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viernes, 22 de julio de 2016

La delgada línea roja entre el paro y la inactividad


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De Samuel Bentolila y Marcel Jansen
Doctor en Economía por el MIT y profesor del CEMFI. Su investigación se centra en la economía laboral.


Normalmente prestamos mucha atención al nivel y las variaciones del paro, pero muy poca a la evolución de la inactividad. Esta distinción tan radical es exagerada. Para entender por qué, podemos examinar cómo han evolucionado los flujos laborales durante la crisis y desde el inicio de la recuperación.
Nos vamos a fijar en los flujos entre tres estados: el empleo (E), el paro (U) y la inactividad (N). Según la metodología de la Encuesta de Población Activa (EPA) una persona está ocupada si ha trabajado al menos durante una hora en la semana de referencia de la encuesta. Se consideran paradas las personas sin trabajo si han tomado medidas concretas para buscar un trabajo por cuenta ajena o han hecho gestiones para establecerse por su cuenta durante el mes precedente y si además están disponibles para empezar a trabajar en un plazo de dos semanas. Por último las personas inactivas son las mayores de 16 años que ni trabajan ni buscan empleo.
Estas definiciones ya nos dan una primera pista de que la linea divisoria entre el paro y la inactividad es bastante permeable. Alguien sin empleo que deja de buscar durante un trimestre pasa del paro a la inactividad y si vuelve a buscar trabajo en los trimestres siguientes hará la transición inversa. Estas transiciones transitorias son muy frecuentes, lo que indica que la inactividad no es necesariamente un estado muy persistente, como a menudo se piensa.
Aquí nos centraremos en los flujos brutos, es decir, las entradas a un estado sin restar las salidas del mismo en un trimestre dado (lo que nos daría las entradas netas). Usaremos medias móviles de tres trimestres, para mitigar las oscilaciones estacionales­, de agregados construidos a partir de los microdatos de la EPA de flujos.
Empecemos destacando que hay muchas personas que entran o salen de la inactividad de un trimestre a otro. El gráfico inferior muestra los flujos de entrada y salida del paro, diferenciando aquellos con origen o destino en el empleo y en la inactividad. Por ejemplo, las salidas de la inactividad hacia el paro (NU, línea morada) nunca son inferiores al medio millón y en ocasiones han superado los 900 mil. Es más, muchas veces superan a las que van del empleo al paro (EU, línea azul). Un desglose por sexos revela que la importancia de los flujos con origen o destino en la inactividad es mucho mayor para las mujeres que para los hombres.
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Pasando ahora a otros datos que nos ayuden a entender mejor por qué nos importan los flujos entre actividad e inactividad, el siguiente gráfico muestra un patrón esperado: las tasas de entrada al empleo, tanto desde el paro (UE/U) como desde la inactividad (NE/N), caen al inicio de la recesión y vuelven a crecer −tímidamente− al llegar la recuperación. (Nótese que para que se pueda ver bien la evolución usamos distintas escalas, pues las salidas al empleo suponen una proporción de la población de partida muy inferior en el caso de los inactivos, eje derecho, que en el de los parados, eje izquierdo).
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De forma parecida, el siguiente gráfico muestra un aumento brusco de las tasas de entrada al paro desde el empleo (EU/E) durante la crisis y una caída al iniciarse la recuperación. También hay una caída sistemática de la tasa de entrada al paro desde la inactividad (NU/N), que podría deberse al llamado efecto desánimo: "para qué voy a buscar trabajo, si no lo hay". Pero esta interpretación es dudosa, pues esta tasa ya venía cayendo durante la expansión. Con la recuperación se estabiliza, pero no vuelve a subir de forma clara.
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Por su parte, las tasas de entrada en la inactividad caen tendencialmente, lo que cuestiona aún más la relevancia del efecto desánimo. La caída de las entradas desde el empleo (EN/E) sugiere que, dada la mala situación, hay una mayor proporción de trabajadores que se aferran a sus empleos o que, si son despedidos, se ponen a buscar trabajo inmediatamente. (De nuevo, usamos distinta escala para cada tasa.)
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Los parados también salen en menor proporción hacia la inactividad (UN/U), lo que es un tanto inesperado, pues con menores oportunidades de empleo cabría esperar que aumentaran esas salidas. Esto puede deberse a varias razones. En primer lugar, por oposición al trabajador desanimado existe un efecto del "trabajador añadido", es decir, personas que responden a la pérdida del empleo de otro miembro de su hogar −en especial su pareja− poniéndose a buscar trabajo. No obstante, la importancia de este efecto viene en parte desmentida por la caída de las transiciones de la inactividad al paro que vimos en el gráfico anterior. Algunas cifras y un análisis de los efectos del trabajador desanimado y el trabajador añadido en España en el periodo reciente aparecen en este trabajo de Alfonso Alba.
Otra posibilidad es que el alargamiento del periodo de derecho a la percepción de prestaciones por desempleo para algunos colectivos −por ejemplo en el Programa PREPARA o en el Programa de Activación para el Empleo− haya retenido en el paro a trabajadores que de otro modo habrían dejado de buscar. De hecho, en Estados Unidos durante la Gran Recesión crecieron mucho los periodos de derecho a prestaciones, lo que generó un acalorado debate entre académicos acerca de su impacto. La cantidad de estudios, tanto macro como microeconómicos, es muy grande, así que dejamos este asunto para otro día.
Por otra parte, en varias ocasiones hemos mencionado aquí (o aquí) un asunto que nos preocupa mucho: el paro de larga duración. Pues bien, este problema también está relacionado con la tasa de actividad. En un artículo reciente, Michael Elsby, Bart Hobijn y Ayşegül Şahin llevan a cabo un análisis de flujos que implica que en Estados Unidos las decisiones de actividad laboral explican en promedio un tercio de las fluctuaciones del paro, principalmente debido a la decisión de los parados de seguir buscando durante las recesiones.
De forma parecida, cabe sospechar que el aumento del paro de larga duración en España pueda no deberse solo a la caída de la salida del paro sino también a la caída (más tendencial) de los flujos del paro a la inactividad. Aunque se necesita más investigación, es interesante observar este gráfico de las tasas de actividad en España desde 2002 por grupos de edad:
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La tasa de actividad aumenta en todas las edades –salvo, de forma preocupante, entre los jóvenes–, pero los aumentos más grandes se dan entre los mayores. De nuevo estas tendencias son mucho más acusadas entre las mujeres.
Por tanto, como nos recuerda a menudo Florentino Felgueroso, por ejemplo aquí, deberíamos fijarnos mucho más en la tasa de empleo. Este indicador mide la proporción de la población en edad de trabajar que tiene empleo y por tanto no está afectado por cambios en la tasa de actividad. Midiéndola sobre la población de 20 a 64 años, como puede verse aquí, en el contexto de la Unión Europea solo superamos a Croacia, Italia y Grecia. Con un 62%, estamos a 13 puntos porcentuales del nivel fijado como deseable por los "Objetivos Europa 2020" de la Unión Europea.
Por último, los economistas académicos necesitamos mejorar nuestro análisis de las estadísticas de flujos y nuestros modelos del mercado de trabajo para incluir la inactividad como un estado más. Sin ello, solo se obtiene una comprensión parcial de los cambios en el mercado de trabajo, lo que dificulta también el diseño de políticas adecuadas. Por ejemplo, en Estados Unidos la tasa de paro ha vuelto a los niveles previos a la crisis, pero la tasa de actividad es todavía bastante inferior.

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