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lunes, 21 de septiembre de 2015

Mises a Kiciloff: nunca hubo un argumento serio contra la relación entre precios y cantidad de moneda

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Argentina, o Venezuela, han vuelto al conocimiento y la comprensión que se tenía hace unos sesenta años en cuanto a la inflación se refiere. En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su cuarta conferencia se tituló, precisamente “Inflación”. Mises comenta:
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“Si la provisión de caviar fuera tan abundante como la provisión de papas, el precio del caviar – esto es el tipo de intercambio entre el caviar y el dinero o entre el caviar y otros productos – cambiaría considerablemente. En este caso se podría obtener caviar a un sacrificio menor que el que se requiere actualmente. De la misma manera, si se incrementa la cantidad de dinero, el poder de compra de la unidad monetaria se reduce, y la cantidad de bienes que puede obtenerse por una unidad de esa moneda también se reduce.
 
Cuando, en el Siglo XVI, los depósitos de oro y plata en América fueron descubiertos y explotados, enormes cantidades de los metales preciosos fueron transportadas a Europa. El resultado de este incremento en la cantidad de dinero fue una tendencia general a un movimiento hacia arriba de los precios en Europa. De la misma manera, en la actualidad, cuando un gobierno incrementa la cantidad de papel moneda, el resultado es que el poder de compra de la unidad de moneda comienza a caer, y los precios a subir. Esto es denominado inflación. Desgraciadamente, en los EEUU, como así también en otros países, la gente prefiere atribuir la causa de la inflación no al incremento de la cantidad de moneda sino, más bien, al incremento de los precios.
 
Sin embargo, nunca ha habido algún argumento serio contra la interpretación económica de la relación entre los precios y la cantidad de moneda, o el tipo de intercambio entre el dinero y otros bienes, productos y servicios. Bajo las actuales condiciones tecnológicas, nada hay más fácil que producir pedazos de papel sobre los cuales se imprimen ciertas cantidades monetarias. En los EEUU, donde todos los billetes son del mismo tamaño, no le cuesta más al gobierno imprimir un billete de mil dólares que imprimir un billete de un dólar. Se trata meramente de un procedimiento de impresión que requiere la misma cantidad de papel y tinta.
 
En el Siglo XVIII, cuando se hicieron los primeros intentos de emitir billetes de banco y de otorgar a estos billetes de banco la característica de curso legal – esto es, el derecho de ser aceptados en las transacciones de intercambio de la misma manera en que eran aceptadas las piezas de oro y de plata – los gobiernos y las naciones creyeron que los banqueros tenían algún conocimiento secreto que les permitía – de la nada – producir riqueza. Cuando los gobiernos del Siglo XVIII se encontraban en dificultades financieras, pensaban que lo único que necesitaban era un banquero inteligente a la cabeza de su administración financiera para deshacerse de las dificultades.
 
Algunos años antes de la Revolución Francesa, cuando la realeza de Francia estaba en problemas financieros, buscó un banquero así de inteligente y lo designó en una alta posición. Este hombre era, en todos los aspectos, lo opuesto de la gente que, hasta ese momento, había gobernado Francia. Primero que todo, no era un francés, era un extranjero – un suizo de Ginebra – Jacques Necker. Segundo, no era un miembro de la aristocracia, era un hombre del común. Y lo que era aún más importante en la Francia del Siglo XVIII, no era católico, era protestante. Y así, Monsieur Necker, el padre de la famosa Madame de Staël, se convirtió en el Ministro de Finanzas, y todos esperaban que él resolviera los problemas financieros de Francia. Pero a pesar del altísimo grado de confianza que disfrutaba Monsieur Necker, el tesoro real permanecía vacío; el mayor error de Monsieur Necker había sido su intento de financiar la ayuda a los colonos Norte Americanos en su guerra de independencia contra Inglaterra, sin aumentar los impuestos. Este era ciertamente el camino equivocado para acometer la solución de las dificultades financieras de Francia.”

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