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lunes, 29 de febrero de 2016

La larga historia del gobierno entrometiéndose en el mercado estadounidense

The Long History of Government Meddling in the American Marketplace


Aunque las causas de las crisis económicas recurrentes a lo largo de toda la historia de EEUU y a menudo expandiéndose en todo el mundo no pueden demostrarse usando medios empíricos, las regulaciones públicas opresivas que favorecen intereses especiales en sectores relevantes han precedido a todas las crisis.

Normalmente, el capitalismo de compinches implica el apoyo de políticas a cambio de regulaciones que nieguen a otros la libertad de competir con los intereses monetarios (por ejemplo, monopolios). La menor competencia lleva a costes más altos y peor calidad. Reduce crecimiento económico, salarios, innovación y productividad. Los intentos de controlar el crecimiento económico a través del gasto público o la manipulación de los tipos de interés (por ejemplo, estimular el crecimiento con tipos bajos) generalmente lleva a crisis más graves.

Ninguna de estas cosas es un fenómeno reciente, sino que puede encontrarse una y otra vez a lo largo de la historia estadounidense.

Mercantilismo

Después de la Guerra de Independencia, cuando la economía agraria estaba empezando a industrializarse, los políticos siguieron un mercantilismo al estilo británico, incluyendo colonialismo contra los nativos y regulaciones que bloqueaban la competencia en la banca y las manufacturas. Se generaron pánicos financieros y depresiones bajo un banco nacional en 1792 y entre 1819-21 y con bancos regulados por el estado en 1837-43 y 1857-59.

La Guerra de Secesión fue una disputa entre los republicanos que refresentaban a los fabricantes del norte que bloquearon el libre comercio con aranceles de importación contra Europa y los demócratas que representaban a las plantaciones agríclos del sur que rechazaban reemplazar la esclavitud con mecanización utilizando los costosos bienes del norte.

Monopolización

La “edad dorada del capitalismo” transformó la economía de agrícola a industrial, liderada por los “magnates ladrones” que cabildeaban principalmente a los republicanos. El gobierno ayudó a crear monopolios de ferrocarriles con préstamos a bajo interés, concesiones de terrenos y privilegios especiales de frontera. Los ferrocarriles formaban un conglomerado que monopolizaba mucho del resto de al economía al favorecer a los grandes clientes por encima de los pequeños (por ejemplo, la Standard Oil de Rockefeller por encima de los granjeros), grandes proveedores (por ejemplo, Carnegie Steel) y grandes bancos (por ejemplo, J.P. Morgan).

Tanto ferrocarriles como banca (incluyendo tanto bancos nacionales como estatales) estuvieron implicados en graves pánicos financieros en 1873-78 y 1893-97, que se produjeron durante la Larga Depresión de 1873-96 y otro pánico en 1901. La regulación bancaria llevó al pánico de 1907.

Durante la era progresista, EEUU usó la regulación para crear muchos de los monopolios actuales. De 1906 a 1910, los republicanos lideraron los intentos de crear monopolios de servicio público de electricidad y gas natural regulados por el estado y los oligopolios Siete Hermanas del petróleo y la medicina. En 1913, los demócratas aprobaron el monopolio telefónico y crearon el monopolio bancario de la Reserva Federal (es decir, que regula los bancos). Después de la Primera Guerra Mundial, la Fed aumentó los tipos de interés, lo que llevó a la depresión de 1920-21, que hizo quebrar a muchas empresas y llevó a oligopolios en las manufacturas, incluyendo el sector del automóvil.

Gracias a estas nuevas fronteras en una economía regulada, en la década de 1920 solo 200 corporaciones controlaban más de la mitad de toda la industria de EEUU y el 1% más rico de la población poseía en 40% de la riqueza de la nación. Como en tiempos recientes, la Fed respondió proporcionando crédito baratoc on tipos bajos de interés, lo que llevó a una mayor deuda de consumidores y empresas, inversiones antieconómicas y arriesgadas y activos inflados, incluyendo precios de acciones (aumentando más la disparidad de riqueza). Después de que la Fed tratara de aumentar los tipos de interés, el resultado fue el gran crash de la bolsa de 1929.

Nacionalización

Durante la década de 1930 el crash llevó a la Gran Depresión, la peor crisis financiera en la historia de EEUU y luego se extendió globalmente desde la mayor economía mundial, aunque con menos gravedad en el extranjero. Los demócratas, encabezados por el presidente Roosevelt (FDR) y apoyados por banqueros, agricultores, petroleras y trabajadores, trataron de redistribuir la riqueza limitando la competencia mediante expropiaciones públicas, incluyendo los sectores de transporte por carretera, aerolíneas y vivienda y restringiendo la oferta de alimentos y petróleo. Esto llevó a una depresión global continua y a la Segunda Guerra Mundial, que fue financiada con deuda.

Finalmente, el auge de la posguerra o “edad de oro del capitalismo” vio un desmantelamiento de las regulaciones de tiempo de guerra y crecientes oportunidades, especialmente en las manufacturas (como en China hoy). Durante la reconstrucción global, EEUU se convirtió en el líder económico mundial con un crecimiento aproximado del 4%, incluso con tipos de interés aumentando, deuda decreciendo y altos impuestos. Aunque la disparidad de riqueza era históricamente baja, los demócratas aumentaron la regulación de los productos de primera necesidad, llevando a los altos costes actuales.

FDR había tomado dinero de los contribuyentes para subvencionar los préstamos en el interior, incluyendo garantías de la Federal Housing Administration (FHA) y el aseguramiento del monopolio del mercado secundario de hipotecas de Fanny Mae desde 1938 (y los demócratas añadieron Freddie Mac para crear un duopolio en 1970). Después de la guerra, las subvenciones llevaron a una demanda insostenible de casas más caras y grandes, expansión urbana y escasez de vivienda asequible.

FDR también tomó dinero de los contribuyentes para subvencionar los cultivos agrícolas favorecidos, lo que desanimaba los cultivos alternativos. Después de 1946, los demócratas aumentaron las subvenciones, llevando a precios inflados para los terrenos agrícolas. Desde 1973, EEUU ha subvencionado excesos de producción de alimentos, llevando a exportaciones a pérdida que retrasan el desarrollo económico en el mundo subdesarrollado y a biocombustibles antieconómicos protegidos por aranceles contra el etanol brasileño (hasta 2012). FDR había llevado al apoyo a la nacionalización de empresas petroleras (por ejemplo, en México) y al gasto militar para defender a dictadores en países ricos en petróleo (por ejemplo, Arabia Saudita).

En 1965, los demócratas lideraron la nacionalización de aproximadamente la mitad de la atención sanitaria mediante el Medicare y el Medicaid. Estos programas, y el posterior Obamacare, subvencionaron una mayor demanda mientras que se restringía la oferta de doctores y hospitales. La crisis de la atención sanitaria resultante llevó a disparar los costes a casi el triple de los de otros países desarrollados.

Pseudo-desregulación

La terrible estanflación de la década de 1970 se considera ligada a la segunda peor crisis financiera en la historia de EEUU. La Fed respondió a la inflación aumentando los tipos de interés, lo que llevó a la Gran Recesión de principios de la década de 1980, que llevó a la crisis de las cajas de ahorro y se expandió como la crisis de la deuda latinoamericana. Desde entonces, la Fed ha estado rebajando los tipos en general.

Entretanto, los políticos afirmaban estar intentando aumentar la eficiencia de costes mediante privatización de sectores públicos y estimular la competencia mediante una desregulación parcial de los sectores privados. En todo el mundo, los políticos permitían a los monopolistas escribir las normas, incluyendo la negociación de las ventas preferenciales a compinches, lo que llevó a monopolios desregulados aún peores.

La desregulación se limitó principalmente a sectores de transporte común, incluyendo las aerolíneas en 1978, el transporte por carretera en 1980, las telecomunicaciones en 1996 y la electricidad y el gas natural durante la década de 1990 y también la banca en 1999. Por ejemplo, los estados permitieron que los servicios públicos crearan planes chapuceros de comercio, conseguir acceso preferente a las líneas de transporte y vender activos a filiales por centavos por dólar.  La desregulación declinó después de que las manipulaciones llevaran a la crisis de la energía de California de 2000.

Corporativismo

Después de las crisis de la energía y el estallido de la burbuja de Internet en 2000, los republicanos de los grandes negocios y los demócratas del gran gobierno practicaron el corporativismo. El Comité de Presupuesto de la Cámara de EEUU explica: “En demasiadas áreas de la economía (especialmente en energía, vivienda, finanzas y atención sanitaria), la libre empresa ha dado paso al control público en unión con unas pocas empresas grandes y bien relacionadas políticamente”.

En 2003, las regulaciones llevaron a una mayor producción de etanol a partir del maíz, pero después de que eso llevara a la crisis alimentaria de 2007-08, el crecimiento se detuvo por orden de que el combustible se hiciera con celulosa cara de procesar.

Entretanto, George W. Bush promocionaba préstamos vivienda garantizados mediante el duopolio de Fannie y Freddie y los grandes bancos de la Fed, mientras animaba a la Fed a rebajar los tipos de interés, llevando a una burbuja en la propiedad de viviendas y precios. Poco después de que la Fed empezara a aumentar los tipos, estalló la burbuja que llevó a la crisis de las hipotecas subprime de 2007-09, la crisis financiera de 2007-08 (considerada empatada como la segunda peor crisis financiera en la historia de EEUU), la crisis del automóvil de 2008-10 y la Recesión Global de 2008-12.

En 2010, Dodd Frank dio a los políticos más supervisión sobre los grandes bancos de la Fed, aumentando el tráfico de influencias y los riesgos de crisis. La Fed ha estado prestando billones de dólares a tipos bajos de interés a los grandes bancos. Los tipos más bajos pueden animar la ingeniería financiera, como las fusiones, que permiten a los banqueros y ejecutivos de corporaciones a extraer beneficios a las grandes empresas, que reciben un trato fiscal preferencial, especialmente en el extranjero. Desde 1998, el sector financiero ha gastado más de 6.000 millones de dólares cabildeando en el Congreso.

El Banco de Pagos Internacuionales, llamado el “banco de los banqueros centrales” advierte que está llegando otra crisis global de deuda y que la trampa de la deuda es ahora incluso peor que antes de 2007.  EEUU ha llevado a muchas naciones a continuar rebajando los tipos de interés y acumular deuda privada y pública. Ahora bien, una economía que se ralentiza podría hacer tóxica la deuda y llevar a una crisis financiera que se apresuraría al aumentar la Fed los tipos. El Banco advierte: “Es irrealista y peligroso esperar que la política monetaria pueda reparar todos los males de la economía global”.

El Obamacare podría permitir a las burocracias controlar los tratamientos de pacientes y sus precios, mientras son cabildeadas por el sector. Desde 1998, los intereses médicos han gastado 6.000 millones de dólares cabildeando en el Congreso.

La solución del libre mercado

Hoy no hay partido que esté a favor de la verdadera privatización o de los mercados libres. Los republicanos están a favor de la monopolización, aunque afirmen apoyar los mercados libres y acusen a los demócratas de las crisis por sus latos impuestos y regulaciones. Los demócratas están a favor de la nacionalización, mientras culpan de las crisis a los inexistentes mercados libres. Entretanto, muchos estadounidenses parecen estar abrazando el nacionalismo regulatorio del capitalista de compinches Donald Trump o el socialismo democrático de Bernie Sanders.

Sin embargo la solución es sencillamente quitar tanto poder como sea posible del control de políticos corrompibles y sus apoyos con intereses especiales.
 
Publicado originalmente el 29 de febrero de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Pacto PSOE-Ciudadanos: Moody´s alerta sobre los pactos de gasto

Las propuestas de “recuperar” el estado del bienestar son ideológicas y falsas, pero lo peor es que esconden una batería de nuevo gasto y a disparar nuestro déficit estructural

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

“Hey, big spender, spend some time with me” Peggy Lee

Las propuestas de pactos que se están presentando ante la posible investidura tienen un denominador común: más impuestos y más gasto político.

Si atendemos al programa del PSOE, se aumenta el gasto corriente en 25.000 millones, y si vamos añadiendo otros partidos, se llega hasta la monstruosa cifra de 96.000 millones de euros anunciados por Podemos (lean).

La enorme mayoría de estas promesas de gasto eternas se basan en la mayor falacia de propaganda electoral utilizada en estas últimas elecciones. El inexistente “desmantelamiento” del Estado de Bienestar y la necesidad de “recuperarlo”. Sin embargo, esa premisa es falsa.

España ha mantenido, contra viento y marea, su gasto social, a pesar de una brutal crisis económica donde se perdieron 40.000 millones de euros anuales de ingresos fiscales extraordinarios de la década anterior por la burbuja inmobiliaria y donde pinchó el exceso de obra civil y ladrillo que llegó a pesar casi el 20% del PIB.

España ha mantenido, contra viento y marea, su gasto social, a pesar de una brutal crisis económica donde se perdieron 40.000 millones anuales de ingresos

Es inaudito que se llame a aumentar enormes partidas de gasto adicional en un país que ya tiene un déficit estructural –el que se genera aunque crezca la economía- cercano al 4%.

Pues bien, en 2011 el gasto social –incluyendo estabilizadores automáticos en un país que enviaba más de un millón de personas al paro en ese ejercicio- era de unos 296.000 millones de euros, y en 2014 de 290.000 millones. Una mínima reducción del 2% que se convierte en casi inexistente si consideramos que el paro se redujo en el periodo, y con él las necesidades de gasto por subsidio por desempleo. De hecho, si consideramos que los gastos por ayudas a desempleados se redujeron en casi 10.000 millones con la bajada del paro, el gasto social se ha mantenido a pesar de un entorno difícil en el que aún no se ha recuperado el PIB de niveles pre-crisis.

Las propuestas de “recuperar” el estado del bienestar, por tanto, son ideológicas y falsas, pero lo peor es que esconden una batería de nuevo gasto político, burocrático, nuevos observatorios, comités y entes estatales que volverán a disparar nuestro déficit estructural.

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

Pues bien, Moody´s ha alertado ya de que corremos el peligro de no cumplir el déficit ni en 2016 ni 2017, después de ocho años de expansión fiscal superior a 550.000 millones de euros.

Pero además, la agencia de calificación que, como siempre, hace estimaciones cautelosas, alerta de que los pactos anunciados deterioran la posición de solvencia del país, ya que basan todo el proceso de consolidación fiscal en aumentos de ingresos por nuevos impuestos y subidas de los mismos, además de en unos supuestos efectos expansivos de la economía que nunca se han dado a través del aumento de gasto corriente (lean) .

Y eso que, como es habitual, la agencia de calificación valora el pacto PSOE-Ciudadanos con cautela y no entra en la certeza de que los ingresos esperados no se darán y los gastos no generarán el crecimiento deseado. Moody´s sabe, porque la historia ha demostrado que ocurre siempre, que en estos programas las estimaciones de ingresos siempre son optimistas y las de gasto se cumplen con todo rigor.

Un pacto "ambiguo en política económica y presupuestaria" que incluye el error de buscar "un ritmo más lento de reducción del déficit"

La agencia crediticia afirma que el pacto va “en contra de la tendencia de la reducción de deuda” al agrandar el déficit a corto plazo –que luego siempre se incumple- y eso que no se ha parado a analizar la carta a los Reyes Magos de un Burócrata del plan de ciencia ficción de Podemos. También considera que acuerdos como éste muestran que no se llevarán a cabo las reformas necesarias para “reforzar el crecimiento de España y con ello el saneamiento de su deuda”. Un pacto "ambiguo en política económica y presupuestaria" que incluye el error de buscar "un ritmo más lento de reducción del déficit pese al aumento del crecimiento de la economía española", cuando se debería utilizar el periodo de crecimiento para continuar reduciendo un déficit que se ha reducido a la mitad en cuatro años, pero aún es demasiado alto.

Lo peor es que se ha llegado a tal nivel de falta de responsabilidad, que cualquier aritmética de pactos pasa, casi por obligación, por aceptar más y mayor gasto político.

Nos estamos lanzando, con el aplauso de muchos, a otro posible shock de deuda

Cuando leemos noticias sobre los pactos, es evidente que nos hemos olvidado de la importancia de las reformas estructurales y ajustar –ahora que crecemos- el brutal desequilibrio estructural generado entre 2004 y 2011. Olvidamos que llevamos más de un 55% del PIB en déficit acumulado en ocho años en cuanto hemos tenido un par de años de crecimiento. Volvemos a los errores del pasado. A pensar que el Banco Central lo va a solucionar todo y a negar los desequilibrios estructurales que comentamos aquí.

Nos estamos lanzando, con el aplauso de muchos, a otro posible shock de deuda. Que no digan luego que las agencias de calificación no avisaron.

Proyecto Cero, el sistema que provocará que el capitalismo colapse

El ensayo del periodista británico ha generado gran polémica por sus discutidas tesis. Un ejemplo: el 47% del empleo desaparecerá, pero eso nos vendrá muy bien


Foto: El periodista y autor de 'Postcapitalismo', Paul Mason. (Foto: Antonio Olmos)
El periodista y autor de 'Postcapitalismo', Paul Mason. (Foto: Antonio Olmos)


'Postcapitalismo' (Paidós), el libro que acaba de editar en España Paul Mason, el responsable de economía de Channel 4 News, se ha convertido en el ensayo de moda en el Reino Unido, hasta el punto que 'The Guardian' ha llegado a afirmar que Mason es un digno sucesor de Marx. El texto contiene profundos análisis económicos, pero también una lectura sobre los tiempos que vienen desde una perspectiva que los activistas de la nueva izquierda, esa que ha nacido de las casas okupadas, de Toni Negri y del entorno colaborativo, acogen con entusiasmo.

En el texto, Mason recoge ideas de Adam Smith y de Marx y muestra el mismo entusiasmo que Silicon Valley respecto de la tecnología, ya que está convencido de que las posibilidades de la automatización nos llevarán a una sociedad mejor, muy alejada del neoliberalismo reinante. Insiste además en que el capitalismo colapsará y abrirá las puertas a un mundo poscapitalista mucho más adecuado a las necesidades del ser humano actual.

La recepción de mis ideas ha sido muy entusiasta, pero he de pasarme el día explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter

La transición de un modelo a otro tiene nombre, “Proyecto Cero”, y consiste en lograr los siguientes objetivos: un sistema energético de cero emisiones de carbono, la producción de máquinas, productos y servicios con costes marginales cero y la reducción del tiempo de trabajo necesario hasta aproximarlo también a cero. Y cuenta con una advertencia: ya no que nuestros roles como consumidores, amantes o comunicadores son tan importantes para nosotros como el papel que desempeñamos en nuestro trabajo, este proyecto no puede basarse puramente en la justicia económica y social. El Confidencial conversó con él en Madrid sobre lo que nos espera.

PREGUNTA.- ¿Cree que el capitalismo va a colapsar, como pensaba el marxismo?

RESPUESTA.- Sí, pero no de una manera marxista, o al menos no a la manera del Marx de 'El Capital', sino del de 'Fragments on machines', en el que describía la emergencia de una inteligencia social, el 'general intellect'. Cuando Marx llevó a cabo este experimento en su pensamiento, planteaba un colapso del capitalismo totalmente distinto del señalado en 'El Capital'. Esa forma de abordar el asunto no fue descubierta por mí, sino por Toni Negri, él señaló qué aspecto tendría ahora ese 'general intellect' y su relación con las redes de información.

P.- Los comunistas del siglo XX veían bien el capitalismo oligopolístico, porque entendían que les favorecía: pensaban que una vez concentrada la propiedad en pocas personas, sólo tendrían que hacer que cambiase de manos para realizar el paso de un sistema a otro. En su caso, también coincide con la tendencia de tu época, el predominio de la tecnología y de la automatización, porque piensa que puede ser muy útil para generar otro sistema político.

R.- Lo que causó el colapso de la izquierda después del 89 no fue la caída del comunismo soviético, sino la desaparición de la ruta monopolística en el capitalismo. Estábamos de pronto en una sociedad altamente mercantilizada, nos levantábamos todas las mañanas y teníamos que reinventarnos como empresarios individuales. En ese contexto, la nacionalización no tiene mucho sentido. ¿Cómo vas a nacionalizar Spotify? La raíz del cambio tiene que ser hoy tecnológica, granular, que permita la diversidad a pequeña escala, lo cual significa que la gente interactuará de una manera altamente compleja.

Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, vamos a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas

Esto no ha sido entendido del todo: mis ideas se han recibido de una manera muy entusiasta, pero he de pasarme mucho tiempo explicando que esto no es una forma de socialismo bajo el logo de Twitter, sino una manera radicalmente diferente de enfocarlo. Yo quiero que la sociedad se automatice rápidamente porque el neoliberalismo está creando miles de trabajos que no necesitamos. Cuando era joven, el lavado de coches lo realizaba una máquina, y ahora lo hacen cinco inmigrantes con bayetas. Eso es regresivo. Necesitamos que esos trabajos estén automatizados, pero esas personas necesitan una forma de ganarse la vida.

P.- El famoso informe de Oxford que afirma que desaparecerá el 47% de los empleos en un futuro cercano se ha hecho muy popular. Usted no lo ve como algo negativo, al contrario que gran parte de la población.

R.- Desde que estaba escribiendo el libro hasta que fue publicado, en Finlandia han realizado un experimento con la aplicación de la renta básica, también han puesto en marcha un programa similar en Utrecht, en Canadá lo ha planteado Trudeau, Suecia ha recortado la jornada laboral a seis horas, e incluso hay voces muy autorizadas en la derecha de Silicon Valley que abogan por ella. Una renta básica no lo soluciona todo, pero puede ser un subsidio único para encarar la automatización, para lo que será necesario recaudar más impuestos. Será el impuesto que pagamos para permitir que la gente viva. Por supuesto esto no les impedirá trabajar, sino que provocará que tomen decisiones más inteligentes y más importantes sobre su empleo.

Hay superordenadores que pueden realizar previsiones muy ajustadas de lo que pasaría si implantásemos una renta básica de 7.000 libras al año

Si no tomamos agresivamente el control del mercado laboral, la mayoría de la sociedad desarrollada va a empezar a ver una pelea muy fea por el trabajo, también dentro de las posiciones creativas. De hecho, ya estamos viviendo estas luchas encarnizadas: en Gran Bretaña, el sector periodístico ha pasado en una generación de estar ocupado por personas inteligentes de clase trabajadora a ser copada por los hijos de la élite.

P.- Su propuesta para la transición de un modelo a otro lleva el nombre de Proyecto Cero.

R.- Sí, pero más tomarlo al pie de la letra, tiene que entenderse que ha de ser realizado por la gente. Que haya cero emisiones de carbón, el mínimo trabajo posible y producir cosas de manera muy barata o incluso gratuita, es algo muy sencillo de hacer y difícil de conseguir. Tenemos que empezar con las instituciones y la primera que necesitamos es una que pueda hacer predicciones de la realidad de manera muy precisa y a la que podamos hacer preguntas razonables. La NASA tiene modelos muy detallados de clima, de cada kilómetro de la superficie de la tierra, pero es un modelo muy de apretar el botón del control. Lo que necesitamos no es tan complejo como el problema del clima. Hay superordenadores a los que podríamos pedir previsiones que nos dijeran, por ejemplo, qué pasaría si implantásemos una renta básica de siete mil libras al año, o cuestiones similares, lo cual nos permitiría tener predicciones bastante ajustadas que nos permitirían tomar las mejores decisiones. Estamos en una era en la que los ordenadores pueden calcular a tiempo real cosas que en otros tiempos parecerían extraordinarias. Pero, más allá de las propuestas concretas, estamos hablando de un proceso en el que las propuestas emergerán de un ejercicio participativo, democrático y en red.

P.- Atribuye en el nuevo modelo un papel secundario al estado, al contrario que el socialismo.

R.- Esta transición no puede ser llevada a cabo por el estado, sino que debe venir de abajo, pero hay ciertas cosas que aún tiene sentido que éste haga. A mi abuela le dieron una casa gratis, el coste de la energía era bajo, como el del agua y el del sistema sanitario, pero la comida era cara, las herramientas eran caras, y los elementos típicos de consumo, como la televisión, también lo eran. Si el precio de vivir disminuye porque el estado proporciona vivienda, agua, transporte y educación casi gratis, el resto de bienes se pueden conseguir muy baratos a través de los mecanismos colaborativos mucho más que los de mercado. Así podríamos hacer la transición hacia una economía de estado y postcapitalismo.

P.- ¿Se puede construir un sistema mixto, todavía capitalista, desvinculado del dinero, como propone?

R.- El capitalismo puede sobrevivir, pero sólo si sobrevive a Uber, y no se limita a pasar la aspiradora para recoger los desechos, sino que utiliza la capacidad y el tiempo de la gente pobre. La única manera en que se va a poder llevar a cabo la automatización de una forma no destructiva es desvincular el trabajo de los salarios, y eso significa renta básica. En este sistema seguiría habiendo dinero, pero funcionaría de otra manera, de un modo mixto. En las economías del principio de la era soviética se pasaron mucho tiempo teorizando sobre estos sistemas, hasta el momento en que se decidió que se podía hacer la transición sin el mercado, lo cual supuso que muchos fueran eliminados por Stalin.

No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida. Y no creo que lo permita

La tecnología hace posible un socialismo utópico que existe ya a pequeña escala en pequeñas comunidades. Pero no sólo se queda aquí, mi marco también proporciona resiliencia a la gente normal. Por ejemplo, el trabajo de Manuel Castells muestra cómo en Cataluña mucha gente común adoptó durante la crisis prácticas económicas asociadas al hippismo radical, como los bancos de tiempo o la okupación, que para el liberalismo son incidentales pero para mí no. Del mismo modo que en el feudalismo los bancos eran algo escondido, no oficial, porque no tenían una posición formal y porque al prestamista se le reprimía, llega un momento que eso cambia radicalmente. Y ahora estamos atravesando una transformación similar a la de hace siglos, producto de las cual estas cosas aparentemente incidentales generarán un sistema nuevo.

P.- Mientras ese mundo llega, parece que los tiempos no pintan bien. La Unión Europea tiene un estilo concreto de política económica que no parece que vaya a cambiar a pesar de que esté dividiendo la sociedad en dos.

R.- Los tiempos están empeorando. Las economías principales, para mantener el capitalismo, van a tener que desglobalizarse, y Europa va a ser el lugar en el que más difícil lo tengan. Hay un banco central que ha llegado constantemente tarde y que ha sido ineficaz de una manera continua. Si Europa necesita un estímulo monetario más agresivo, Alemania lo va a volver a impedir, y el problema ya no será para Grecia, sino para Italia y España. No creo que la generación que ahora tiene veinte años merezca tener su futuro destruido por una ideología arcaica y estúpida, y no creo que lo permita.

Brexit o no, la Unión Europea ha quedado herida de muerte

Contemporizar y procrastinar sólo fomenta el desapego y horada los frágiles cimientos en los que se asienta la Unión Europea. Hace falta una determinación y un liderazgo inexistentes

Foto: Un empleado en la sede de un grupo a favor del 'Brexit', Leave.eu, en Londres. (Reuters).
Un empleado en la sede de un grupo a favor del 'Brexit', Leave.eu, en Londres. (Reuters).

Ocurra finalmente o no, el mero debate del Brexit y las cesiones realizadas por la Unión Europea a David Cameron para que el referéndum que va a plantear a su ciudadanía sea favorable a la permanencia del Reino Unido en la Unión, van a dejar herido de muerte el proyecto europeo. Es de todos sabido que lo que no avanza, retrocede. Cuánto más cuando los propios políticos comunitarios, en su permanente intento de nadar y guardar la ropa, alientan soluciones de conveniencia que, paradójicamente, ayudan a los más diletantes con el proceso de integración y perjudican al resto.

Quizás, quien mejor ha explicado lo sucedido en la Cumbre Europea de hace un par de fines de semana ha sido el siempre provocador Wolfang Münchau en sus dos últimas columnas de los lunes de 'Financial Times'. En su opinión, el fruto de esa cita ha sido, precisamente, la concreción de lo que durante los peores años de la crisis del euro se quiso evitar, al menos formalmente: la aparición de dos Europas. Con un ‘pero’ adicional. Entonces la cuestión se abordaba desde un punto de vista monetario y fiscal, mientras que ahora es la propia esencia del proyecto común la que se cuestiona, al establecer exenciones permanentes para uno de sus ¿miembros?

Fuente: The Economist.

La posibilidad de que los demás avancen por su lado, señala el analista, es una quimera. La verdad verdadera es que, al calor de lo acordado ‘para evitar males mayores’, no solo una potencial convergencia monetaria de Reino Unido se abandona definitivamente sino que incluso la libre circulación de personas se ve potencialmente alterada con las concesiones realizadas, ventajas a las que sin duda apelarán otros estados miembros, ahora con la excusa de los refugiados. Siendo este como es uno de los pilares en los que se sustenta el proyecto único, es fácil percibir el impacto del daño.

Se ha abierto la caja de los truenos sin ni siquiera la certeza de que sirva para algo. De nuevo el corto plazo primando sobre las consecuencias a largo de determinadas decisiones… Cambiar las reglas de un club en beneficio de uno de sus integrantes, el que precisamente incumple sistemáticamente las normas de etiqueta, suele provocar más división que concierto entre los que lo forman. Lo que ocurre en la vida real tiende a tener su reflejo en la misma política. Vaya que si lo tiene.

Fuente: The Economist.

¿Ha perdido Europa una oportunidad? Probablemente sí.

Solo en los momentos en los que los pilares del edificio comunitario han estado realmente en peligro, han sido los dirigentes europeos capaces de dar pasos encaminados a difuminar aún más las fronteras propias y ceder soberanía a organismos supranacionales. No hay que olvidar el origen de la Unión Bancaria y de la supervisión única por parte del Banco Central Europeo o de los mecanismos de rescate aprobados cuando la cuestión helena. Brexit y los refugiados deberían haber sido/ser una buena ocasión para profundizar aún más en ese camino.  Podar para crecer suele ser algo necesario las más de las veces. Pero nuestros mandatarios ya ni se sienten entre la espada y la pared.

Volviendo a la imagen del club a la que acabamos de hacer referencia, 'The Economist' recuerda como los ‘estadistas’ europeos prefieren debatir sobre el alcance de su poder antes que ejercerlo. Una frase lapidaria que encierra una gran verdad. La hoja de ruta de la UE se pierde desde 1957 en el eufemismo de ‘una mayor unión’ sin que tal desiderátum tenga hitos concretos y plazos acotados. Es en esa ambigüedad en la que los problemas particulares encuentran no sólo acomodo sino respuestas ad hoc. En la medida en que el número de participantes se amplia, hasta 28, y la oposición interna al papel de Bruselas en muchos estados crece, la posibilidad de que esa dispersión crezca se multiplica exponencialmente.

Fuente: The Economist, gráfico interactivo accesible aquí.

La Unión Europea puede estar certificando, sin apenas enterarse, su sentencia de muerte, algo a lo que contribuye la ausencia de liderazgo en su seno. Ahora es más necesario que nunca un calendario de unión fiscal, judicial y política, por este orden, que establezca una senda de inexorable cumplimiento para los países que conforman la UE. Contemporizar y procrastinar sólo fomentará el desapego y horadará los frágiles cimientos en los que se asienta. Pero, ¿quién es el guapo que enarbola esa bandera?
Buena semana a todos.

RECORTES EN EDUCACIÓN: SÓLO UN CONFLICTO LABORAL

http://juanramonrallo.com/



Hace unos días, el Ministerio de Educación publicó su anuario estadístico de “Las cifras de la educación en España”, correspondiente al ejercicio 2013. Pese a la diversidad de información que contiene dicho informe, la mayoría de medios de comunicación ha optado por señalar un solo dato: entre 2007 y 2013, el gasto por alumno en la enseñanza no universitaria se ha reducido un 15,5%, desde los 6.207 euros a los 5.231 euros. El tijeretazo llegaría hasta casi el 26% si tuviéramos en cuenta la inflación.
En apariencia, estamos ante un recorte muy considerable, capaz de desmantelar la educación pública tal como se ha denunciado desde numerosos colectivos sindicales, partidos políticos o tribunas periodísticas. Sin embargo, sería deseable que buceáramos un poco más entre los datos para conocer la magnitud del recorte real en prestaciones educativas que se ha producido durante la crisis.
Empecemos con el número de centros públicos: éste se ha incrementado desde 20.436 en 2007 hasta 21.518 en 2013. Asimismo, la plantilla de profesores no universitarios también crece desde 466.674 hasta 475.516 (el profesorado universitario, por su parte, también aumenta desde 105.035 hasta 115.071).
En lo que se refiere a las dotaciones de estos centros, también mejoran notablemente: el número de centros con comedor se ha expandido desde el 52,8% del total al 58,7%. A su vez, el número de ordenadores por alumno se ha duplicado (en 2007, había un ordenador personal por cada 5,3 alumnos; en 2013, uno por cada 2,7 alumnos) y la conexión a internet alcanza al 99,8% de los centros (además, con una mayor calidad: en 2007, sólo el 28,4% de los centros contaba con banda ancha de más de 2 megabytes por segundo; en 2013, el 77,1%). Sólo los servicios de transporte escolar experimentan una pequeña reducción en términos relativos: en 2007, el 37,4% de los centros contaban con esta prestación; seis años después, el 36,9%.
En materia de becas (tanto en la enseñanza no universitaria como en la universitaria), sí ha disminuido el número de becarios desde 2,33 millones hasta 1,97, pero el gasto total en becas ha crecido incluso descontando la inflación: en 2007, era de 1.333 millones de euros (beca media de 572 euros por beneficiario), mientras que en 2013 ascendía a 1.899 millones (beca media de 963 euros por beneficiario). Menos becas pero más cuantiosas: supuestamente, para ayudar más a los estudiantes con menores recursos.
Así las cosas, ¿dónde están los tan exagerados recortes que han desmantelado una educación pública que hoy cuenta más recursos que en el pico de la burbuja? Muy sencillo: aunque el profesorado ha aumentado, lo ha hecho menos que el número de alumnos, pasando de una media de 10,3 alumnos por profesor a una de 11,3. A su vez, el coste salarial medio de un profesor no universitario (incluyendo cotización a la Seguridad Social) ha caído un 5,1% en términos nominales, desde 41.493 euros en 2007 a 39.372 en 2013. Si incluyéramos la inflación, el recorte salarial medio sería del 16,1%.
He ahí la clave de las mediatizadas protestas de los funcionarios: en 2013, el profesorado tenía una mayor carga de trabajo y cobraba menos que en 2007. Lo que se nos ha vendido como un desmantelamiento de la educación pública es, fundamentalmente, un conflicto laboral entre el Ministerio (y las Consejerías) de Educación y los empleados públicos del ramo, los cuales tratan de asociar en el imaginario colectivo sus (algo peores) condiciones laborales con un desmantelamiento de la educación pública. No se ha producido tal cosa: si las mareas verdes quieren reclamar mayores sueldos y menores horas de trabajo a pesar de la crisis, sólo tienen que publicitarlo sin camuflarlo como una destrucción de la educación pública. Claro que entonces probablemente no cosecharían tantas simpatías ni se generaría tanto alarmismo populista a su alrededor.

El pacto: más impuestos y más gasto
Probablemente, la noticia económica más destacada de la semana pasada fue el pacto PSOE-Ciudadanos, el cual en materia económica nos ha deparado escasas sorpresas agradables. Por el lado tributario, ambos partidos han acordado retrasar el cumplimiento de los objetivos de déficit público para así poder incrementar significativamente el gasto: aparte del importante incremento en las dotaciones presupuestarias a la I+D+i, el pacto también impulsa la renta mínima garantizada del PSOE y el complemento salarial de Ciudadanos, cuyo coste agregado puede rondar los 20.000 millones anuales (salvo que ambos programas sean mucho menos generosos de lo que ambos prometieron en campaña). Frente a todo ello, el inflado ahorro de 5.000 millones de euros derivado de cerrar las diputaciones se antoja más bien escaso. Acaso por eso, PSOE y Ciudadanos también reclamen más impuestos: rejonazos en Sociedades, en Sucesiones y Donaciones, en Patrimonio y en la tributación medioambiental. Cuando tu política fiscal consiste en incrementar impuestos, gasto y deuda, algo estarás haciendo mal.
El pacto: sablazo a los autónomos
Pero si hay un colectivo que saldrá especialmente perjudicado del acuerdo entre PSOE y Ciudadanos, éste será el de los autónomos. El pacto de gobierno entre ambas formaciones políticas contempla modificar el actual régimen de cotización a la Seguridad Social de los trabajadores autónomos. Hoy en día, un autónomo puede escoger la base por la que desea cotizar, con un mínimo de 10.717 euros anuales. De aquellos autónomos que ingresan por encima de esa suma, el 70% escoge cotizar por tal base mínima: señal inequívoca de que o no confían o no valoran los servicios ofrecidos por la Seguridad Social. El cambio que promueven PSOE y Ciudadanos implicará subidas muy sustanciales en la cuota mensual que abonan los profesionales autónomos: por ejemplo, una persona que ingrese 15.000 euros anuales pasará de pagar 265 euros mensuales a abonar 372, un incremento de 1.300 euros al año en cotizaciones sociales. Parece evidente que la mejor forma de promover la creación de empleo no es castigando desproporcionadamente a los autónomos.
El pacto: contrarreforma laboral
Por último, el pacto PSOE-Ciudadanos también contiene algunas importantes enmiendas a la reforma laboral. Quizá la más significativa sea la de devolverles a las centrales sindicales el derecho a determinar las tablas salariales y la jornada laboral de todas las compañías insertas en un determinado sector económico. Desde 2012, las condiciones laborales de una empresa se negocian entre los representantes de los trabajadores de esa empresa y el propio empresario (convenio de empresa), de manera que éstas se adaptan a la realidad específica de la propia compañía. Es justamente eso lo que ha dotado de flexibilidad suficiente a parte del tejido productivo como para atravesar la crisis sin destruir tanto empleo como el que, en otro caso, habrían destruido. Con la contrarreforma de PSOE-Ciudadanos, las centrales sindicales recuperarán el control y podrán imponer irresponsablemente sus exigencias al conjunto de empresas de un sector (convenio sectorial), haciendo que nuestra rígida economía se vuelva aún más rígida. Acaso lo único positivo del acuerdo sea que muchas otras disposiciones razonables de la actual reforma laboral se mantienen.

China abre su base militar en Yibuti en África y el corazón de Oriente Medio


Djibouti mapa del pais Ybuti

(OroyFinanzas.com) – La semana pasada el Ministerio de Defensa de China ha confirmado, por primera vez, que está construyendo una base de apoyo logístico para el People’s Liberation Army-Navy (PLAN) en Yibuti (en inglés: Djibouti, un pequeño país ubicado en el Cuerno de África que comparte fronteras con Eritrea por el norte, con Etiopía por el oeste y el sur y con Somalia por el sureste. Djibouti también acoge a bases militares de los Estados Unidos, Francia Japón y ahora China. China tiene también bases miliares internacionales en Myanmar y Pakistán.

Oficialmente la base militar china se utilizará principalmente para acciones contra los piratas del Golfo de Adén el océano índico y el mar rojo. Para algunos países como la India la base militar de China en Djibouti en la periferia del océano índico va a intensificar los temores de que China esta rodeandoles.

Los Estados Unidos también han tomado nota de la actividad militar de China en el océano índico occidental. Seguiremos pendientes como los principales jugadores participan en el tablero de ajédrez de la geopolítica internacional.


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© OroyFinanzas.com

Las bondades del mercado

Por Antonio Mascaró Rotger

Las políticas keynesianas hicieron estragos en la década de los setenta al sorprender a propios y extraños con la dolorosa estanflación. Las promesas de la “nueva economía” del listillo británico se habían vuelto pesadillas. A principios de la década siguiente, los liberales despertaron de su letargo y Libertad de elegir fue una de las puntas de lanza de ese resurgimiento liberal.
A diferencia de obras anteriores del mismo autor, como Capitalismo y libertad, este volumen no presenta una gran complejidad analítica. No se trata de un denso manual de abstracta teoría económica atiborrado de sesudas ecuaciones matemáticas y jeroglíficos cartesianos, como cabría esperar de uno de los más destacados miembros de la Escuela de Chicago. Muy al contrario, es un libro muy asequible destinado al gran público.
El primer capítulo analiza la importancia del mercado y el sistema de precios. Empieza comentando el conocido relato Yo, el lápiz de Leonard R. Read. Hasta un producto tan simple y común como el lápiz de grafito requiere un enorme esfuerzo de coordinación entre múltiples agentes económicos. Se requiere un elevadísimo conocimiento. Este conocimiento está disperso entre millares de profesionales de los más distintos sectores: los taladores de la Costa Oeste, los fabricantes de las sierras que usan esos taladores, los obreros de los altos hornos donde se hace el acero para fabricar esas sierras, los transportistas, los mineros de las minas de grafito, y un larguísimo etcétera. Nadie ha recopilado nunca todo ese vasto saber que es necesario para fabricar el lápiz. Y, sin embargo; mediante el mercado, se consiguen fabricar muchísimos lápices de grafito que se venden por todo el mundo a precios bajísimos.
Esto es posible gracias al mecanismo de precios, que permite transmitir información relevante por todo el mercado, sirve también de estímulo al incentivar la producción de aquello más demandado y, finalmente, sirve para determinar quien se queda lo producido.
Pero el sistema de precios no está asegurado. Muchos peligros acechan y este complejo sistema puede venirse abajo o, al menos, resultar gravemente dañado. En gran medida, los capítulos siguientes se dedican a analizar los nocivos efectos que la intervención estatal tiene sobre este utilísimo mecanismo. Muestra los destrozos que han provocado un sinnúmero de regulaciones en mercados tan diversos como el transporte ferroviario, la energía, el sector financiero, el mercado laboral o la educación.
Así, en el tercer capítulo, Friedman analiza la crisis de 1929, de la que culpa al Sistema de la Reserva Federal. Lamentablemente, pasa de puntillas sobre la cuestión del patrón oro y su análisis queda cojo. Ante otras crisis, observa Friedman, la reacción habitual de los bancos comerciales había sido restringir los pagos hasta que se recuperaba la confianza en el sistema. Esto causaba dificultades a muchas personas pero evitaba el agravamiento de la crisis. Pero hacía poco que se había creado la “Fed”, que actuaba de garante último de todo el sistema financiero. Y, comprensiblemente, al haber un garante último, los bancos no redujeron en lo necesario los pagos. Tampoco lo hizo la “Fed”, así que un gran número de bancos fue quebrando y la crisis empeoró.
Y tras la crisis vino el “New Deal” de Roosevelt y el Estado del Bienestar. El gasto publicó creció y se diversificó en innumerables programas sociales. El resultado ha sido dudoso en el mejor de los casos; por un lado, este enorme gasto ha restado recursos a los sectores productivos de la economía y, por otro, estos programas no han traído el bienestar prometido.
De entre estos programas fallidos destaca el sistema educativo. Aquí, Friedman hace una pequeña concesión al no reclamar la total privatización del sistema. Él se contentaría con el sistema de vales por el cual los padres pueden elegir a qué escuela mandar a sus hijos. Es, en su opinión, un pequeño paso hacia una mayor libertad de elegir.
Finalmente, en el último capítulo, Friedman comenta los cambios que ya se aprecian en esos momentos. En 1979, el mismo año en que escribió el libro, Margaret Thatcher ganó las elecciones en el Reino Unido tras una dura campaña de crítica constante a las políticas derrochadoras keynesianas. Poco después le seguiría Ronald Reagan en Estados Unidos. Aprovechando este cambio de opinión, Friedman acaba el libro con algunas propuestas concretas de reforma constitucional para limitar el gasto público y la regulación de los sectores económicos.

Leyes del salario mínimo


 

Hemos examinado anteriormente algunos de los perniciosos resultados que producen los arbitrarios esfuerzos realizados por el Estado para elevar el precio de aquellas mercancías que desea favorecer. La misma especie de daños se derivan cuando se trata de incrementar los sueldos mediante las leyes del salario mínimo. Esto no debe sorprendernos, pues un salario es en realidad un precio. En nada favorece la claridad del pensamiento económico que el precio de los servicios laborales haya recibido un nombre enteramente diferente al de los otros precios. Esto ha impedido a mucha gente percatarse de que ambos son gobernados por los mismos principios.

Las opiniones acerca de los salarios se formulan con tal apasionamiento y quedan tan influidas por la política, que en la mayoría de las discusiones sobre el tema se olvidan los más elementales principios. Gentes que serían las primeras en negar que la prosperidad pueda ser producida mediante un alza artificial de los precios y no vacilarían en afirmar que las leyes del precio mínimo, en vez de proteger, perjudican las industrias que tratan de favorecer, abogarán, no obstante, por la promulgación de leyes de salario mínimo e increparán con la máxima acritud a sus oponentes.

No obstante, debería quedar bien sentado que una ley de salario mínimo, en el mejor de los casos, constituye arma poco eficaz para combatir el daño derivado de los bajos salarios y que el posible beneficio a conseguir, mediante tales leyes, sólo superará el posible mal en proporción a la modestia de los objetivos a alcanzar. Cuanto más ambiciosa sea la ley, cuantos más obreros pretenda proteger y en mayor proporción aspire al incremento de los salarios, tanto más probable será que el perjuicio supere los efectos beneficiosos.

Lo primero que ocurre cuando, por ejemplo, se promulga una ley en virtud de la cual no se pagará a nadie menos de treinta dólares por una semana laboral de cuarenta y ocho horas, es que nadie cuyo trabajo no sea valorado en esa cifra por un empresario volverá a encontrar empleo. No se puede sobrevalorar en una cantidad determinada el trabajo de un obrero en el mercado laboral por el mero hecho de haber convertido en ilegal su colocación por cantidad inferior. Lo único que se consigue es privarle del derecho a ganar lo que su capacidad y empleo le permitirían, mientras se impide a la comunidad beneficiarse de los modestos servicios que aquél es capaz de rendir. En una palabra, se sustituye el salario bajo por el paro. Se causa un mal general, sin compensación equivalente.

La única excepción se registra cuando un grupo de obreros recibe un salario efectivamente por debajo de su valor en el mercado. Esto puede ocurrir sólo en circunstancias o lugares especiales donde las fuerzas de la competencia no funcionen libre o adecuadamente; pero casi todos estos casos especiales podrían remediarse con igual efectividad, más flexiblemente y con menor daño potencial, a través del actuar de los sindicatos.

Cabe pensar que si la ley obliga a pagar mayores salarios en una industria dada, pueda ésta elevar sus precios de tal suerte que el incremento pase a gravitar sobre los consumidores. Sin embargo, tal desviación no es tan hacedera ni se escapa con tanta sencillez a las consecuencias de una artificiosa elevación de sueldos. Muchas veces no es posible aumentar el precio de sus productos, pues quizá se induzca al consumidor a la búsqueda de un sustitutivo. O bien, si continúan adquiriéndolo, los nuevos precios les obliguen a comprar menos cantidad. En su consecuencia, aunque algunos obreros de la industria en cuestión se han beneficiado del alza de salarios, otros por ello perderán sus empleos. Por otra parte, si no se aumenta el precio del producto, los fabricantes marginales son desplazados del negocio. En realidad se habrá provocado una reducción en la producción y el consiguiente paro, recorriendo camino distinto.

Cuando se mencionan estas consecuencias, siempre hay alguien que replica: «Perfectamente; si para conservar la industria X es ineludible pagar salarios ínfimos, justo es que los salarios mínimos obliguen a su cierre.» Ahora bien, tan audaz afirmación prescinde de ciertas realidades. En primer lugar, no advierte que los consumidores han de soportar la pérdida del producto. Olvida también que los obreros que trabajaban en la industria en cuestión quedan condenados al paro. Finalmente, ignora que por bajos que fueran los emolumentos abonados, eran los mejores entre todas las posibilidades que se ofrecían a los obreros de la tantas veces aludida industria X, pues de lo contrario habrían acudido a otra. Por lo tanto, si la industria X es suprimida por una ley de salarios mínimos, quienes en ella trabajaban se verán constreñidos a aceptar empleos que reputaron menos interesantes que los que por fuerza han de abandonar. Su demanda de trabajo hará descender todavía más los salarios de las ocupaciones alternativas que ahora les son ofrecidas. No cabe eludir la consecuencia: siempre que se imponen salarios mínimos se provoca un incremento del paro.

Además, los programas de asistencia destinados a aliviar el paro originado por la ley del salario mínimo crean un serio problema. Mediante un salario mínimo de 75 centavos por hora, verbigracia, se prohíbe a cualquiera trabajar cuarenta horas semanales por menos de treinta dólares. Supongamos ahora que se ofrece una asistencia de sólo dieciocho dólares semanales. Ello equivale a haber prohibido que una persona emplee su tiempo eficazmente ganando, por ejemplo, veinticinco dólares semanales, manteniéndole en cambio inactivo percibiendo un subsidio de dieciocho dólares a la semana. Hemos privado a la sociedad del valor de sus servicios; al hombre, de la independencia y dignidad que se derivan de la autosuficiencia económica, incluso a bajo nivel, separándole de la tarea más de su agrado, y, al propio tiempo, recibe una remuneración menor a la que podía haber ganado por su propio esfuerzo.

Estas consecuencias se producirán siempre que el socorro sea inferior en un centavo a los treinta dólares. Sin embargo, cuanto más elevado sea el mismo, tanto peor será la situación en otros aspectos. Si se ofrece un subsidio de treinta dólares, se facilita a muchos igual cantidad sin trabajar que trabajando. En fin, cualquiera que sea la cantidad a que ascienda el subsidio, provoca una situación en la que cada cual trabaja sólo por la diferencia entre su salario y el importe del socorro. Si éste, por ejemplo, es de treinta dólares semanales, los obreros a quienes se ofrece un salario de un dólar por hora o cuarenta dólares a la semana, ven que de hecho se les pide que trabajen por diez dólares a la semana tan sólo, puesto que el resto pueden obtenerlo sin hacer nada.

Cabría pensar en la posibilidad de escapar a estas consecuencias ofreciendo ese socorro en forma de trabajo remunerado, en lugar de hacerlo a cambio de nada; pero esto es tan sólo cambiar la naturaleza de las repercusiones. La asistencia en forma de trabajo significa pagar a los beneficiarios más de lo que el mercado hubiera ofrecido libremente. Por tanto, sólo una parte del salario de ayuda proviene de su actividad (ejercida, por lo general, en trabajos de dudosa utilidad), mientras que el resto es una limosna disfrazada.

Probablemente hubiera sido mejor, en todo evento que el Estado, inicialmente, hubiera subvencionado francamente el sueldo percibido en las tareas privadas que ya venían realizando. No queremos alargar más este asunto, pues nos llevaría al examen de cuestiones que de momento no interesan. Ahora bien, conviene tener presentes las dificultades y consecuencias de los subsidios al considerar la promulgación de leyes del salario mínimo o el incremento de los mínimos ya fijados.

De cuanto antecede no se pretende deducir la imposibilidad de elevar los salarios. Lo único que se desea es señalar que el método aparentemente sencillo de incrementarlo mediante disposiciones del poder público es el camino peor y más equivocado.

Parece oportuno advertir ahora que lo que distingue a muchos reformadores de quienes rechazan sus sugerencias no es la mayor filantropía de los primeros, sino su mayor impaciencia. No se trata de si deseamos o no el mayor bienestar económico posible para todos. Entre hombres de buena voluntad tal objetivo ha de darse por descontado. La verdadera cuestión se refiere a los medios adecuados para conseguirlo, y al tratar de dar una respuesta a tal cuestión, no el lícito olvidar unas cuantas verdades elementales; no cabe distribuir más riqueza que la creada; no es posible, a la larga, pagar al conjunto de la mano de obra más de lo que produce.

La mejor manera de elevar, por lo tanto, los salarios es incrementando la productividad del trabajo. Tal finalidad puede alcanzarse acudiendo a distintos métodos: por una mayor acumulación de capital, es decir, mediante un aumento de las máquinas que ayudan al obrero en su tarea; por nuevos inventos y mejoras técnicas; por una dirección más eficaz por parte de los empresarios; por mayor aplicación y eficiencia por parte de los obreros; por una mejor formación y adiestramiento profesional. Cuanto más produce el individuo, tanto más acrecienta la riqueza de toda la comunidad. Cuanto más produce, tanto más valiosos son sus servicios para los consumidores y, por lo tanto, para los empresarios. Y cuanto mayor es su valor para el empresario, mejor le pagarán. Los salarios reales tienen su origen en la producción, no en los decretos y órdenes ministeriales.

Böhm-Bawerk refuta la teoría de la explotación capitalista

Por José Ignacio del Castillo






 Nuestro propósito es que este sea el primero de una serie de artículos dedicada a la exposición de apasionantes e históricas controversias que permanecen desconocidas para la inmensa mayoría del público. Sobre ellas ha recaído una conspiración de silencio más o menos expresa, auspiciada por aquellos que, aunque derrotados en el campo intelectual, salieron a menudo triunfantes en el campo del activismo político.

CARLOS MARX Y "EL CAPITAL"

En la primera mitad del siglo XIX el liberalismo reina triunfante en Occidente. Se trata de un movimiento de emancipación, enemigo de los privilegios que, a través del estado y mediante los impuestos y las restricciones a la libertad económica, se reservan unas clases sociales -nobleza, clero y gremios- a expensas del resto de la población. El liberalismo opone la razón y la ciencia frente al oscurantismo y la superstición. En el campo de la economía, el liberalismo tiene su expresión en la defensa del laissez faire frente al mercantilismo. Adam Smith primero, y David Ricardo después, ya han establecido las bases de lo que hoy se conoce como Escuela Clásica de Economía. El sistema de Ricardo, aunque adolece de graves fallos, aparenta ser un edificio lógico de construcción impecable, lo que impresiona notablemente a sus contemporáneos.

Paralelamente, y además de los reaccionarios partidarios del Antiguo Régimen, existe un movimiento socialista utópico, acientífico y cuasi-místico cuyos principales representantes son Fourier, Owen y Saint Simon y junto a él, otro algo mejor fundamentado, aunque no mucho más, que incluye a Lasalle, Sismondi y Roedbertus. En su Historia del Pensamiento Económico, Murray Rothbard hace un formidable repaso genealógico de este tipo de movimientos que abarcaría desde Espartaco a Tomás Moro, de Campanella a Thomas Múnzer y los anabaptistas alemanes y de Platón o Esparta hasta Gracus Babeuf y su Liga de los Iguales.

Es en este contexto histórico donde aparece Karl Marx. Marx había alcanzado notoriedad con la publicación en 1848 del Manifiesto Comunista, pero es en 1857 con El Capital cuando reivindica su lugar dentro de la Ciencia Económica. Lo que caracterizaba a Marx frente al resto de socialistas utópicos era su argumentación científica (pseudo-científica en realidad) y su lenguaje "liberal" para atacar el liberalismo. Marx sostenía que también él quería acabar con los privilegios de clase y con el estado como instrumento de explotación. Al igual que los liberales, se definía como progresista, racional y científico e izquierdista (el término 'izquierda' tiene su origen en la disposición de los escaños que en el Parlamento francés del Antiguo Régimen ocupaban los que se oponían a la Sociedad Estamental). No sólo eso. Los liberales eran la derecha. El sistema de laissez faire era una nueva forma de opresión. Una clase -los propietarios capitalistas y burgueses- explotaba a otra -los trabajadores asalariados, a quienes Marx denominó proletariado. Así como la nobleza vivía de los tributos procedentes del resto de la sociedad y así como los señores feudales se alimentaban del trabajo de los siervos de la gleba, los capitalistas, según Marx, vivían merced al beneficio empresarial que no podía provenir de otro lado que del excedente sustraído al trabajador, al que le dio el nombre de plusvalía. Sobre esta base, Marx cimentó sus conclusiones acerca del futuro del capitalismo: creciente concentración de riqueza en pocas manos y tendencia al monopolio -la eterna cantinela de pobres más pobres y ricos más ricos-, tasa de beneficio decreciente conforme aumenta la acumulación de capital con las consiguientes crisis, de intensidad cada vez mayor, para desembocar finalmente en una dictadura del proletariado cuando los desposeídos, cada vez mayores en número, se apoderasen de la propiedad capitalista.

La acusación era tan grave y la teoría tan tremendamente ambiciosa como intento de explicar la realidad, que no podía ser ignorada. Se hacía por tanto ineludible examinarla en profundidad, pues de su veracidad o falsedad podía depender el futuro de la humanidad. El insigne economista austríaco Eugen von Böhm-Bawerk (1850-1914) se dedicó a este esencial cometido. Examinemos cuales fueron los resultados.



LA TEORÍA DE LA EXPLOTACIÓN REFUTADA

Con el fin de no hacer excesivamente prolija la exposición, he optado por ir simultaneando la argumentación marxista contenida en el primer volumen de El Capital con la refutación de Böhm-Bawerk incluida en el capítulo número XII dedicado a La Teoría de la Explotación, dentro de su monumental Historia y crítica de las teorías del interés que es el primer volumen de la obra Capital e Interés. La controversia tiene dos partes, como veremos, puesto que el mismo Marx detectó contradicciones en su sistema. Marx prometió resolverlas en el tercer volumen de El Capital, y tras la publicación de este tercer volumen, Böhm-Bawerk, en La Conclusión del sistema marxiano, examinó las "soluciones" propuestas por Marx.

EL PRIMER VOLUMEN DE EL CAPITAL Y LA CRÍTICA DE BÖHM-BAWERK

Marx comienza a construir su teoría invocando la autoridad de Aristóteles: "No puede existir cambio sin igualdad, ni igualdad sin conmensurabilidad". Por tanto, según Marx, en las dos cosas intercambiadas tiene que existir "un algo común y de la misma magnitud".

Aquí Böhm-Bawerk detecta el primer error: en realidad, el valor no es intrínseco a las cosas, sino algo subjetivamente apreciado por cada individuo según su situación y necesidades. En efecto, un intercambio tiene lugar sólo si ambas partes valoran en menor medida lo que ceden que lo que obtienen. Para poner a prueba la teoría marxista, Jim Cox planteaba la siguiente pregunta: ¿Cuántas veces ha ido el lector al mercado a cambiar un billete de un dólar por otro billete idéntico y luego otra vez y otra…? Desgraciadamente, la teoría de la igualdad de valor intrínseco de las cosas intecambiadas es pilar básico, tanto de la terrible teoría mercantilista -según la cual, en el intercambio, si alguien gana es porque el otro pierde-, como en el no menos pernicioso movimiento contemporáneo que denuncia el "comercio injusto" Norte-Sur.

Un estudiante de lógica sabe que cualquier conclusión obtenida a partir de una premisa falsa o de un razonamiento falaz carece de valor científico. Pero no es que Marx deduzca coherentemente todo su sistema a partir de esta única falsedad, es que los errores y las falacias se multiplican en cada paso. Prosigamos.

Para investigar ese "algo común" característico del valor de cambio, Marx repasa las diversas cualidades que poseen los objetos equiparados por medio del cambio. Eliminando y excluyendo aquellas que no resisten la prueba, se queda sólo con una que, según él, sí pasa el examen: "ser productos del trabajo".

Sin embargo, Marx hace trampa y Böhm-Bawerk lo evidencia. En primer lugar, es falso que todos los bienes intercambiados sean productos del trabajo. Por ejemplo, los recursos naturales tienen valor y son intercambiados, pero no son producto de ningún trabajo.

Certeramente objeta Knies a Marx: "Dentro de la exposición de Marx no se ve absolutamente ninguna razón para que la igualdad expresada en la fórmula: 1 libra de trigo= x quintales de madera producidos en el bosque no sea sustituida con igual derecho por esta otra: 1 libra de trigo = x quintales de madera silvestre = y yugadas de tierra virgen = z yugadas de pastos naturales".

Pero no sólo eso. Es falso que esa sea la única característica común que pueda encontrarse en los bienes que son objeto de intercambio. "¿De veras estos bienes no tienen otras cualidades comunes como su rareza en proporción a la demanda?", es decir, la cualidad de presentarse en cantidades insuficientes para satisfacer todas las necesidades que de ellas tiene el ser humano, o "la de haber sido apropiadas por el hombre" precisamente por esa causa, o "la de ser objeto de oferta y demanda?", se pregunta Böhm-Bawerk. Decídalo el lector.

Marx incide en el error: "si los bienes que son intercambiados sólo tienen en común la cualidad de ser productos del trabajo, entonces el valor de cambio vendrá determinado por la cantidad de trabajo incorporado en la mercancía". Marx descarta las "excepciones" como algo insignificante.

Böhm-Bawek examina esas "pocas excepciones sin importancia". Al final vemos que éstas predominan de tal modo que apenas dejan margen a la "regla". Se incluirían, por ejemplo, los bienes que no pueden reproducirse a voluntad como obras de arte y antigüedades, toda la propiedad inmueble (¿cómo explica Marx que un piso de 150 metros cuadrados, construido por los mismos obreros con los mismos materiales, en la calle Serrano de Madrid valga veinte veces más que el mismo piso en una pedanía de la provincia de Teruel?), los productos protegidos por patente o derechos de autor o los vinos de calidad (las horas de trabajo empleadas para producir el vino Vega Sicilia son más o menos las mismas que se emplean en producir un vino peleón cien veces más barato). ¿Y qué decir de los productos objeto de trabajo cualificado, provenga esta cualificación de la preparación profesional o de las dotes innatas? Aunque Marx sostenga que ésta última no es una excepción, sino una variante pues según él, "el trabajo complejo es trabajo simple potenciado o multiplicado", Böhm-Bawerk advierte que para explicar la realidad no interesa lo que los hombres puedan fingir que es, sino lo que real y verdaderamente es. ¿Puede alguien en su sano juicio afirmar con toda seriedad que dos horas de trabajo de un cantante de opera tienen idéntica esencia que sesenta horas de trabajo de un enfermero?

He dejado para el final la última gran excepción. Una excepción de tal calibre que en la actualidad incluye al 95 por ciento de los bienes. Se trata de todas aquellas mercancías producidas con el concurso de capital o, por mejor decirlo, aquellos bienes en los que el tiempo ha jugado un papel importante en el proceso productivo. Puesto que Marx construye su teoría de la plusvalía apoyándose sobre estos bienes -considera que no constituyen una excepción, sino la confirmación de la explotación capitalista- vamos a examinarlos con detalle.



LA "PLUSVALÍA" CAPITALISTA

Para Marx, tanto el beneficio, como el interés del capital provienen de la explotación del trabajador. Veamos como trata de probarlo. Como hemos visto, Marx mantiene por un lado que los bienes se cambian en el mercado según el trabajo que llevan incorporado -lo cual se ha probado que es falso-, pero como, según él, el trabajador no recibe el producto íntegro de su trabajo -la segunda tesis cuya falsedad también demostraremos-, sino tan sólo el salario mínimo de subsistencia, el capitalista puede apropiarse del excedente producido. Dice Marx: "El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de existencia de que tiene necesidad el obrero para seguir vivo como obrero. Por consiguiente, lo que el obrero recibe por su actividad es estrictamente lo que necesita para mantener su mísera existencia y reproducirla".

Para respaldar esta segunda tesis, Marx apela al prestigio de la Escuela Clásica. Marx cita a Adam Smith:

"En el estado original de cosas, que precede tanto a la apropiación de la tierra como a la acumulación de capital, el producto íntegro del trabajo pertenece al trabajador. No existen ni terratenientes, ni patrón con quienes compartir.

Si hubiese continuado este estado de cosas, los salarios de los trabajadores habrían aumentado con todas las mejoras de la productividad a que la división del trabajo da lugar"

Marx también invoca la "ley de hierro de los salarios" avanzada por David Ricardo y refrendada por Lasalle. Para Ricardo, los salarios no pueden elevarse permanentemente por encima del nivel de subsistencia, ya que en tal caso se produce un incremento de población. Esto obliga a cultivar tierras cada vez menos fértiles con lo que se eleva el coste de producción del cereal -medio de subsistencia por antonomasia del obrero y base de toda la teoría ricardiana de la renta.

Finalmente Marx se refiere a la teoría clásica, según la cual el valor de cambio o precio, coincide con el coste de producción. Para Marx, el coste de producción del trabajo es el coste de subsistencia del trabajador. El origen de la plusvalía radicaría pues en "la diferencia entre el coste de la fuerza de trabajo y el valor que ésta puede crear". Es decir, el obrero trabaja diez horas, pero sólo cobra lo producido en dos. De las otras ocho se apodera el capitalista.


CRÍTICA DE LA TEORÍA DE LA PLUSVALÍA

Vamos a examinar a continuación las principales falacias incluidas en estos últimos argumentos.

Aunque Böhm-Bawerk no se detiene a criticar la sentencia de Adam Smith -incluso aceptando este marco teórico, Böhm es capaz de demostrar la falsedad de la teoría de la explotación y explicar el verdadero fundamento del interés del capital-, nosotros sí vamos a mostrar la doble falsedad que se oculta en la tesis de que el salario sería la forma original y primaria de ingreso, emergiendo el beneficio posteriormente como diferencia entre ingreso y salario.

Primero: si definimos el salario como la retribución al trabajo dependiente (la definición que Marx siempre utiliza), es imposible que éste exista en la etapa pre-capitalista. El salario surge con el capitalismo. Los ingresos que los "trabajadores" percibían anteriormente -por ejemplo en el caso de granjeros o artesanos- no eran salarios, sino beneficio empresarial en la terminología marxista, pues eran los propietarios de la producción quienes la vendían en el mercado, quienes organizaban el proceso productivo y quienes aportaban los instrumentos materiales que lo hacían posible. Lo mismo cabe decir de los comerciantes, que compraban mercancía para revenderla con beneficio. Es evidente que cuando se compra mercancía no se paga salario y que tampoco se cobra cuando se vende. Los comerciantes compraban lo que en la jerga marxiana se denomina capital constante, y éste, como veremos, no puede producir beneficio.

Segundo: Smith, igual que Marx, desprecia e ignora absolutamente los efectos absolutamente decisivos que, para la división del trabajo y el incremento de la productividad, tienen la propiedad privada, la acumulación de capital y la función empresarial. En realidad la "época dorada" a la que parece referirse Smith sería el paleolítico, en donde hordas de salvajes subhumanos se dedicaban exclusivamente a la depredación -caza y recolección, sin que existiese nada parecido a una transformación de recursos en etapas sucesivas para lograr bienes distintos de los que ofrecía la naturaleza en estado salvaje. La revolución neolítica que introduce el cultivo agrícola y la ganadería y que eleva al primate a la condición de hombre, se basó en una institución fundamental: la propiedad privada.

Por lo que a la ley de hierro de los salarios se refiere, ésta no se basaba tanto en el hecho de que los trabajadores son explotados (por tanto queda fuera del análisis de Böhm-Bawerk) y no perciben íntegramente el fruto de su trabajo -Ricardo no parece compartir esta tesis-, sino en la aplicación combinada de dos principios: la ley de los rendimientos marginales decrecientes en la agricultura y las ideas que sobre el crecimiento de la población había avanzado Thomas Malthus: "la población de los seres vivos tiende a expandirse hasta el límite en el que los recursos disponibles no pueden garantizar más que el mínimo de subsistencia". Estas ideas, que han sido refutadas por los hechos en todos los países de Occidente, también han sido contestadas en el campo teórico.

La ley de los rendimientos marginales decrecientees establece que si se aumenta la cantidad empleada de un factor de producción, manteniéndose constantes las cantidades empleadas del resto de factores, la cantidad producida, aumenta, a partir de cierto momento, en proporciones cada vez menores. Es verdad que existe una ley de rendimientos marginales decrecientes, no sólo en la agricultura, sino en todos las áreas de la producción (si no existiese, o bien toda la producción se concentraría en un metro cuadrado, o bien no haría falta acumular capital, o todo el trabajo del mundo podría ser realizado por un solo operario), pero -y esto es lo importante- dicha ley convive con otras verdades económicas, como que la división del conocimiento y la acumulación de capital mejoran las técnicas de producción y, por tanto, incrementan la productividad. Hayek tenía mucha razón cuando decía que debemos optar entre ser pocos y pobres o muchos y ricos. Es difícil determinar cuál es el volumen óptimo de población en cada momento, aunque advertimos que los seres humanos son bastante racionales - a diferencia de los animales- a la hora de regular la población, mediante lo que se conoce como paternidad responsable, es decir, no traer al mundo hijos a los que no se tenga la oportunidad de proporcionar una vida tan cómoda, al menos, como la que disfrutan sus progenitores. ¡Si Marx creía que los trabajadores iban a comportarse como animales y no como humanos a la hora de reproducirse, no parece que les tuviera en muy alta estima!



VALOR Y COSTE DE PRODUCCIÓN

Es la idea de que el coste de producción determina el valor de cambio o precio del producto sobre la que Böhm-Bawerk recrudece sus críticas.

Como decía Jim Cox, si el valor de los bienes estuviese determinado por su coste de producción, la foto de un ser querido tendría el mismo valor que la de un desconocido o la de un enemigo -abran sus carteras para comprobarlo. Me pregunto qué hacen dos marxistas después de ir al cine. Se supone que no podrán estar en desacuerdo sobre lo mucho o poco que les ha gustado la película, pues después de todo, la producción ha requerido igual cantidad de trabajo antes de que ambos la consuman.

En realidad, ninguna actividad de tipo industrial o de cualquier otro orden puede conferir valor al bien o servicio producido. El valor brota posteriormente de las apreciaciones subjetivas de la gente. Es la intensidad de la apetencia del consumidor la que determina el valor de bienes y servicios. Es importante subrayar que lo que el consumidor valora, no es la totalidad de bienes que existen en el universo (todo el agua o el pan del mundo), sino solamente la unidad o unidades (una botella, una barra) sobre los que ha de decidir. Los que puede o no adquirir y los que puede o no ceder a cambio.

A partir de esta genial observación -a nosotros nos parece evidente una vez presentada-, Menger y luego Böhm-Bawerk construyen una teoría completa de precios y costes. Si los bienes de consumo se valoran de acuerdo con la necesidad que satisface o deja de satisfacer la unidad de cada bien sobre la que tenemos que decidir, los factores de producción se valoran según su aptitud para proporcionarnos aquellos bienes, esto es, según su productividad. Aquí también hablamos de unidades concretas y "marginales" (están en el "margen" o umbral de ser o no adquiridas o cedidas) y no de la totalidad que de ese factor existe en el mundo. Cada unidad de factor es así valorada de acuerdo con su productividad marginal.

La Ciencia Económica tradicionalmente había clasificado los factores de producción en tres grandes grupos: tierra, trabajo y capital. La genial aportación de Böhm-Bawerk consistió en descubrir la auténtica esencia del capital recurriendo al análisis de un factor ignorado: el tiempo.

Veamos como el austríaco se sirve del tiempo para desarticular la teoría de la explotación. Una cosa es que deba pertenecer al obrero el producto íntegro de su trabajo o su valor correspondiente -lo cual Böhm-Bawerk y cualquiera acepta- y otra que el obrero deba percibir ahora todo el valor futuro de su trabajo. Los socialistas pretenden, si llamamos a las cosas por su nombre, que los obreros perciban a través del contrato de trabajo más de lo que producen, más de lo que obtendrían si trabajasen por cuenta propia. Böhm-Bawek ilustra el argumento con algunos ejemplos:

"Imaginemos que la producción de un bien, por ejemplo de una máquina de vapor, cueste cinco años de trabajo, que el valor de cambio obtenido de la máquina terminada sea 5.500 florines y que intervengan en la fabricación de la máquina cinco obreros distintos, cada uno de los cuales ejecuta el trabajo de un año. Por ejemplo, que un obrero minero extraiga durante un año el mineral de hierro necesario para la construcción de la máquina, que el segundo dedique otro año a convertir ese mineral en hierro, el tercero a convertir el hierro en acero, que el cuarto fabrique las piezas necesarias y el quinto las monte y dé los toques finales a ésta. Según la naturaleza misma de la cosa, los cinco años de trabajo de nuestros obreros no podrán rendirse simultánea, sino sucesivamente y cada uno de los siguientes obreros sólo puede comenzar su trabajo una vez hayan culminado el suyo los obreros anteriores. ¿Qué parte podrá reclamar por su trabajo cada uno de los cinco copartícipes, con arreglo a la tesis de que el obrero debe percibir el producto íntegro de su trabajo?

Si no existe un sexto elemento extraño que anticipe las retribuciones, deberán tenerse en cuenta dos puntos absolutamente seguros. El primero es que no podrá efectuarse el trabajo hasta pasados cinco años. El segundo es que los obreros pueden repartirse los 5.500 florines. Pero, ¿con arreglo a qué criterio? No por partes iguales, como a primera vista pudiera parecer, pues ello redundaría considerablemente a favor de aquellos obreros cuyo trabajo corresponde a una fase posterior del proceso productivo y en perjuicio de los que han aportado su trabajo en una fase anterior. El obrero que monta la máquina percibiría 1.100 florines por su año de trabajo inmediatamente después de terminado éste; mientras, el minero no obtendría su retribución hasta pasados cuatro años. Y como este orden de preferencia no puede ser en modo alguno indiferente a los interesados, todos ellos preferirían el trabajo final y nadie querría hacerse cargo de los trabajos iniciales. Para encontrar quien aceptase éstos, los obreros de las fases finales se verían obligados a ofrecer una participación más alta a sus compañeros encargados de los trabajos preparatorios. La cuantía de esta compensación dependería de dos factores: la duración del aplazamiento y la magnitud de la diferencia existe entre la valoración de los bienes presentes y futuros. Así por ejemplo si esta diferencia fuese del 5 por ciento anual, las participaciones se graduarían: 1.200 florines para el primer obrero, 1.150 para el segundo, 1.100 para el tercero, 1.050 para el cuarto y 1.000 para el quinto.

Sólo podría admitirse la posibilidad de que los cinco cobrasen la misma suma de 1.100 florines partiendo del supuesto que la diferencia de tiempo les fuese indiferente."

Pero, si realmente el tiempo fuera indiferente a la hora de determinar el valor y por tanto la cuantía de la retribución, a los obreros les daría igual cobrar el día siguiente a la terminación de su tarea que transcurridos cinco años y, si esto fuera así, les daría igual cobrar a los cinco años que pasados cincuenta, cien o mil. (No me cabe duda de que todos empresarios subirían muy generosamente los sueldos a quienes esperasen un largo tiempo para cobrar). En realidad, el interés no es la retribución por la abstinencia -la tesis de Nassau Senior ridiculizada por Lasalle-, ni la apropiación del trabajo del obrero -como dicen los socialistas-, sino la manifestación en el mercado de un presupuesto de la acción humana, a saber, que los seres humanos desean alcanzar sus fines cuanto antes. De no ser así, se optaría siempre por los procesos materialmente más productivos cualquiera que fuese el tiempo que éstos requiriesen hasta completarse, llegándose a un punto en que desapareciese la producción de bienes de consumo, pues toda los factores se emplearían en investigación, desarrollo y acumulación de capital.

Seguimos con el ejemplo: "Supongamos ahora que los obreros, como ocurre en la realidad, no puedan o no quieran esperar para recibir su salario a que termine el proceso productivo y que entren en tratos con un empresario para obtener de él un salario a medida que vaya rindiendo su trabajo, a cambio de lo cual el empresario adquiere la propiedad del producto. Supongamos que este empresario sea una persona exenta de todo sentimiento egoísta. (…) ¿En qué condiciones se establecería el contrato de trabajo? No cabe duda de que el trato por los obreros sería absolutamente justo si el empresario les paga como salario exactamente lo mismo que recibirían como parte alícuota en el caso de organizar la producción directamente y por cuenta propia. En este caso 1.000 florines inmediatamente después de terminar su trabajo, que era lo que percibía el obrero que cobraba inmediatamente. Puesto que los cinco obreros aportan exactamente el mismo trabajo, lo justo será que perciban el mismo salario".

Existen otros ejemplos aún más contundentes. Supongamos que un vino necesita madurar en la barrica durante veinte o cuarenta años para alcanzar una calidad extraordinaria. Los cultivadores, recolectores y pisadores de la uva, no pueden cobrar hasta pasadas decenas de años salvo que un capitalista les adelante su retribución. Si quieren cobrar inmediatamente después de finalizar su tarea, deberán hacerlo no conforme al valor del vino ya maduro, sino de acuerdo al valor del vino sin edad que es notablemente inferior. Si alguien les anticipa sus retribuciones y luego vende el vino pasados cuarenta años, ¿De verdad creen los socialistas que dicho empleador debe buscar a sus antiguos operarios y retribuirles con los intereses del capital? Y si el vino se malogra o cae de valor debido a cambios en el gusto de los consumidores, ¿tendría sentido que les persiguiese para exigirles el reembolso de lo cobrado?



CAPITAL CONSTANTE Y CAPITAL VARIABLE

Marx decía que el beneficio y el interés capitalista procedían del trabajo realizado y no retribuido. Por tanto la composición del coste de producción era determinante a la hora de determinar el rendimiento del capital. Si en el coste de producción había muchos salarios y poco aprovisionamiento de materiales habría más beneficio que si sólo se compraban y revendían éstos. Según Marx, sólo el capital empleado en pagar salarios a los trabajadores podía producir beneficio. Marx llamó a esta parte capital variable; era variable porque crecía merced a la explotación de los obreros. Por su parte, el dinero empleado en adquirir materiales y maquinaria no era capaz de generar plusvalía. Hay que recordar que ya se habrían vendido según el trabajo incorporado, dejando la plusvalía en poder del vendedor. Marx llamó a esta parte, capital constante.

Por consiguiente, Marx se apartaba de la teoría económica clásica, la cual sostenía que la tasa de rendimiento del capital tendía a ser constante cualquiera que fuese su composición. Puesto que los clásicos -Smith, Ricardo, Mill- propugnaban la teoría del valor derivado del coste de producción, su fórmula determinante del valor de cambio o precio era: capital constante + capital variable + tasa de rendimiento medio. (En realidad Menger y Böhm-Bawerk habían demostrado que la causalidad iba en sentido inverso. Los costes de los factores se formaban a partir del precio que se esperaba obtener.)

La gran innovación del primer volumen de El Capital era, pues, la nueva fórmula del precio de equilibrio: capital constante + capital variable + plusvalía, siendo ésta última mayor o menor según el porcentaje relativo de capital variable respecto del de capital fijo. Dicho de otra forma, cuantos más obreros y menos máquinas interviniesen en la producción mayor beneficio se obtenía y viceversa. De este principio Marx deducía su teoría de la crisis capitalista, más y más aguda conforme crece la acumulación de capital y caen los beneficios.

Sin embargo, ya vimos que Marx se daba cuenta de que su fórmula no se veía respaldada por la realidad. En una huida hacia delante, calificó esta contradicción de "aparente" y prometió resolverla en el tercer volumen. Aunque Marx falleció sin publicarlo, Engels sí lo hizo a partir de su manuscrito. Como dice Böhm-Baweerk, la aparición de este volumen era esperada con cierta expectación en los círculos teóricos de todos los partidos, para ver como Marx se las iba a arreglar para resolver un problema que en el primer volumen ni siquiera había abordado.

Pues bien, en el tercer volumen, Marx reconoce expresamente que en la realidad, gracias a la acción de la competencia, las tasas de ganancia del capital, cualquiera que sea su composición, se mueven sobre la base de un porcentaje igual de ganancia media. Marx dice: "En la vida real las mercancías no se cambian de acuerdo con sus valores (sic), sino con arreglo a sus precios de producción". Es decir, las mercancías equiparadas por medio del intercambio contienen real y normalmente cantidades desiguales de trabajo. ¿Cabe mayor retractación? La fórmula en el tercer volumen vuelve a ser la de los clásicos: capital constante + capital variable + tasa media de beneficio. Por tanto, aunque Marx no lo diga, carece ya de sentido la fantasmagórica distinción entre capital constante y variable. De igual modo, no queda sitio para el supuesto colapso debido a la excesiva acumulación de capital no rentable. ¿Y como justifica Marx tal contradicción? Simplemente la niega:

Marx dice más o menos: "Es cierto que las distintas mercancías se cambian unas veces por más de su valor y otras veces por menos, pero estas divergencias se compensan o destruyen mutuamente, de tal modo que, tomadas todas las mercancías cambiadas en su conjunto, la suma de los precios pagados es siempre igual a la suma de sus valores. De este modo, si nos fijamos en la totalidad de las ramas de producción tenemos que la ley del valor se impone como 'tendencia dominante."

La respuesta de Böhm-Bawerk merece ser reproducida con cierta extensión, pues nos da una idea de su brillantez intelectual: "¿Cuál es, en realidad, la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra que la de explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Se trata de saber por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale veinte varas de lienzo, por qué diez libras de té valen media tonelada de hierro, etc. (…) Tan pronto como se toman todas las mercancías en su conjunto y se suman sus precios se prescinde forzosamente de la relación existente dentro de esa totalidad. Las diferencias relativas de los precios entre las distintas mercancías se compensan en la suma total. (…) Es exactamente lo mismo que si a quien preguntara con cuantos minutos o segundos de diferencia ha llegado a la meta el campeón de una carrera con respecto a los otros corredores se le contestara que todos los corredores juntos han empleado veinticinco minutos y treinta segundos. (…) Por ese mismo procedimiento podría comprobarse cualquier "ley", por absurda que fuera, por ejemplo, la "ley" de que los bienes se cambian de acuerdo a su peso específico. Pues aunque en realidad una libra de oro, como "mercancía suelta", no se cambia precisamente por una libra, sino por 40.000 libras de hierro, no cabe duda de que la suma de los precios que se pagan por una libra de oro y 40.000 libras de hierro tomadas en su conjunto, corresponden exactamente a 40.000 libras de hierro más una libra de oro. La suma de los precios de las 40.001 libras corresponderá pues, exactamente al peso total de 40.001 libras materializado en la suma de valor, por donde, según aquel razonamiento tautológico, podremos llegar a la conclusión de que el peso es la verdadera pauta con arreglo a la cual se regula la relación de cambio de los bienes.

La realidad es la siguiente. Ante el problema del valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian en proporción al trabajo materializado en ellas. Pero más tarde revocan esta respuesta -abierta o solapadamente- en lo que se refiere al cambio de las mercancías sueltas, es decir, con respecto al único campo en que el problema del valor tiene un sentido, y sólo la mantienen en pie, en toda su pureza, respecto al producto nacional tomado en su conjunto, es decir con respecto a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido alguno. Lo cual equivale a decir tanto como reconocer que, en lo tocante al verdadero problema del valor, la "ley del valor" es desmentida por los hechos."

CONCLUSIÓN

La refutación de Böhm-Bawerk a la teoría de la explotación constituye, como decía Rothbard, la vacuna que, por excelencia, inmuniza contra el marxismo. Sobre ella lanzaron los marxistas, primero sus más furibundos ataques, -en realidad contra su "lógica burguesa" ya que los argumentos son incontrovertibles -ahí están, expuestos a la vergüenza pública, los trabajos de Hilferding, Bujarin o Sweezy para quien quiera reír, por no llorar. Más adelante, simplemente la silenciaron. Ese silencio ha hecho posible, desgraciadamente, que cientos de millones de personas hayan sufrido y sigan sufriendo la opresión de tiranos comunistas que venden humo, engendran odio y fabrican miseria. Esperemos que este trabajo aporte su grano de arena para revertir esa tendencia.