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sábado, 2 de julio de 2016

¿Qué hemos hecho mal?

Pedro Schwartz desea que el prevalezca en el Reino Unido quienes quisieran hacer de la economía más competitiva y abierta al mundo y que los europeos continentales interpreten este resultado como un aviso para reformar la Unión Europea.


Pedro Schwartz es Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.
He venido diciendo hace tiempo que los británicos que buscaban la separación del Reino Unido de la Unión Europea tenían poderosas razones para desearlo (Expansión, 20 de junio de 2016) y que a lo mejor vencían en el referéndum del 23 de junio. Alguna de estas razones, como es el rechazo visceral de la inmigración, pueden no ser aceptables para quienes defendemos la democracia liberal, pero habría bastado con devolver a la Gran Bretaña alguna forma de control sobre las entradas de personas. Otras razones están mucho más justificadas. La UE no va por buen camino. La victoria del Brexit no es una catástrofe sin paliativos, sea para el Reino Unido, sea para Europa, por mucho que las primeras repercusiones financieras causen susto. En el Reino Unido espero que prevalezcan quienes buscan transformar su país en una economía competitiva y abierta al mundo. Los continentales, por nuestra parte, deberíamos ver la separación del Reino Unido como un aviso saludable y una incitación a reformar la UE.
Los negociadores de la Unión han sido muy poco generosos con Cameron. El primer ministro británico puso en juego su cargo para mantener el Reino Unido dentro de la Unión de una vez para siempre. Ahora acaba de dimitir (cosa que no hacen los políticos españoles que pierden elecciones). En las negociaciones previas al referéndum lo más que consiguió fue la promesa de que la UE iniciaría el procedimiento para modificar los Tratados de tal forma que el Reino Unido no se viera forzado a participar en la creación de “una unión cada vez más estrecha de los pueblos de Europa”, como reza el Preámbulo de los Tratados —hay quienes no queremos tal cosa. Lo demás fue calderilla: nada de devolución de la política agraria y social al Parlamento de Westminster; apenas unos años durante los cuales el Reino Unido podría suspender las ayudas a los hijos que los inmigrantes han dejado en sus países de origen; una mínima posibilidad de que los Parlamentos de los estados-miembro pudieran pedir la reconsideración de disposiciones impuestas por la maquinaria de la UE; y la promesa de no discriminar contra los miembros que no están en el euro. La explicación de los dirigentes de la UE a Cameron fue que los Tratados impedían mayores concesiones. Ello precisamente indica que no se habían enterado de nada. Deberían admitir que algo han hecho mal.
Se dice ahora que Cameron ha estado imprudente al plantear el referendo. Él sabía lo que necesitaba para contrarrestar las peticiones de mayor soberanía por parte de los secesionistas: que se reconociese y ampliarse el estatus especial del Reino Unido en Europa, que así podría dejar de ser el acostumbrado partner incómodo. De no conseguirlo, temía Cameron la vuelta a la lucha intestina en el partido Conservador por la cuestión europea que ya había hecho morder el polvo a Margaret Thatcher y John Major. Me contentaré con decir que Cameron estuvo inocente al creer que la UE era reformable. La única respuesta que obtuvo fue ‘¡más Europa!’.
No quieres taza, pues tazón y medio. En junio del año pasado, los cinco presidentes habían publicado un informe titulado “Realizar la Unión Económica y Monetaria europea”. En él proponían un plan para dar otro paso más hacia una Federación Europea. Consistiría en completar la centralización económica, financiera, presupuestaria y política, a marchas forzadas. ¿Quiénes eran esos cinco presidentes? Pues Juncker, Tusk, Dijsselbloem, Draghi y Schulz. ¿Quién los ha elegido? Yo no. No querían ver que hay otros países descontentos e inquietos en la Unión además del Reino Unido. La imposición por las bravas no es el mejor método para reforzar la UE.
El euro ha sido un doloroso fracaso. Hizo bien el Reino Unido en mantener la esterlina fuera de la Unión Monetaria, tras sufrir el revolcón con el que hizo su inmensa fortuna Soros. La precipitación en lanzar la moneda única en un continente tan desigual política y económicamente está abriendo profundas grietas de insolidaridad. Mejor habría sido un régimen de competencia entre monedas nacionales, que es disciplina suficiente, pues las devaluaciones provocadas por la mala política económica acaban siempre empobreciendo el país. ¡Tres veces ha habido que rescatar a Grecia! Y los eurofanáticos, erre que erre. Estar en el euro sin duda nos ha salvado de las devaluaciones repetidas y la inflación desatada que habríamos sufrido de haber sido la peseta nuestra moneda. Mas cuando la disciplina no nace de la voluntad de la nación sino que la imponen unos terceros (entre dudosos y amenazantes), cunde el rencor de quienes detestan cualquier freno extranjero a sus utopías. Nos salvaron en la crisis y ahora mordemos la mano que nos dio de comer. La democracia responsable es algo que se aprende con los fracasos.
La negociación entre el RU y la UE estará plagada de obstáculos y peligros. Los británicos no deben preocuparse por el comercio de mercancías tanto como se ha dicho durante la campaña, porque el arancel externo medio ponderado de la UE está alrededor del 1,5 %. El Reino Unido tendrá sin embargo que negociar nuevos acuerdos comerciales con países del resto de mundo.
Más negativo puede ser el efecto del Brexit sobre los servicios, en especial los servicios financieros de la City de Londres. Los bancos domiciliados en la City ya no tendrán el llamado “pasaporte” que les permite operar en toda la UE desde Londres sin abrir filial en la zona euro. Los partidarios del Brexit forman dos campos poco acordes entre sí: uno el proteccionista y enemigo sistemático de la inmigración, encabezado por Nigel Farage; el otro, deseoso de convertir RU en una zona de libre mercado y competencia abierta, cuya cabeza visible es por el momento Boris Johnson. Las negociaciones se complican además porque el equipo británico tendrá que incluir representantes de Escocia e Irlanda del Norte, para conseguir un régimen que les satisfaga y evite la ruptura del Reino. En el otro lado de la mesa, también divergen las posturas: Angela Merkel, que ha dicho que las negociaciones no tienen por qué ser precipitadas y rencorosas, mientras que Juncker y Hollande claman venganza. Hay que desear que al final el divorcio sea amigable y consigamos un RU convertido en un emporio de libertad económica; y una UE más abierta, menos reglamentista y más varia y democrática. No será fácil.
Al final, los continentales hemos acabado por separarnos del socio que tanto ha hecho por nuestras libertades durante el siglo XX. Muchos de los miembros de la UE andamos escasos de tradición democrática. Dicho de forma dramática, el Portugal de Salazar, la España de Franco, la Italia de Mussolini, la Alemania y la Austria de Hitler, la Francia de Pétain, la Polonia del mariscal Pilsudski, la Hungría del almirante Horty, la Grecia de los coroneles dirán adiós a la Gran Bretaña de Churchill.
Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 20 de junio de 2016.

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