Al soviet de barrio, el dedo corazón
Juan Pina
Mientras los partidos del sistema dicen reconocer la necesidad de modificar nuestras instituciones (aunque alguno, como el PP, lo haga con la boca pequeña y sin la menor urgencia), la extrema izquierda se apresta abiertamente a la tarea de sustituirlas. En esta lógica se inscribe uno de los últimos movimientos de la alcaldesa de Madrid en su partida de ajedrez con la realidad, conocido a principios de este mes. Difícilmente puede considerarse como una mera ocurrencia más, y por más que después lo hayan semidesmentido… ahí está. Igual que en Venezuela el régimen desautoriza al parlamento elegido por la población y le monta uno alternativo, en Madrid se plantea constituir de golpe un montón de pequeñasinstituciones de barrio que podrían invadir competencias de diversas administraciones, sobre todo en áreas como la seguridad ciudadana, la persecución del delito y hasta la administración de justicia.
Cuando se debate con cualquier defensor de los viejos sistemas comunistas del Este de Europa, siempre te sale con las organizaciones de masas que moldean la sociedad y transforman la realidad
No hay nada nuevo bajo el sol. Desde los “comités de defensa de la revolución” cubanos hasta sus homólogos sandinistas en Nicaragua, pasando por las más diversas y delirantes organizaciones sociales “de base” habilitadas por regímenes como el de Gaddafi en Libia, son innumerables las estructuras creadas por eltotalitarismo populista para generar una falsa apariencia de debido proceso y de participación social. De hecho, la idea que se intenta transmitir es que todas estas estructuras son “más democráticas” que las convencionales, propias de la democracia “burguesa” que ellos cuestionan. Cuando se debate con cualquier defensor de los viejos sistemas comunistas del Este de Europa, siempre te sale con las organizaciones de masas que moldean la sociedad y transforman la realidad, y con el poder ejercido localmente en asambleas del partido único (o asambleas populares de ciudadanos, tanto da). Se enfadan como mandriles si les haces ver que ese sistema se parece mucho al fascismo italiano o a la “democracia orgánica” del franquismo, con sus “tercios” de representación. Recuerdo a algunos de los próceres del régimen anterior defendiéndola a capa y espada, y tratando de convencer al respetable de que la sociedad tenía una enorme capacidad de “influir de forma corporativa” en el rumbo político del país, mediante aquel complejo entramado de cuerpos y de capas de decisión.
Es verdad que la democracia convencional, liberal, representativa, westminsteriana, está bastante superada por la realidad social y, sobre todo, por la tecnológica. Pero no en el sentido que los nuevos populismos de extrema izquierda (y de extrema derecha) alegan. Ellos la atacan por su evidente incapacidad de canalizar la participación colectiva de la gente en las decisiones que hoy se nos sigue forzando innecesariamente a tomar en común, y denuncian que al final terminan tomándolas las élites de siempre. Bien, pero a renglón seguido plantean todo ese alambicado sistema alternativo para mantener colectivizadas esas decisiones, ocultando que la polaridad siempre cambia tan pronto como se pone en funcionamiento: lo que se nos vende como un sistema capilar que suma desde abajo los planteamientos de millones y garantiza que arriba se tomen las decisiones que quiere la mayoría, rápidamente se transforma en un sistema igualmente capilar pero hacia abajo: orientado a la distribución de las decisiones y de las consignas desde la nueva élite hasta el último rincón de la sociedad así gobernada, aplastando tanto al individuo como la formación de alternativas políticas por otros cauces.
Esto es inevitable y, además, intencionado. Ha ocurrido en regímenes con matices ideológicos diferentes, en países con características culturales y niveles educativos distintos, en periodos de bonanza y en épocas de crisis, durante la Guerra Fría y después de su conclusión, etcétera. Y la cúpula populista lo sabe bien. En España, además, su núcleo irradiador está compuesto precisamente por politólogos, por lo que no puede argumentarse un desconocimiento sobre los riesgos del asamblearismo y de la oficialización de micro-órganos de barrio, pseudotribunales populares y todo tipo de comités que serán presa fácil de la arbitrariedad y el abuso de poder. Saben perfectamente lo que hacen, y lo hacen para controlar localmente a la sociedad. Su tiempo y su tempo son diferentes de los que afectan a las demás formaciones políticas, y desde el poder aún menor que ya van adquiriendo articulan esta estructura institucional alternativa y secundaria para, llegado el momento, convertirla en la principal una vez conquistado el cielo y con él La Moncloa.
El orden espontáneo que configura la interacción de millones de planes y decisiones es mucho más rico y eficiente que cualquier plan colectivo
Los soviets (“asambleas” en ruso) de barrio contrastan con la tendencia que cada día se confirma en la realidad social, y que es la devolución de las decisiones, no a miles de toscas y manipulables asambleas, sino a millones de seres humanos. La tecnología ya hace innecesaria (y por tanto inoportuna y tiránica) la adopción grupal de un camino común que después se imponga a todos. Posibilita, por el contrario, la adopción de innumerables caminos individuales, planes particulares y decisiones personales.Cada vez son menos las cuestiones que, por sus características, exigen necesariamente una decisión grupal. Una es la secesión o unión de territorios. Otra puede ser la circulación (no pueden ir unos coches por la izquierda y otros por la derecha). Son pocas. En casi todos los demás asuntos, para terror de los podemitas pero también de los colectivistas convencionales, los socialdemócratas de todos los colores, ya se puede individualizar las decisiones. El orden espontáneo que configura la interacción de millones de planes y decisiones es mucho más rico y eficiente que cualquier plan colectivo impuesto por una élite, ya sea por las buenas o tras un supuesto proceso de deliberación por parte de las bases reunidas en órganos de barrio convenientemente dirigidos.
Nombrar comisarios políticos —seleccionados desde arriba, por supuesto— para que controlen sus zonas y pastoreen a la población es la otra cara del sistema de asambleas que esboza Ahora Madrid. Hay que oponerse a los dictados de esos comisarios políticos como hay que oponerse, en realidad, a todas las injerencias de los agentes estatales en nuestra inviolable soberanía individual. A los soviets de barrio, el dedo corazón bien alto.
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