Miren este gráfico sacado de ‘The ill wind of deflation (FT, 04-10-2015).
Y esto, ¿qué es lo que es?, se preguntarán a lo Carlos Herrera.
Pues se lo explico.
Se trata de la variación interanual del Indice de Precios a la Producción (IPP) de las principales economías del Sudeste asiático. Como pueden apreciar, con la única excepción de Indonesia, los porcentajes de cambio son negativos, superando la mitad de la muestra el 5% de caída sobre 2014.
China lleva 42 meses seguidos con IPP en declive. Todo un récord solo superado por Japón en la década de los noventa.
Glaps.
La teóricamente boyante India ha entrado abruptamente en el club.
Producir más barato no significa necesariamente vender más barato. Pudiera ser que se tradujera en iguales e incluso mayores precios al consumo, permitiendo al fabricante aumentar sus márgenes. Algo que se podría dar en un entorno de fuerte demanda donde el ahorro proviniera, por ejemplo, de mejoras de eficiencia.
Pero no es el caso.
Como pueden observar en estos dos 'charts', el valor de las exportaciones de estas naciones en el último ejercicio no ha hecho sino caer mientras que el poder adquisitivo de sus ciudadanos tampoco ha mejorado.
Cabe, por tanto, pensar que el ajuste en costes se ha trasladado al punto de venta final, sea minorista o foráneo, a fin de mantener la actividad. E, igualmente, no es difícil concluir que esto no ha hecho sino meter mayor presión en precios en los mercados de destino de esos productos.
Dicho de otra manera, si Asia históricamente ha generado desinflación, ahora directamente exporta deflación, tanta más cuanto mayor es su capacidad ociosa y menor el coste de sus factores de producción. Y eso es un problemón para Europa y para los esfuerzos de sus autoridades fiscales y monetarias por conseguir evitar a esta particular bicha.
Fue la deflación la que convirtió el 'crack' bursátil del 29 en la Gran Depresión.
A menores precios, peor rentabilidad del negocio, más despidos, menos demanda y vuelta a empezar. Eso por no hablar de su efecto sobre generación de caja para inversiones, remuneración al accionista o repago de (disparada) deuda.
No les voy a dar más la matraca, que es viernes, ni a amargarles el fin de semana con una pléyade de argumentos que, por leídos en esta columna, pueden resultarles redundantes y hasta plastas (Valor Añadido, ‘La paradoja de Draghi: los tipos de interés no subirán en Europa hasta… 2025’, 30-09-2015).
Simplemente recordarles lo que decíamos hace bien poco: esta es una crisis de oferta que requiere reconversión y/o ajuste que los bancos centrales (con su acción estructural) han retrasado y/o evitado al facilitar que se mantuvieran, artificialmente, agentes económicos -públicos o privados- improductivos, aumentando de paso la desigualdad.
A partir de tan lacónica (y dramática) conclusión, todo lo demás sobra. El problema de Asia ha llegado para quedarse y, contra él, de poco sirven los bailes y danzas monetarios de, entre otros, el BCE.
Tome nota quien corresponda.
Que disfruten del puente.
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