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lunes, 21 de marzo de 2016

Ganadores y perdedores de la última crisis

Jesús Banegas

La medida de la riqueza de las naciones popularizada como Producto Interior Bruto –PIB- que dividido por la población da lugar a la renta per cápita es un concepto relativamente moderno, creado y generalizado hace poco más de medio siglo: después de la 2º Guerra Mundial. 
El modelo de medición de la riqueza partió de las tablas input-output creadas por el economista norteamericano de origen ruso Wassilly Leontief para dar lugar a la contabilidad nacional de la que se extrae el PIB. Gracias a esta posibilidad de medir la riqueza se pudieron desarrollar nuevos modelos de crecimiento económico de base empírica –es decir hipótesis contrastables con la realidad- que han orientado las políticas económicas hasta ahora.
Según Robert Solow, la mayor parte de la nueva riqueza –más del 85%- está sustentada en la innovación tecnológica
Es obligado recordar al respecto que Robert Solow, galardonado con el premio Nóbel, formuló su teoría del crecimiento y la contrastó positivamente con los datos del PIB en los siguientes términos: la mayor parte de la nueva riqueza –más del 85%- está sustentada en la innovación tecnológica.
No obstante la enorme popularidad de las mediciones del PIB, tal medida de la riqueza no está exenta de críticas: desde las clásicas de la escuela austriaca de economía hasta otras más recientes, por ejemplo de Robert Higgs editor de The Independent Rewiew. 
Mientras encontramos mejores herramientas de medición de la riqueza, lo cierto es que los rankings al uso de la renta per cápita reflejan bastante bien la realidad y son extremadamente útiles para guiar las acciones de los gobiernos. Si excluimos los países de menos de un millón de habitantes y los ricos países árabes petroleros, poco más de una veintena de países disfrutan de una renta per cápita superior a los 25.000 $. Entre ellos está España ocupando la posición 22.
Si miramos a los casi doscientos países que existen en el mundo con una renta inferior, es muy difícil encontrar alguno que resulte imitable ni en términos económicos ni en marcos institucionales. Estamos por tanto felizmente obligados a compararnos con la veintena de países ricos como referencia, no sólo de la riqueza sino de prácticas institucionales y conductas sociales.
La última crisis financiera y económica, que según Felipe González “no fue culpa de Zapatero”, tuvo un amplio alcance pero sus consecuencias como se puede observar en el cuadro fueron muy dispares: al cabo de la misma hubo países ganadores y perdedores y el mérito o la culpa de ello tiene responsables políticos; y aquí Zapatero tuvo mucho que ver.
En el periodo 2009-2014, de los 23 países ricos –renta per cápita superior a 25.00$- considerados, 18 de ellos han tenido crecimientos de su riqueza personal y 5 no han recuperado la que tenían al principio de la crisis. El país que más ganó fue Singapur que ha acrecentado desde entonces su riqueza personal un 49%, mientras que el país que más perdió ha sido España cuya renta per cápita en 2014 todavía era un 10% inferior a la de 2009.
Si comparamos lo sucedido con la renta per cápita con la evolución de la deuda pública el resultado no puede ser más categórico: los países que más acrecentaron su deuda fueron los que menos crecieron. Es decir, los países más austeros –en lenguaje progresista- fueron los que más se enriquecieron y los más desfilfarradores los que más se empobrecieron.
El cuadro no puede ser más explícito para comprender lo que hay que hacer: huir a toda prisa del segundo cuadrante donde se sitúa España
El cuadro no puede ser más explícito para comprender lo que hay que hacer: huir a toda prisa del segundo cuadrante donde se sitúa España para situarnos cuanto antes en el primero junto a Australia o aún mejor en el cuarto junto a Noruega; o de otra manera, salir del suroeste empobrecido y endeudado –del cuadro-mapa- para dirigirnos al noroeste rico y con pocas deudas.
En la última campaña electoral y aún en la reciente farsa –imposible sesión de investidura- del Congreso, la mayoría de las fuerzas políticas se han inclinado hacia la cuesta abajo, es decir, a salirse del cuadro -el mapa de la riqueza- para aventurarnos a un mundo –el del subdesarrollo- que tanto nos costó abandonar.

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