Ya es evidente que España se adentra en un nuevo proceso electoral, después del fracaso del acuerdo de gobernabilidad PSOE-Cs, esa obra de teatro barroca dirigida entre bambalinas por la élite dominante. Lo más llamativo es que la ausencia de gobierno no ha pasado factura alguna a la economía española. Todo lo contrario. Tras la desaceleración de finales del año pasado, la economía española ha recuperado algo de tono, repuntando la tasa de crecimiento intertrimestral anualizada del PIB real del 2,5% al 3,0% actual -véase el indicador adelantado Ñ-STING de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF)-. Sin embargo, no se engañen, la situación de debilidad e inestabilidad intrínseca es extrema.
Los motores de crecimiento patrios son, por un lado, la relajación del ajuste presupuestario, con el consentimiento expreso de Bruselas -desde 2014 se ha producido un incremento del déficit estructural-. Por otro, la entrada de flujos financieros foráneos en nuestra economía, derivados fundamentalmente de la política monetaria del BCE. Inicialmente fueron inyecciones directas de liquidez al sistema bancario, vía préstamos a largo plazo a coste irrisorio; ahora, a través de la expansión cuantitativa, mediante la compra en mercado secundario de deuda pública por parte del regulador. El objetivo último es mantener el régimen y statu-quo actual de nuestro país. Sí, lo sé, suena triste y demasiado maquiavélico.
Será muy difícil que una nueva fuerza política pueda cambiar en el corto plazo la política económica
Como venimos sosteniendo desde estas líneas, el crecimiento económico desde la segunda mitad de 2014 es frágil, auto-programado por las élites. Se trata de evitar un resultado electoral que ponga en cuestión sus intereses. Y esta situación durará, al menos, otro trimestre. Bajo este panorama será muy difícil que una nueva fuerza política pueda cambiar en el corto plazo la política económica. Es muy sencillo. Si alguien la cuestionará, como es mi caso, automáticamente el Banco Central cerraría el grifo, se paralizaría el crédito, aumentaría la aversión al riesgo y emergería con toda su fuerza la fragilidad de los balances bancarios. Acuérdense de Grecia. Y finalmente intentarían imponer, al nuevo gobierno, esa austeridad que relajaron conscientemente en el período 2014-2015.
2014-2015: aumenta el déficit presupuestario estructural
El resultado final de la política fiscal en cualquier período, si no hay ningún tipo de cambios en las políticas discrecionales, variará en función del ciclo económico. Cuando la economía está débil, las caídas de ingresos fiscales y el aumento de gasto de protección social producen un déficit creciente. Cuando la economía está más fuerte, aumentan los ingresos tributarios y se reducen los pagos por asistencia social, de manera que se reduce el déficit fiscal. Los estabilizadores automáticos atenúan la amplitud del ciclo económico mediante la ampliación del déficit presupuestario en una recesión y su reducción en períodos de boom. La presencia de los estabilizadores automáticos hace que sea difícil discernir si la orientación de la política fiscal en un momento determinado en el tiempo es contractiva o expansiva. Para superar esta incertidumbre, los economistas utilizan el déficit estructural, es decir, eliminando el efecto del ciclo económico.
Los datos de la propia Comisión Europea muestran que para España en el período 2010-2013 la política fiscal fue tremendamente contractiva. El déficit estructural se recortó desde niveles superiores al 7% del PIB a cifras próximas al 2%. En un contexto de desapalancamiento del sector privado ello supuso una gravísima recesión económica. Pero desde finales de 2013, con el consentimiento de Bruselas, la austeridad se relajó. El déficit estructural ha crecido en el período 2014-2016. Pero la razón no es que realmente se hubieran dado cuenta de la necesidad de recurrir a una expansión fiscal en recesión de balances como única herramienta efectiva. El objetivo era evitar un resultado electoral que en su momento aún era peor para sus intereses. No les quepa ninguna duda que si llegaran al poder fuerzas políticas diferentes a las del régimen actual, Bruselas aceleraría de nuevo la austeridad presupuestaria, con la contracción adicional que ello implicaría, apoyándose en la amenaza de cierre de grifo del Banco Central Europeo.
En el último año han entrado en nuestro país casi 85.000 millones de euros por la expansión cuantitativa del BCE
El grifo del BCE y el crédito bancario
Pero no solo ha habido una relajación presupuestaria programada con Bruselas. Las ayudas del Banco Central Europeo han sido notorias. Las últimas, en un contexto de impulso fiscal, han permitido una reactivación modesta del crédito bancario. En el último año han entrado en nuestro país casi 85.000 millones de euros por la expansión cuantitativa del BCE. La contrapartida es más deuda total y externa. Sin embargo, no se está canalizando hacia nuevas inversiones productivas, lo que nos hubiese permitido garantizar un mayor crecimiento nominal futuro, y de esta manera garantizar el repago de la deuda.
Los flujos de inversión extranjeros se están destinando en realidad a financiar al Tesoro y a la compra de bonos corporativos de las grandes empresas patrias, bajo el paraguas de la “seguridad” aportada por los bancos centrales. Ello no es específico de España, es en realidad una tendencia global. En una economía financiarizada, las inversiones especulativas son dominantes, y las tendentes a mejorar el capital productivo no tan necesarias.
La excesiva deuda total (4,1 billones de euros al cierre de 2015) y externa (1,1 billón de euros al final de 2015) nos hace tremendamente vulnerables a un aumento de la aversión al riesgo en los mercados financieros o a un cierre del grifo del BCE (ambos, aversión y grifo del BCE, están interconectados). En ese caso España entraría en un círculo vicioso. Tanto aquí como allá el objetivo es mantener el actual régimen y statu-quo. Pero lo inevitable será inevitable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario