[Este artículo es una selección de una presentación del 19 de junio en un almuerzo en el Grassroot Institute en Honolulu en el Pacific Club. El discurso fue parte del Seminario Privado del Instituto Mises para audiencia general. Para solicitar un Seminario Privado, con un portavoz del Instituto Mises, por favor contactar con Kristy Holmes en el Instituto Mises]
Dejadme primero decir que lo que hoy llamamos “economía austriaca” deriva del gran legado de la economía clásica, con las muy importantes modificaciones que los economistas llaman ahora la “revolución marginalista”. Economía austriaca es también una expresión que describe una escuela moderna sana y vibrante (aunque a veces rebelde) de pensamiento económico. Se originó con gigantes intelectuales como Carl Menger y Ludwig von Mises, nombres con los que estoy seguro que estáis familiarizados. Estos economistas eran de Austria, de ahí el nombre.
Hubo una conferencia hito en South Royalton, Vermont, en 1974, a la que acudieron gente como Murray Rothbard y Milton Friedman, que revitalizó el movimiento austriaco y le ayudó a recuperar preeminencia en la última parte del siglo XX. Acudió Milton Friedman y entonces fue cuando comentó aquello de que “Solo hay buena economía y mala economía”.
Y por supuesto, eso es verdad. Las escuelas de pensamiento no deberían ser rígidas o dogmáticas o definirse demasiado estrechamente. Pero clasificar economistas y teorías en grupos o árboles familiares sí nos ayuda a dar sentido a la economía. Nos ayuda a entender cómo llegamos a un tiempo y lugar en el que Ben Bernanke, Paul Krugman, Thomas Piketty y Christine Lagarde se ven como pensadores ortodoxos modernos en lugar de los radicales que son, comparados con toda la historia del campo.
Hemos entregado algunas fotocopias que trazan en líneas generales la historia del pensamiento económico. Advirtamos la división en la década de 1930, que no es casualidad que coincida con la Gran Depresión, entre Mises y John Maynard Keynes. Hasta entonces, desde aproximadamente 1850 en adelante, la economía austriaca era economía ortodoxa. Pero, como podéis ver, la mayoría dominante de los economistas actuales caen en algún lugar bajo el paraguas de Keynes y tienden a centrarse en variantes de las ideas de Keynes acerca de la demanda agregada.
¡Pero al menos se centran en algo!
La ignorancia de la economía no da la felicidad
Lo que me lleva a mi tema de hoy: “Por qué importa cualquier economía”. Digo “cualquier” porque en este momento todo el tema al que aludimos parece haberse perdido para el estadounidense medio. La economía no es un tema popular entre la población general, según parece. Cuando se habla de algo de economía, es en el contexto de la política, y la política solo nos da los tópicos más blandos y seguros y con menos sentido acerca de los asuntos económicos.
Bernie Sanders o Hillary Clinton simplemente no van a hablar mucho en términos económicos o a presentar “planes” económicos detallados. Por el contrario, (asumirán correctamente) que la mayoría de los estadounidenses no tienen mayor interés más allá de crear lemas como “1%”, “justicia social”, “avaricia”, “pagar lo que se merece” y similares.
Los candidatos de la derecha no serán mucho mejores. Preferirían hablar de otros temas, pero cuando mencionan la economía, o son externamente proteccionistas, como Donald Trump, o son mortalmente aburridos. ¿A quién le inspiran las propuestas de un impuesto de tipo único?
A los estadounidenses sencillamente no les interesan mucho los detalles o siquiera la precisión de los pronunciamientos económicos de la clase política. Queremos pan y circo.
Consideremos de qué habla la gente en Facebook: muchos posts sobre familia. Muchos posts sobre celebridades y deportes. Muchos posts sobre alimentación, salud y ejercicio. Algunos posts sobre política, cultura, raza y sexo, pero usualmente solo para apoyar un bando o atacar al otro.
No hay mucho, señoras y señores, sobre economía. Y reconozco que podría ser algo muy sano. Después de todo, ¡somos ricos! Solo una sociedad rica no tiene que centrarse en las preocupaciones de subsistencia de una adecuada alimentación y alojamiento, agua corriente caliente, ropa, electricidad y similares.
Así que no seamos demasiado duros con la gente por no dedicar su tiempo libre a leer economía. El propio ocio es una actividad importante y representa una forma de compensación económica.
Pero los asuntos económicos importan muchísimo y los ignoramos a pesar de lo peligrosos que nos resultan. La economía es como la gravedad o la matemática o la política: podemos no entenderla o incluso no pensar mucho en ella, pero nos afecta profundamente, nos guste o no.
La economía como tema ha sido capturada por la universidad, y universitarios como Krugman no son tan sutiles cuando insinúan que la gente normal debería dejar las cosas a los expertos. Son como los equipos deportivos: puedes entrar en ellos cuando eres joven, pero solo los profesionales lo hacen para ganarse la vida como adultos.
Aun así, una vez entendemos que toda acción humana es acción económica, entendemos que no podemos escapar o eludir nuestra responsabilidad de entender al menos economía básica. Pensar otra cosa es evitar la responsabilidad de nuestras propias vidas.
Mientras que sacudimos la cabeza cuando los veinteañeros no pueden leer a nivel universitario o hacer álgebra sencilla, no nos preocupa demasiado que nunca entiendan economía. Estaríamos alarmados si nuestros hijos no pudieran realizar matemáticas básicas para saber cuánto cambio deberían darles en una caja registradora, pero los enviamos al mundo mucho más susceptibles de ser engañados por políticos. ¿Por qué queremos que nuestros hijos aprendan al menos geografía, química y física básicas? ¿Y gramática, literatura, historia y urbanidad? Queremos que sepan estas cosas para que su vida discurra adecuadamente como adultos.
Pero de alguna manera hemos llegado a creer que la economía debería dejarse a estudiosos de la universidad y la política. Y lo que es peor, no protestamos cuando los niños crecen para convertirse en adultos con poco o ningún conocimiento de economía, aunque sigan teniendo fuertes opiniones acerca de asuntos económicos.
La ignorancia de la economía básica está tan extendida que tendríamos que tener una palabra concreta para ella, como la tenemos para el analfabetismo.
El antes mencionado Murray Rothbard tenía esto que decir:
No es un delito ser ignorante en economía, que es, después de todo, una disciplina especializada y que la mayoría de la gente considera que es una “ciencia lúgubre”. Pero es totalmente irresponsable tener una opinión sonora y vociferante sobre temas económicos mientras se mantiene este estado de ignorancia.
Estoy seguro de que todos estamos familiarizados con este fenómeno en los medios de sociales de comunicación, que parece ajustarse perfectamente a las opiniones vociferantes injustificadas.
Consideremos el asunto del salario mínimo, como un ejemplo que ha estado últimamente en las noticias:
Los salarios no son nada más que precios por servicios laborales. Cuando aumenta el precio de algo, la demanda cae y hay más gente desempleada de la que habría en caso contrario. Pura y simple economía de primer curso.
¿Pero qué porcentaje de estadounidenses hoy ha visto un gráfico de demanda descendiente en el instituto o la universidad?
Es esta ignorancia grande y extendida de la economía la que abunda en nuestro ridículo paisaje político. Permite a los políticos atacar al capitalismo y hace demagogos a los emprendedores. Permite a los políticos echar la culpa a los mercados libres de los mismos problemas económicos causados por el estado y su banco central en primer lugar, como en el desplome de las punto com, como en la burbuja inmobiliaria, como en el Crash de 2008, como en los precios insostenibles de las acciones producidos hoy por los mercados de valores de EEUU.
En resumen, la ignorancia de la economía permite que se acepten como hechos por grandes cantidades de personas algunas mentiras muy grandes. Y solo va a empeorar a medida que se desarrollen las elecciones presidenciales de 2016.
Publicado originalmente el 3 de septiembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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