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miércoles, 11 de febrero de 2015



El castillo de naipes del Banco Central Europeo

13 Junio, 2014

El Banco Central Europeo (BCE) impuso recientemente tipos negativos de depósito y está preparando una forma de flexibilización cuantitativa (QE) para comprar títulos respaldados por activos, bonos corporativos o posiblemente bonos de rescate. Esta política puede parecer sorprendente. ¿Por qué querría el BCE tratar de obligar a los bancos a realizar malos préstamos o considerar implantar una política de flexibilización cuantitativa que ha sido claramente un total fracaso (con evidentes consecuencias no pretendidas) tanto en EEUU como en Japón? La respuesta está en otro lugar. Bajo el disfraz de evitar la deflación o la “baja-flación”, el BCE, en realidad, está entrando en pánico y tratando de salvarse del hacha del verdugo. Por supuesto, el sector bancario europeo y sus periodistas comprados y pagados apoyan unánimemente esta perspectiva de robo continuado mediante devaluación. Están atolondrados ante la perspectiva de precios más altos de activos y mayores rentas para los banqueros, injustificada por los fundamentales, y la implícita transferencia masiva de renta y riqueza de los que no tienen a los que tienen.
Europa es un accidente esperando a producirse. Se ha hecho poco para limitar los sectores públicos hinchados. El gasto público en casi todos los países europeos ha marchado hacia delante desde el crash de 2008. Las relaciones deuda-PIB continúan aumentando con muchos país muy por encima del umbral del 100%. Las tasas de crecimiento del PIB habrían tenido que superar regularmente el 3% solo para estabilizar estos porcentajes. Umbrales de déficit del 3% no tienen sentido cuando el crecimiento económico está en buena parte parado en neutral. Excepto Alemania, el crecimiento en la Eurozona ha sido prácticamente inexistente. El crecimiento italiano desde 1990 ha sido de medio inferior al 1%. Esos objetivos de déficit son una ilusión de sostenibilidad y, en realidad, simplemente garantizan una muerte lenta.
La única parte de la ecuación de la austeridad implantada en Europa han sido los aumentos masivos de impuestos en el sector privado, obligándole a llevarse la peor parte de lo que siempre ha sido un problema del sector público. Por supuesto, es un política muy miope. Con los niveles fiscales actuales, aumentar los impuestos resultará ser contraproducente en último término. Esos aumentos en los impuestos pueden aumentar los ingresos a muy corto plazo, pero resultarán tener consecuencias devastadoras más adelante. Implantar un tipo fiscal marginal del 75%, como en Francia, puede generar ingresos fiscales este año, pero probablemente fuerce a la base fiscal a buscar pastos más verdes en otra parte. Vauban, en 1707, consideraba que el “dîme royale” (el diezmo real) no debería exceder el 30%.La curva de Laffer a largo plazo (cuando la gente tiene tiempo para ajustarse) probablemente tenga un tipo fiscal marginal máximo por debajo del 30%. Aun así, un tipo fiscal considerable como el 30% está muy por debajo de la carga fiscal actual de todos los países europeos modernos.
Bajo las condiciones económicas y políticas actuales en Europa, una ruptura del euro es casi una conclusión inevitable. En lugar de dejar que pase esto, el BCE, tratando de salvarse a sí mismo, prefiere arriesgarse a destruir el valor del euro (algo que se supone que ha de proteger) creando distorsiones de precios y malas asignaciones masivas, bajo una esperanza ilusoria de que la flexibilización cuantitativa resuelva mágicamente los problemas estructurales profundamente asentados de Europa.
Mario Draghi considera su comentario de julio de 2012, “dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer todo lo que haga falta para conservar el euro. Y, créanme, será suficiente”, como una de sus acciones políticas de más éxito. No podría equivocarse o confundirse más. Su comentario llevó a una caída de tipos de interés en toda Europa, que rebajó la presión sobre los países europeos del sur para que realizaran reformas estructurales importantes. Los mercadosfinancieros son ahora totalmente dependientes de las consecuencias no pretendidas de este comentario, que ahora es conocido como el “Draghi put”.
Los tipos de interés en Europa están completamente distorsionados. Aun así, los tipos de interés son los precios más importantes en una economía. Normalmente reflejan las decisiones intertemporales de consumo de la sociedad y los riesgos de impago propios de una economía capitalista. Distorsionar los tipos de interés distorsiona todos los demás precios, causando una diferencia siempre creciente entre lo que quiere la sociedad que se produzca y lo que se produce realmente. Cuanto mayor sea esta distorsión, mayor será la diferencia y más largo será el ajuste necesario para realinear la producción más cerca de lo que realmente necesita la sociedad.
Además, esto solo ha aumentado el sentimiento antieuropeo. Las recientes elecciones europeas mostraron un fortalecimiento de los movimientos euroescépticos. Antes del comentario de Draghi, la reforma estructural habría sido extremadamente difícil, pero viable. Hoy el entorno político es mucho menos propicio para esas reformas radicales, pero esenciales.
Europa es un tren sin frenos que se va a estrellar en el futuro con seguridad. El BCE es muy consciente de esto y de la actual fragilidad política de Europa. No está ciego ante las presiones políticas, como los comentarios de Berlusconi en 2012 acerca de que Italia también tiene imprentas. El bloque del sur de Europa, como ha hecho previamente, siempre preferirá la salida más fácil a corto plazo mediante la devaluación. Las consecuencias a plazo más largo de esta impresión son, por supuesto, la completa destrucción de la función de asignación de recursos de los precios. Es difícil imaginar una Alemania dispuesta a hacer esto, dada su pasada experiencia con la hiperinflación.
Casi todos los episodios de hiperinflación siguen un camino similar. Conseguimos un breve repunte en la actividad económica que se hace cada vez más corto, requiriendo una expansión monetaria en crecimiento constante, hasta que el dinero pierde ambas funciones de medio de intercambio y almacén de valor. La actividad económica acaba aproximándose al paro y hacen falta décadas para devolver capital, industria, comercio y crédito de vuelta a niveles anteriores a la inflación.
Alemania y otros países monetariamente sólidos harían bien en ponderar en propósito real delas acciones actuales del BCE. Mejor oponerse ahora a las acciones con el riesgo de una ruptura del euro, que tener que afrontar una quiebra posteriormente una vez se haya permitido que tengan lugar los efectos distorsionadores del exceso de impresión de dinero.
En lugar de dejar que se produzca esta quiebra inevitable, la actual política del BCE es hundir todo el barco si esto le salva temporalmente de la extinción. Es un perfecto ejemplo de “Los planes mejor trazados de ratones y hombres” de Robert Burns. El BCE fue creado para ser un banco central independiente. Esto pretendía reducir las presiones políticas sobre la política monetaria. Pero la independencia no protegió a la política monetaria de los intereses personales de las personas que lo dirigen. En lo que se refiere al BCE o, por cierto, a cualquier otro banco central, los intereses personales de los que dirigen la política monetaria siempre se impondrán a los mucho mayores intereses del público.
El BCE acabará muriendo, pero solo después de un enorme sufrimiento humano. Parece que la gente no aprende nunca del pasado. La única vía para la estabilidad y la prosperidad económicas a largo plazo se basa en dinero estable independiente de cualquier interferencia pública.

Publicado el 11 de junio de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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