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viernes, 5 de junio de 2015

Los asesores de Merkel hablan claro: "Todos ganaríamos con la salida de Grecia"

 Juergen Donges y Hans-Werner Sinn denuncian el "chantaje" heleno y apuestan por desenchufar cuanto antes a Grecia del Eurosistema.

Juergen Donges y Hans-Werner Sinn son dos destacados economistas germanos, además de asesores del Gobierno que preside Angela Merkel. En dos recientes artículos (aquí y aquí), lanzan duras críticas al Ejecutivo de Syriza en Grecia, advirtiendo de la necesidad de aplicar un plan B para Grecia, bien desenchufando al país heleno del Eurosistema y permitiendo la emisión de una moneda paralela (Geuro), bien apostando por su salida ordenada de la zona euro. El error sería, por tanto, ceder al "chantaje" de Tsipras.

Donges no se corta a la hora de criticar a Syriza

Alexis Tsipras había prometido a su electorado poner fin a las políticas de ajuste fiscal y de reformas estructurales de sus predecesores, por considerar que constituían una imposición de la troika (léase Alemania), lo que es inaceptable para un país soberano, y que no habían hecho más que empobrecer a gran parte de la población, hiriendo su orgullo.
Ni una palabra sobre las causas internas que habían llevado al país al borde de la quiebra (unas políticas económicas y presupuestarias nefastas, la corrupción y el clientelismo como comportamiento político normal, una increíble evasión fiscal como deporte nacional). El jefe del nuevo Ejecutivo también se ha callado que los Gobiernos anteriores no han cumplido ni mucho menos a rajatabla con sus compromisos, sino que han mostrado bastante flexibilidad a la hora de interpretar los acuerdos, especialmente en materia de reformas estructurales.
Y recuerda que quieren "vivir a costa de otros"
Los griegos que votaron a Syriza adoran a Tsipras como si de Robin Hood se tratara. Se han creído el cuento de que no había que preocuparse por la elevada deuda soberana del país, pues los acreedores internacionales terminarían condonándola. También dan por hecho que los socios europeos volverían a conceder las ayudas financieras necesarias, solo que de ahora en adelante sin condiciones y controladores exteriores.
¿A quién no le gustan los cheques en blanco? ¿Tienen los griegos un ADN propio que crea una mentalidad de vivir a costa de otros? Si uno hace un poco de memoria literaria se encuentra con que el célebre escritor francés Edmond About, en un ensayo titulado La Gréce contemporaine (1853), caracterizó a Grecia como el único ejemplo de un país moderno que desde su nacimiento en 1830 estaba en quiebra total debido a un gasto público excesivo y a la negativa de los ciudadanos a pagar impuestos. Por aquel entonces fueron tres potencias garantes (Gran Bretaña, Francia y Rusia) las que mantuvieron a flote al país.
Poco o nada parecen haber cambiado los comportamientos. Hoy los garantes de la supervivencia del país heleno son 18 estados de la zona euro (y sus contribuyentes), algunos más pobres que Grecia, junto con la Comisión Europea y el FMI, con unos cuantiosos préstamos, y el BCE, que le facilita a los cuatro bancos helenos generoso acceso a los fondos de liquidez de emergencia y abre de este modo indirectamente una línea de financiación a corto plazo para el Gobierno (lo que stricto sensu no es lícito).

Donges también denuncia el "chantaje" de Atenas
Tsipras y su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, empezaron su mandato negándose rotundamente a reconocer la realidad de los hechos. Primero intentaron dividir políticamente al Eurogrupo, aliar a Italia y Francia a su causa y aislar a Alemania, sin conseguirlo. Luego, en las reuniones del Eurogupo y en el Consejo Europeo presentaron con tácticas dilatorias largas listas con "ideas" sobre reformas con un denominador común: la falta de concreción y de credibilidad, lo cual ha puesto a más de un homólogo europeo los pelos de punta.
Los nuevos mandatarios también jugaron la carta del chantaje, insinuando el impago de deudas, una salida de la zona euro, el boicot a la política exterior común de aplicar sanciones económicas a Rusia por el conflicto de Ucrania, y la movilización de apoyos financieros por parte de países terceros (Rusia, China). Hasta ahora, esta estrategia no ha dado los frutos esperados.

Sinn detalla la estrategia de Varufakis
Como "peso pesado" ungido por el gobierno griego, [Varufakis] se encuentra trabajando en un Plan B (el potencial abandono de la eurozona), mientras el Primer Ministro Alexis Tsipras queda disponible para el Plan A (una extensión del acuerdo crediticio a Grecia y la renegociación de los términos de su rescate).
Dos elementos dan forma al Plan B. Primero, simple provocación, apuntando a encolerizar a los ciudadanos griegos y elevar las tensiones entre el país y sus acreedores. Los griegos tienen que creer que se están salvando de una grave injusticia a fin de seguir confiando en su gobierno durante el difícil periodo que vivirían tras una salida de la eurozona.
Segundo, el gobierno griego está elevando los costes del Plan B para la contraparte, al permitir a sus ciudadanos que retiren sus capitales. Si lo quisiera, podría contener esta tendencia con un enfoque más conciliador o detenerla por completo con la introducción de controles al capital. Sin embargo, con ello se debilitaría su posición negociadora, y esa no es una opción para ellos.
La fuga de capitales no implica que estén yéndose al extranjero en términos netos, sino más bien que el capital privado se está volviendo público. Básicamente, los ciudadanos griegos toman créditos de los bancos locales, que están financiados en gran parte por el banco central griego, que a su vez adquiere fondos a través del plan de provisión de liquidez de emergencia (ELA) del Banco Central Europeo. Tras ello, transfieren el dinero a otros países para adquirir activos extranjeros (o cobrar sus deudas), con lo que limitan la liquidez de los bancos de su país.
En consecuencia, otros bancos centrales de la eurozona se ven obligados a emitir más dinero para cumplir las órdenes de pago a nombre de los ciudadanos griegos, dando en la práctica al banco central griego un crédito de sobregiro, según lo miden los llamados pasivos TARGET ("Sistema automatizado transeuropeo de transferencia urgente para la liquidación bruta en tiempo real", por su sigla en inglés).
Si Grecia abandonara la Unión, no se verían afectadas las cuentas que sus ciudadanos hayan abierto en otros países de la eurozona, por no hablar de los bienes que hayan comprado con ellas. Pero dejaría atrapados a los bancos centrales de esos países con reclamaciones de cobro TARGET de esos ciudadanos denominadas en euros frente a un banco central de Grecia que sólo contaría con activos denominados en dracmas.
Todo esto fortalece considerablemente la posición desde la que negocia el gobierno griego. Poco ha de sorprender entonces que Varufakis y Tsipras jueguen a ganar tiempo y se nieguen a presentar un listado de propuestas de reformas significativas.

Sinn culpa directamente al BCE

El BCE tiene una gran responsabilidad por esta situación […] Ahora que se ha concedido a los bancos griegos los fondos que necesitaban, el gobierno ya no tiene necesidad de poner en práctica controles de capitales.
Se rumorea que el BCE pronto ajustará su enfoque. Sabe que se está desgastando el argumento de que los préstamos ELA cuentan con garantías, ya que en muchos casos éstas tienen una calificación menor que BBB- que las deja casi fuera del grado de inversión.
Si el BCE acaba por reconocer que no bastará con eso y elimina la salvaguarda de liquidez de Grecia, el gobierno griego podría verse obligado a negociar con seriedad, ya que no le beneficiaría seguir esperando. No obstante, puesto que la cantidad de fondos enviados al extranjero y guardados en efectivo ya habrían alcanzado al 79% del PGB [más de 80.000 millones de euros], su posición seguiría siendo muy fuerte.
En otras palabras, y gracias en gran medida al BCE, el gobierno griego estaría en condiciones de asegurarse un resultado mucho más favorable (con mayor ayuda financiera y menos exigencias de reformas) que el que hubiera podido alcanzar en cualquier momento del pasado. El dinero que se ha impreso y una gran proporción de los recursos que se han adquirido, medidos por los balances TARGET, harían las veces de una donación para un futuro independiente.
Muchos europeos parecen creer que Varufakuis, experimentado teórico del juego pero novato en política, no sabe cómo jugar con las cartas que su país ha recibido. Deberían recapacitar antes de que Grecia se marche con toda la baraja.

La solución, por tanto, es clara, según Donges

El Eurogrupo tiene que dejar bien claro que lo que vale son exclusivamente las normas de la eurozona tal y como han sido establecidas en el Tratado de Maastricht y en acuerdos intergubernamentales posteriores. Para que esto sea creíble y se entienda en Atenas, los máximos líderes políticos europeos (Merkel, Hollande, Juncker, Schulz, Draghi) deben acabar con declarar oficialmente que la unidad de la zona euro es un tabú, cueste lo que cueste. No tiene sentido mantener unido lo que conjuntamente no funciona. Más sentido tiene pensar en un plan B para Grecia.
Ese plan B podría contemplar dos opciones. Una sería la de combinar futuras ayudas financieras a Grecia en euros para garantizar el servicio de la deuda externa con la emisión de otro medio de pago para las transacciones económicas internas. El Gobierno pondría en circulación una moneda paralela, una especie de euro griego (geuro).
Técnicamente podían ser pagarés con los que el Gobierno afrontaría los gastos corrientes como sueldos, pensiones y subsidios de desempleo. Las empresas y los consumidores los utilizarían para sus respectivas operaciones. El geuro no sería convertible en divisas. Probablemente se depreciaría frente al euro. Esto mejoraría la competitividad- precio de las exportaciones, incluido el turismo extranjero. Pero la sociedad sufriría el efecto pobreza que una depreciación cambiaria siempre acarrea debido al encarecimiento de las importaciones que acelera la inflación.
El geuro no tiene por qué ser permanente. Se le puede poner fin en cuanto los principales problemas del país hayan sido subsanados. La otra opción del plan B sería la salida de Grecia de la zona euro. También en este caso se le podrían ofrecer al Gobierno heleno unas ayudas financieras durante un tiempo determinado, destinadas a cubrir las necesidades de gasto más apremiantes y evitar un repudio de la deuda exterior, que de producirse expulsaría a Grecia de los mercados de capital por un tiempo indefinido. Grecia recuperaría la autonomía sobre las políticas presupuestarias, monetarias y cambiarias que podría instrumentalizar de la mejor manera posible para sanear la economía. El país tomaría su futuro en sus propias manos.
[Segunda opción] Un Grexit ordenado no tiene por qué ser traumático para la zona euro. Por el contrario, la arquitectura de gobernanza de la zona euro ganaría credibilidad y quedaría fortalecida. En todos los países miembros habría, por el interés que les trae, un fuerte incentivo de respetar en el futuro mejor que en el pasado las reglas económicas e institucionales de la Unión Monetaria. Los inversores financieros internacionales tomarían nota de la determinación de los gobiernos europeos de consagrar la zona euro como un área de estabilidad con un elevado potencial de crecimiento económico y de creación de empleo y, por fin, liberado de reiterativas crisis de insolvencia soberana. Todos ganaríamos.

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