Estas protestas están motivadas por dos ideas. La primera es que Mises era un relativista ético. En cierto modo lo era, pero al mismo tiempo era un utilitarista y un defensor devoto del liberalismo clásico. Creía que la política de laissez-faire era la mejor manera de promover el bienestar de la gente. Prefería la paz a la guerra, la riqueza a la miseria y la verdad a la mentira. Es la segunda las dos ideas, la de que Mises defendía la nivelación radical de todos los valores como tales, la que parece subyacer en toda la crítica de la acción humana misesiana.
Casi todos valoran la actividad caritativa más que el egoísmo radical. Admiramos a los héroes morales y tratamos de imitarlos. Nos gustaría ser tan virtuosos como ellos. Pero Mises argumentaba que nuestras acciones se orientan hacia el alivio de la incomodidad o la satisfacción de los deseos, que cuando alguien hace algo por otros, en realidad lo hace para sí mismo. Así que es fácil concluir que la idea misesiana de la acción humana es cínica e incluso despectiva.
Pero no tenemos que interpretar así la acción humana. Lo que nos enseñaba Mises era solo que toda acción humana se dirige hacia la satisfacción del deseo del actor. Sin embargo, al aceptar el punto de vista de Mises, no estamos obligados a percibir la actividad de las personas exclusivamente en términos de la satisfacción de sus deseos. El que nuestras acciones nos hagan mejorar no implica que no puedan ser estimadas como valiosas también por otros (aquí me refiero a una valoración estrictamente ética, distinta de la de la cataláctica). Ayudar a otros puede ser muy satisfactorio y hacernos más felices, pero deberíamos recordar que no somos los únicos que podemos evaluar nuestras acciones y beneficiarnos de ellas. Otras personas también observan nuestras acciones y nos juzgan de acuerdo con lo que hacemos. No hay obstáculos para nuestra creencia en que la gente que ayuda a otros hace más bien que la que no. El hecho de que hagan más felices a otros al tiempo que a sí mismos no hace imposible considerar sus acciones mucho mejores que, por ejemplo, reírse de los pobres.
Lo que es más importante, podemos decir que la gente que disfruta ayudando a otros están en un nivel moral alto, porque, por ejemplo, han dedicado su tiempo al autodesarrollo, han florecido más y mejor o han ganado conocimiento ético. Gracias a esto, tienen ahora un sistema mejor desarrollado de valores y pueden considerarse haciendo más el bien que otros. Así que podemos aceptar tanto la concepción de Mises de la acción humana como una ética/moral sólida, así que sigue habiendo sitio para lo bueno y lo malo. Y podemos seguir promoviendo algunos valores y condenando otros.
La praxeología no es ética. Si creemos que hay un código moral objetivo que debamos seguir, podemos seguir juzgando una acción humana como mejor que otra, aunque sepamos que no podemos sino preferir lo que hacemos. En el fondo, ¿no es bueno que nos sintamos bien cuando hacemos el bien?
Publicado originalmente el 6 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] G. R. Beabout, R. F. Crespo, S. J. Grabill, K. Paffenroth, K. Swan, Beyond Self-Interest: A Personalist Approach to Human Action (Lexington, Mass.: Lexington Books, 2002), p. 100.
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