Tanto si gana el candidato de la derecha, Macri, como si lo hace el oficialista Scioli, todo apunta a un giro hacia la derecha en Argentina, que en diciembre pondrá fin a 12 años de gobiernos kirchneristas
Habrá cambio político incluso si gana el continuismo. Esa es la apuesta de los analistas, ahora que el panorama en Argentina de cara a las elecciones del 25 de octubre parece reducirse a tres candidatos, confirmados en las primarias del pasado 9 de agosto: el oficialista Daniel Scioli, candidato del kirchnerista Frente para la Victoria (FpV), hasta ahora gobernador de Buenos Aires; el empresario y expresidente del Boca Juniors Mauricio Macri, fundador del opositor PRO y jefe de Gobierno de Buenos Aires desde 2007, y el exkirchnerista Sergio Massa, fundador del Frente Renovador.
Los sondeos dan la victoria a Scioli, pero está por ver si logrará ganar en primera vuelta: para ello necesita el 45% de los votos o una ventaja de 10 puntos sobre el segundo en la contienda; previsiblemente, Macri. Las cosas se le podrían complicar a Scioli si llega a haber ballotage: es probable que muchos votos de Massa, a quien las encuestas conceden cerca del 20% de la intención de voto, vayan a parar a Macri. Por el momento, abundan las especulaciones sobre los posibles pactos en la sombra entre Macri y Massa. Pese a todo, Scioli mantiene su aura de favorito, pese a la factura que le pasó el agosto pasado estar de vacaciones en Italia mientras Buenos Aires se enfrentaba a unas inundaciones que dejaron cinco muertos y miles de afectados. Por suerte para él, al mismo tiempo se destapaba un escándalo de corrupción en el PRO que amortiguaba el golpe.
Macri ganó popularidad como presidente del Boca y es desde 2007 jefe de gobierno de Buenos Aires. La ciudad ha sido colonizada por ese estilo político de la derecha liberal que pretende ser desenfadada
Aun cuando los 32 millones de argentinos convocados a las urnas voten por el continuismo, estos comicios supondrán el final de un ciclo político en Argentina después de 12 años de kirchnerismo. Es un secreto a voces que Scioli nunca ha tenido la mejor sintonía con Cristina Fernández de Kirchner (a menudo llamada por sus siglas, CFK); pero el kirchnerismo no pudo construir un candidato más afín y optó por el tirón electoral de Scioli. La actual presidenta ya ha dado muestras de que intentará mantenerlo bajo su órbita: por eso, dicen los analistas, ha colocado a su mano derecha, Carlos Zannani, como candidato a vicepresidente. Será difícil: si Scioli juega bien sus cartas, se deshará de Fernández como el propio Néstor Kirchner hiciera en 2003 con Eduardo Duhalde.
Descartada la continuidad, ¿qué cambios en el rumbo de la política argentina implicaría la llegada de Scioli a la Casa Rosada? Es difícil de prever dada la ambivalencia de un político caracterizado por la resistencia ante las olas de cambio en el peronismo, como muestra su supervivencia al ocaso del 'menemismo'. En campaña, Scioli opta por la prudencia. Su programa económico habla de cambios graduales para reducir la inflación, recuperar la inversión y contener el mercado negro de divisas, al tiempo que propone mantener los logros del kirchnerismo en reducción de la pobreza e inclusión social mediante el consumo.
Scioli propone además un cambio de estilo que pase de la confrontación a la colaboración: “Es un momento en la Argentina de colaboración, no de confrontación”, dijo el candidato como muestra de su predisposición a llegar a un acuerdo con los fondos buitre, los fondos de inversión que llevan litigando con Argentina más de una década para recuperar el 100% de la inversión en deuda pública que hicieron cuando el país estaba inmerso en la crisis de 2001.
"Los valores del mundo de la empresa"
Si Scioli representaría un cambio tras 12 años de kirchnerismo, ese viraje será más brusco en el caso de que venza Macri, fundador del PRO (Propuesta Republicana), que acude a las elecciones con la coalición opositora Cambiemos. Hijo de un exitoso empresario, Macri ganó popularidad en sus años como presidente del Boca Juniors y ha sido desde 2007 jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En esos años, la ciudad del tango ha sido colonizada por el amarillo, el color corporativo del PRO, y ese estilo político de la derecha liberal que pretende ser desenfadada, que moviliza “los valores del mundo de la empresa y de la sociedad civil del voluntariado y la expertise”, como asegura el investigador Gabriel Vommaro, coautor del libro 'Mundo PRO' (Planeta), en un artículo publicado en 'Le Monde Diplomatique'.
El PRO es, ante todo, una maquinaria al servicio de los éxitos electorales: la principal preocupación de Macri es ganar, por encima de ideologías y convicciones políticas. Al electorado le vende la idea de que gobernar no es diferente de gestionar una empresa privada y así, dirigiendo la atención a la creación de equipos competentes orientados por los criterios de eficiencia y eficacia, se diluye el debate político. Sea como sea, Macri ha logrado conquistar el espacio político disponible para una derecha “civilizada”; falta ver si triunfa a nivel nacional esa fórmula que tan bien ha funcionado para las acomodadas clases medias porteñas.
Aunque insiste en huir de cualquier debate que se centre en las ideas, las medidas teóricamente técnicas del equipo 'macrista' están impregnadas de ideología neoliberal: el mantra mil veces repetido es que el Estado debe dejar de interferir en la economía para así incentivar la inversión y generar crecimiento y empleo. Es más: en los últimos tiempos, se ha apreciado un giro en el discurso de Macri, que ha pasado de insistir en la inseguridad a hacerlo sobre la economía. Tal vez, porque ya no compite tanto con Massa, quien también enarbolaba la bandera de la seguridad ciudadana, como con Scioli, a quien la derecha prefiere atacar por las fisuras de la política económica del kirchnerismo.
Cepo cambiario versus devaluación
“Argentina sí tiene una crisis, pero no es macro ni cambiaria, sino de crecimiento”, ha asegurado Federico Sturzenegger, economista y diputado del PRO. El macrismo insiste que el problema de Argentina es antes institucional que macroeconómico. En esa línea, Macri insiste en que lo primero que hará si ocupa la Casa Rosada el 11 de diciembre será acabar con el cepo cambiario, esto es, las restricciones a la compra de dólares. Los argentinos insisten en ahorrar en dólares, pues el peso ha perdido su función de reserva de valor en un contexto del 30% de inflación anual; desde 2012, el Gobierno ha tratado de contener esta deriva con restricciones que han consolidado un lucrativo mercado negro de divisas, donde se adquiere el billete verde por un precio que oscila con rapidez (hoy se cotiza a casi 15 pesos, frente a los 9,2 del mercado oficial).
Sin embargo, la electoralista afirmación de Macri de que “van a sobrar dólares en Argentina” si él gana omite una dificultad: acabar bruscamente con el cepo, junto a las otras medidas de apertura que propone el macrismo, llevaría probablemente a una fuerte devaluación del peso argentino. Macri ya ha arremetido contra los supuestos excesos salariales en el país, fruto de la fortaleza de los sindicatos, y las políticas kirchneristas que regulan el mercado de trabajo. Lo que plantea Macri “es un ajuste que la economía argentina no soporta y que tiene un costo social enorme”, sostiene el expresidente del Banco Central Martín Redrado, actualmente asesor de Massa.
Lo que plantea Macri 'es un ajuste que la economía argentina no soporta y que tiene un costo social enorme', sostiene el expresidente del Banco Central, Martín Redrado, asesor de Massa
Hasta ahora, el Gobierno kirchnerista ha tratado de evitar la devaluación mediante el férreo control sobre la divisa y las políticas de sustitución de importaciones, que, al gravar los productos que vienen de fuera, protegen una industria nacional que pierde competitividad a marchas forzadas debido a la inflación. Los economistas más cercanos al kirchenrismo afirman que acabar con esas políticas supondría un severo perjuicio para la industria nacional en favor del capital financiero, mientras los economistas liberales proscriben la receta de la desregulación de los mercados, la independencia del Banco Central y la reducción de la incidencia estatal en la economía, a través de empresas públicas como la estatizada YPF.
En un escenario de incertidumbre económica, Scioli llama a la calma: no habrá fuertes devaluaciones, ni medidas de choque, ni alteraciones bruscas; habrá cambios, pero serán graduales. Macri, por su parte, promete dólares baratos y abundantes desde el mismo 11 de diciembre en que tome posesión del cargo y apuesta por crear un “Estado que no joda” y que deje al sector privado la responsabilidad del crecimiento económico. Probablemente, ambas propuestas ignoran dificultades estructurales de la economía argentina, como la raíz profunda y estructural de una inflación asentada históricamente, mucho más allá del kirchnerismo, y la dependencia de la exportación de 'commodities', sobre todo la soja y el petróleo, cuyos precios internacionales están a la baja. Al fin y al cabo, las campañas electorales no son tiempos de debates sesudos sobre problemas estructurales y de raíces profundas, sino de eslóganes vistosos y colores corporativos. Azul celeste versus amarillo. Peronismo inclasificable versus derecha liberal de corte empresarial. Y ese margen de imprevisibilidad que siempre contienen las elecciones en un país donde el voto es profundamente personalista.
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