Este mes voy a abrir un paréntesis antes de continuar con el repaso de las asignaturas del Máster en Economía UFM-OMMA que dan sentido a esta serie: en agosto escribiré algo sobre Mercados Financieros e Inversiones.
Hoy me gustaría compartir aquí mi opinión personal, y por tanto discutible, sobre si el capitalismo puede considerarse una ideología: para ello, utilizaré una cuasi-definición que me gusta mucho, la de Jean-François Revel en El conocimiento inútil, donde podemos leer que una ideología “Es una triple dispensa: dispensa intelectual, dispensa práctica y dispensa moral”.
Siendo así, es fácil entender por qué ha habido ideologías desde siempre: no nos comprometen con la verdad (si es necesario, puedo inventar la mía propia), nos eximen de la eficacia (no importa que nuestra ideología haya sido un fracaso una vez aplicada) y no necesariamente respetan el bien y el mal (el ideólogo puede justificar cualquier crimen si se comete en nombre de su ideología). ¿Encaja en estos parámetros el capitalismo? Yo creo que no.
Respecto a la verdad, el capitalismo no niega sus imperfecciones: a muchos de nosotros, nos gustaría que se conocieran como fallos en ausencia de mercado, pero la realidad es que se conocen como fallos del mercado. Prácticas monopolísticas, externalidades, bienes públicos e información limitada y asimétrica: podemos argumentar que la intervención del Estado estropea todavía más las cosas, pero es difícil negar los hechos sin caer en el fanatismo.
En cuanto a la eficacia, el capitalismo no necesita fabricar excusas que justifiquen su fracaso, puesto que, simplemente, funciona mucho mejor que cualquier otro sistema de organización social experimentado hasta la fecha. Recuerdo bien cuando el problema era la pobreza en el mundo: es tan evidente que el capitalismo ha conseguido reducirla, que nuestros enemigos ahora hablan del bienestar…
Por último, el capitalismo no pretende atribuirse la honradez de sus seguidores: habrá capitalistas sin escrúpulos y capitalistas altruistas, como los habrá morenos y rubios, diestros y zurdos. La virtud no dependerá de ser más o menos defensor del capitalismo: no necesitamos ser indulgentes con alguien y mirar para otro lado simplemente por creer en lo mismo que creemos nosotros.
Si el capitalismo no se ajusta bien a esa triple dispensa de la que hablaba Revel para definir una ideología, cabría plantearse si no nos equivocamos al intentar transmitir sus valores como si lo fuera: nuestra estrategia de comunicación no puede ser la misma que la utilizada por otras ideologías, éstas sí, fácilmente reconocibles según dichos parámetros.
No podemos luchar de igual a igual con comunistas, socialdemócratas o cualquier otra tribu liberticida, dado que los defensores del capitalismo ofrecemos lo contrario que ellos, es decir, asumimos las consecuencias de nuestras acciones, los riesgos de la libertad sin agredir a otros, la defensa del derecho a la propiedad como norma básica para vivir en sociedad: no soy un experto en marketing político, pero desde un punto de vista ideológico, admito que podemos estar en desventaja en un debate.
Precisamente por eso, me parece que es más difícil ganar la batalla dialéctica si nos obligamos a evitar ciertas palabras que otras ideologías sí han utilizado a su favor para transmitir una serie de presuntas connotaciones negativas asociadas a las mismas: me parece que haciéndolo así, empezamos dándoles la razón. Y no la tienen.
No la tienen porque esas presuntas connotaciones negativas asociadas a dichas ideas (capital, riqueza, individualismo, egoísmo, sistema de capitalización, fondos de inversión, etc.), sólo pretenden ocultar sus propias miserias intelectuales: necesitan comparar el capitalismo real, donde actúan seres humanos imperfectos, con el socialismo utópico, donde sólo habría seres humanos perfectos.
Pero la realidad es difícilmente mutable con el pensamiento: las ideas que subyacen en el capitalismo, con todas sus imperfecciones, se traducen en resultados beneficiosos para la sociedad en su conjunto, por más esfuerzo que hagan sus enemigos en atacar dichas ideas denostando el significado de las palabras que utilizamos para trasmitirlas. Los resultados de nuestros enemigos saltan a la vista.
Entiendo que somos pocos y tenemos que ser inteligentes, pero, por eso mismo, no caigamos en trampas ideológicas: ellos no renuncian a la propaganda y siguen acumulando fracasos. No les hagamos el juego: mostremos sus falacias y comparemos el resultado final de ambas propuestas, recurramos a la educación y a la divulgación, sin intentar convencer al 100% de la sociedad, sino ganando al 10%, uno por uno, si es necesario.
“Tu ne cede malis” ha sido siempre mi estado en Whatsapp: cuando me preguntan qué significa, no cuento nada de la Eneida de Virgilio, por supuesto, sino que aprovecho para contar quién fue Ludwig von Mises… No le imagino cediendo ante el mal: su vida fue una constante respuesta contra él, defendiendo la libertad y el capitalismo, con todas las letras. Buen ejemplo.
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