[The State of Interpretation of Keynes • John B. Davis, ed. • Boston: Kluwer Academic Publishers, 1994. Esta crítica se publicó originalmente en la Review of Austrian Economics (1996)]
Se han reunido media docena de estudios con comentarios formales para ayudar a establecer el estado de interpretación de Keynes. Los contribuidores a este volumen son ideológicamente similares pero geográficamente diversos (Australia, Brasil, Canadá, Gran Bretaña, Italia y Estados Unidos están representados). Su libro, cuyo título va en contra de cierta estrechez en su enfoque, no es para cualquiera: refleja las preocupaciones de una escuela keynesiana concreta, mejor descrita, en mi opinión, como fundamentalismo postkeynesiano.
Los académicos a los que continúa divirtiéndoles e intrigándoles la aún creciente literatura sobre la economía de John Maynard Keynes han tenido que aprender a distinguir entre las distintas escuelas que reciben inspiración del maestro.
El keynesianismo con guión o como adjetivo incluye, por ejemplo, tanto el neo-keynesianismo, que se basa en la supuesta rigidez de salarios y precios y el nuevo keynesianismo que intenta explicar la rigidez. Los neo-keynesianos y los nuevos keynesianos comparten ciertos presupuestos metodológicos con los neoclásicos y nuevos clásicos pero no comparten el juicio de que los mercados generalmente se autoequilibran.
Los intérpretes que prefieren mezclar las ideas de Keynes con las de la antigua escuela clásica, que desarrollan una teoría de la producción basada en costes, han adoptado “post” como su adjetivo.
A los lectores de esta literatura se les ha pedido mantener una distinción entre “post keynesianismo” y “post-keynesianismo”, una distinción tan sutil como la que hay en sus nombres.[1] Pero sea la que sea la etiqueta, la mayoría de los intérpretes han llegado ver como virtuales opuestos Keynesian Economics and the Economics of Keynes, en contraste con el título de libro de Axel Leijonhufvud de 1968.
Murray Rothbard solía proclamar alegremente que “Keynes era un keynesiano”.[2] La causaba un gran placer la ironía de proclamarse ajeno a la mayoría de los intérpretes modernos. Keynes favoreció la manipulación monetaria y el activismo fiscal, el financiación en déficit y la redistribución de ingresos, todo con el fin de salir de la depresión gastando. Cuando su atención cambiaba de la política a corto plazo a las reformas a largo plazo, su entusiasmo por estas medidas de acabar con el problema deja paso a sus expectativas de una utopía futura y a planes para asegurar y apresurar su llegada.
La incertidumbre propia del futuro, en su opinión, daba a la toma de decisiones centralizada una clara ventaja sobre la descentralización que caracteriza a las economías de mercado. Keynes defendía la “socialización de la inversión” y la “eutanasia del rentista”. El tipo de interés, que “no remunera ningún sacrificio genuino” podía y debía reducirse a cero, punto en el que el capital dejaría de ser escaso y la distribución de ingresos sería más equitativa. En dos generaciones, podía resolverse el problema de la escasez, de forma que nuestros nietos puedan ocuparse sólo de asuntos estéticos en lugar de económicos.[3]
Es el Keynes no interpretado. Los post keynesianos destacan la visión de la utopía de Keynes y las propuestas de reforma asociadas casi hasta la exclusión de su diagnóstico sobre la depresión y su prescripción de políticas de gestión de la demanda a corto plazo. De hecho, el libro de texto estándar del keynesianismo, cuyos gráficos y ecuaciones defienden el activismo monetario y fiscal, se describe repetidamente en el volumen de Davis como “keynesianismo bastardo” (en palabras de Joan Robinson) ofreciendo un contraste apropiado con el keynesianismo más radical aoptado por los contribuidores del volumen. Si los “post keynesianos” no hacen sino aceptar estos aspectos utópicos de Keynes, sería más apropiado calificarles de fundamentalistas keynesianos.
Pero hacen más. Añaden a la las deficiencias crónicas de la demanda explicadas en la Teoría General de Keynes las ideas acerca de la oferta articuladas primero por los economistas clásicos y posteriormente exhumadas por Piero Sraffa justo antes de la revolución keynesiana. Producción de mercancías por medio de mercancías, de Sraffa, escrito en la década de 1930, aunque no publicado hasta 1960, se ofrece como la contraposición por el lado de la oferta de la teorización del lado de la demanda de Keynes.
La contribución de Michael Lawlor, “The Own-Rates Framework as an Interpretation of the General Theory: A Suggestion for Complicating the Keynesian Theory of Money”, identifica la (malhumorada) critica de Sraffa de Precios y producción de Hayek como la base subyacente a esta nueva aproximación a la teoría monetaria adoptada por Keynes. Sin embargo, a dúo, Sraffa y Keynes nos dan una explicación improbable y desajustada de la oferta y la demanda.
Normalmente los post keynesianos (pero no en el libro objeto de crítica) sugieren aún más complicaciones: una estructura dual de mercado que consiste tanto en empresas en competencia como en oligopolio, precios con margen de beneficio (practicados por los oligopolistas) para financiar nueva inversión y la lucha de clases marxista. El libro de Davis evita lo que de otra forma sería un cajón de sastre de ideas imposibles al enfocarse en Keynes, su visión, filosofía, métodos, análisis y tácticas.
Uno de los comentarios formales (de Allin Cottrell) llega a incluir una advertencia contra percibir a Keynes como “un post keynesiano secreto, albergando todo tipo de herejías pero suprimiéndolas con el fin de obtener una ventaja polémica”.
Otro comentario (de Robert Prasch) cuestiona la idea de que la oferta sraffiiana se ajuste bien a la demanda keynesiana. Si Keynes pensaba que se ajustaba, ¿por qué no lo dijo? ¿Por qué dijo, en su lugar (en la muy citada carta a George Bernard Shaw), que “cuando mi libro haya sido bien asimilado y mezclado con las plítica y los sentimientos y las pasiones (…) los fundamentos ricardianos del marxismo se verán derrotados?” Prasch es convincente en que lo que Keynes creís que debía ser “derrotado” en este caso, era Sraffa. Si las características de cajón de sastre del post keynesianismo se dejan sin discutir mientras que la relevancia de Sraffa se pone en duda, entonces el término fundamentalismo post-keynesiano parece apropiado.
Además, el editor del libro, si no todos los contribuidores, puede no ser tan rígidamente asociado a los “post”, en cuyo caso volveríamos al Keynes utópico no interpretado.
Una cosa es proclamar que Keynes era keynesiano, (de nuevo) como hacía Rothbard a menudo; otra muy distinta es tratar la visión de Keynes como un reflejo relevante o fructífero de la realidad económica. Pero The State of Interpretation of Keynes sorprenderá al lector como una especie de inventario: los estudios constituyen informes de fondo que forman la base para actualizar el programa de investigación post keynesiano. Como explica la introducción del editor, las ideas de Keynes merecen (y ahora pueden tener) una nueva explicación.
La ocasión particular para este inventario, junto con el enfoque particular de varios de los estudios, es a la vez curioso y revelador. Hay dos circunstancias que se han combinado para volver a poner los focos sobre el Keynes original.
Primero, está el desmoronamiento del keynesianismo corrupto, con su aparato de gráficas y expresión algebraica de los multiplicadores del gasto público y los multiplicadores fiscales y todo eso. Las formas de pensamiento neoclásico hace tiempo que restringieron el pensamiento de los economistas de la corriente principal y han hecho que la economía keynesiana parezca muy poco keynesiana.
Las tendencias recientes, de acuerdo con Davis, han ido en la dirección de despreciar las limitaciones impuestas por el neoclasicismo formal y explorar varios asuntos, incluyendo los del poder y el emprendimiento. La permisividad metodológica pu3de permitir a los economistas mirar más allá de las relaciones entre ingresos y gastos y obtener una nueva visión de la Teoría General.
Segundo, las ideas de Keynes parecen para Davis tener una relevancia real en el tiempo de Keynes, una relevancia que puede haber faltado durante la mayor parte del periodo de posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Las décadas de tablas entre capitalismo y comunismo separaron dos periodos caracterizados por el pluralismo político, un desorden relativo e incertidumbre internacionales. Así que de nuevo es el momento para centrarse en las expectativas que gobiernan el proceso económico a la luz de la incertidumbre y pensar acerca de las disposiciones institucionales más propicios para una economía sana.
Davis encuentra similitudes en las décadas de 1930 y 1990 en términos de turbulencias políticas globales. Sin embargo, no acierta a dar la importancia debida a la diferencia clave entre estos dos periodos. En la década de 1930, el mundo iba rápidamente en dirección hacia la centralización: en la de 1990, se estaba produciendo una importante descentralización.
Curiosamente, las similitudes apreciadas en las circunstancias hacen que Davis y muchos otros contribuidores de este libro repiensen el significado de la llamada de Keynes a “una socialización de alguna forma integradora de la inversión”.[4]
Una lectura más sana de la historia mundial habría hecho que estos estudiosos repensaran el significado de la afirmación de Ludwig von Mises de la “imposibilidad de cálculo económico bajo el socialismo”.[5] De hecho, los mismos conceptos que Davis espera ver de nuevo en juego, como los del poder y el emprendimiento, ayudan a reforzar el alegato de Mises a favor de la toma de decisiones descentralizada.
Como con casi cualquier otro aspecto de la obra de Keynes, la frase “socialización de la inversión” es susceptible de alguna interpretación. ¿Qué tenía Keynes en la cabeza? Aunque nadie crea que estaba pensando en la directa propiedad estatal de los medios de producción, otros posibles significados implican posteriores preguntas que ni Keynes ni sus seguidores han respondido adecuadamente. Está claro de su explicación que sigue a la llamada a la inversión socializada que a quienes le preocupaba el “volumen” y no la “dirección” del empleo.
Keynes argumenta como si el gobierno (o “fuerzas fuera del esquema clásico de pensamiento”[6]) pudiera controlar el volumen sin afectar a cualquier otro aspecto de la economía de mercado. ¿Qué tipo de poderes tendría que ejercer el gobierno para ser capaz de ejercitar una fuerza así? ¿Y cómo se vería afectada la calidad de las decisiones empresariales si los empresarios tuvieran que prever el uso (y posible abuso) de esos poderes? No hay respuestas a estas preguntas que den una luz favorable a la socialización.
El hecho simple es que los aspectos conceptualmente distintos del “volumen” y la “dirección” aplicados al empleo o la producción están gobernados por un solo conjunto de fuerzas del mercado. Joan Robinson, que reconocía la unidad real de estas fuerzas del mercado, pero prefría una forma más sistemática de socialización, reprendía a Keynes por querer sólo controlar el volumen son controlar la dirección. La dirección, en su opinión, también requería algún control.[7]
En una interpretación alternativa, se explica en la contribución de Hans Jensen, las “fuerzas fuera del esquema clásico” no las ejercita el estado por sí mismo, sino a través ed cuerpos semipúblicos. Keynes parecía haber previsto grandes empresas de propiedad privada con directores con espíritu público. Los lectores de Keynes o del libro de Davis sólo pueden preguntarse qué tipo de poder necesita el estado para mantener un espíritu público entre esos directores y, también, qué podría hacer este tipo de poder al espíritu empresarial entre ellos y otros.
Una exposición de Robert Dimand ofrece otra interpretación de la socialización de la inversión. Varios años antes de la Teoría General, Keynes había propuesto una “Oficina de Inversión Nacional” que daría al gobierno algún control sobre el volumen de inversión. Una OIN, suena sin embargo sospechosamente similar a una versión en tiempo de paz de la Oficina de Industrias de Guerra de los Estados Unidos de la primera Guerra Mundial.
Es sabido que Rothbard identificó a la OIG como importante precursora de las posteriores políticas del New Deal, que llegaron a ser casi identificadas con el llamado keynesianismo bastardo.[8]
Los post keynesianos parecen estar seriamente preocupados por qué podía tener Keynes exactamente en mente. Muchos de los contribuidores, y especialmente el propio Davis en su estudio “Keynes’s Philosophical Thinking”, emplean una estrategia de qué-sabía-y-cuándo-lo-sabía en sus intentos de explicar las cosas. Davis también advierte contra una mezcla descuidada de la filosofía y la economía de Keynes: las ideas no son fácilmente trasplantables a lo largo de décadas y disciplinas.
La alternativa que no considera ninguno de los colaboradores es la más simple, aunque no la más satisfactoria para quienes consideran a Keynes el manantial de la sabiduría económica: el mismo Keynes no sabía qué significaba. Keynes no sabía cual era la contraparte apropiada a su teoría por el lado de la oferta. No pensó en las implicaciones (o reconoció la virtual imposibilidad) de un tipo cero de interés.
No sabía exactamente cómo podía implantarse una socialización integral de la inversión. Tampoco, podemos añadir, los socialistas más radicales tenían ideas claras sobre los particulares de los mecanismos económicos en un estado socialista. Éstas y algunas respuestas similares a muchas otras preguntas parecen ser la base más factible para entender la Teoría General.
La viabilidad de la economía keynesiana, bastarda o no, puede ser tan vehementemente rebatida ahora como lo era en tiempo de Keynes. Y los intérpretes post keynesianos, con o sin guión, puede que nunca descubran qué quería decir exactamente Keynes.
Pero como las interpretaciones continúan proliferando, esta recopilación de escritos ofrece a sus lectores un encuentro cercano al Keynes original. La experiencia puede hacerles dudar si el keynesianismo en cualquiera de sus disfraces puede ofrecer una compresión sana de la realidad económica y una guía apropiada de prescribir políticas o proponer reformas.
Publicado originalmente el 20 de mayo de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] Paul Davidson define a los post keynesianos sin guión muy ampliamente y luego identifica un subgrupo orientado clásicamente, al que otorga el guión. Además, prefiere llamar a los post-keynesianos neo-keynesianos, una etiqueta que he usado para el componente keynesiano de la síntesis neoclásico-keynesiana que aparece en los modernos libros de texto. Ver a Davidson, “Post Keynesian Economics: Solving the Crisis in Economic Theory” en Daniel Bell e Irving Kristol, eds., The Crisis in Economic Theory (Nueva York: Basic Books, 1981), pp. 151-173.
[2] “Que Keynes fuera un keynesiano (del muy ridiculizado sistema keynesiano ofrecido por Hicks, Hansen, Samuelson y Modigliani) es la única explicación que tendría sentido en la economía keynesiana”. Murray N. Rothbard “Keynes, the Man”, en Mark Skousen, ed., Dissent on Keynes: A Critical Appraisal of Keynesian Economics (Nueva York: Praeger Publishers, 1992), p. 196.
[3] Las frases citadas son de La teoría general del empleo, el interés y el dinero, de John Maynard Keynes. Para estudios de la utopía de Keynes, ver Joseph T. Salerno, “The Development of Keynes’s Economics: From Marshall to Millennialism”, Review of Austrian Economics 6, nº 1, (1992): pp. 3-64, y Roger W.Garrison, “Keynesian Splenetics: From Social Philosophy to Macroeconomics”, Critical Review 6, nº 4 (1993): pp. 471-492.
[4] Keynes, Teoría General.
[5] Ludwig von Mises, La acción humana.
[6] Keynes, Teoría General.
[7] Joan Robinson, “What Has Become of the Keynesian Revolution?” en Milo Keynes, ed., Essays on John Maynard Keynes (Cambridge: Cambridge University Press, 19751, pp. 123-131.
[8] Murray N. Rothbard, “War Collectivism of World War I”, en Ronald Radosh y Murray N. Rothbard, eds., A New History of Leviathan: Essays on the Rise of the American Corporate State (Nueva York: E. P. Dutton, 1972), pp. 66-110.
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