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jueves, 25 de junio de 2015

El cálculo económico y los límites de la organización





Los economistas se sienten cada vez más frustrados con el modelo de empresa descrito en los manuales al uso. La empresa tal como es tratada en los libros de micro-economía de nivel intermedio es una función de la producción, una misteriosa “caja negra” cuyas interioridades se hallan fuera de los límites de toda teoría económica que se precie de serlo (relegada en cambio a más modestas disciplinas como gestión empresarial, teoría de las organizaciones, psicología industrial y otras similares). Aunque útil en ciertos contextos, ese modelo se ha mostrado insuficiente para explicar una variedad de prácticas del mundo real de los negocios: integración vertical y lateral, diversificación geográfica y diversificación de las líneas de producto, franquicias, contratación comercial a largo plazo, precios de transferencia, acuerdos de colaboración para la investigación y muchos otros. Como alternativa al enfoque de la empresa como función de producción, los economistas están recurriendo a un nuevo enfoque doctrinal que ve a la empresa como una organización, en si misma merecedora de un análisis económico. Esta literatura emergente es la parte más desarrollada de lo que se ha venido en llamar “La nueva economía de las instituciones” (1).
La nueva perspectiva ha mejorado y enriquecido profundamente nuestra comprensión de la empresa y de otras organizaciones, hasta el punto de que ya no podemos aceptar la afirmación que hizo Ronald Coase en 1988 según la cual “porqué existe la empresa, lo que determina el número de empresas, lo que hacen las empresas… no son cuestiones de interés para la mayoría de economistas” (Coase 1988a, pág. 5). La nueva teoría no carece de críticos; Richard Nelson (1991), por ejemplo, objeta que la nueva economía de las instituciones tiende a quitarle importancia a las diferencias discrecionales que hay entre distintas empresas. Con todo, la nueva economía de las instituciones -en particular, la teoría de las agencias o comisiones y la economía de los costes de transacción- ha sido objeto de creciente atención en materia de organización industrial, finanzas corporativas, gestión estratégica e historia de los negocios (2).
Esl presente artículo expone algunas destacadas contribuciones austriacas a la teoría de la empresa, contribuciones que han sido ampliamente ignoradas, tanto dentro como fuera de la literatura austriaca. En particular, sostengo que el concepto ‘Misiano’ de cálculo económico – el instrumento mediante el que los emprendedores ajustan la estructura de producción a los deseos de los consumidores – forma parte de la vanguardia de la investigación austriaca respecto de la naturaleza y diseño de las organizaciones. Existe una perspectiva genuinamente austriaca respecto de la planificación económica, una perspectiva desarrollada con ocasión del debate sobre el cálculo socialista. Tal y como se vino a reconocer en las primeras re-interpretaciones austriacas del debate sobre el cálculo económico (Lavoie 1985, Kirzner 1988), la concepción de Mises del problema al que se enfrentan los planificadores socialistas deriva de su interpretación acerca de cómo se asignan los recursos en una economía de mercado. El propio Mises enfatizó que esa planificación es ubicua: “Toda acción humana implica planificación. Quienes se autodenominan planificadores no propugnan la sustitución de la acción planificada por dejar que las cosas funcionen por si solas. Sino en que el plan de los planificadores sustituya a los planes de sus conciudadanos” (Mises 1947, pág. 493). Todas las organizaciones tienen planes y todas las organizaciones, públicas y privadas, realizan cálculo económico. En este sentido, el problema del cálculo es mucho más general de lo que se ha usualmente entendido.
Con su singular perspectiva acerca de los mercados y las dificultades de la planificación centralizada para asignar recursos, los economistas austriacos de tercera y cuarta generación siempre han implícitamente comprendido la economía de las organizaciones. En este contexto, como Nicolai Juul Foss (1994, pág. 32) señala en un reciente ejemplar de esta revista, “doctrinalmente es extraño que los austriacos nunca hayan formulado una teoría de la empresa”. Foss destaca que muchos elementos de la moderna teoría de la empresa -derechos de propiedad, activos vinculados a relaciones específicas, información asimétrica, el problema del agente principal- aparecieron, al menos, en forma elemental, en escritos austriacos ya desde bien iniciado el debate sobre el cálculo. Es más, el tratamiento que hizo Rothbard del tamaño de la empresa en su obra “Hombre, Economía y Estado” (1962) fué uno de los primeros estudios que adoptó explícitamente el modelo estructural propuesto por Ronald Coase en 1937, un modelo que inspira a la mayoría de las teorías contemporáneas acerca de la empresa. La discusión que hace Mises respecto del papel de los mercados financieros en su “Acción Humana” (1949) ensombrece el artículo primigenio de Henry Manne, de 1965, sobre el mecanismo de mercado que ha de servir para hacer posible el control corporativo así como el reciente reconocimiento de las finanzas como una parte esencial de la economía.
Además de anticipar parte de la literatura moderna, Mises y Rothbard también introdujeron innovaciones significativas, aunque esto no se ha generalmente reconocido todavía. Su contribución, aunque no forme parte de una teoría de la empresa completamente desarrollada, merece atención y desarrollo, especialmente por aquéllos que trabajan en esas cuestiones desde dentro de la escuela austriaca (3), Esas aportaciones son la aplicación que hizo Rothbard del problema del cálculo a los límites de la empresa, y la exposición que hizo Mises acerca de cómo los mercados financieros a la vez que restringen la discrecionalidad de los gestores, llevan a cabo una tarea de definitiva asignación de recursos en una economía de mercado.
La teoría de la empresa de los libros de texto.
Bajo un enfoque neo-clásico de teoría económica, la empresa como tal no existe en absoluto. La “empresa” es una función de producción o conjunto de posibilidades de producción, un medio de transformar inputs en outputs. Dada la tecnología disponible, un vector de precios de los factores (inputs), y un plazo de demanda, la empresa maximiza los beneficios monetarios bajo la restricción de que sus planes de producción deben ser tecnológicamente factibles. Eso es todo lo que hay. La empresa es modelada como un actor individual que ha de enfrentar una serie de decisiones no complicadas: qué nivel de producción producir, qué cantidad de cada factor ha de obtener y así sucesivamente. Esas “decisiones”, por supuesto, no son en absoluto decisiones; son triviales cálculos matemáticos, implícitos en los datos considerados. A la larga, la empresa puede también elegir un tamaño óptimo y una producción mixta, pero incluso eso está determinado por las características de la función de producción (economías de escala, alcance y secuencia). En síntesis: la empresa es un conjunto de curvas de coste y la “teoría de la empresa” es un problema de cálculo.
Con seguridad, esos modelos no se presentan como descripciones realistas de las auténticas empresas del mundo de los negocios; su utilización es puramente instrumental. Como explica Kreps (1990, pág. 233) -él mismo mucho menos apasionado defensor de los méritos del modelo tradicional que la mayoría de autores-: si las empresas del mundo real no maximizan sus beneficios como sostiene la teoría tradicional, “ello no significa que la maximización del beneficio no sea un buen modelo y que no sea un modelo positivo. Únicamente los datos pueden confirmarlo y ello solo después de ver las implicaciones respecto de la maximización de beneficios resultante de comportamiento observable”. Sin embargo, incluso reconociendo a ese instrumentalismo dudosos méritos (4), la aproximación a la empresa como función de producción es insatisfactoria, porque no es útil para entender una variedad de fenómenos económicos. El modelo de la “caja negra” es realmente una teoría acerca de una planta o proceso productivo, no acerca de una empresa.
Una única empresa puede tener y operar múltiples procesos de producción. Similarmente, dos o más empresas pueden contratar para operar conjuntamente un único proceso de producción (como en el caso de una joint-venture dedicada a la investigación). Si queremos comprender la escala y el alcance de la empresa como una entidad jurídica, entonces, hemos de mirar más allá del modelo descrito en los libros de texto.
Coase y los costes de transacción
Ronald Coase, en su celebrado artículo de 1937 acerca de “La naturaleza de la empresa”, fue el primero en explicar que los límites de la organización dependen no solo de la tecnología productiva, sino de los costes comerciales de transacción. En la concepción de Coase, tal y como la desarrollaron y ampliaron Williamson (1975, 1985, 1996), Klein, Crawford y Alchian (1978) y Grossman y Hart (1986), la decisión de organizar las transacciones dentro de la empresa o, en contraposición, a realizarlas en el mercado abierto -la decisión entre fabricar/hacer para si o comprar a otros-, depende de los costes relativos de intercambio internos versus externos. El mecanismo del mercado lleva aparejados ciertos costes: descubrir los precios relevantes, negociar y hacer cumplir los contratos, etc … El empresario puede ser capaz de reducir esos “costes de transacción” coordinando esas actividades él mismo. Sin embargo, la organización interna conlleva otros tipos de coste de transacción, los denominados problemas de flujo de la información, de incentivos, de monitorización y de evaluación del rendimiento. Los límites de la empresa, entonces, vienen determinados por el compromiso o trade-off marginal entre los costes relativos de intercambio internos y externos. En este sentido, los límites de la empresa no solo dependen de la tecnología, sino de consideraciones organizativas; esto es, de los costes y beneficios de contratar.
Los costes relativos de intercambio internos y externos dependen de una característica particular de la transacción: el grado de implicación de activos específicamente vinculados a la relación, el nivel de incertidumbre acerca del futuro y acerca de las acciones de los socios de transacción, la complejidad del acuerdo comercial y la frecuencia con la que tiene lugar la transacción. Cada una de ellas tiene su importancia a la hora de determinar la solución institucional que es preferible (esto es, producción interna versus producción externa), aunque la primera -especificidad de los activos- es la que debe considerarse como particularmente importante (5). Williamson (1985, pág. 55) define la especificidad de los activos como “inversiones duraderas que se llevan a cabo en apoyo de determinadas transacciones, y cuyos costes de oportunidad serían mucho más bajos que en usos alternativos óptimos o si tuviera que recurrirse a usuarios alternativos si la transacción original debiera terminar prematuramente”. Esto podría describir una variedad de inversiones específicamente vinculadas a ciertas relaciones, incluyendo tanto al capital físico como al humano, además de intangibles como I+D y conocimientos o capacidades específicos de la empresa.
La reciente transformación del pensamiento económico con respecto a la empresa ha sido acertadamente sumarizada por Mark Roe (1994, pág. vii):
Hubo un tiempo en que la Teoría Económica trató a la empresa como una colección de maquinaria, tecnología, inventario, trabajadores y capital. Se echaban esos inputs en una caja negra, se mezclaban y se obtenían outputs en forma de productos y beneficios. Hoy, la teoría ve a la empresa más como un modelo de gestión. La empresa tiene éxito si los gestores pueden coordinar con éxito las actividades de la empresa; fracasa si los gestores no son capaces de coordinarlas efectivamente y de adaptar personas e inputs a las tecnologías y a los mercados actuales. En la cúspide de la empresa se encuentran las relaciones entre sus accionistas, sus directores, y sus ejecutivos superiores. Si esas relaciones no funcionan bien, es más probable que la empresa se hunda (6).
Con esta nueva orientación, la teoría económica está jugando un papel cada vez más visible en finanzas, gestión y otras áreas que una vez se pensó que estaban fuera del objeto de la economía.
El cálculo económico y los límites al tamaño de la empresa.
Desgraciadamente, la creciente literatura económica acerca de la teoría de la empresa se centra mayoritariamente en los costes de intercambio de mercado y mucho menos en los costes de los intercambios internos. Las nuevas investigaciones todavía deben aportar una explicación que sea plenamente satisfactoria a los límites del tamaño de la empresa (Williamson 1985, capítulo 6). En palabras de Coase, “¿Porqué no acuerda el emprendedor una transacción de más o una transacción de menos?” O, más generalmente, “Porqué no se lleva a cabo toda la producción por una sola gran empresa?” (Coase 1937, páginas 42-43). La teoría de los límites de la empresa es quizás la más difícil y la parte menos desarrollada de la nueva economía de la organización. Las explicaciones contractuales existentes se basan en problemas de autoridad y responsabilidad (Arrow 1974); distorsiones a los incentivos causadas por derechos residuales de propiedad (Grossman y Hart, 1986); (Holmström y Tirole 1989); y los costes de intentar reproducir características de funcionamiento de los mercados en el seno de la empresa (Williamson 1985, capítulo 6). Es aquí donde la teoría austriaca tiene una clara contribución que hacer, aplicando el teorema Misiano acerca de la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo. Rothbard ha demostrado cómo la necesidad de cálculo monetario en términos de precios actuales no solo explica los fallos de la planificación centralizada bajo el socialismo, sino que pone un límite superior al tamaño de la empresa.
El debate del cálculo socialista: un breve repaso.
Para entender, la posición de Mises en el debate del cálculo económico, uno debe darse cuenta de que su argumento no recae exclusivamente, o incluso, primariamente, sobre el socialismo. Gira en torno al rol de los precios de los bienes de capital. Los empresarios toman decisiones respecto de la asignación de recursos basándose en sus expectativas acerca de los precios futuros, y la información contenida en los precios actuales.
Para obtener beneficios. Necesitan información de todos los precios, no solo de los precios de los bienes de consumo sino también de los precios de los factores de producción. Sin mercados para bienes de capital, esos bienes no pueden tener precios, y por consiguiente, los empresarios, no pueden hacer juicios acerca de la escasez relativa de esos factores. En pocas palabras, no se puede asignar eficientemente los recursos. En cualquier entorno, sea el que sea – socialista o no- en el que un factor de producción carece de un precio de mercado, un potencial usuario de ese factor no podrá tomar decisiones racionales acerca de su empleo. Expuesta de ese modo, la tesis de Mises quiere simplemente decir que la eficiente asignación de recursos en una economía de mercado requiere de la existencia de mercados de activos que funcionen correctamente. Pero como los estudiosos disienten respecto de lo que Mises “quiso realmente decir”, es útil proporcionar aquí un breve repaso del debate.
Antes de 1920, según el relato comúnmente aceptado (7), los teóricos del socialismo prestaron poca atención a cómo funcionaría en la práctica una economía socialista, acogiéndose en su mayoría a la crítica de Marx para evitar semejante “utópica” especulación. Entonces Mises, conocido en la época principalmente como un teórico monetarista, publicó el sensacional artículo más tarde traducido como “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth” (1920) (8). Mises señalaba que sin propiedad privada de los medios de producción, no podría haber precios de mercado para los bienes de capital, y por consiguiente no habría manera de que quienes toman decisiones pudieran evaluar la eficiencia relativa de varias técnicas de producción. Anticipando este ultimo argumento para el “socialismo de mercado”, Mises argumentó que aunque existieran mercados para los bienes de consumo, un planificador central no podría “imputar“ precios significativos a los bienes de capital empleados en producirlos. En resumen, sin precios originados por el mercado tanto para los bienes de capital como para los bienes de consumo, incluso el más avezado planificador encontraría que es imposible asignar recursos según los deseos de los consumidores.
Durante la década de los años veinte y primeros años de la década de los treinta el argumento de Mises se convirtió en foco de intensa discusión en la literatura de lengua germana. Finalmente se convino en que Mises estaba en lo cierto al menos al señalar que una sociedad socialista no podría prescindir de cosas como el dinero y los precios, como algunos primeros socialistas habían sugerido, y que no existía una forma factible de establecer precios, en función, digamos, de unidades de tiempo trabajado. A pesar de ello, se consideró que Vilfredo Pareto y su seguidor Enrico Barone (1908) habían demostrado que nada habría “teóricamente” erróneo en en el socialismo, porque el requisito numérico de las ecuaciones de oferta y demanda que convirtieran al sistema en “determinado” existirían tanto bajo el capitalismo como bajo el socialismo. Si los planificadores pudiesen de alguna manera conseguir la información necesaria sobre las preferencias y las tecnologías, podrían en principio computar un punto de equilibrio en la asignación de los productos de consumo final.
La respuesta más importante al argumento de Mises, y la admitida casi universalmente por los economistas fue la que se dio a conocer bajo los términos “socialismo de mercado” o “solución matemática”, desarrollada por Fred Taylor (1929), H.D. Dickinson (1933), Abba Lerner (1934) y Oskar Lange (1936-37). En un sistema de socialismo de mercado, los bienes de capital son de propiedad colectiva, pero los particulares tienen libertad para poseer e intercambiar servicios y artículos de consumo final. El sistema funcionaría así. En primer lugar, el Comité de Planificación Central elegiría precios arbitrarios para los bienes de consumo y para los de capital. Los gestores de las distintas empresas propiedad del Estado recibirían instrucciones para producir a esos precios hasta llegar a un punto en el que el coste marginal de producir o fabricar cada producto final adicional fuera igual a su precio, para a partir de ese momento elegir la combinación de factores que minimizara el coste medio de producir esa cantidad. En ese momento, se permitiría que los precios de los bienes de consumo fluctuaran y el Comité de Planificación Central ajustaría los precios de los bienes de capital cuando se generasen desabastecimientos o se acumularan excedentes de bienes o productos de consumo final. De esta forma los recursos serían asignados en función de la oferta y de la demanda, mediante un sistema de “prueba y error“ esencialmente idéntico al que llevan a cabo los gestores de empresas capitalistas. Se ha sostenido generalmente que la contribución de Lange consistió en demostrar que la producción bajo un sistema socialista de mercado podría ser tan eficiente como la producción organizada bajo un sistema capitalista, dado que los planificadores socialistas “tendrían exactamente la misma información en un sistema económico socializado a la que tendrían los empresarios en un sistema de mercado”. (Heilbroner 1970, pág. 88) (9).
Se veía al socialismo de mercado como la respuesta no solo al problema del cálculo Misiano sino también a la cuestión de la “practicabilidad” planteada por Hayek y Lionel Robbins. Hayek, en sus contribuciones a “Collectivist Economic Planning” (Hayek, ed., 1935a), más tarde ampliada en “The Competitive Solution” (1940) y sus bien conocidos artículos “Economics and Knowledge” (1937) y “The use of knowledge in society” (1942), y Robbins, en su “The Great Depression” (1934), han cambiado los términos del debate centrándolo no en el problema del cálculo sino en el problema del conocimiento. Para Hayek y Robbins, el fallo de la organización socialista se debe a un problema de diseño de su mecanismo, en la medida en que los planificadores no pueden asignar recursos eficientemente porque no pueden tener información completa acerca de las preferencias de los consumidores y de la disponibilidad de los recursos. Más aún, incluso si los planificadores fueran de alguna manera capaces de obtener esos datos, les llevaría años calcular los millones de precios utilizados por una economía moderna. La aproximación Lange-Lerner-Taylor proponía resolver ese problema de revelación de preferencias por prueba y error, de forma que no sería necesario realizar cálculo alguno (10).
Conforme la teoría del socialismo de mercado fue extendiendo su aceptación, se desarrolló una ‘línea ortodoxa’ sobre el debate del cálculo en el socialismo, sintetizada nítidamente en el bien conocido estudio de Abram Bergson titulado “Socialism and Democracy” (1942, págs. 172-86). Según esta corriente, Mises fue el primero que planteó el problema de la posibilidad del cálculo económico bajo el socialismo, para ser después refutado por Pareto y Barone; Hayek y Robbins “replegaron” entonces la posición diciendo que los planificadores socialistas podrían calcular en teoría, pero que en la práctica el problema de la falta de información lo haría demasiado difícil; entonces, los partidarios del socialismo de mercado demostraron que el método de prueba y error eliminaría la necesidad de que los planificadores dispusieran de información completa. Por consiguiente, la polémica sigue, la Teoría Económica por si sola no puede decir nada concluyente respecto de la viabilidad de la planificación central, y la elección entre capitalismo y socialismo debe ser puramente política.
Cálculo versus incentivos
La línea ortodoxa sobre la planificación socialista ha sido modificada con los recientes desarrollos teóricos sobre incentivos e información. Se mantiene ahora que la diferencia entre capitalismo y socialismo se asienta en las diferentes propiedades de los incentivos vigentes en ambos sistemas. Se considera que los sistemas centralizados están sujetos a mayores costes motivados por los agentes intervinientes – por la mayor discrecionalidad de los gestores, el esquaqueo, etc …) que los sistemas de mercado (véase por ejemplo, Winiecki 1990). Después de todo, el propio Lange advirtió que “el riesgo real del socialismo radica en una excesiva burocratización de la vida económica” (Lange 1936-37, pág. 109; en cursivas en el original).
Como han señalado otros autores (Rothbard 1991, págs. 51-52), sin embargo, el debate del cálculo no giraba primariamente en torno a los incentivos de los agentes o de los gestores. El problema de los incentivos hace tiempo que se conocía (11)
(aún cuando no estuviera totalmente desarrollado) y se expresó en la famosa pregunta: “¿En el socialimo quién se ocupará de recoger la basura?” Esto es, si todo el mundo es compensado “conforme a sus necesidades”, ¿Cuál será el incentivo para realizar las tareas sucias y desagradables; o, a mayor abundamiento, cualquier tipo de tarea? La clásica respuesta socialista consistía en decir que el interés egoísta era un producto del capitalismo y que el socialismo traería consigo un cambio en la naturaleza humana. En el paraíso de los trabajadores emergería un “nuevo hombre socialista”, dispuesto a servir y motivado únicamente por las necesidades de sus camaradas. Esos primeros teóricos parece que asumieron , por utilizar la expresión de Oliver Williamson (1991, pág. 18) en una crítica a una más reciente propuesta socialista, “la abolición del oportunismo de los agentes del Estado”. La experiencia ha puesto de manifiesto el seductivo candor de tales ideas.
Pero el desafío de Mises al socialismo es diferente del bien conocido problema de los incentivos (12). Asumamos por el momento que todos desean trabajar tan duro bajo un sistema de dirección centralizada como bajo un sistema de mercado. Aún queda por resolver el problema de determinar exactamente qué directivas emitirá el Comité de Planificación Central. Éste tendrá que decidir qué bienes y servicios han de ser producidos, cuanto de cada uno producir, qué bienes intermedios son necesarios para producir cada producto final, etc … en una moderna y compleja economía con múltiples escalones de producción, la asignación de los recursos requiere de la existencia de precios monetarios para los bienes de capital, precios que en un sistema capitalista surgen de un continuo proceso de puja de los empresarios en competencia por los factores de producción. Este proceso no puede ser reproducido mediante analisis de inputs-outputs, simulaciones informáticas o cualquier otra forma de mercado artificioso. El principal argumento de Mises era que el socialismo falla porque quienes toman decisiones precisan disponer de precios significativos para todos esos factores para poder así elegir de entre un amplio abanico de posibles combinaciones de factores. “Si no se puede calcular y comparar los costes de producción con los beneficios utilizando la estructura de precios monetarios determinados en cada momento por el mercado, la mente humana es solo capaz de supervisar, evaluar y dirigir procesos de producción cuyo alcance se ve drásticamente reducido al ámbito de la primitiva economía doméstica” (Salerno 1990, pág. 52).
La distinción entre cálculo e incentivos es importante porque la literatura económica moderna sobre diseño de las organizaciones -desde las explicaciones sobre el tamaño de las empresas basadas en los costes de transacción a las teorías de la elección pública de las burocracias a los recientes trabajos sobre el socialismo de mercado y las “blandas restricciones presupuestarias” (Kornai 1986)- pone el foco principalmente en los problemas de incentivos (posiblemente a impulsos de la famosa advertencia que hizo Lange acerca de la burocracia). La teoría de los incentivos se pregunta cómo, en el seno de una relación específica, un rector puede conseguir que un agente subordinado suyo haga lo que aquél quiere que haga. El problema de Mises, sin embargo, era diferente: ¿Cómo puede el rector saber qué es lo que ha de decirle al agente para conseguir que éste lo haga? Esto es, ¿Qué actividades se deben llevar a cabo? ¿Qué inversiones deben hacerse? ¿Que líneas de producto se han de expandir y cuáles se han de contraer o reducir? Las ideas desarrolladas en el debate del cálculo sugieren que cuando las organizaciones son lo bastante grandes para realizar actividades que son exclusivamente internas –de forma que no se disponga de referencias del mercado exterior– tendrán que enfrentarse con un problema de cálculo además de con un problema de incentivos.
En este sentido, las propuestas de los defensores del socialismo de mercado son mayoritariamente irrelevantes respecto de los problemas reales de una organización socialista. Éste es el reproche que el propio Mises adujo en su crítica al socialismo de mercado en “Human Action” (Mises 1949, págs. 694-711). En esa obra se que jaba de que los socialistas de mercado -y a estos efectos, todos los teóricos del equilibrio- malinterpretaban la naturaleza del “problema económico”. Lange, Lerner y Taylor examinaban principalmente el problema de la fijación de precios de los bienes de consumo, mientras que el problema crucial al que se enfrenta una moderna economía es el de la estructura del capital: a saber, ¿De qué forma debe asignarse el capital entre las distintas actividades? La economía de mercado, decía Mises, es dirigida no por “la gestión” -el rendimiento de tareas específicas en un marco existente y que ha de enfrentar el gestor- sino por la empresarialidad, entendida como especulación, arbitraje y otras actividades orientadas a la asunción de los riesgos que justamente son las que determinan los que son tareas propias de los gestores. No son gestores sino empresarios o emprendedores quienes, actuando en los mercados de capital y de dinero, fundan y cierran compañías, crean y destruyen líneas de producto, etc … Esas son precisamente las actividades que el socialismo de mercado quiere abolir o eliminar. En otras palabras, en la medida en que los incentivos son importantes, el socialismo no es capaz de asegurar que existan estímulos bastante poderosos, pero no en la gestión, sino en la elaboración de previsiones y en la toma de decisiones.
Se cuenta que Mises decía que no era razonable esperar que los gestores de empresas socialistas actuasen como si fueran gestores de empresas privadas operando en un mercado y cuyos intereses directos estuvieran en juego. Esta afirmación podría ser cierta, pero la primera cuestión que se planteaba Mises era que no se podía pedir a los empresarios que jugaran a especular e invertir (Mises 1949, pág. 705). El problema relevante de los incentivos, sostiene, no es el del gestor subordinado (el agente), para quien el problema que ha de resolver es algo que les viene dado, sino el del especulador e inversor (la dirección), que es justamente quien decide cual es el problema que se ha de resolver. Lange, Lerner y Taylor ven el mercado bajo una lente de tinte neo-clásico estrictamente estática, en la que todos los parámetros del sistema vienen dados y solo se necesita resolver un problema de cómputo. De hecho la economía de mercado es un proceso dinámico, creativo, en evolución, en el que los empresarios -utilizando el cálculo económico- expanden o contraen industrias, divisan métodos de producción nuevos y distintos mientras otros suprimen y cambian constantemente el abanico de productos disponibles. Son esas características del capitalismo de mercado, y no los incentivos de los agentes por trabajar duro, los que se pierden cuando no existe propiedad privada de los medios de producción.
En efecto, las economías tradicionales de estilo autoritario, como las de la antigua Unión Soviética, ponen de manifiesto que tan solo son capaces de imitar las tareas que las economías de mercado realizaban antes; son incapaces de establecer y ejecutar tareas originales.
El sistema soviético ha sido particularmente efectivo cuando la mayor prioridad era lograr objetivos, ya que en ese caso los problemas de saber que se debe hacer, cuando hacerlo o si se estaba haciendo correctamente se resolvían por referencia a un modelo eficaz, que funcionaba, explotando lo que Gershenkron … llamó la “ventaja del atraso” … Junto a esas ventajas hay inconvenientes, inherentes a la naturaleza del sistema. Cuando el sistema persigue alcanzar unos pocos objetivos prioritarios, independientemente de los sacrificios o pérdidas en áreas menos prioritarias, quienes son en última instancia responsables no pueden saber si vale o no la pena tener éxito. Las autoridades centrales carecen de la información y de la capacidad física para supervisar los costes importantes –en especial, los costes de oportunidad- a pesar de que sean los únicos, dada la lógica del sistema, que tengan verdadero interés en conocer tales costes (Ericson 1991, pág. 21).
Sin cálculo económico, no hay forma de saber si las tareas se han llevado a cabo eficientemente. Así pues, sin mercados de capital físico ni financiero -que determinen qué tareas se llevarán a cabo y si se han realizado o no adecuadamente- un sistema económico tiene dificultad en innovar y necesita basarse en referencias externas que le indiquen lo que debe hacer. Por supuesto, la única razón por la que la Unión Soviética y las naciones comunistas de Europa del Este pudieron existir se debe a que nunca consiguieron establecer el socialismo a escala mundial, de manera que pudieron utilizar los precios de los mercados mundiales para establecer precios implícitos para los bienes que compraban y vendían internamente (Rothbard 1991, págs. 73-74). En palabras de Mises, esa economías
no eran sistema sociales aislados. Operaban en un entorno en el que el sistema de precios aún funcionaba. Pudieron recurrir al cálculo económico valiéndose de los precios establecidos fuera. Sin la ayuda de esos precios sus acciones no habrían tenido finalidad ni plan alguno. Solo pudieron efectuar cálculos porque pudieron tomar esos precios como referencia, para llevar la contabilidad y preparar sus tan cacareados planes (Mises 1949, págs. 698-99).
Como veremos más abajo, la empresa se halla en la misma situación: necesita precios externos de mercado para planificar y evaluar sus acciones.
Rothbard y los límites de la Organización
La principal contribución de Rothbard a la teoría de la empresa fue generalizar el análisis Misiano del problema de la asignación de recursos bajo el socialismo al contexto de la integración vertical y el tamaño de las organizaciones. Rothbard escribe en “Man, Economy and State” que hasta cierto punto, el tamaño de la empresa viene determinado por los costes, como en el modelo de que tratan los libros de texto. Pero “los límites últimos del tamaño relativo de la empresa vienen impuestos por la necesidad de que existan mercados para cada uno de los factores, para que la empresa pueda así calcular sus beneficios y sus pérdidas (Rothbard 1962, pág. 536). Este argumento descansa sobre la noción de “costes implícitos”. El valor de mercado de los costes de oportunidad del factor servicios -lo que Rothbard denomina “estimaciones implícitas de resultados” solo se puede determinar si existen factores externos para esos factores (págs. 542-44). Por ejemplo, si un empresario se contrata a si mismo para gestionar o dirigir su empresa, el coste de oportunidad de su trabajo debe ser incluido en los costes de la empresa. Pero en el caso de que no haya un mercado real para los servicios de gestión o dirección de empresas, no podrá saber cuales son sus costes de oportunidad; su contabilidad por consiguiente será menos fiel que lo sería si los pudiese medir.
El mismo problema afecta a la empresa que aglutine varias etapas productivas. Una gran empresa integrada se organiza típicamente en grupos de unidades semi-autónomas de negocio o “centros de resultados”, especializándose cada unidad o división en un producto final o intermedio concreto. La gestión centralizada de la empresa utiliza los ingresos implícitos o imputados de cada unidad de negocio, que se reflejan en la cuenta de resultados divisionaria -o de cada unidad de negocio-, para asignar los bienes de capital físico y financiero a las divisiones. Las divisiones más rentables se expanden, mientras que las menos rentables se reducen. Supongamos que la empresa tiene una división que vende un componente intermedio a otra división. Para calcular los resultados (beneficios o pérdidas), la empresa necesita disponer de un “precio de transferencia” para esos componentes intermedios que sea económicamente significativo. Si hay un mercado externo para el componente, la empresa puede utilizar su precio en ese mercado como precio de transferencia (13). Sin un precio de mercado, sin embargo, un precio de transferencia ha de estimarse de otra forma.
En la práctica, esto se realiza típicamente sobre la base de un mayor coste; a veces, se deja libre a las divisiones o departamentos de compras y de ventas para que negocien el precio (Eccles y White 1988; Shelanski 1993; King 1994). Lo menos que puede decirse, es que, tanto los precios artificiales como los de sustitución contendrán menos información que los precios reales de mercado; Rothbard (1962, pág. 547) lo expresa más vehementemente diciendo que un precio de sustitución es tan solo un “símbolo arbitrario”. En ambos casos, las empresas que los utilizan sufrirán las consecuencias. “Al no poder calcular un precio, la empresa no podrá asignar racionalmente factores y recursos de una etapa (o división) a otra” (pág. 547). El uso de bienes intermedios intercambiados internamente y para los que no exista una referencia de mercado externa introduce distorsiones que reducen la eficiencia de la organización. Esto nos proporciona el elemento que falta en las teorías contemporáneas sobre organización económica, un límite superior: la empresa se ve constreñida por la necesidad de que haya mercados externos para todos los bienes que se intercambian internamente. En otras palabras, ninguna empresa puede llegar a tener un tamaño tal que se convierta en la única productora y usuaria de un producto intermedio; ya que en ese caso, al no existir precios de intercambio basados en un valor de mercado, la empresa no podría calcular los resultados de sus divisiones y por consiguiente no podría asignar correctamente recursos entre ellas. Como explicaba Rothbard
Como un mercado libre siempre tiende a establecer el tipo de producción más rentable y eficiente (ya sea para el tipo de producto, método de producción, asignación de factores o tamaño de la empresa), hemos de concluir que una completa integración vertical para productos calificados como bienes de capital nunca puede ser establecida en un mercado libre (por encima del nivel primitivo). Para cada bien de capital, debe haber un mercado diferenciado en el que las empresas compren y vendan ese tipo de bienes. Es obvio que esta ley económica establece un máximo respecto del tamaño relativo de cualquiera de las empresas en un mercado libre … El cálculo económico se convierte en cada vez más importante conforme la economía de mercado se desarrolla y progresa, y aumentan las etapas y las complejidades de los tipos y variedades de bienes de capital. Lo que hace que para el mantenimiento de una economía avanzada sea de la mayor importancia preservar mercados para todos los bienes de capital y para los bienes de los demás productores (Págs. 547-48; en cursiva en el original).
Al igual que una economía de planificación central, la empresa necesita señales que guíen sus acciones; sin ellas, la empresa no puede sobrevivir. Téngase en cuenta que, en general, Rothbard únicamente se ocupa del límite superior de la empresa, no del problema del incremento de costes asociado a la expansión de las actividades de la empresa (siempre que las referencias a un mercado externo sigan estando disponibles). Sin embargo, tan pronto como la empresa se expande hasta el punto de hacer desaparecer a uno de los mercados exteriores, el problema del cálculo vuelve a suscitarse. Las dificultades se acrecientan conforme más y más mercados desaparecen, como “islas de incalculable caos, se hinchan hasta alcanzar proporciones masivas y continentales. Conforme se amplía el área de no calculabilidad, el grado de irracionalidad, mala asignación, pérdida, empobrecimiento, etc … se hace más grande” (pág. 548). En otras palabras, la empresa se ve limitada en la medida en que existan o no mercados para los bienes que asigna internamente. Sin precios de mercado para esos bienes, la empresa debe basarse en costes relativos y métodos ineficientes de generar sus propios precios contables, para poder así realizar sus cálculos internos (14).
Congruentemente, es en este punto de la discusión de su obra “Man, Economy and State” (pág. 548) en el que Rothbard se lanza a la discusión acerca del debate sobre el cálculo económico, haciendo así obvio que (para él) las dos cuestiones están inextricablemente unidas. La razón para que una economía socialista no pueda calcular no es que sea socialista, sino que en ella un solo agente posee y dirige todos los recursos. Ampliando este punto en su ensayo de 1976 sobre “Ludwig Von Mises and Economic Calculation Under Socialism”, Rothbard explica;
Hay un área de vital importancia pero desatendida que el análisis de Mises sobre el cálculo económico necesita que sea ampliada. Porque en un sentido profundo, la teoría no trata del socialismo en absoluto ! Por el contrario, se aplica a cualquier situación en la que un grupo ha adquirido el control sobre los medios de producción en un área extensa -o, en un sentido estricto, a escala mundial. A este particular respecto, no importa que ese control unitario haya surgido mediante expropiación coercitiva liderada por un régimen socialista o a consecuencia de procesos voluntarios en un mercado libre. En lo que la teoría de Mises se centra no es solo en las numerosas ineficiencias de los procesos que tienen lugar en el seno de un mercado político en comparación con los de un mercado orientado a la obtención de lucro económico, sino en el hecho de que el mercado para bienes de capital ha desaparecido. Esto quiere decir que de la misma manera que una economía de planificación central socialista no podría efectuar cálculo económico, ninguna gran empresa podría ser titular o controlar toda la economía. El análisis de Mises es aplicable a cualquier situación en la que el mercado de bienes de capital haya desaparecido de una compleja economía industrial, ya sea a consecuencia del socialismo o a resultas de una enorme fusión en una sola gran empresa o gran monopolio (Rothbard 1976, pág. 75).
El análisis de Mises se aplica así a cualquier situación en la que el mercado para un determinado bien de capital desaparece porque una empresa se ha hecho tan grande que es la única productora o usuaria de ese bien de capital. Como hemos visto, semejante empresa no sería viable.
Sorprende que la ampliación que hace Rothbard de los argumentos de Mises no haya recibido prácticamente atención alguna en la literatura austriaca, incluso a pesar de que la cuestión aparezca cuatro veces en “Man, Economy and State” (pág. 536, pág. 534, págs. 547-48 y pág. 585) y de nuevo en su ensayo de 1976 (15). El argumento necesita ulterior desarrollo y elaboración, lo cual debe ser un ejercicio útil porque la literatura contemporánea en cuanto al tamaño de la empresa carece de una explicación adecuada respecto de los límites de las organizaciones. El análisis Rothbardiano también sugiere una línea de investigación en estrategia empresarial: a igualdad de circunstancias, las empresas capaces de utilizar precios de transferencia de mercado deben superar a la larga a las empresas que utilicen precios de transferencia negociados o administrados (16). Hasta ahora, hay escasos trabajos empíricos sobre este tema, a pesar de que sea posible el surgimiento de una “Escuela austriaca de estrategia” (Jacobson 1992). Un asunto relacionado que ha recibido, sin embargo, atención considerable es el de la dificultad de asignar sobre-costes o costes fijos a las distintas divisiones (de la empresa). Si un input es esencialmente indivisible (o no excluible), entonces no hay forma de calcular los costes de oportunidad de la parte de input utilizada por una determinada o particular división (véase Rogerson 192, para una discusión de esos problemas) (17). Las empresas con elevados sobre-costes estarían pues en desventaja relativa respecto de las empresas que pudieran asignar sus costes de una manera más precisa entre sus unidades de negocio. Es más, en la literatura sobre contabilidad de costos, ha habido recientemente cierto interés sobre “contabilidad en mercados simulados” (Staubus 1986), mediante la cual las empresas intentan determinar el precio al que se negociaría cierto activo en un mercado real, en función de los precios observados en ese mercado y otra información relacionada. La posición Rothbardiana respecto de los límites al tamaño de la empresa sugiere que la aproximación consistente en la simulación del mercado puede mostrarse útil como técnica contable.
Cuando en 1976 se publicó su artículo, Rothbard ya había explícitamente adoptado un enfoque Coasiano en su discusión acerca de los límites al tamaño de la empresa. Su propio tratamiento, dice Rothbard,
sirve para extender el notable análisis del profesor Coase a los determinantes del tamaño de la empresa que establece el mercado, o la extensión relativa de la planificación empresarial en el seno de la empresa frente a la utilización del intercambio y del mecanismo del precio. Coase señaló que existían beneficios decrecientes en aumentar los costes de cada una de esas dos alternativas, resultando, como señala, un “óptimo nivel de planificación” en el sistema libre de mercado. Nuestra tesis añade que los costes de la planificación empresarial interna devienen prohibitivos tan pronto como los mercados de bienes de capital empiezan a desaparecer, de forma que el óptimo de un mercado libre siempre se quedará corto no solo para una sola gran empresa que opera a escala mundial sino siempre que desaparezcan mercados específicos y con ello el cálculo económico en ese producto o recurso (Rothbard 1976, pág. 76).
Esto es destacable puesto que ya en 1972, Coase decía de su artículo de 1937 que era “muy citado y poco utilizado” (Coase 1972, pág. 62). La obra de Alchian y Demsetz titulada “Production, Information Costs, and Economic Organization” no fue publicada hasta 1972 y la obra de Williamson titulada “Markets and Hierarchies” en 1975. De modo que Rothbard fue de los primeros autores en desarrollar y ampliar la perspectiva de Coase.
Discreción gerencial y mercados financieros (18).
Como se mencionó antes, buena parte de la teoría de la empresa pone el foco en los problemas del contrato o relación de agencia o comisión. ¿En qué condiciones pueden tener los gestores o ejecutivos de la empresa una conducta independiente o discrecional? ¿Qué tipo de reglas o mecanismos pueden ser diseñados para alinear los intereses de los ejecutivos con los de los propietarios? ¿Que acciones elegirán los ejecutivos en ausencia de reglas efectivas? Una primera aplicación fue la pretendida “separación entre propiedad y control” en la moderna corporación. Berle y Means (1932) argumentaron que la empresa moderna no es gestionada por sus propietarios, los accionistas, sino por ejecutivos asalariados, cuyos intereses difieren de los de los accionistas e incluyen premios, prestigio y recompensas similares. Si la propiedad de la empresa está muy repartida ningún accionista individual tiene suficiente motivación como para asumir costosas tareas de supervisión de las decisiones ejecutivas, y por consiguiente la discrecionalidad florecerá a costa del valor de mercado de la empresa.
El ensayo de Henry Manne titulado “Mergers and the Market for Corporate Control” (1965), respondió que la discrecionalidad de los gestores estará limitada en la medida en que exista un mercado activo que permita controlar a las empresas. Cuando los gestores siguen conductas discrecionales, el precio de la acción de la empresa cae lo cual invita a tomas de control y a la subsiguiente sustitución de los gestores involucrados. Así pues, mientras que los gestores pueden gozar de una autonomía considerable en el día a día de las operaciones de la empresa, el mercado de valores pone límites estrictos a su actuación (19). Con seguridad existe una amplia y dividida literatura respecto de la efectividad del mecanismo de las tomas de control para disciplinar a los gestores (véase Romano 1992 para un estudio sumario). Si los gestores quieren que haya adquisiciones para así incrementar su propio prestigio o expandir su control -para dedicarse a la “construcción de imperios”- entonces, un mercado no regulado generará “demasiadas tomas de control”. Otros críticos destacan que si se da por hecho que existe una diferencia entre el precio actual (infravalorado) de la empresa y el valor de mercado esperado que se seguiría de la toma de control, los accionistas de la empresa que sea el blanco de la pretendida toma de control se negarán a vender sus acciones hasta que el precio que se les ofrezca esté a la par con ese valor esperado y participarán así en una parte de las rentabilidades o retornos derivados de la operación. En esas condiciones, el mercado generará demasiado pocas tomas de control (20).
El punto central del artículo de Manne se encuentra también en “La Acción Humana” (1949) de Mises, en el pasaje dedicado a la distinción entre lo que Mises denomina “gestión de los beneficios” y la “gestión burocrática” (págs. 308-11). Es verdad, reconoce Mises, que los gestores asalariados de una empresa tienen considerable autonomía en el día a día de la empresa. Sin embargo, los accionistas toman las decisiones últimas a la hora de asignar o no recursos a la empresa con sus decisiones de comprar y vender las acciones de la misma:
La doctrina de Berle-Means desestima completamente el rol que el capital y el dinero, la bolsa de valores (de acciones y obligaciones), que una pertinente locución simplemente denomina “los mercados”, juegan en la dirección de los negocios de la empresa … Los cambios en los precios de las acciones ordinarias y preferentes y los de los bonos u obligaciones son los medios aplicados por los capitalistas para llevar a cabo el supremo control de los flujos de capital. La estructura de precios tal y como viene especulativamente determinada por los mercados financieros y de capitales y en los grandes mercados de materias primas no solo deciden cuanto capital está disponible para llevar adelante los negocios de cada empresa sino que crea un estado de cosas al que los gestores deben ajustar al detalle sus operaciones (pág. 303).
Mises no identifica per se al mecanismo de la toma de control como aquél por el que los capitalistas ejercen el control -las operaciones de toma de control eran mucho menos frecuentes antes de finales de la década de los 50, cuando los intercambios hostiles empezaron a reemplazar a las ofertas amistosas de adquisición como método de adquisición preferente- pero el punto principal está claro: La verdadera base del sistema de mercado no son los mercados de los distintos productos, el mercado de trabajo o el mercado de ejecutivos, sino el mercado de capitales, en el que se realizan los juicios empresariales y se materializan las decisiones (21).
Como se comentó antes, el tratamiento dispensado por Mises al tema de la importancia de los mercados financieros es también la clave del final rechazo que hace en “La Acción Humana” a la tesis de Lange, Lerner y demás críticos socialistas de mercado a su argumento sobre el cálculo (Mises 1949, págs. 694-711). Los socialistas de mercado, argumentaba, no aciertan a comprender que la tarea principal de un sistema de mercado no es poner precio a los bienes de consumo, sino asignar el capital entre las distintas ramas de la industria. Al fijarse en las decisiones relativas a la producción y a la fijación de precios dentro de una determinada estructura de capital, los socialistas ignoran el rol vital de los mercados de capitales. Rothbard (1993) señala que la misma crítica puede hacerse al modelo de función de producción de la empresa de los libros de texto al uso, en el que el capital también se da por hecho. “La teoría micro-económica neo-clásica contempla ‘gestores’ que producen hasta que IM=CM (ingresos marginales sean iguales a los costes marginales), sin jamás plantearse quién o qué les asigna el capital. En resumen, para los neo-clásicos se asume implícitamente que las empresas tienen asignado cierto capital … y que tan solo pueden utilizar ese capital para invertirlo en la empresa y en ningún otro lugar. De ahí la conclusión carente de sentido conforme a la cual los ejecutivos de toda empresa intentarán exprimir hasta el último céntimo de beneficio, empujando la producción hasta que IM=CM”. Afortunadamente, la nueva literatura sobre determinantes de los costes de transacción en las relaciones contractuales ha devuelto el capital al ámbito de la teoría micro-económica.
Finalmente, en cuanto a la doctrina Berle-Means, señala Mises en “La Acción Humana” que “la emergencia de una clase todopoderosa de ejecutivos no es un fenómeno de la economía de mercado” sino el libre resultado de la política del gobierno (Mises 1949, pág. 307). Amplía aquí el primer análisis de su “Burocracia” (1944), libro en el que ataca la afirmación de que la burocracia es una consecuencia natural del tamaño de la empresa. Mises concibe a la burocracia como comportamiento orientado al cumplimiento de las reglas en oposición al orientado a la obtención de beneficios. Reserva el término “gestión burocrática” al gobierno de actividades que carecen de valor económico en el mercado. Mientras los inputs y outputs de la empresa se compren y se vendan, la dirección central de la empresa tendrá la información facilitada por los precios de mercado para evaluar la eficiencia de las distintas ramas y divisiones de la empresa. Puede entonces conceder a los gestores subordinados amplios poderes para tomar las decisiones operativas del día a día (22). Si una organización produce un bien o servicio que carece de precio de mercado -el output de una agencia del gobierno, por ejemplo- en ese caso, debe darse a los gestores subordinados instrucciones específicas acerca de cómo realizar sus tareas.
El hecho de que los gestores en una empresa privada tengan libertad para tomar las decisiones cotidianas, argumenta Mises, no convierte a la firma en “burocrática”, “Ninguna empresa lucrativa, por grande que sea, corre el riesgo de convertirse en burocrática mientras las manos de sus gestores no estén atadas por la interferencia del gobierno. La tendencia hacia la rigidez burocrática no es inherente a la evolución del negocio. Es el resultado de la intromisión del gobierno en los negocios” (Mises 1944, pág. 12). Con ello Mises quiere decir que las interferencias gubernamentales impiden a los emprendedores el uso del cálculo económico y el intento de utilizar los precios para imponer disciplina en la gestión. Mises da tres ejemplos (págs. 64-73): los impuestos y la regulación de los precios que interfieren con los beneficios empresariales; leyes que interfieren en la contratación y promoción (incluyendo la necesidad de contratar a equipos de relaciones públicas y personal dedicado a cumplir con las exigencias de información legales y contables establecidas por el gobierno; y la omnipresente amenaza de actividad regulatoria o de medidas anti-monopolistas arbitrarias, en respuesta a la cual los empresarios deben convertirse en adeptos a la “diplomacia y el soborno” (pág. 72).
Mark Roe (1994) desarrolla un argumento similar en su reciente trabajo sobre política financiera de las corporaciones. El fenómeno que denomina “Gestores poderosos, propietarios débiles” no es resultado del funcionamiento del mercado; es el resultado de las restricciones legales que afectan a la titularidad y el control de la empresa. En los EE.UU., por ejemplo, los bancos y otras instituciones no pueden ser titulares de empresas; las leyes anti-monopolio prohíben los conglomerados industriales como el japonés keiretsu; y las restricciones que gravitan sobre las operaciones de toma de control (anti-OPAS) diluyen los efectos disciplinarios de dicho mecanismo. Las leyes que exigen que la propiedad esté dividida crean lo que Roe denomina “corporaciones Berle-Means”, en las que “la fragmentación de la propiedad transfiere el poder de la empresa a sus gestores” (pág. 93) (23). A falta de esas regulaciones, añade Mises, la autonomía de gestión no trae consigo in-eficiencias; es una herramienta esencial para gestionar una organización amplia y descentralizada. Pero para que la empresa pueda evaluar el rendimiento de sus gestores necesita disponer de una exacta información contable de cada una de sus divisiones y para ello necesita de la información que los precios de mercado ofrecen.
Aproximaciones austriacas alternativas: Knight, la incertidumbre y la gestión basada en el mercado.
Recientemente, algunos economistas austriacos han sugerido que la estructura de Coase puede ser demasiado estrecha al estar excesivamente asentada en la tradición del equilibrio general para poder dar satisfactoria respuesta a las inquietudes de la escuela austriaca de la economía (Boudreaux y Holcombe 1989; Langlois 1994a). Aducen que la teoría contemporánea de la empresa, siguiendo a Coase, conserva la perspectiva del análisis del equilibrio estático y de la maximización de las ganancias ante un conjunto invariable de resultados de probabilidades conocidas. Como alternativa, algunos escritores proponen el marco que Frank Knight expone en “Risk, uncertainty and profit” (1921), La estructura de Knight, argumentan, ofrece auténtica incertidumbre, desequilibrio y análisis de procesos y por ello deja un espacio abierto al verdadero emprendimiento – aspecto supuestamente más atractivo para los austriacos. “Las teorías de la empresa de Coase y Knight tratan de la cuestión de la existencia de las empresas desde una doble perspectiva. La teoría elaborada por Coase considera los inputs y outputs del proceso productivo de la empresa como datos que vienen dados y concibe a la empresa como una organización que actúa para minimizar los costes de transformación de esos inputs en outputs…. Sin embargo, en el modelo de Knight, el emprendimiento es el principal papel de la empresa” (Boudreaux y Holcombe 1989, pág. 152). Los costes de transacción económica de Williamson, tal como los caracteriza Langlois (1994a, pág. 175), no amplían la noción de minimización de costes para incluir a los costes de transacción además de los costes de producción pero los concibe como un ejercicio esencialmente estático que concede un limitado papel a las expectativas: “Rara vez consideran los teóricos la posibilidad de que las formas de organización puedan verse en tan gran medida influenciadas por entornos que solo existen en potencia, como futuras posibilidades, imaginadas o temidas”.
Esas descripciones, sin embargo, son demasiado groseras; como ha puesto recientemente de manifiesto Foss (1993c), hay “dos tradiciones inspiradas en las tesis de Coase”. Una tradición, la rama de los nexos contractuales asociada a Alchian y Demsetz (1972), estudia el diseño de un mecanismo ex ante (preventivo) para limitar las elusiones cuando la supervisión es costosa. Pone el énfasis en la monitorización y en los incentivos de una relación (determinada exógenamente) que entraña un riesgo moral. Las críticas mencionadas más arriba pueden ser aplicadas a esta rama de la moderna literatura pero no a las otras tradiciones, a la rama de la gobernanza o de la especifidad de los activos, especialmente en la formulación más heterodoxa que formula Williamson. El marco de los costes de transacción de Williamson incorpora: comportamientos no tendentes a la maximización (racionalidad limitada), verdadera incertidumbre “estructural” o auténtica sorpresa (se estima que no son factibles contratos que prevean todas las eventualidades, lo que quiere decir que no todas las contingencias ex post pueden llevarse al contrato ex ante) y adaptación temporal de los procesos (las relaciones comerciales se desarrollan con el tiempo, y típicamente sufren una transformación fundamental que cambia los términos del acuerdo comercial). En síntesis, “al menos algunas modernas teorías de la empresa no presuponen el universo económico “cerrado” – en el que todos los inputs y outputs relevantes vienen dados, la acción humana se concibe como maximización, etc …- que (para algunos) críticos inspira a la teoría contemporánea de la empresa” (Foss 1993a, pág. 274). Dicho de otra forma, uno puede adoptar una perspectiva esencialmente Coasiana sin abandonar la visión austriaca o de Knight del emprendedor como agente que hace frente a la incertidumbre, que toma decisiones que hacen posible la innovación (24).
Similarmente, la aproximación descrita en este artículo difiere de la presentada en la literatura reciente sobre “gestión inspirada en el mercado” (Ellig 1993; Ellig y Gable 1993). La gestión inspirada en el mercado es la filosofía que sostiene que el factor crítico para el éxito de la empresa radica en la capacidad de la organización para replicar características del mercado. Una de esas características sería la implantación de “mercados internos” para los bienes intermedios (y para servicios tales como los financieros, de consultoría legal, contables y de apoyo a la I+D), y otra, el establecimiento estricto de divisiones como centros de negocio. Al igual que los precios de mercado, esos precios internos facilitan información acerca de circunstancias locales. Otras características incluyen una explícita “misión” o reconocimiento del núcleo de competencias de la empresa, roles y responsabilidades claramente definidos para los empleados de bajo nivel (análogos a los derechos de propiedad en una economía de mercado), recompensas para los empleados basadas en el rendimiento (un sistema de pérdidas y ganancias), una “cultura corporativa” bien definida (costumbres, normas de comportamiento), y una toma de decisiones descentralizada.
La gestión inspirada en el mercado se asienta sobre el modelo del equipo productivo o nexo contractual de la empresa avanzado por Alchian y Demsetz (1972), suplementado con la “teoría de las capacidades” de Edith Penrose (1959), G.B: Richardson (1972) y David Teece (1980, 1982). Éste no es el lugar apropiado para una extensa discusión del enfoque de las capacidades; baste decir que esa literatura tiene tanto defensores como detractores (25) El punto relevante aquí es que la literatura de la gestión inspirada en el mercado, al igual que otros escritos de la tradición del nexo contractual, conciben erróneamente las características de la función de “planificación” en el seno de la empresa. Por ejemplo, atribuye a la tradición Coase-Williamson la visión de que los mercados internos están condenados al fracaso, porque la empresa es por naturaleza una jerarquía de mando” (Ellig 1993, pág. 9). La tradición Coasiana, sin embargo, no implica que las empresas tengan que adoptar una estructura de mando y control; por el contrario, como ya hemos visto, la empresa moderna tenderá a ser notablemente descentralizada, de manera que los gestores y trabajadores de todos los niveles operativos puedan aplicar conocimiento local. Todas las decisiones no se toman desde arriba, mediante orden ejecutiva; La corporación en forma de “M” que describían Williamson y Chandler es una mezcla de mercado y jerarquía, de centralización y descentralización.
En otras palabras, el empresario impone ciertas decisiones en calidad de mandatos; la empresa es definitivamente un “taxi” en vez de un “cosmos” (utilizando la terminología esotérica de Hayek). Esto no implica, sin embargo, que todas las decisiones deban tomarse desde arriba; podemos convenir con los defensores de la gestión inspirada en el mercado que “ni la planificación central ni el mando y control son la característica definitoria de una empresa mercantil” (pág. 11). En efecto, considerando la competencia existente en los mercados de productos y de trabajo, las empresas siempre tenderán a seleccionar el óptimo grado de características “de mercado”. El problema de la empresa, entonces, no es que haya demasiada planificación “consciente”; la cuestión crucial es si esos planes se hacen, y se prueban, desde un entorno de mercado más amplio. Los planes del emprendedor solo pueden llevarse a término, como vimos antes, cuando existen mercados definidos para todos los bienes o actividades que se transmiten internamente. Lo que las empresas necesitan no es necesariamente mercados internos, sino la información generada por los precios de mercado.
Conclusión
El propósito de este artículo ha sido el de ilustrar algunas contribuciones de la Escuela Austriaca a la teoría de la empresa y sugerir ideas para futuras investigaciones en esa misma línea. En particular, el argumento Rothbardiano acerca de la necesidad de contar con mercados para los bienes o productos intermedios, y cómo ello limita el tamaño y alcance de la organización, merece ulteriores desarrollos. Podría ser un ejercicio más fructífero que otro tipo de trabajos que sigan la tradición austriaca alternativa.

Notas
(*) Peter G. Klein es profesor ayudante de economía en la Universidad de Georgia. Agradece (sin implicarlo) a Don Boudreaux, Jerry Ellig, Sandy Klein, Dick Langlois, Joe Salerno y Oliver Williamson por sus valiosos comentarios y ayuda. Parte de este artículo fue presentado como “Socialismo y la teoría de la empresa” en el taller de análisis institucional, Universidad de California, Berkeley.
(1) Véase Coase (1991); Furuboth y Richter (1991); Holmstroöm y Tirole (1989), Langlois (1994b) y Journal of Institutional and Theoretical Economics (March 1993, March 1994 and March 1995) para una aproximación a la economía de las instituciones y la teoría de la empresa.
Véase Shelanski y Klein (1995) que revisa una relación de trabajos empíricos.
(2) La estructura de la economía de los costes de transacción ya había sido incorporada al formato de los libros de texto: Kreps (1990, pág. 744-90), Rubin (1990), Milgrom y Roberts (1992), Baye y Bei (1994), y Acs y Gerlowski (1996).
(3) Tengo en mente un reciente trabajo de Boudreaux y Holcombe (1989), Foss (1993a, 1993b, 1993c), Langlois (1988, 1992a, 1992b) y Minkler (1993a, 1993b),
(4) Para ver críticas del instrumentalismo véase a Rizzo (1985) y Batemarco (1985). Para referencias a la literatura interpretativa sobre el ensayo de 1953 de Milton Friedman acerca de “Positive Economics” – la fuente de la concepción de la mayoría de los economistas en cuanto al método – véase a Boland (1979), Caldwell (1980) y Musgrave (1981); todas ellas recogidas por Cadwell (1984) y por De Marchi (1988).
(5) En efecto, los costes económicos de transacción de Williamson son a veces descritos como la rama de la nueva economía institucional que se ocupa de la “gobernanza” o de las especificidades de ciertos activos en oposición a la rama de “medición” o del equipo de producción (asociada con Alchian y Demsetz 1972).
(6) Los economistas austriacos añadirían que el capital, la tierra y el trabajo -la “gestión” incluida- no son los únicos inputs o factores de producción. Hay también empresarialidad o gestión de la incertidumbre y lo que Rothbard (1962, páginas 538-41) llama propiedad o el factor “toma de decisiones”. Sobre esto último véase también Mises (1949, páginas 291 – 52, y páginas 66-68) más adelante.
(7) Como ejemplos de relato o explicación estándar sobre el debate del cálculo véase Shumpeter (1942, páginas 172-86) y Bergson (1948). Mi discusión sobre el “enfoque revisionista” sigue a Hoff (1949), Salerno (1990), y Rothbard (1991).
(8) Otros trabajos que formularon argumentos similares a los de Mises incluyen a la obra de N.G. Pierson titulada “El problema del valor en la comunidad socialista” (1902) y partes de la obra de Max Weber “Economía y sociedad” (1921).
(9) Sería indudablemente inútil señalar que desde el colapso de la planificación centralizada en el Este de Europa el autor de ese comentario ha cambiado de opinión, escribiendo que aunque “hace cincuenta años, se creía que Lange había ganado decisivamente la discusión en favor de la planificación socialista”, ahora, “ha resultado, por supuesto, que Mises tenía razón” (Heilbroner 1990, pág. 92).
(10) Lange llegó a aseverar años más tarde que hasta el socialismo de mercado habría devenido obsoleto con el advenimiento de los ordenadores de alta velocidad de proceso ya que podrían instantáneamente resolver el enorme sistema de ecuaciones que debe enfrentar el planificador central. “Si tuviera que reescribir hoy mi ensayo de 1936 la tarea sería mucho más simple. Mi respuesta a Hayek y Robbins sería: ¿cuál es el problema? Pongamos las ecuaciones simultáneas en un ordenador y obtendremos la solución en menos de un segundo. El proceso de mercado con sus lastimoso andar a tientas está anticuado. Más aún, puede ser considerado como un dispositivo de cómputo de la era pre-electrónica” (Lange 1965, págs. 401-2). Obviamente, Lange no tenía mucha experiencia en ordenadores. Además, durante su etapa como presidente del Consejo Económico Polaco en los años cincuenta, Lange nunca intentó llevar a la práctica el socialismo de mercado (véase Lange 1958).
(11) Tendemos olvidar cuan vieja es la idea del socialismo, que no es una invención del siglo veinte; el subtítulo del famoso libro de Alexander Gray “The Socialism Tradition” (1946) es “De Moisés a Lenin”.
(12) Mises si dedica una sección de un artículo publicado en 1920 bajo el título “Responsability and Iniciative in Communal Concernas”, pero considera claramente que es un problema secundario para los planificadores socialistas, no un problema primario.
(13) Rothbard (1962, págs. 900-1, n. 56) señala que el precio de transferencia implícito puede ser algo más o menos elevado que el precio de mercado, ya que la entrada tanto de la división de compras como de la de ventas en un mercado externo puede hacer subir o bajar ligeramente el precio. A diferencia de Hirshleifer (1956), entonces, Rothbard no requiere que el mercado sea perfectamente competitivo para que un precio de transferencia basado en el mercado sea económicamente significativo. Para Rothbard, los mercados “finos” son adecuados: todo lo que se necesita para disponer de un genuino “mercado exterior” es la existencia de por lo menos otro productor (vendedor) del bien intermedio. Por supuesto, si los precios externos son perfectamente competitivos, entonces la economía estará en un equilibrio competitivo general en el que la información será perfecta, todos los contratos serán completos, y en el que no se necesitará por tanto de empresa alguna.
(14) Porque los precios externos sean necesarios para que las grandes empresas puedan funcionar eficientemente eso no significa que las empresas vayan necesariamente a hacerse más grandes donde los mercados son “espesos” o estén mejor desarrollados. Por el contrario, las grandes empresas medran precisamente allí donde los mercados exteriores están poco desarrollados u obstaculizadas por la intervención del gobierno; ésos son los tipos de circunstancias que proporcionan a los empresarios una ventaja a la hora de coordinar internamente sus actividades. Empero, también esas empresas se ven constreñidas por la necesidad de disponer de alguna referencia externa de mercado.
(15) Lavoie alude brevemente al análisis de Rothbard en su Rivalry and Central Planning (1985, pág. 62n). Fritz Machlup, en un comentario acerca del ensayo de Rothbard, dice que le “intriga” la analogía entre el problema del planificador central y el problema de la empresa, calificándola como “una cuestión que he intentado vender en varias de mis publicaciones … pero desgraciadamente no con suficiente éxito” (Machlup 1976, pág. 114). Cita un libro suyo anterior (Machlup 1934, esp. Págs. 209-14) y un artículo posterior (Machlup 1974, esp. Págs. 42-45 y 52-54), ambos publicados en alemán, sobre los “artificiales” precios de transferencia. El argumento es también presagiado por Hayek en Prices and Production (1935, pág. 63) en una discusión acerca de la integración vertical.
(16) Esta línea de razonamiento tiene interesantes implicaciones para el estudio de la innovación. Como es más probable que una empresa innovadora esté utilizando bienes intermedios singulares y únicos, los beneficios que la innovación trae consigo llevan aparejados el coste derivado de unas más severas distorsiones internas. El cálculo económico es por eso otro obstáculo que el innovador debe superar.
(17) Mises (1944, pág. 32) reconoció el problema de asignar sobre-costes, mencionándolo como posible excepción a la noción de que la contabilidad divisionaria de costes pueda reflejar “costes” verdaderos.
(18) Esta sección se basa en Klein (1994, págs.397-98).
(19) Hay otros mecanismos para limitar las actividades discrecionales de los gestores, como es el mismo mercado de ejecutivos o gestores; sobre este asunto véase a Fama (1980), Williamson (1975) argumenta que el mercado de capitales, como dispositivo de control externo, tiende a ser menos efectivo que un dispositivo interno, como es la adopción de la estructura en forma de “M”. El artículo de Fama, junto con el de Manne y otros varios importantes artículos sobre este tema, se recogen en Putterman, de (1986).
(20) El fallo de este último argumento es que por lo general los accionistas no dispondrán de la misma información que los ejecutivos involucrados, que los asaltantes externos, y otros especialistas. Al pequeño accionista no le interesa aprender esos detalles: es principalmente por ello por lo que delega esas responsabilidades en los gestores. El asaltante que descubre una diferencia entre el valor de mercado real de la empresa y su potencial valor futuro con nuevos gestores tiene una oportunidad de beneficio empresarial (menos los costes de transacción derivados de la operación de toma de control). Precisamente porque los accionistas han delegado esas responsabilidades, en general, no participarán en ese beneficio. Como observa Rothbard (1962, pág. 372), sin embargo, como los accionistas (propietarios) optan por delegar la responsabilidad operativa a los gestores -comprando fuera, si se quiere, la función empresarial- se reservan para si mismos el derecho último de controlar a la empresa.
(21) Compara Rothbard (1962, pág. 538): “Los ejecutivos contratados pueden dirigir la producción o elegir procesos productivos con éxito. Pero la responsabilidad última y el control de la producción siguen inevitablemente siendo del dueño, del hombre de negocios que es el propietario de los productos hasta que éstos son vendidos. Son los dueños quienes toman la decisión respecto de cuanto capital invertir y en qué concretos procesos. Y en especial, son los dueños quienes deben seleccionar a los gestores. Las decisiones últimas relativas al uso de su propiedad y a la elección de los hombres que la van a gestionar corresponde por consiguiente a los dueños y a nadie más.
(22) El capítulo 1 de “Bureaucracy” al tratar de la gestión de los resultados y de la fuente de los beneficios empresariales, contiene una explicación notablemente lúcida del cálculo económico en un sistema capitalista y de su imposibilidad bajo el socialismo. “Para el empresario de una sociedad capitalista el precio de un factor de producción es una advertencia: no me toques, estoy reservado para otro uso más necesario. Pero bajo el socialismo esos factores de producción son mudos” (Mises 1944, pág. 29). Mises también proporciona una exposición muy en la línea de Coase, aunque sin citarle, sobre la decisión entre fabricar o comprar fuera.
(23) Véase también a Gilson (1995) respecto de la relación entre gobernanza corporativa y rendimiento económico.
(24) No todos los que adoptan la perspectiva Coasiana niegan importancia al conocimiento especializado o a ciertas rutinas para determinar las capacidades de la empresa o el “núcleo de sus competencias”. Los costes de transacción económica, por ejemplo, simplemente suponen que la necesidad ex post de gobernanza de los contratos en presencia de inversiones asociadas a relaciones específicas y no el conocimiento tácito per se es la forma más útil de pensar acerca de los límites de la empresa. En cuanto a la tesis de que el punto de vista austriaco de la economía es más compatible con la literatura de las capacidades (por razones sustantivas y no solo metodológicas) véase Minklet (1993b) y Langlois (1944a).
(25) Para revisiones críticas véase a Conner (1991) y Teece, Pisano y Shuen (1992).

El original se encuentra aquí. Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres.

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