El mercado laboral español creó en 2014 más de 430.000 empleos y en 2015 más de 525.000: de todos ellos, casi 385.000 fueron de carácter indefinido. Esta buena evolución se mantuvo durante los primeros meses del año, hasta el punto de que entre enero y abril los afiliados a la Seguridad Social aumentaron en 155.000 personas. Pero la revigorización de la actividad económica no solo está dejando su impronta en el volumen de ocupación, sino también en los niveles salariales.
Así, según el reciente Monitor Adecco sobre Salarios correspondiente al año 2015, los sueldos medios de los españoles experimentaron un crecimiento real del 1,5% en los dos últimos años, frente a la contracción del 6% padecida entre 2011 y 2013. No se trata, ciertamente, de un alza acelerada y explosiva, pero es que no cabe esperar fuertes incrementos de los salarios mientras el paro siga afectando a varios millones de personas. De hecho, lo llamativo de los datos de Adecco —elaborados a partir de la información proporcionada por el Instituto Nacional de Estadística— es que los salarios están volviendo a aumentar pese a que, por un lado, todavía sufrimos una tasa de paro todavía muy elevada y, por otro, sin que ese aumento de salarios en un contexto de alto paro haya provocado una destrucción de empleo extraordinaria.
Por ejemplo, tal como ya hemos dicho, los salarios reales cayeron un 6% entre 2011 y 2013: algo lógico y esperable dado que nuestro país llegó a alcanzar los seis millones de desempleados (cuando el paro es muy alto, la remuneración del factor trabajo tiende a reducirse hasta estimular de nuevo la contratación). Por el contrario, durante el año 2009, los salarios reales se incrementaron más de un 4% pese a que el número de desocupados superaba ampliamente los cuatro millones: pero, justamente porque los salarios subieron con intensidad cuando deberían haberse reducido, durante el año 2010 la cifra de desempleados se disparó extraordinariamente en casi medio millón de personas.
En la actualidad, y a diferencia de esas experiencias anteriores, España crea empleo mientras los salarios suben (aunque con moderación). Y cuanto más rápidamente se multipliquen los puestos de trabajo, más tenderán a subir. A diferencia de lo que sostiene buena parte del discurso político nacional, la forma de reflotar las remuneraciones de los españoles no pasa por elevar el salario mínimo fijado en la ley o en los convenios colectivos: semejante intervención pública sólo contribuiría a encarecer artificial y anticipadamente el coste de la contratación y, en consecuencia, a destruir puestos de trabajo. La forma de aumentar sostenidamente los salarios consiste en continuar generando empleo productivo al tiempo que se incrementa la inversión empresarial: cuantos más trabajadores demanden los empresarios y cuanto menor sea la bolsa de parados, más crecerán las rentas de los trabajadores.
En definitiva, los recientes datos de ocupación y salarios muestran que España no está naturalmente incapacitada ni para crear puestos de trabajo ni para incrementar sus retribuciones. Sólo necesitamos del marco institucional adecuado para lograrlo: un marco institucional que no pasa por más populismo e intervencionismo laboral, sino por mucha más libertad económica; a saber, por un mercado de trabajo más libre con el que potenciar la creación de empleo y por unos impuestos más bajos con los que incentivar la inversión empresarial.
Crisis: pobreza para todos
La Fundación BBVA acaba de publicar informe en el que constata que la clase media española se hundió los años más duros de crisis económica —de 2007 a 2013—. Mientras que en la antesala del colapso de la burbuja inmobiliaria el 60,6% de los hogares entraba en la categoría de “clase media”, en 2013 sólo el 52,3% formaba parte de ella. Por el contrario, los hogares con “rentas bajas” se dispararon del 26,6% al 38,5%. Los datos, pues, reflejan un notable empobrecimiento de la sociedad española que parece acreditar la narrativa populista de que la crisis ha llevado a que “los ricos se vuelvan más ricos y los pobres más pobres”. Sin embargo, hay un dato que no encaja en ese relato: desde 2007, las familias con rentas altas también se han reducido desde el 12,8% al 9,2%. Es decir, la crisis ha empobrecido tanto a los pobres como a los ricos: de ahí que quienes recurran al maniqueísmo extremo para exacerbar el resentimiento social sólo estén falseando la realidad con el propósito de acaparar mucho más poder político.
¿Una nueva burbuja?
El origen de la actual crisis económica se halla en la excesiva prodigalidad crediticia protagonizada por el sistema financiero. Los bancos privados, espoleados por el Banco Central Europeo, otorgaron créditos excesivos a tipos de interés demasiado bajos, lo que atrajo a deudores insolventes que terminaron impagando sus obligaciones. En la actualidad, el Banco Central Europeo ha vuelto a colocar sus tipos de interés a niveles manipuladamente bajos —incluso negativos para las entidades financieras—, lo que está empujando a muchos bancos a ofrecer préstamos a condiciones demasiado laxas. Justamente por ello, el Banco de España acaba de amenazar a los bancos nacionales con penalizarlos si otorgan crédito a tipos de interés demasiado reducidos. Aunque la excusa oficial para semejante admonición haya sido al de desactivar el dumping que ejercen algunas entidades financieras contra el resto, el auténtico motivo parece ser el de la creciente preocupación por parte del regulador de que se estén volviendo a concentrar excesivos riesgos en el balance de los bancos. Recordemos: los tipos de interés artificialmente bajos del Banco Central Europeo jamás terminan bien.
Brasil: mucha más basura
La agencia de rating Fitch ha degradado la deuda pública brasileña a la categoría BB, esto es, dos escalones por debajo del bono basura. Las causas son sencillas de entender: Brasil se está contrayendo a un ritmo superior al previsto y el gobierno se halla inmerso en una profunda crisis política que esta misma semana podría terminar apartando de la presidencia a Dilma Rousseff. Durante la época de bonanza de los emergentes, Brasil asumió una serie de compromisos megalómanos de gasto —como el Mundial de Futbol o los Juegos Olímpicos— que lejos de haber estimulado la economía durante la fase de recesión, sólo han colocado a la solvencia de su Estado contra las cuerdas. Una prueba más de que de las crisis no debe salirse con más despilfarro y más endeudamiento, sino con más ahorro, más reformas y más credibilidad institucional. Por alejada que parezca la economía brasileña de la española, hay importantes lecciones que deberíamos aprender.
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