Por Juan Fernando Carpio
Existen dos conceptos relacionados con la inflación. El primero, que podemos llamar clásico o histórico, que se refiere a inflar (aumentar sin respaldo) la cantidad disponible de dinero en un territorio o el área donde cierta forma de dinero tiene vigencia. El segundo se refiere a los efectos de tal acción por parte de un monopolista de la moneda[1]. El problema de la segunda definición es que con ella se empieza a confundir el efecto visible o notorio de algo con sus causas. Si sumamos a esto las falacias neomercantilistas propagadas por Keynes, podemos ver que hay mucho de falso y dañino en el tratamiento del fenómeno inflacionario.
Existen dos conceptos relacionados con la inflación. El primero, que podemos llamar clásico o histórico, que se refiere a inflar (aumentar sin respaldo) la cantidad disponible de dinero en un territorio o el área donde cierta forma de dinero tiene vigencia. El segundo se refiere a los efectos de tal acción por parte de un monopolista de la moneda[1]. El problema de la segunda definición es que con ella se empieza a confundir el efecto visible o notorio de algo con sus causas. Si sumamos a esto las falacias neomercantilistas propagadas por Keynes, podemos ver que hay mucho de falso y dañino en el tratamiento del fenómeno inflacionario.
Se debe disputar la definición de inflación, entonces, como un "aumento general y sostenido de los precios". Para que exista un aumento general, deben subir los precios todos a la vez, incluyendo salarios (y los ahorros deberían estar indexados también). Pero en este caso no existiría problema. El problema viene de que con un aumento de los precios se crean dos cosas a) una redistribución de la riqueza, pues no todos los precios suben a la vez intertemporalmente y entre industrias y b) la distorsión de los precios relativos. Lo que realmente trata de combatir el economista mainstream es este último efecto, representando por ejemplo, por una pérdida de poder adquisitivo de un salario vs. la canasta básica (fijada según parámetros arbitrarios, cabe decir). El aumento sostenido no es posible sin curso forzoso, pues un bien que se devalúe constantemente ya no será deseado como dinero por el público en general, punto.
Ahora, el nivel general de precios puede ser en afectado en realidad por tres factores, dos de ellos "naturales": a) una disminución o aumento en atesoramiento de dinero (ejemplo: una guerra que se viene) y b) una disminución o aumento en la producción de bienes y servicios (ejemplo: un desastre natural). Vale decir que ambos casos también pueden ser generados por intervención estatal, y eso ya tiene que ver con la última parte de mi exposición. La tercera forma, es un aumento o disminución de la oferta de dinero con respecto a su demanda. Si bien es factible (ejemplo: un hundimiento de un barco con reservas metálicas) que haya casos "naturales" o endógenos al mercado, normalmente ha sido un fenómeno político, sobre todo a partir del siglo XX.
Los efectos perversos, como mencioné, son la redistribución de la riqueza de forma ilegítima, y una distorsión de los precios relativos. Como Ludwig von Mises señaló, la estabilidad monetaria es clave para poder generar valor. Por lo tanto, al existir inflación en el sentido riguroso del término (clásico o austriaco) se genera no sólo una forma sutil de saqueo si no también una destrucción del valor individual e intersubjetivo ("social"). Este es el peor efecto en el largo plazo, económicamente hablando. La redistribución tiene efectos económicos también, pero sobre todo culturales y ético, a mi modo de ver.
No se puede abandonar el tema sin discutir las erróneas definiciones de inflación que manejaron durante este siglo los keynesianos y los cepalinos en particular.
Inflación de demanda
Al desconocer la ley de Say, Keynes planteó que existía una así llamada inflación de demanda. Básicamente el concepto establece que puede darse un exceso de demanda global respecto a la oferta global (elevando los precios). Y que si existen recursos ociosos una expansión monetaria puede equilibrar las cosas, generándose "recursos" para que la población pueda demandar (consumir) y poner en marcha la economía (hacia el pleno empleo keynesiano, cabe mencionar). El error en este razonamiento está precisamente en querer ignorar a Say, y pretender que existe demanda independientemente de la oferta (como concepto etéreo). Un recurso ocioso, en ausencia de intervención política en la economía, representaría una oportunidad subvaluada, pues la oferta genera posibilidad de demandar de los otros (no hay que olvidar la relación de uso vs. cambio que deriva de la ley de utilidad marginal).
Inflación de costos
Cualquier incremento de los precios, causado por el "capricho" de los empresarios, impulsaría una descolocación de los primeros con respecto al poder de compra de la población. Ahí es donde el gobierno "no tiene más remedio" que emitir dinero para que la gente pueda consumir y no se genere una situación recesiva. Hay tres errores –al menos– en este postulado: a) que un precio es la cantidad de dinero a la que aspira un empresario que le compren algo, es decir que hay precios aun sin transacciones; b) que los empresarios pueden manipular los precios a su antojo (cartel permanente) y que ese intento de manipulación no generaran oportunidades para otros; y c) que los precios no se ajustan a la baja en respuesta a la reacción del público (los compradores marginales se alejarían de un precio inaccesible). Además y para variar en la ciencia económica mainstream, se ignora recurrentemente la realidad, donde existen productos substitutos y otros fenómenos sociales que no responden a modelos unidimensionales: la gente puede cambiar de producto por un tiempo o definitivamente.
La inflación estructural
Los keynesianos agrupados en la CEPAL sostenían que existía otra forma de inflación: la estructural. Sostenían que en economías subdesarrolladas, la oferta no puede responder rápidamente a los cambios en la demanda pues la estructura productiva es menos flexible o capaz de adaptarse correspondientemente. Esto lleva a que los precios no puedan responder rápidamente tampoco, y cuando exista un alza en un producto, los precios no mostrarán esta sustitución, elevándose el precio del nuevo producto demandado y manteniéndose alto también el relativamente abandonado. Por lo tanto, existe un aumento general de precios cada vez y, por lo tanto, el gobierno se "ve obligado" a expandir la oferta monetaria para que la población pueda acceder al mismo nivel de consumo (y que no exista recesión). Se repiten los mismos errores conceptuales discutidos en la inflación de costos, con uno adicional: mientras más especializada sea una economía (incluyendo las profesiones y tecnología) es más difícil que haya cambios y adaptaciones masivas. Esto es evidente para el caso de maquinaria, por ejemplo: mientras más específico sea su uso, más dificultoso será reformarla para utilizarla en otra línea de producción. Ergo, una economía subdesarrollada no tiene tal problema estructural, y una desarrollada en cambio tiene el nivel de capitalización suficiente como para costear tales cambios cuando sean necesarios.
La curva de Phillips
Esta curva, propuesta en 1958 por A.W.H. Phillips, básicamente señalaba (en respaldo al modelo keynesiano) que para tener pleno empleo, se necesitaba tolerar un cierto grado de inflación. Dado que la gente percibe más notoriamente el desempleo, la inflación siempre fue el curso preferido de los gobiernos. Por supuesto tal disyuntiva no existe en realidad, lo cual fue ilustrado por la estanflación (estancamiento+inflación) de los años 70 en EE.UU., y por el contrario su inverso es cierto: se puede tener empleo total (real, no keynesiano) sin necesidad de inflar la moneda. El principal problema de esta herramienta analítica es que lleva no sólo a una disyuntiva irreal, si no que por las expectativas inflacionarias, el nivel de expansión monetaria debe ser mayor cada vez para mantener el pleno empleo keynesiano. Esto desemboca en la hiperinflación como varios casos latinoamericanos tristemente ilustraron.
Las expectativas y la indexación
Una vez que el público sabe que el gobierno va a inflar la moneda (o que visiblemente algo ocurre con los precios relativos), empieza a tomar previsiones de todo tipo. Los mercados financieros tienen sus propias herramientas, pero quienes tienen cierto grado de influencia política generalmente piden una indexación de sueldos. Los sindicatos públicos y privados usualmente veían en la indexación la posibilidad de contrarrestar o adelantarse a esa pérdida de poder adquisitivo que de otra forma tendrían. Pero hay problemas metodológicos con el concepto de indexación, sobre todo por el tema de los precios relativos. Por supuesto, en el mediano plazo era un engaño general por la destrucción de valor y además alguien siempre perdía enseguida.
La indexación venía de la mano de las expectativas, y sobre éstas sólo me queda decir que no todos los sectores y actores manejan el tema de forma similar. Hay distintos niveles de acceso a la información y de uso de esa información. Además hay distintos niveles de posibilidad de actuar de acuerdo a esas expectativas: no es lo mismo un gerente de banco que un campesino, o un habitante de la capital que uno de provincia en su capacidad de reaccionar.
Conclusión
La inflación ha sido adecuadamente descrita y explicada por las escuelas clásicas (no sólo la británica) y la austriaca. Los aportes keynesianos y neoclásicos (o de lo que Hazlitt llamaba "New Economics") han sido fatales para la calidad de vida y la cultura de casi todo el mundo en repetidas ocasiones. Una lectura atenta al papel del sistema de precios, la relación simbiótica entre oferta y demanda, y la naturaleza del emprendimiento librarán a quien se aproxime al tema de repetir esos errores. El dinero tiene un papel fundamental en el sistema económico y la inflación del dinero un papel fundamental en la generación de incentivos erróneos y por ende de la destrucción de riqueza y la paz social.
[1] En ausencia de curso forzoso, es decir la imposición del uso de cierta moneda para actividades vitales o la mayoría de transacciones monetarias en una zona geográfica, no se dan los mismos efectos o al menos en la misma magnitud general y duración.
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