por Juan Ramón Rallo
- No. Las crisis son períodos en los que el sector privado se encuentra extremadamente debilitado por hallarse en una etapa en la que necesita reconvertirse y reorganizarse. En este contexto, incrementar los impuestos a unas muy frágiles familias y empresas es como lanzar a un anoréxico a una piscina llena de sanguijuelas. En muchos casos, puede suponer la puntilla que arrastre a la sociedad a una depresión
- No. Si las familias y las empresas no sólo tienen que cambiar sus patrones de producción sino que, además, se encuentran hiperendeudadas, subir los impuestos supone prolongar su asfixia y abocar a muchas de ellas a la suspensión de pagos.
- No. Las subidas de impuestos son especialmente negativas cuando se dirigen a atacar el ahorro y la generación de beneficios. Para que una economía salga de la crisis es necesario que los agentes económicos inviertan y reduzcan su endeudamiento, lo que depende esencialmente de que ahorren más. Penalizar el ahorro y la inversión implica condenar esa economía al estancamiento o a una recuperación mucho más lenta y mucho menos intensa de lo que habría podido lograr sin el expolio estatal.
- No. Es verdad que los déficits públicos son muy distorsionadores debido a los recursos que dilapidan y porque pueden arrastrar al Estado a la suspensión de pagos, pero siempre existe una alternativa superior tanto al déficit como a las subidas de impuestos: reducciones muy intensas del gasto público. Si se suben impuestos y no se baja el gasto, lo único que conseguimos es convalidar desembolsos estatales inflados e ineficientes que no contribuyen a generar riqueza sino a rapiñarla. La tarea del Estado en una crisis no consiste en crecer a costa del mercado, sino en encogerse para, bajando los impuestos, dejarle espacio y oxígeno donde desarrollarse.
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