El mercado de valores es un componente esencial del capitalismo. Murray Rothbard le preguntó alguna vez a Ludwig von Mises si existía una forma clara de diferenciar a un estado fuertemente intervencionista de un estado abiertamente socialista. Mises respondió: “No puede haber propiedad privada genuina sobre el capital sin un mercado de valores. Si se le permite existir a tal mercado no puede haber socialismo” [1]
A pesar de su importancia el mercado de valores continúa siendo algo misterioso para muchos e incluso para aquellos que en otros contextos son defensores convencidos del libre mercado. Personas que por lo general no tienen dificultades defendiendo las acciones de ejecutivos en el mundo de la publicidad o a prestamistas, suelten tener dificultades para defender a especuladores o “corporate raiders” (especuladores que articulan agresivas adquisiciones de control accionario). Pero lo cierto es que esos villanos populares en realidad efectúan servicios fundamentales, y las políticas gubernamentales tomadas contra sus “adquisiciones hostiles” en verdad nos perjudican a todos.
¿Qué es el mercado de valores?
En su forma más básica el mercado de valores hace referencia simplemente al mercado abstracto en donde se comercializa la propiedad de empresas. Existen lugares físicos, llamados “bolsas de valores”, donde compradores y vendedores se encuentran. La bolsa más famosa del mundo es por supuesto la New York Stock Exchange, localizada en Wall Street n°11 en New York. Pero el “mercado de valores” en sí es el encuentro intangible de todos aquellos compradores y vendedores, personas de todos los tipos, incluyendo day traders que realizan sus transacciones desde sus laptops en las payas de Tahiti.
En el mercado de valores las personas compran y venden acciones que representan una fracción de propiedad sobre una empresa. Por ejemplo, si la Empresa XYZ está compuesta por 10.000 acciones y Joe Smith compra 1.000 acciones, entonces, en términos generales, poseerá 10 % de los activos y pasivos del balance general de dicha empresa.
Muchos suelen creer que las empresas funcionan con una especie de piloto automático. Lo cierto es que una persona o un grupo de personas deben decidir cómo será conducida cada empresa. ¿Cuánto debe invertirse en investigación y desarrollo (I&D)? ¿Cuántas fabricas deben cerrarse o abrirse? ¿Deberían emitirse más bonos y títulos para conseguir el financiamiento necesario para adquirir una empresa más pequeña de una industria relacionada? ¿Debe realizarse el lanzamiento del nuevo modelo con el objetivo de superar a la competencia, aún cuando no se haya conseguido solucionar todos sus problemas?
En la práctica es la dirección ejecutiva quien toma este tipo de decisiones. En la mente del público toda la responsabilidad está en las manos de la gerencia de la empresa, su CEO. Pero ese es un análisis superficial ya que el gerente es un empleado más que también puede ser despedido. En última instancia, los dueños de la empresa son sus accionistas, y ellos (de forma colectiva) tienen la última palabra sobre sus operaciones.
En este contexto, podría decirse que el objetivo del mercado de valores es el de determinar qué personas poseerán las acciones de las diferentes empresas.
La importancia de los precios de mercado
La economía convencional enseña que, dadas determinadas condiciones, el mercado descentralizado conlleva a un reparto eficiente de los recursos entre las diferentes industrias porque conecta los intereses de los empresarios con los deseos de los consumidores.
El precio relativamente alto del oro, por ejemplo, garantiza que el metal dorado sea asignado a la producción de joyas y al tratamiento de la artritis. Metales más baratos, como el aluminio, son utilizados de una forma más diversa, por ejemplo, como papel para envoltura desechable. Nadie emplearía el oro de la misma forma.
Ese mismo proceso es válido no sólo para la formación de precios de los distintos metales, sino también para la formación de los precios de las acciones. Una acción con un precio muy bajo (como los así llamados penny stock) indica que el mercado no valora particularmente a una empresa dada. Un ciudadano común podría adquirir una parte considerable de dicha empresa con una fracción de su salario, si así lo desea.
Por el contrario, no importa que tan convencida esté una persona que puede cambiar las cotizaciones de Microsoft en tres meses, a menos de que sea multimillonario, nunca tendrá por sí solo la capacidad de alterar el destino de tal gigante. El precio de cada acción multiplicado por el número de acciones lanzadas representanta, en última instancia, el precio total o price tag de una empresa. El precio relativamente alto del oro indica que se trata de un recurso escaso y que, por ende, debe asignarse de forma cuidadosa. De la misma forma, el valor de mercado (market cap o market capitalization) de Microsoft, que supera los $200 mil millones, indica que la valoracón del mercado es muy favorable.
Las personas que en última instancia controlan el destino de Microsoft (así como de otras empresas) tendrán una fabulosa cuantía de riqueza dependiendo de sus decisiones. Es no garantiza que tomen siempre las decisiones correctas, pero sí hace mucho más probable que algunos de los técnicos y especialistas más capaces en las diferentes áreas se vean envueltos en los procesos de toma de decisión de la empresa.
El mercado de valores y la inversión corporativa
Una de las quejas más comunes sobre el mercado de valores es que éste falla en direccionar los ahorros hacia formas de inversión productivas. De acuerdo a este raciocinio, si alguien toma $1.000 de su salario y compra acciones de “Acme” no está realmente invirtiendo en “Acme”, sino simplemente transfiriendo dinero para el individuo que hasta ese momento era dueño de esas sus acciones. Los $.1000 no llegan a las manos de la empresa de modo que ésta pueda expandir sus instalaciones o contratar a nuevos talentos.
Pero esa visión es superficial. En primer lugar, las empresas pueden, de hecho, conseguir capital directamente por medio de nuevos inversores a través de una oferta pública no inicial de acciones (en inglés Seasoned Equity Offering o SEO), en la que la empresa emite nuevas accionen para el público comprador. (Lo que permite que una empresa se expanda por medio de la emisión de más participación accionaria en lugar del financiamiento por medio de la emisión de títulos o bonos, algo que genera endeudamiento).
Pero incluso en el caso más común, es decir, cuando un nuevo inversor compra acciones “de segunda” a su dueño anterior, la capacidad de vender acciones que ya fueron emitidas permite que la empresa tenga acceso a más fondos. Nadie niega que una empresa recibe una fuerte inversión de capital cuando vende sus accionen por primera vez en una oferta pública inicial (Initial Public Offering o IPO). Pero es la existencia de un “mercado secundario” la que estimula el valor de reventa de esas acciones ya existentes y hace que los inversores estén dispuestos a pagar precios más altos. En otras palabras, la empresa “Acme” recibe capital de inversores al momento de su IPO únicamente gracias a que esos inversores saben que si la empresa tiene éxito, nuevos inversores irán a querer participar también en el futuro, aceptando pagar, por ejemplo, $1.000 por acciones que probablemente ya habrán incrementado su precio desde su oferta inicial.
Finalmente debemos considerar lo que ocurre con nuestros hipotéticos $1.000. Si la persona que los recibe gasta todo en el consumo, por ejemplo, de ropa de marca, entonces es claro que “Acme” no recibirá fondos adicionales para inversiones; el inversor que desembolsó $1.000 de sus ahorros para comprar acciones sólo es la contrabalanza en el aumento de $1.000 en el consumo del individuo que vendió sus acciones.
Pero por otra parte, si el vendedor de las acciones de “Acme” toma sus $1.000 para invertirlos en otro activo (por ejemplo, en acciones de la Empresa XYZ, la cual acabó de hacer su primera oferta pública), entonces sí habrá un incremento neto en el ahorro. Pero incluso en este caso no habrá un aumento las inversiones en “Acme”, sino en la Empresa XYZ. El inversor que emplea sus $1000 para comprar acciones de “Acme” no le está dando a la empresa, en aquel momento, $1.000 de más para invertir; todo lo que el inversor ha hecho es permitir que el propietario original de las acciones transfiera su ahorro para otro lugar, mientras que “Acme” permanece inalterada.
La función social de la especulación
En la nueva secuela de la película Wall Street, un Gordon Gekko más viejo (tal vez en un intento de vender una mayor cantidad de copias de su libro) se dirige a una audiencia joven afirmando que “la madre de todos los males” es la especulación. Otras escenas de la película refuerzan la idea común de que los especuladores no producen nada realmente, sino que simplemente “mueven el dinero de un lugar para el otro”.
Ese desprecio por la especulación hace parte de un odio mucho más general a la figura del “intermediario”. Por ejemplo, alguien que compra naranjas en Florida por $0,75 y las vende en New York por $1 con frecuencia es condenado por estar “moviendo simplemente frutas de un lugar al otro”. En realidad tal intermediario desempeña un gran servicio para quienes aprecian ese tipo de frutas en New York ya que una suculenta naranja a 1.500 km de distancia no es muy útil.
De la misma forma, un especulador exitoso logra optener ganacias al mismo tiempo que efectúa un servicio que también es útil para otros. El lema del especulador es “comprar a la baja y vender al alta” (o “vender al descubierto al alta y comprar de vuelta a la baja”). Si tiene exito, el especulador consigue hacer que los precios de las acciones (y otros activos) sean menos volátiles y, de hecho, los acerca más rápido de lo que tardarían en ausencia de especulación a sus precios futuros.
Un simple ejemplo servirá para ilustrar esta idea. Supongamos que un especulador percibe que las acciones de la empresa “Paneles Solares Acme” están siendo vendidas actualmente por $10. Sin embargo, el especulador cree que habrá una guerra con Irán dentro de pocos meses y que los otros agentes del mercado aún no han percibido adecuadamente este hecho. El especulador prevé que cuando la guerra empiece el precio del petróleo ira a dispararse hasta alcanzar unos $200 por barril y que los precios de las acciones de las empresas de energía alternativa irán a subir igualmente.
El especulador, por lo tanto, correrá a comprar acciones de “Paneles Solares Acme”, que él considera que se encuentran fuertemente subvaloras. La agresividad de sus compras empujará el precio hasta alcanzar, digamos, unos $13 por acción. Si cuando la guerra estalle los precios suben hasta unos $20, punto en el que el especulador venderá sus acciones, este logrará una ganancia neta por acción de entre $7 a $10.
El ciudadano común, e incluso Gordon Gekko en la primer película Wall Street, cree que se trata de un juego de suma cero y que las ganancias del especulador provienen necesariamente de las pérdidas de otras personas. Eso es cierto únicamente en el sentido más estricto del análisis, cuando observamos que un individuo vendió sus acciones al especulador por $11, “dejando de ganar” $ 9 que hubiera podido optener en caso de haber esperado un poco más para vender cuando el precio hubiera alcanzado los $20.
Pero la función del especulador ha traído beneficios claros a la sociedad. En primer lugar, al suavizar los saltos en los precios de las acciones. Al comprar acciones subvaloradas, condujó a un aumento de los precios. (De la misma forma que, en el caso de una venta al descubierto de una acción sobrevalorada, conduciría a una reducción de los precios). Así, en lugar de que las acciones saltaran de $10 a $20 al momento de iniciar la guerra, ellas sólo subirían de $13 a $20, pues las compras agresivas del especulador ya habrían reducido la diferencia en un 30%.
Al reducir la volatilidad del precio de las acciones los especuladores reducen de cierta forma el riesgo de mantener acciones en las carteras y depósitos. Además, tampoco es necesariamente cierto que la persona que vendió prematuramente al especulador sus acciones por $11 haya “perdido” $9 en favor del malicioso especulador. Es perfectamente posible que tal persona haya decidido vender sus acciones de “Acme” por otros motivos, tal vez por haber perdido su empleo o simplemente porque la matrícula de su hijo ha subido de nuevo. En pocas palabras, el especulador en verdad sólo hizo posible que esa persona, que había planeado vender sus acciones incluso por el precio inicial de $10, tuviera una mayor liquidez.
Hablando de una forma más general, al anticipar cambios en los futuros “datos fundamentales” y traducirlos en valores actuales para las acciones, los especuladores benefician incluso a los inversores de largo plazo, aquel tipo de inversor que las personas aprecian más (en contraposición a los especuladores de corto plazo). Por ejemplo, si un inversor institucional (institutos financieros que invierten grandes cantidades de dinero) cree haber descubierto una empresa sólida que ira a tener altos dividendos y que permanecerá activa por lo menos por veinte años, son los especuladores quienes irán a ayudar a que los precios diarios de las acciones de esas empresas no se desvíen excesivamente de la realidad a largo plazo. En el caso de un pánico financiero en el que los accionistas comienzan a vender sus acciones de todo tipo, son los especuladores quienes detienen el desangramiento al comprar las acciones “en promoción” a precio de liquidación.
Eso demuestra que los especuladores otorgan liquidez al mercado de valores haciéndolo más lucrativo para que otros inversores, enfocados en periodos de largo plazo, puedan dedicarse a sus deberes e invertir parte de sus ahorros en empresas que creen que tendrán un futuro sólido. Uno de los mayores riesgos de esta forma de inversión es la iliquidez (el inversor, talvez por estar en dificultades, pueda verse obligado a vender a un precio mucho menor del que podría obtener si dispusiera de más tiempo para esperar). Los especuladores se encargan de mitigar ese riesgo. Si el precio cae muy por debajo de lo que una acción “vale en realidad”, ese será el momento exacto en el que el especulador tendrá un incentivo para actuar.
Implicaciones políticas
Ahora que ya hemos visto algunos de los servicios que los especuladores ofrecen, podemos sacar dos conclusiones acerca de las políticas gubernamentales. La primera es cuando el gobierno intenta salvar a empresas que “son muy grandes para caer” lo que hace en realidad es debilitar el proceso auto-correctivo que hemos descrito más arriba. De hecho, los recates efectuados por el gobierno pueden transformar a la especulación en una fuerza verdaderamente perniciosa.
Observemos que no hay nada en nuestra argumentación que excluya la posibilidad de “burbujas” en las que los precios de las acciones suban cada vez más por causa de la misma especulación. Si los especuladores creen que las acciones de la Empresa XYZ irán a subir de $20 a $30, entonces, en términos de corto plazo, pueden llegar a provocar una especie de “profecía auto-realizable” dado que, desde más suba el precio de XYZ, más y más personas se verán atraídas a la especulación, lo que aceleraría ese proceso.
Sin embago, aún cuando las burbujas puedan darse en un libre mercado, en la medida en que una de ellas se intensifica, mayores serán los insentivos para especular a la baja por medio de ventas al descubierto. Eso ayuda a derrumbar la cotización, haciendo a la burbuja menos extrema y acercando el precio un poco más a su “verdadero valor” de largo plazo. Es verdad que los especuladores pueden obtener ganancias a corto plazo al participar en un boom insostenible, pero también es cierto que si ellos no se salen a tiempo el mercado los castigará con grandes pérdidas. Y sus pérdidas, cabe decirlo, serán proporcionales a cuan “artificial” sea el precio de una acción dada durante una burbuja.
Esa restricción vital al crecimiento de una burbuja es anulada por los rescates gubernamentales, así como por otras intervenciones concebidas para re-inflarlas una vez que éstas han colapsado. En tal ambiente, la realidad queda distorsionada. Al evitar que las personas tengan que asumir sus errores durante un crash, el gobierno remueve la única manera que el mercado posee para disciplinar a los especuladores.
La segunda y menos obvia implicación es que las regulaciones concebidas para impedir las actividades de los corporate raiders acaban en realidad perjudicando a los accionistas y reduciendo la eficiencia económica. Consideremos el peor de los escenarios supuestamente posibles: un especulador utiliza crédito para comprar el núcleo de control (es decir, la cantidad de acciones que posibilita direccionar las actividades de una empresa) de una corporación, despidiendo a todos sus empleados, para luego, rematar todos los activos de la empresa. Para entender por qué eso puede ser socialmente útil necesitamos entender qué tipo de empresa es vulnerable a ese “agresor”, es decir, una empresa con un precio de compra (precio por acción multiplicado por el número de acciones) más bajo que el precio de sus activos individuales menos su pasivo.
En otras palabras, el corporate raider es un especulador que se lucra al desintegrar una empresa únicamente si consigue re-direccionar los activos de dicha empresa (fabricas, maquinaria, herramientas, etc.) hacia otras empresas en las que estos resultarán más productivos.
Las fronteras de cada empresa no son arbitrarias y hay razones económicas detrás del hecho de que Google posea una enorme capacidad de cálculo computacional o detrás de que Bayer posea instalaciones adecuadas para la investigación farmacéutica. En casos extremos, cuando una industria muda rápidamente o la administración no es lo suficientemente efectiva, el camino adecuado es la disolución de la empresa. De este modo los recursos son retirados de una organización relativamente ineficiente para ser puestos en diferentes líneas de producción donde serán más útiles. Aun cuando sea particularmente doloroso para los trabajadores envueltos, en una sociedad libre las dimisiones son la única manera de señalizar en qué momentos la mano de obra está siendo utilizada en procesos poco productivos.
Una vez entendida la función vital desempeñada por el mercado de valores y por la especulación (exitosa), el argumento a favor de la intervención gubernamental en los mercados financieros queda debilitado considerablemente.
[1] Murray N. Rothbard, “A Socialist Stock Market?” en Making Economic Sense (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 1995), p. 356. Disponible en http://mises.org/econsense/ch103.asp.
(Publicado el 4 de octubre de 2010), traducción por La bolsa para principiantes, el artículo original se encuentra aquí.
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