Carlos Rodríguez Braun
El hambre y la desnutrición se reducen en todo el mundo con bastante claridad.
El periodista y escritor Martin Caparrós fue entrevistado por Ima Sanchís en
La Vanguardia con mucho entusiasmo y poco espíritu crítico. Cuando él
dice: "Novecientos millones de personas en el mundo pasan hambre"
o "25.000 personas mueren de hambre por día", el lector tiene la
impresión de que son cifras ciertas que describen un problema grave que se
agrava, o al menos que no se soluciona.
Pero esas cifras no sólo no están universalmente aceptadas sino que la
realidad apunta cada vez más en el sentido contrario: el hambre y la
desnutrición se reducen en todo el mundo con bastante claridad. Esa es la
noticia que resulta ocultada por la corrección política, que prefiere refugiarse
en fantasías como que las empresas malvadas exportan uranio de Níger "sin dejar
dinero en el país", lo que es imposible sin que actúe el principal culpable de
la pobreza, a saber, la falta de libertad y derechos de
propiedad, conculcados por los gobiernos. "Es el orden internacional y
no la naturaleza lo que mata de hambre", dice Caparrós, con la imagen de unos
siniestros conspiradores que mueven el planeta. No es así: si los coreanos del
Norte pasan hambre, que efectivamente la pasan, eso no es culpa de ningún “orden
internacional” sino del socialismo muy nacional que aplican allí los
tiranos.
Pero no busca don Martín en el socialismo el problema:
–Estuve en Chicago tratando de entender cómo funciona la bolsa de valores donde se definen los precios de los alimentos.
Es frecuente este disparate de buscar en los mercados las siniestras
claves de la miseria, como si de verdad fuera originada por
unas personas que compran y venden, y no, precisamente, por quienes les impiden
hacerlo. Pero esa verdad es olímpicamente ignorada, y la señora Sanchís se pone
dramática:
–¿Serán conscientes los brókers?
Como si el mal estribara en el alma de los brókers, cuyo trabajo,
precisamente, estriba en facilitar las compraventas.
Una clave de las fábulas antiliberales pasa por que los
precios son supuestamente manipulados por unos villanos.
–Subir el precio del grano provoca que muchos granjeros senegaleses o egipcios no puedan comprarlo, y eso dispara el hambre –asegura Caparrós.–Entiendo –asiente doña Ima.
Pues no se entiende en absoluto. Primero, porque Caparrós sugiere que hay
unos infames que manejan los precios a su antojo, lo que está lejísimos de ser
evidente en mercados tan grandes y globalizados como los de las
materias primas. Y segundo, porque si los granos se encarecen
cabe suponer que algunos senegaleses o egipcios no pasarán hambre en absoluto:
los que los venden.
Y siguen los tópicos, como la demonización de Bangladesh,
que es nada menos que el segundo exportador mundial de textiles. Esa realidad,
que sin duda ha contribuido a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes,
le molesta al señor Caparrós:
Toda esa ropa que compramos con tanta alegría la producen unos seis millones de mujeres que trabajan doce horas al día por 25 dólares al mes, y lo hacen porque el hambre les come la espalda.
Esto es un dislate, empezando por la moralina de que no deberíamos comprar
ropa de Bangladesh "con alegría", como si en Bangladesh fueran a mejorar si la
compramos con tristeza o no la compramos en absoluto. Y terminando con la idea
de que las mujeres trabajan allí obligadas, o porque ignoran que hay muchas
alternativas a su alcance para trabajar menos y cobrar más.
Se trata de concentrar la maldad en las generadoras de riqueza y empleo, las
"grandes empresas que compran tierra en las zonas pobres para producir alimentos
que se llevan a sus propios mercados, tierras que dejan de producir alimentos
para la población local". A ver, don Martín, ¿es que esas empresas no les
compran la tierra a esos mismos pobladores locales? ¿Es que no contratan
a trabajadores locales?
En fin, que ninguna realidad estropee un bello apocalipsis:
"En los países ricos se tira entre el 30% y el 50% de la comida que
circula".
© Libertad Digital SA
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