Carlos Rodríguez Braun reseña el cuento Los domingos de un burgués de París de Guy de Maupassant.
Gracias a Begoña Gómez de la Fuente, querida amiga y compañera de las mañanas de Onda Cero, he podido leer hace poco el clásico de Guy de Maupassant, Les Dimanches d’un bourgeois de Paris, que ha publicado la editorial Periférica con una excelente traducción de Manuel Arranz. Una clave de las divertidas aventuras y desventuras del señor Patissot es que, más que un burgués, es un burócrata, que trabaja en un ministerio, “un hombre lleno de esa sensatez que linda con la estupidez”.
Aparecen diversas ideas liberales, y el sarcasmo con respecto a la política es más diáfano a medida que se acerca el final del libro, cuando se relata la comida campestre en casa del jefe, el señor Perdrix. Allí habla el señor Rade, “célebre en el ministerio por sus ideas descabelladas”, que empieza citando a Rousseau y Shopenhauer contra las mujeres, ante la indignación de Patissot, que le espeta: “Usted no es francés, señor. La galantería francesa esa una de nuestras formas de patriotismo”.
Rade aclara que no es patriota, pero sus palabras indican claramente que no lo es porque asocia patria con política, y política con guerra: “resulta odioso ver a todos los gobiernos, cuyo deber es proteger la vida de sus ciudadanos, buscar obstinadamente los medios de su destrucción…si la guerra es una cosa horrible ¿acaso no es el patriotismo la idea que la sostiene?”.
Acusado de falta de principios, los expone: ni monarquía, “monstruosidad”, ni democracia limitada, “injusticia”, ni sufragio universal “estupidez…como los mediocres y los imbéciles forman siempre la inmensa mayoría, es imposible que puedan elegir un gobierno inteligente”. Finalmente, acepta dicho sufragio como objetivo, pero subraya su inaplicabilidad: “representar todos los intereses, tener en cuenta todos los derechos, es un sueño ideal, pero poco práctico”, porque lo único que se puede medir es lo menos importante: el número de personas.
Confiesa Rade: “me declaro anarquista, es decir, partidario del poder más diluido, más imperceptible, más liberal en el pleno sentido de la palabra, y al mismo tiempo revolucionario, esto es, eterno enemigo de ese mismo poder, que sólo puede ser, en cualquier caso, totalmente defectuoso”.
Maupassant se burla a través de sus personajes de la política, la burocracia, el nacionalismo y la guerra, y recoge el mensaje liberal de la precaución ante la política, entre otras cosas por la complejidad de la sociedad: “Perdón, señor, yo soy un liberal. Lo único que quiero decir es lo siguiente: ¿tiene usted un reloj, no es cierto? Pues bien, rompa alguno de sus resortes y lléveselo al ciudadano Cornut para que lo arregle. Le responderá, de mal humor, que él no es relojero. Pero si algo se estropea en esta maquinaria infinitamente complicada que se llama Francia, se considera el más capaz de los hombres para repararlo en el acto”.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 18 de julio de 2016
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