A pesar de la rotunda reacción inicial de los mercados financieros durante la jornada del pasado viernes, lo cierto es que el Brexit no ha cambiado de momento ni un ápice el marco institucional entre Reino Unido y la Unión Europea. Más bien, el Brexit es un mandato de la mayoría de votantes británicos al gobierno británico para que, a lo largo de los próximos años, negocie el abandono de las instituciones políticas comunitarias. Por consiguiente, lo que cotiza negativamente en los mercados financieros no es, por ahora, la quiebra de la cooperación económica social entre británicos y europeos, sino el riesgo de que esta ruptura se termine materializando.
En efecto, la Unión Europea sufre muchísimos defectos —burocratización, falta de transparencia, déficit democrático, cartelización de intervenciones estatales, elevado coste de funcionamiento— que han pesado decisivamente entre muchos británicos a la hora de apoyar el Brexit. Ahora bien, la UE también está asociada a varias virtudes fundamentales que no deberían perderse: en particular, la libertad de movimientos de personas, capitales, mercancías y servicios.
Desde un punto de vista estrictamente económico, el libre comercio y la libre circulación de personas contribuyen a impulsar el crecimiento y el desarrollo mercantil de nuestras sociedades: un mercado más amplio —con menores barreras y cortapisas estatales— es un mercado que ofrece mayores oportunidades para asignar de un modo más eficiente todos los factores productivos. Por eso, la globalización —la mundialización de la economía— es beneficiosa: porque aumenta la productividad del conjunto de la economía y, por tanto, nuestro bienestar.
Ahora bien, el libre comercio también es beneficioso desde un punto de vista social. Los europeos estuvimos siglos guerreando entre nosotros hasta que, entre otras mutaciones, empezamos a comerciar, invertir y desplazarnos sin fronteras internas. El libre comercio fomenta la cooperación y permite el entendimiento mutuo: el nacionalismo excluyente y proteccionista, en cambio, los destruye, incentivando así el enfrentamiento fratricida. Por eso, debería constituir una absoluta prioridad la salvaguarda de aquella libertad que hizo prosperar y que contribuyó a pacificar a Europa.
¿Cómo lograr preservar esta libertad tras el Brexit? Pues, en realidad, no hay ninguna incompatibilidad entre abandonar la Unión Europea (Brexit) y mantener entre Reino Unido y el Continente las libertades básicas que hoy caracterizan a la Unión Europea. A la postre, la Unión Europea es un proyecto de centralización política del que, con enorme sentido común, muchos británicos desean salirse. Pero escapar de la progresiva creación de un mega-Estado europeo no equivale necesariamente a censurar la libertad intraeuropea de movimientos de personas, capitales, mercancías y servicios: estos cuatro pilares fundamentales pueden preservarse a través de la suscripción de tratados bilaterales entre Gran Bretaña y la Unión Europea. La propia Suiza estructura su marco de convivencia con el resto de Europa de esta manera: y aunque un calco del modelo suizo tal vez no sea exportable a Reino Unido, sí nos sirve para ilustrar la existencia de formas institucionales alternativas a la centralización estatal de la UE.
Desde luego, el camino para suscribir tratados liberalizadores entre Gran Bretaña y la UE no está ni mucho menos despejado. Por un lado, la eurocracia bruselense posee incentivos más que obvios para penalizar el Brexit: si los ciudadanos europeos descubren que podemos mantener lo mejor de la UE (sus libertades fundacionales) sin cargar con lo peor de la UE (sus regulaciones y burocracias), entonces otros países podrían decidir seguir por el mismo camino cerrándoseles el chiringuito. Por otro, el Brexit está compuesto por una coalición muy heterogénea de ciudadanos opuestos a la UE: desde recalcitrantes xenófobos y mercantilistas que aspiran a cerrar las fronteras hasta liberales clásicos que tan sólo pretenden huir del yugo de la UE abriéndose hacia el exterior, de modo que no está claro que la mayoría de partidarios del Brexit estén dispuestos a mantener esas libertades (sobre todo la migratoria).
Para una óptima resolución del proceso de abandono de la UE por parte del Reino Unido, será esencial tanto que los europeos frenemos el sadismo revanchista de los eurócratas cuanto que el bando sensato y liberal del Brexit se coaligue con los partidarios del Remain para mantener la libertad comercial y migratoria entre ambas sociedades. De momento, en ninguna parte está escrito que el Brexit esté abocado a naufragar en un movimiento desglobalizador: los peligrosos liberticidas no vienen de abandonar la UE, sino de abandonarla para encerrarse frente al exterior. Si logramos evitar ese gran riesgo, entonces el Brexit no sólo no será negativo, sino que podría terminar siendo muy positivo para todos. No será una tarea sencilla pero, si finalmente resulta exitosa, acaso otros tendremos que plantearnos continuar por esa misma senda: menos Unión Europea y más libertad entre asociaciones políticas descentralizadas y autónomas.
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