna de los oradores de cara al hemiciclo, estuvo muy explícito. Y entiendo que bien preciso y ajustado a la coyuntura real, planteando el objetivo de los presupuestos como un ejercicio todavía con elementos de austeridad: llegar el próximo año a un déficit de sólo el 2,8 por 100 del PIB, y a un endeudamiento ya algo por debajo del amenazante 100 por 100 del PIB.
Y me pareció bien que el Sr. Montoro recordara que en 2011, ZP, con su tocata y fuga al disolver el Parlamento para las elecciones de noviembre de ese año, nos dejara empantanados a más no poder. Y sin embargo, en los meses siguientes, a pesar de los numerosos planteamientos en el sentido de pedir el rescate -como lo habían hecho Grecia, Irlanda y Portugal-, no hubo tal cosa. Aunque sí hubo de aceptarse una cifra de 40.000 millones de euros para refinanciar las instituciones financieras (casi por entero las cajas de ahorros) y ponerlas en condiciones; echando al baúl de los recuerdos aquello del Sr. Rodríguez Zapatero de que nuestras entidades de crédito eran las mejores del mundo y bla, bla, bla.
Y después de entrar en la vía de la austeridad -en mi opinión con decisiones relativamente tímidas en algunos casos, sobre todo en la Administración Pública, y con una consolidación fiscal mucho más lenta de lo que habría sido posible-, se acometieron las reformas estructurales, con una decisión meritoria, aunque también con menos grados de intensidad de lo que habría sido posible. Con todo, la reforma laboral resultó útil para hacer posible la supervivencia de cientos de miles de empresas que de otra manera se habrían ido al garete. Y en lo fiscal, hubo, ciertamente, ida y vuelta: aumento de la presión inicialmente, para después retornar a tipos más asimilables por los emprendedores y consumidores. Y en lo que se refiere a lo financiero, la ayuda comunitaria ha sido eficaz, si bien es cierto que será muy difícil que el Estado recupere la cifra invertida en ese saneamiento, cuyo nivel se discute aún, pero que puede estar en torno a 65.000 millones de euros.
Vamos a dejar aquí de momento el presente análisis de la política presupuestaria y todo su trasfondo económico, en la idea de terminarlo en una segunda y última entrega de este artículo a los lectores de Republica.com. Y ya desde ahora, les invitamos a reanudar, transcurrida la pausa estival, los comentarios a este tipo de escritos y a los que vengan, a través del correo electrónico castecien@bitmailer.net. Buen retorno al otoño, en nuestro encuentro del próximo jueves 24 de septiembre.
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