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miércoles, 16 de marzo de 2016

Por unos nuevos sindicatos

Las empresas con centrales agresivas tenderán a ser desplazadas del mercado


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Los sindicatos españoles se han convertido en megaburocracias paraestatales más cercanas a la política que a la representación de sus afiliados. Acaso por ello suela afirmarse que el sindicalismo está en crisis y que ha de reinventarse en este siglo XXI: el problema es que quienes realizan semejantes proclamas suelen hacerlo con el ánimo de convertir a los sindicatos en organizaciones mucho más beligerantes, agresivas y antiempresariales de lo que ya lo son hoy; no en organizaciones profesionales de representación de sus afiliados para informar, asesorar, asistir o negociar de buena fe con el empresario, sino bandas chantajistas, violentas y piqueteras para consolidar un conflicto laboral permanente.


Sin embargo, este modelo de sindicalismo fanático y anticapitalista resultaría totalmente contraproducente para los intereses de sus propios representados. A la postre, su objetivo no es otro que el de conseguir alzas salariales a costa de los beneficios de la empresa: algo que es totalmente equivalente a castigar con un impuesto ad hoc a las ganancias de esa compañía. ¿Y cuáles son las consecuencias de un impuesto ad hoc sobre los beneficios?

Primero, si la empresa percibe una tasa de rentabilidad que apenas compense a sus inversores por arriesgar su capital, entonces ese pseudoimpuesto sobre beneficios en forma de alzas salariales incentivará la progresiva desinversión en el negocio: los trabajadores de la empresa verán incrementadas sus rentas presentes a costa de verlas recortadas en el futuro.

Segundo, si una empresa cosecha beneficios extraordinarios sin ningún tipo de privilegio gubernamental, entonces tales beneficios extraordinarios responderán a una remuneración (temporal) a sus accionistas por su excelencia estratégica: por haber introducido nuevos productos, por haber incorporado nuevas tecnologías, por haber alterado los métodos de producción, por haber mejorado la calidad percibida de su servicio, etc.

En tal caso, el pseudoimpuesto sobre esos beneficios extraordinarios significará menor innovación o menor dinamismo en la introducción de nuevos productos: es decir, menor competitividad de la compañía, la cual tenderá a ser desplazada por otras donde el índice de sindicalización sea menor o donde los sindicatos no adopten comportamientos suicidas. En suma, por una o por otra razón, las empresas con sindicatos agresivos tenderán a marchitar y a ser desplazadas del mercado? En perjuicio de sus empleados.

Así las cosas, los únicos tipos de compañías en las que los alzas salariales de unos sindicatos beligerantes podrían ser absorbidas sin dificultades por la propia empresa son dos: las empresas públicas -donde las alzas salariales serían traspasadas en forma de mayores impuestos a los contribuyentes- y las empresas cuyos beneficios extraordinarios procedan de una posición oligopolística garantizada por el Estado -donde las alzas salariales serían repercutidas a los consumidores en forma de mayores precios de venta, reduciendo con ello los sueldos reales del resto de trabajadores-. En ambos casos, el sindicato simplemente actuaría como un extractor de rentas del resto de la sociedad, aprovechándose del poder del Estado para parasitarnos a todos.

Ahora bien, que el sindicalismo frentista y extractivo sea perjudicial para los propios trabajadores a los que representa no significa que otro tipo de sindicalismo -cooperativo, profesionalizado, desestatalizado, descentralizado, voluntario y autofinanciado- no pueda ser muy valioso para los propios trabajadores y para el conjunto de la economía. Al cabo, la negociación individual entre el empresario y sus muchos empleados conlleva altos costes de transacción que pueden reducirse convirtiendo al sindicato en representante de los intereses comunes de esos trabajadores. Asimismo, el sindicato puede proporcionar asesoría laboral especializada en cualquier conflicto contractual que pueda mantener el trabajador con el empresario y, al igual que sucedía con el mutualismo decimonónico en Europa o actualmente en algunos países como Dinamarca, también podría proveer servicios hoy monopolizados por el Estado de Bienestar (por ejemplo, seguros contra el desempleo o pensiones privadas de capitalización). En todos estos casos, el sindicato mejoraría la coordinación entre empresa y trabajadores, potenciando mejoras en la productividad de la compañía.

En definitiva, un nuevo sindicalismo es posible: un sindicalismo que abandone tanto su estrecho maridaje actual con la burocracia estatal cuanto que se olvide de envenenadas y anacrónicas luchas obreras. Ese sindicalismo moderno, profesional y sensato sería de auténtica utilidad para sus representados y, también, para el conjunto de la sociedad. Todo lo contrario de lo que sucede hoy y, también, de lo que algunos querrían que sucediera hoy.

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