Es la última de las burbujas financieras en el país
Ha estado alimentada por el crédito barato y abundante
Invertir en materias primas se ha convertido en una especie de hobby para muchos chinos. REUTERS
Jeremy He es un empleado de una multinacional del comercio con oficina en Shanghai, y ha convertido el mercado de futuros sobre materias primas en su nueva afición. Junto con un amigo, apuestan a que el acero en barra, el carbón o el algodón subirán y, hasta finales del pasado mes de mayo no les iba mal: consiguieron una rentabilidad del 150%.
"Me aburro bastante en el trabajo, así que negocio con futuros para conseguir algo de diversión", explica He, cuya cuenta alcanzó los 700.000 yuan (unos 108.000 dólares) en el apogeo de su estrategia, para caer luego a cerca de 400.000 yuan. Aunque no tiene tiempo para lamentos: "Como hago las inversiones junto con un amigo, nos confortamos mutuamente cuando perdemos".
He y su amigo no están solos, se calcula que decenas de miles de chinos les acompañan en su hobby. Aunque calcular la cantidad exacta de personas que se han convertido en especuladores a tiempo parcial es casi imposible, sí se sabe que cerca del 40% del volumen de la negociación en futuros de acero en abril se produjo durante la noche, que es precisamente cuando la gente con jornadas de día pueden entrar en el mercado.
Para hacerse una idea del frenesí inversor en el mercado de futuros también puede atenderse al dato de tiempo medio que un título de materias primas permanecía en unas solas manos a comienzos de abril: menos de tres horas. Y es que para entrar en el mercado no hace falta demasiado. Cualquier ciudadano chino con un título de identidad válido y una cuenta de banco puede comenzar a negociar en unos 40 minutos.
Esta pasión ha tenido dos consecuencias. La primera, una burbuja especulativa que ha hecho que los volúmenes de negociación de materias primas dejasen pequeño al propio Nasdaq antes del estallido de 2000 (con unos 500.000 millones de dólares... en un solo día), y que ha provocado que en una sola jornada se intercambiase algodón suficiente como para hacer un par de vaqueros para todos los habitantes de la Tierra.
La segunda, una intervención sin contemplaciones de las autoridades chinas para evitar que esta nueva burbuja terminase afectando al resto de los mercados tanto en el sector financiero como en el de la denominada economía real. El resultado de esa intervención ha sido una caída inmediata de los volúmenes de negociación y ha devuelto cierta calma a los precios de las materias primas relacionadas con la construcción.
La culpa es del crédito barato
No en vano, todo comenzó hace un par de meses, cuando el Gobierno chino confirmó un plan de inversiones para evitar que el crecimiento económico se enfríe demasiado. Conscientes de que a corto plazo -y durante poco tiempo- se produciría un cierto estrangulamiento en la oferta de materias como el hierro o el acero, todas las casas de análisis coincidían en recomendar el mercado de futuros como fuente de rentabilidad.
Como en todas las burbujas, el problema es que los inversores se fueron amontonando en las puertas del mercado y con cada nueva entrada los precios se recalentaban más y más. La razón de esa demanda era, además del comportamiento naturalmente irracional de los individuos, la falta de oportunidades de inversión en otros activos.
Con la rentabilidad de la deuda pública en mínimos históricos, la deuda corporativa aquejada de una oleada de impagos por el cierre de empresas, las acciones aún mal vistas tras el crash bursátil del año pasado, y la posibilidad de sacar los capitales al exterior (y hacer que rindan allí) muy dificultada por las últimas medidas legislativas, la abundancia de crédito barato promovida por China tenía que salir por algún sitio.
Por el momento, Pekín parece haber conseguido controlar esta burbuja, pero la historia nos enseña que habrá otras, y pronto. Saber cuándo y dónde se inflarán, y cuándo estallarán, marcará la diferencia entre hacerse rico o arruinarse.
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