El empecinamiento en mantener un Estado sobredimensionado ha
terminado por arruinar a los ahorradores griegos de buena fe.
Apenas medio año después de llegar al poder, Syriza ya ha abocado a
Grecia a un corralito. Lo ha logrado especialmente en las últimas 48
horas, cuando Tsipras decidió levantarse de la mesa de negociaciones y convocar
unilateralmente un referéndum aconsejando a los griegos que rechacen el acuerdo
con la Troika. Lo hizo con el apoyo de su partido, el de los reaccionarios de
Anel y el de los neonazis de Amanecer Dorado. El social-populista y sus socios
parlamentarios no querían recortar el gasto (tampoco el militar) ni subir
impuestos. Querían, simplemente, seguir haciendo aquello que ha caracterizado a
Grecia durante las últimas décadas: vivir de prestado para no pagar. Para ello,
nada mejor que quemar los barcos adoptando una postura de fuerza: o nos dais lo
que pedimos, o se terminan las negociaciones con el aval del pueblo
soberano.
A la hora de la verdad, sin embargo, los ciudadanos griegos no se mostraron
demasiado ilusionados con ese festín democrático del referéndum: desde el
viernes por la noche, comenzaron a agolparse ante bancos, gasolineras y
supermercados para hacer acopio de dinero y bienes básicos en previsión de un
corralito que deje desabastecido el país. A la postre, en la
actualidad la banca helena pende del hilo del BCE: es Draghi quien,
comprometiendo imprudentemente el dinero de todos los europeos, la está
manteniendo con vida desde que en enero los griegos comenzaran a sacar su dinero
del país para ponerlo a mejor recaudo, esto es, fuera de las garras populistas
de Syriza.
Si el BCE se mantenía firme ante el órdago de Tsipras, se acababa el juego
para el populismo syriziano. Pero Varoufakis, ese magnífico postureador que
siempre ha estado susurrando a los oídos de Tsipras, estaba convencido de que
las instituciones comunitarias terminarían cediendo: desde hace años viene
repitiendo insistentemente que la UE no puede permitirse dejar caer a Grecia
porque eso supondría el fin del euro. Pero esta vez, y al menos hasta el
momento, parece que Varoufakis ha metido la pata hasta el
fondo. A primera hora de este domingo, el BCE vio el órdago que le
lanzaron desde Atenas: si bien no tenía intención de retirar el crédito
concedido hasta la fecha a la banca griega, tampoco iba a seguir incrementándolo
indefinidamente. Y eso, en una sociedad que sigue retirando masivamente su
dinero de los bancos, equivale a dejarlos caer.
A mediodía, Varoufakis seguía en modo negación y, haciendo gala de esa
transparencia democrática tan característica de la nueva política, prometía
a sus ciudadanos que en ningún caso habría controles de capitales. Dicho y
hecho: apenas unas horas después, Tsipras comparecía en televisión para anunciar
un corralito que, según nos informan, pretende prolongarse hasta la celebración
del referéndum el próximo domingo. Hasta entonces, los ahorros de los
griegos permanecerán congelados en los bancos, no sea que más adelante
el gobierno necesite confiscarlos para poder sufragar sus gastos unos meses
más.
Pero el problema ya no es el referéndum: es que las
negociaciones con los acreedores se han roto y no será fácil recomponerlas.
Syriza no sólo pide una reestructuración de la deuda actual, sino que el resto
de Europa le sigamos prestando más dinero (mucho más dinero): ¿y cómo prestar
más dinero a largo plazo a una casta y neocasta políticas que no han dejado de
hacer méritos para estafar a sus ciudadanos y al conjunto de los europeos?
Difícil rehacer con Syriza la baraja que Syriza ha roto: del mismo modo que
Papandreu fue un cadáver político el día en que convocó el referéndum, no queda
claro cómo Tsipras puede alcanzar un acuerdo creíble con sus acreedores
después de haber dado la espantá con nocturnidad y alevosía. ¿Qué
sentido tiene aprobar una nueva quita en la deuda griega y seguir extendiéndoles
financiación en condiciones privilegiadas cuando ningún político griego quiere
adoptar las medidas necesarias como para poder devolver esa nueva deuda en algún
momento futuro? ¿Cómo seguir dándoles cuerda, a costa de los contribuyentes
europeos, cuando todos –desde Nueva Democracia a Syriza, pasando por el Pasok–
han acreditado mala fe, tacticismo, fraude generalizado y voluntad de seguir
viviendo a expensas de los europeos?
No, Syriza acaba de suicidar a Grecia para poder seguir gastando aquello que
no tienen (televisión pública griega o gasto militar desbocado incluidos): rotas
las negociaciones, finiquitada la financiación extraordinaria del BCE, a corto
plazo sólo queda el corralito. A medio plazo, la salida del
euro y el regreso a la dracma para poder imprimir moneda a placer del
político castuzo de turno: es decir, el robo indisimulado a su población
depreciando el valor internacional de su patrimonio. El empecinamiento en
mantener un Estado sobredimensionado ha terminado por arruinar a los ahorradores
griegos de buena fe.
Las implicaciones para el conjunto de la Eurozona de este paso en falso
griego todavía son inciertas. En principio, el que un país que incumple
sistemáticamente las normas que hacen viable el euro abandone la divisa común
debería reforzar la credibilidad de aquéllas: "O es un socio fiable, o mejor se
marcha". Pero, roto el tabú de que un país abandone el euro, la
incertidumbre volverá a sobrevolar la Eurozona: si Syriza en seis meses
ha impuesto un corralito en Grecia, ¿quién será el siguiente? ¿Acaso no puede
reproducirse esto mismo en Italia con el Movimiento Cinco Estrella, en Francia
con el Frente Nacional o en España con Podemos? Una vez las dudas se extiendan a
los mercados sobre la continuidad del euro como divisa, el miedo puede regresar
entre los inversores nacionales e internacionales, dando al traste con cualquier
perspectiva de recuperación. Ese es el arma con el que siempre ha jugado Varoufakis:
la Troika no iba a consentir la salida de Grecia del euro porque provocaría
inmediatamente su ruptura por Italia, España y Francia.
Pero, más allá de las consecuencias a medio plazo para Grecia y para España,
sí deberíamos aprender ciertas lecciones básicas del desastre griego. Primero,
no podemos gastar indefinidamente aquello que no tenemos: la
acumulación indefinida de deuda no es sostenible, ni siquiera falseando las
deudas (tal como hizo Nueva Democracia en colaboración con Goldman Sachs).
Segundo, una vez se ha sobredimensionado el Estado hasta límites insostenibles,
no se puede huir hacia adelante confiando en que desde fuera nos van a rescatar
(tal como hizo el Pasok). Tercero, la neocasta no es la respuesta a los
problemas generados por la casta: reclamar más gasto, más impuestos y más
endeudamiento sólo contribuye a terminar de hundir el país y los ahorros de los
ciudadanos (tal como ha hecho Syriza). Y cuarto, no hay que rescatar a gobiernos
extranjeros manirrotos: si los dirigentes políticos no quieren cuadrar sus
cuentas, debemos dejarles quebrar con su orgullo patriótico intacto (lo que no
hizo la Troika en 2010 ni en 2012).
Los políticos griegos nos han dado importantes lecciones de
qué camino no debemos seguir, como en 2001 ya nos las dieron los argentinos. No
terminemos de convertir a España en Grecia, por mucho que la casta de Nueva
Democracia y el Pasok sea un calco de PP y de PSOE y por mucho que la neocasta
de Syriza sea la hermana gemela de Podemos.
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