Buscar este blog

jueves, 11 de junio de 2015

Historias imprescindibles de la bolsa y los mercados: Los bancos centrales (II)

Estamos en un mundo capitalista en el que los bancos centrales parecen los organismos centralistas y planificadores del comunismo soviético o chino del siglo XX

 
Foto: Los principales banqueros centrales en la II Guerra Mundial
 
 
¿Hay algo más importante hoy en día para entender la economía y los mercados financieros que conocer las tripas de los bancos centrales? Estamos en un mundo capitalista en que los bancos centrales parecen los organismos centralistas y planificadores del comunismo soviético o chino del siglo XX. Estos organismos, gestionados por un círculo muy estrecho de técnicos de alto nivel elegidos por los gobernantes, deciden sobre todo lo que su mandato les confiere poder, pero también aquello en que teóricamente no tienen ningún mandato legal y nadie se lo discute porque son los grandes druidas, son la Iglesia de la edad media. Nadie osa oponerse a ellos.
 
Pero no siempre ha sido así, como explica Liaquat Ahamed en su magnífico libro Los señores de las finanzas, en el que relata la historia y funcionamiento interno de los principales bancos centrales a través de la historia. Continuando con las citas del libro de la semana anterior:
 
Para entender el papel que desempeñaron los bancos centrales durante la Gran Depresión, hay que entender, en primer lugar, qué es un banco central y conocer un poco cómo actúa. Los bancos centrales son instituciones misteriosas, con un funcionamiento interno tan impenetrable que muy pocas personas externas a ellos, incluso si se trata de economistas, lo conocen en detalle. Simplificando, un banco central es un banco al que se le ha concedido el monopolio de la emisión de la moneda. Esta potestad le permite regular el precio de los créditos –los tipos de interés– y con ello determinar cuánto dinero circula en la economía. (...) Sin embargo, en 1914, a diferencia de lo que sucede hoy en día, que los bancos centrales tienen la obligación legal de promover la estabilidad de los precios y el pleno empleo, el único y primordial objetivo de estas instituciones era preservar el valor de la moneda.
 
En aquel entonces las principales monedas se regían por el patrón oro, que ligaba el valor de la moneda a una cantidad de oro determinada. La libra esterlina, por ejemplo, equivalía a 113 gramos de oro puro. (...) Asimismo, el dólar venía definido por 23,22 granos de oro de características similares. Dado que todas las monedas se fijaban tomando el oro como referencia, el corolario era que todas ellas se fijaban tomando como referencia a las demás. Existía la obligación legal de que el papel moneda pudiese convertirse libremente en su equivalente en oro, y cada uno de los grandes bancos centrales estaba preparado para cambiar su moneda por lingotes de oro.
 
El oro se había utilizado como moneda durante milenios. A partir de 1913, algo más de 3.000 millones de dólares, aproximadamente una cuarta parte del dinero en circulación en el mundo, eran en monedas de oro, un 15% en monedas de plata y el 60% restante en papel moneda.
 
La mayor parte del oro monetario del mundo, casi dos terceras partes, no estaba en circulación, sino que estaba enterrado profundamente bajo tierra, apilado en forma de lingotes en las cámaras acorazadas de los bancos. En cada país, aunque todos los bancos disponían de algunos lingotes, el grueso del oro de la nación se concentraba en las cámaras acorazadas del banco central. Al mismo tiempo que a los bancos centrales se les había otorgado el derecho a emitir moneda –realmente a imprimir billetes–, y para garantizar que no se abusase de esa prerrogativa, cada uno de ellos estaba obligado legalmente a disponer de una cierta cantidad de lingotes como aval de su papel moneda. (...) Por ejemplo, la Reserva Federal tenía que disponer del oro equivalente al 40% de la moneda emitida. Para controlar el flujo de moneda en la economía, el banco central modificaba los tipos de interés. Era como hacer girar en un sentido u otro el regulador de un gigantesco termostato monetario. Cuando el oro se acumulaba en las cámaras acorazadas del banco central, este reducía el coste del crédito, animando a los consumidores y empresas a solicitar préstamos e inyectar así más dinero en la economía. Por el contrario, cuando el oro escaseaba, aumentaban los tipos de interés y disminuía la cantidad de dinero en circulación.
 
Como el valor de la moneda estaba vinculado por ley a una cantidad determinada de oro, los gobiernos tenían que vivir dentro de sus posibilidades (...) y de este modo la inflación se mantenía baja. Incorporarse al “patrón oro” era como obtener una “medalla de honor”, un símbolo de que todos los países adheridos al sistema se comprometían a mantener una moneda estable y una política financiera ortodoxa.. En 1914, 59 países habían vinculado su moneda al oro.
 
Poca gente era consciente de lo frágil que era este sistema, construido como estaba sobre una base tan estrecha. La totalidad del oro extraído en el mundo entero desde los albores del tiempo apenas era suficiente para llenar una modesta casa de dos pisos. Además, las nuevas existencias no eran estables ni predecibles. (...) Como resultado de esto, durante los periodos en que escasearon los hallazgos de oro, como el comprendido entre la fiebre del oro de California y Australia en la década de los cincuenta del siglo XIX y los nuevos hallazgos en Sudáfrica en los noventa de ese siglo, los precios de las mercancías cayeron en todo el mundo.
 
El patrón oro también tenía sus críticos. Muchos eran simplemente aguafiestas. Otros, sin embargo, creían que limitar según la cantidad de oro el crecimiento del crédito, especialmente durante los períodos de caída de los precios, perjudicaba tanto a los productores como a los deudores, y de manera especial a los agricultores, que eran ambas cosas. (...) Si bien el patrón oro había logrado controlar la inflación, se mostraba incapaz de impedir los ciclos de expansión y recesión que eran, y siguen siendo, característicos del paisaje económico (...) y son inherentes al sistema capitalista.
 
Precisamente porque las crisis se extendían, amenazando con socavar la integridad de todo el sistema, los bancos centrales se vieron involucrados. Además de manejar los resortes del patrón oro, asumieron un segundo papel: prevenir los pánicos bancarios y otras crisis financieras. Este tipo de percances no son una curiosidad histórica. Mientras escribo este libro, en octubre de 2008, el mundo está sumido en esas situaciones de pánico, lo que corrobora la lección que no existe una varita mágica ni una formula sencilla para hacer frente al pánico financiero. (...) Los banqueros centrales están llamados a bregar con algunas de las fuerzas más elementales e impredecibles de la psicología de masas. La habilidad que demuestren a la hora de navegar por aguas desconocidas en medio de estas tormentas será lo que final cimiente o arruine su reputación.
 
En mi opinión la respuesta de los bancos centrales al pánico bancario de 2008 ha sido excesivamente intervencionista. Fijan y deciden incluso los tipos de interés a medio y largo plazo, la cotización de las divisas o incluso las cotizaciones en la bolsa, que históricamente siempre había correspondido a los agentes económicos en los mercados financieros, cuando además no está en su mandato. En mi opinión, esta extralimitación se recordará en la historia.
 
Imaginaos qué ocurriría si un gobierno consiguiese cambiar el clima y decidir qué nivel de temperatura o de lluvias quisiera cada país. Es fácil de imaginar que alterar artificialmente el clima acabaría en contra de la humanidad como un boomerang repercutiendo gravemente sobre el funcionamiento del planeta, perjudicando equilibrios existentes en la naturaleza que no somos conscientes que existen y funcionan perfectamente porque no son visibles al ojo humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario