Cuando la economía no sabe qué hacer con algo, lo esconde en el baúl de las externalidades, sean positivas o negativas, sin rasgarse las vestiduras ni despeinarse. Las últimas vencen por mayoría
Cuando la economía no sabe qué hacer con algo, lo esconde en el baúl de las externalidades, sean positivas o negativas, sin rasgarse las vestiduras ni despeinarse. Las últimas vencen por aplastante mayoría.
Según la sapientísima Wikipedia, “una externalidad es aquella situación en la que los costos o beneficios de producción y/o consumo de algún bien o servicio no son reflejados en el precio de mercado de los mismos.”
Si examinamos cualquier producto a la vista podremos atestiguar, si nos proponemos pensar, como no refleja el precio de mercado, al no computar más que el coste marginal y no real de la energía consumida, ignorando el destrozo provocado en el planeta, el coste provocado por la contaminación generada a su alrededor o la mierda depositada para solaz y disfrute de nuestros descendientes.
Lo define claramente el fallecido biólogo y ambientalista Barry Commoner:
“Definitivamente, hemos recogido un registro de fallas serias en recientes aplicaciones de la tecnología al ambiente natural. En cada caso, la nueva tecnología se ha aplicado sin que se conocieran siquiera los nuevos peligros de esas aplicaciones. Hemos sido muy rápidos en buscar los beneficios y muy lentos en calcular los costes.”
Sería interesante realizar un estudio global que identificara de manera global los costes de todas las externalidades negativas provocadas por el hombre
Unos costes que se desaguan vía externalidades, es decir, no se computan. La teoría económica, a rebufo siempre de la tecnología, suponiendo que pueda ser considerada ciencia, ha ignorado sistemáticamente los avances de la ciencia de verdad y la tecnología.
El impacto negativo de cada avance tecnológico o científico se ha metido alegremente en el saco de las externalidades negativas, creciendo estas más cada día, siendo incapaces de desarrollar sus sabios, y menos si están nobelados, modelos matemáticos capaces de incorporarlos a su presunta ciencia y reflejar en el coste. Se denomina hipocresía científica. Luce aliñada de laureada vagancia intelectual.
La economía es incapaz de reflejar en el precio el coste actual y futuro derivado de la pérdida de biodiversidad, la contaminación o el cambio climático, y el dumping humano y medioambiental, entre otras perversiones provocadas. Diferentes estudios y organismos internacionales como pueden ser el Banco Mundial, el FMI o la Organización Mundial de la Salud alertan desde hace tiempo de la existencia de tales costes y del dinero necesario para compensar todo aquello no reflejado en el precio, que antes o después se deberá mitigar mediante impuestos o se dejará tirado para que la posteridad cargue con ello.
El embarazo y los primeros años de vida son períodos altamente susceptibles a los daños que los factores ambientales puedan ocasionar incluso de por vida
Surge así una estúpida paradoja. El ultraliberalismo en vigor se niega por sistema a querer saber nada de tales asuntos, libertad de mercado lo denominan ingenuamente, sin darse cuenta de que lo que están provocando es mayor intervención gubernamental futura, con el fin de paliar los excesos provocados por sus prédicas, que no son reflejados en el precio actual de los productos y servicios proporcionados, ni corrige las trampas y perversiones provocadas por la supuesta libertad de mercado.
Costes que cada día suponen un porcentaje mayor del PIB. Un ojos que no ven, corazón que no siente que mantiene corrompida e invalida tal obtusa corriente ideológica, fomentando inconscientemente su odiado neokeynesianismo, que tampoco está para tirar cohetes monetarios. Deberían ser los primeros en exigir rigor al mercado en vez de mirar para otro lado si quieren asegurarse alguna carta de legitimidad.
Así por ejemplo, el proyecto europeo HELIX se preocupa del impacto de la exposición ambiental cada vez más dañina a niños y embarazadas:
“Debido a los cambios en nuestro ambiente y en nuestros hábitos, la exposición a los contaminantes ambientales es cada vez más compleja. La totalidad de las exposiciones ambientales desde la concepción hasta la vejez se define como el “exposoma”.
La economía es incapaz de reflejar en el precio el coste actual y futuro derivado de la pérdida de biodiversidad, la contaminación o el cambio climático
El objetivo de HELIX es definir el “exposoma” de los primeros años de vida combinando todos los riesgos ambientales a los que las madres y los niños están expuestos, y vincular estos con la salud, el crecimiento y el desarrollo de los niños.
Se sabe que el embarazo y los primeros años de vida son períodos altamente susceptibles a los daños que los factores ambientales puedan ocasionar, incluso con consecuencias de por vida. Esto implica que las primeras fases de la vida son un importante punto de partida para el desarrollo del “exposoma”.
Impactos no reflejados en el coste de los productos y servicios, casi todos, que incorporan productos químicos que siempre producen efectos colaterales, o el mismo coste de las enfermedades producidas por la polución en las ciudades.
Sería interesante realizar algún día un estudio global que identificara y cuantificara de manera global y multidisciplinar los costes de todas las externalidades negativas provocadas por el hombre y desarrollara, siguiendo el principio de la función de producción de Georgescu-Roegen mediante adecuados programas informáticos, la metodología capaz de valorar e interiorizar las todavía hoy externalidades, obligándolas a su inclusión en el coste de todo producto y servicio y, por tanto, a incrustar toda una metodología matemática y científica en el corazón de la, de momento, infusa, vacía y corrupta presunta ciencia económica, compulsando la partida de nacimiento de la neonata Economía Fundamental.
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